Entrevista a Helen Joyce. “El activismo por los derechos trans es una negación de la naturaleza humana”

Helen Joyce es autora de Trans. When ideology meets reality (Oneworld, 2021), un ensayo documentado y controvertido que elabora una crítica de la ideología de la identidad de género.
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Helen Joyce es editora ejecutiva de la sección financiera de The Economist, una revista donde también ha sido responsable de educación. Su libro Trans. When ideology meets reality (Oneworld, 2021) es un ensayo documentado y controvertido que elabora una crítica de la ideología de la identidad de género. “Es un libro sobre una idea –escribe al comienzo–, una idea que parece sencilla pero tiene consecuencias muy profundas. La idea es que la gente debería contar como hombres o mujeres según cómo se siente, en vez de según su biología. Se llama autoidentificación de género, y es el elemento central de un sistema de creencias de rápido desarrollo que considera que todo el mundo tiene una identidad de género que puede o no encajar en el cuerpo en el que está. Cuando no encaja, la persona es transgénero –trans, en breve– y es la identidad y no el cuerpo lo que debe determinar cómo los demás la ven y la tratan.”

En la polémica parece haber un componente generacional.

Las personas que dirigen los departamentos de recursos humanos en las compañías, las que diseñan esas políticas, tienden más a ser mujeres jóvenes que hombres jóvenes. Hay hombres jóvenes que aparecen con máscaras y gritan cosas horribles cuando hablo, pero las que intentan que me despidan son mujeres jóvenes. Hay un problema central de solidaridad entre las mujeres. Mientras no tratemos bien a las mujeres de más edad y a las madres en la sociedad, las jóvenes no se verán como ellas. Esas mujeres jóvenes se encuentran en un estado de negación con respecto a su futuro. El activismo por los derechos trans me parece cada vez más una negación de la humanidad, de la naturaleza humana, de la biología, del “destino” entre comillas. Porque somos humanos, unos mamíferos, y me parece que algunas mujeres jóvenes quieren negar ese hecho. Más que los hombres, porque los hombres pueden operar en un mundo moderno, impulsado por el mercado, de manera más sencilla que las mujeres.

Dice que a menudo cuando hablamos de los derechos trans no estamos hablando de eso.

Nunca hablamos de los derechos trans. En mi libro no hablo de eso, ni de lo antitrans. Hablo de los derechos de las mujeres. Pero también de algo más básico: de la realidad fundamental del ser humano. Hemos dado unos cuantos giros muy equivocados que nos han apartado de una búsqueda encaminada a asegurarnos una vida como animales y como criaturas pensantes, criaturas que nacen y mueren, dan a luz, tienen familias, pero también crean arte, instituciones, economías. Es como si pensáramos que esas dos cosas son incompatibles. Y que por tanto debemos negar la naturaleza animal. Eso es malo para todo el mundo, pero especialmente para las mujeres y para los niños. Veo una negación de lo que significa crecer. La pubertad es un proceso muy animal, fundamental para convertirte en adulto. Me parece un sacrilegio que alguien piense siquiera en interrumpirlo. Pero si piensas que los humanos no son animales, solo es modificar el cuerpo. También es malo para las mujeres porque somos quienes somos más animales, somos las que tenemos bebés. Cuando niegas al animal y no haces espacio para él en tus instituciones y tu mundo, las que sufren son las mujeres. Son las mujeres quienes intentan huir de eso. Y no es solo por lo trans. Es no tener hijos. No casarse. Es fingir que la sexualidad femenina es la misma que la sexualidad masculina. Es eliminar todas las palabras relacionadas con el sexo en las políticas. Es hablar como si fuéramos robots: un cerebro en una especie de robot de carne. Eso es malo para todos. Y creo que no me daba cuenta de lo relevante que era cuando escribía el libro. Ahora estoy más preocupada.

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Dice que es una negación de la realidad. ¿A qué se debe?

