Un enfoque anfibio, a caballo entre la contracultura y la academia, es el que ha venido desarrollando, desde comienzo de los años noventa, el doctor en Estudios Religiosos Erik Davis (Del Mar, California, 1967), plasmándolo en ensayos y compilaciones tan inusuales (La exégesis de Philip K. Dick, recopilación de diarios y notas del autor que hizo junto con Pamela Jackson y Jonathan Lethem, editada en español por Minotauro), como eruditas (High weirdness: Drugs, esoterica, and visionary experience in the seventies).
Tras colaborar durante años con The Village Voice, Spin, Rolling Stone y Wired, a fines de la década de los noventa, y motivado como muchos por el impulso cuasi prometeico de los comienzos de internet, escribió Tecgnosis: Mito, magia y misticismo en la era de la información (Caja Negra, 2023). Convertido ya en un clásico de la cibercultura, el libro surgió de la sospecha de que “las obras de la razón no pueden ser tan fácilmente disociadas de búsquedas ultramundanas”.
Aquella primera intuición lo llevó a rastrear las metáforas ocultistas que, desde fines del siglo XIX y durante todo el XX, rodearon el surgimiento de las tecnologías de la comunicación, cristalizando sus descubrimientos en una bitácora que hoy goza de más actualidad que nunca para entender el espíritu tecnológico de nuestro tiempo, marcado por inteligencias artificiales, memes, narrativas fantásticas, deepfakes y auge de los tribalismos.
En una era que presume de secular, postula Davis, la imprevisibilidad de las tecnologías que utilizamos estaría modelando subjetividades cada vez más proclives al pensamiento mitopoiético, las pulsiones milenaristas o las teorías de la conspiración, señal de que “en la era de la información, nunca estamos en casa”.
A comienzos del siglo XX, Max Weber auguró que, a medida que el capitalismo avanzara, se produciría un creciente “desencantamiento del mundo”, pero usted, en línea con otros teóricos y pensadores, observa más bien lo contrario: un creciente interés por el mito y la magia.
Puede parecer que lo secular y lo racional hayan triunfado y, ciertamente, las tecnologías transformaron el mundo, pero el encanto nunca desapareció: si sigues la imaginación de las personas, sus prácticas, sueños, arte y entretenimiento, verás que tienen una relación compleja con la magia, los dioses, los misterios y la revelación. Desde los jóvenes que crean piezas de TikTok sobre astrología, pasando por el reconocimiento popular y académico de artistas místicos modernos como Hilma af Klint –cuya exposición de 2019 en el Guggenheim de Manhattan fue la más grande del museo hasta la fecha–, hasta la explosión de interés en las drogas psicodélicas, nos hemos dado cuenta de que el espacio que rodea las obras de la razón no está vacío, sino preñado de poderes y signos.
¿De qué manera internet estimula esos imaginarios?
En la medida en que participa en la extrañeza del mundo a través de la digitalización y semiotización de la realidad material, influye, pero no en el sentido de que sea particularmente “espiritual”, sino porque socava el aparente dominio del paradigma materialista a través de la multiplicación de signos ingrávidos.
En Tecgnosis sugiere que la tecnología no sería, como algunos suelen repetir, una herramienta neutral, sino más bien una “embaucadora”. ¿A qué se refiere con eso?
Es un lugar común en las discusiones sobre tecnología afirmar que es “solo una herramienta”. En Estados Unidos, el enorme conflicto ideológico en torno a las armas es, en parte, uno entre aquellos que consideran que determinadas armas tienden a ciertas formas de violencia, y aquellos que quieren echarle toda la culpa a la acción humana, permitiendo, al mismo tiempo, que herramientas supuestamente neutrales permanezcan sin control.
¿Y eso, qué implicaciones tiene?
Además de las políticas, niega las posibilidades de agencia de las tecnologías materiales. Es decir, la forma en que las herramientas y tecnologías ejercen su peso y hacen que determinados resultados sean más probables que otros. El problema es que, si bien algunos de estos resultados y posibilidades son productos conscientes del diseño, muchos son impredecibles y discernibles solo con la práctica. Y cuando combinamos este pragmatismo con esa imprevisibilidad, nos encontramos con el dios más humano y demoníaco de todos: el embaucador.
Han sido precisamente los grupos de extrema derecha los que mejor han sabido explotar tanto la irracionalidad como la “magia memética” de internet…
Tal vez soy de una generación diferente, pero una extrañeza aun más profunda está hoy en marcha: el tipo de “magia de los memes” adoptada por la extrema derecha y difundida a través de internet, sobre todo en el período previo a la elección de Trump con Pepe the Frog y Kek, conviviendo con contraseñas esotéricas y vectores de mutación ideológica, se remonta a elementos más progresistas y anárquicos dentro de la contracultura clásica.
Lo que eso refleja es un cambio más general que aún prevalece, relativo a la creciente ocupación, por parte de la derecha, del espacio de la “contracultura”. Al igual que la anterior, su dimensión espiritual distintiva radica en el cristianismo reaccionario y el regreso de la ortodoxia, y en teorías de conspiración salvajes, bien a menudo esotéricas, impregnadas de elementos apocalípticos y míticos.
¿Qué nos dice el auge de estos grupos?
Si bien muchos encontraban a movimientos como QAnon demasiado estúpidos y confusos como para tomarlos en serio, su existencia nos hablaba, en muchos sentidos, de un hambre espiritual de autenticidad y del “cuerpo sagrado”, así como de una convicción espiritual en la realidad del mal.
¿En qué sentido?
Las personas se sienten controladas por nuestra realidad cada vez más posthumana, por lo que anhelan un sentido de autenticidad, algo que pueda otorgarles una identidad clara como guerreros contra la “Gran Mentira”.
Tienen la convicción de que la sociedad no solo se está desmoronando o es egoísta, sino que, en realidad, es malvada. Eso los convierte a ti y a tus compañeros de QAnon en guerreros espirituales, lo que les da una sensación de dramatismo, rectitud y claridad.
¿Cómo se relaciona esa nueva dimensión espiritual con el auge de las teorías conspirativas? ¿Explica, en cierta medida, el ataque al Capitolio o la idea de una “Nueva Ilustración Oscura”?
Si se considera que los principales medios de comunicación son, para ellos, “globalistas/liberales/anticristo”, entonces las narrativas que subvierten o niegan esas narrativas dominantes se vuelven atractivas.
Son historias que motivan a los “guerrilleros de la verdad”, de modo que los resultados reales de las elecciones se convierten en una gran mentira, y la violencia en el Capitolio en una “última resistencia” apocalíptica contra esas fuerzas oscuras.
Las lecturas de Jordan Peterson sobre los mitos del Antiguo Testamento están entre sus conferencias más vistas y son las que, en gran medida, lo catapultaron a la fama. ¿Qué opina de su figura?
Peterson es una figura compleja a la que yo seguía mucho antes de que explotara. Si bien siempre tuve algunos problemas con su uso de Jung y los mitos, encontraba su pensamiento valioso y, ciertamente, un correctivo para la sociología modernista.
Pero cuando su nombre fue cooptado por la derecha y se convirtió en una superestrella, demostró ser un ejemplo perfecto de cómo la fama política en internet puede rápidamente corroer y distorsionar posiciones más matizadas, en su caso, magnificando sus elementos simplistas y más reaccionarios.
Nunca lo odié, pero encuentro su figura cada vez más triste. También me niego a culpar a sus jóvenes fanáticos masculinos por ser idiotas o manipulables: es necesario luchar contra la voluntad de Peterson de señalar los límites de los llamados “despertados” a la justicia social, particularmente en lo que respecta a los hombres jóvenes, y no simplemente burlarse, como lo hicieron tantas personas engreídas de clase media en los medios progresistas.
¿Puede esa búsqueda generalizada de sentido –expresada, por ejemplo, en un creciente interés en filosofías como el estoicismo– ser una reacción al desarrollo de la racionalidad técnica?
El giro hacia el estoicismo no es simplemente una reacción a la racionalidad técnica, sino que también puede verse como una astuta extensión de la misma.
Al aclarar la diferencia entre las cosas en las que podemos trabajar –lo que dicen nuestras reacciones emocionales– y las cosas en las que no podemos –el mundo de las circunstancias–, el estoicismo también se une a un pragmatismo que, de alguna manera, está alineado con las prácticas técnicas.
Es un ejemplo perfecto de lo que Michel Foucault consideraba una “tecnología del yo”, un método y procedimiento de autoconstitución que “funciona” dentro de un mundo de racionalidad técnica avanzada, no invocando antiguas supersticiones o antiguas formas divinas, sino abrazando el espacio relativamente limitado para maniobrar dentro del yo empírico y autorreflexivo.
¿Qué piensa del nuevo ateísmo?
Es necesario interrogar a la religión y, a veces, intensamente: si te encuentras con el Buda, como dice el Zen, a veces también deberías matarlo.
Dicho eso, nunca me gustó el nuevo ateísmo porque, en general, es bastante ignorante respecto tanto de las religiones históricas reales y sus ricos dominios de pensamiento y práctica, como del carácter religioso y francamente militante y protestante del propio “nuevo ateísmo”.
Si uno quisiera comprender de qué se trataban las locas sectas protestantes de los siglos XVII y XVIII en los tiempos modernos, no podría hacer nada mejor que sintonizarse con el tenor estético y emocional de los nuevos ateos y sus engreídas condenas impregnadas de arrogancia moralista.
¿Observa también cierta sed espiritual tras discursos aparentemente ateos y postestructuralistas?
Al igual que el nuevo ateísmo, pero de una manera más obvia, la obsesión del movimiento woke con el “despertar” por la justicia social, la igualdad, la señalización de las virtudes y el lenguaje correcto puede leerse como una expresión de cierto deseo protestante por transformar a las personas y al mundo de acuerdo con un ideal profundamente imbuido de sentimiento.
En Estados Unidos todavía se ven carteles en los jardines de algunas personas progresistas que dicen cosas como “En esta casa creemos en esto”, seguido de un catálogo de sentimientos que llaman al “despertar”.
Esta proclamación de una creencia, y el sentimiento de solidaridad y compañerismo con los oprimidos o excluidos, es profundamente religiosa en temperamento y vibra, incluso si adopta una forma secular y política.
¿Ve algún potencial espiritual u “oracular” en inteligencias artificiales como el Chat GPT? ¿Podrían estos sistemas convertirse en “nuevos dioses”?
Es posible que estemos apenas en el comienzo del crecimiento de formas de inteligencia y agencia que llegarán a parecer más poderosas y más enigmáticas para los humanos en el futuro, incluso uno cercano. Inevitablemente, hemos contado, y lo seguiremos haciendo, algunas viejas historias religiosas y mágicas sobre la inteligencia artificial plagadas de hechicería, oráculos y genios que se escapan de la botella. Entonces, sí, podrían convertirse en nuevos dioses, pues en una pequeña medida, ya lo son.
Publicó Tecgnosis a fines de los 90. ¿Cómo ha modificado el cambio climático y la deriva data-extractiva de internet la visión que tenía en ese entonces?
Mi visión del potencial de la web siempre fue mixta. Terminé Tecgnosis con una discusión sobre internet como una posible “mente global” o alma mundial, pero igualmente como un signo apocalíptico que todavía hoy inquieta a algunos cristianos.
Si bien no me preocupaba el cambio climático en ese momento, reconocí que uno de los contribuyentes más importantes a esa conciencia global era la fragilidad del ecosistema, uno que está amenazado por la tecnología, pero a cuyos problemas atendemos y también respondemos a través de esa misma tecnología.
¿Sigue creyendo, después de tantos años, en el potencial mágico-creativo de la web?
¡Su poder para seducir, hechizar y encantar nuestras visiones del mundo parece estar bastante establecido! Desafortunadamente, una vez que abrimos las puertas a la magia, también lo hacemos a la “hechicería”. No existen brujas buenas sin las malas.
¿Se pueden conciliar la disposición contemplativa que la espiritualidad demanda con nuestras aceleradas vidas en línea? ¿O será inevitable, en cierta medida, desconectarse?
No hay una respuesta de antemano para esa pregunta, sino que debe responderse en la práctica, en la voluntad de todos de asumir las demandas de la contemplación sagrada y el despertar espiritual en medio de un período tan loco, confuso y francamente aterrador de la historia humana, y, tal vez, posthumana, como este. ~
es un periodista chileno independiente.