Somos criaturas difíciles. Ningún otro animal es físicamente tan débil y tan potente mentalmente. Es nuestro pecado original, por utilizar un lenguaje religioso aunque yo no sea religiosa. Estamos predispuestos a pensar que somos cerebros que flotan libremente y que el cuerpo es sólido. Puede tener que ver con la modernidad, aunque supongo que no solo: las leyendas y la religiones muestran que la gente pensaba que hay espíritus y vida después de la muerte. No son cosas sensatas. Están ahí porque tenemos un cerebro muy grande en un cuerpo bastante lamentable. Y está el hecho de que las mujeres tenemos un embarazo difícil, un parto muy complicado, una crianza larga, y además por la misma razón: el cerebro es demasiado grande, es difícil sacar al bebé. Nace demasiado pronto. El embarazo y el parto son muy difíciles. Las mujeres y los bebés mueren. Tenemos el deseo de negar la naturaleza animal. No somos gatos que podamos tener crías y seguir tranquilamente. Seguro que hay otra manera mejor de pensar esto, pero nos hemos ido a un lugar donde las mujeres piensan que si hablan de ese componente animal y de necesidades animales –y no me refiero al sexo: me refiero a un mundo que afronta el hecho de que tenemos bebés–, recuerdan a los hombres que éramos ganado, que éramos propiedad de los hombres, que no se nos consideraba completamente humanas. Las mujeres no podían tener propiedades, ejercer algunas profesiones, etc. La cuestión es que tenemos que arreglar nuestro mundo moderno, encontrar una forma de vivir que nos permita ser totalmente humanos a los hombres y a las mujeres, en una economía de mercado moderna. No es fácil. Pero no queremos hablar porque es como si dijéramos que las mujeres están biológicamente destinadas a ser inferiores y no es así. Muchas mujeres jóvenes te dirían que si dices eso es porque piensas que las mujeres son inferiores. Creen que “diferente” implica una jerarquía. Si niegas las diferencias, los hombres son el patrón. Es lo que ha ocurrido durante miles de años. Y si algún día queremos tener una sociedad donde las mujeres sean iguales a los hombres, tenemos que aceptar que las mujeres son diferentes y dar forma al mundo para acomodar también a las mujeres. Eso es así porque las mujeres tienen hijos. Mientras no acomodemos bien a las mujeres, no acomodaremos a los hombres. Este es un mundo que solo es para hombres. Pero un mundo solo para hombres no es apto para los hombres. No es apto para nadie.

La brecha salarial en España es sobre todo la brecha de la maternidad. Afecta a las mujeres en edad de ser madres aunque no lo sean.

Sí. Pero es la forma equivocada de plantearlo. Aunque los hombres y las mujeres ganaran lo mismo, no sé cómo acomodaríamos la maternidad en el mundo. La solución, parece, es que las mujeres retrasen tener hijos, o que no tengan o que tengan solo uno o dos y vuelvan muy pronto al trabajo mientras alguien cuida de su bebé. No estoy segura de que eso sea lo que desean muchas mujeres. Y sé que no es bueno para los bebés. Así que si las mujeres van a tener lo que quieren y los bebés lo que necesitan, debe haber una medida distinta porque las mujeres y los hombres no son lo mismo y sus caminos vitales no van a ser los mismos en un mundo que acomode a los dos. Obviamente, no quiero que las mujeres sean pobres, no quiero que se queden sin dinero cuando su marido se va… No sé la respuesta. Pero no estamos pensando de la manera correcta.

Hay una cosa curiosa en esta ideología. El sexo biológico no es relevante porque lo que cuenta es la definición que se da uno mismo y a la vez la visión de lo masculino y femenino puede ser muy estereotípica.

Hace poco alguien me decía: no me identifico con el género binario. Bueno, el género binario se identificará contigo, no hay escapatoria. Hay otra contradicción, porque si te puedes identificar con cualquier cosa y esa identificación no tiene nada que ver con tu cuerpo, ¿por qué modificamos los cuerpos de los niños? Hay algo de verdad en la teoría queer: dice que en toda situación opera el poder. Cuando crees que estás rompiendo una estructura de poder, la estructura de poder llega y se impone. Piensas que estás rompiendo la estructura de lo binario y resulta que estás metiendo de nuevo a los niños en lo binario, y lo haces interviniendo en sus cuerpos. Es algo que predice la teoría queer. Es gracioso que no lo vean. Me encantaría hablar un día con Judith Butler y decírselo. Obviamente, es una locura decir, como ella dice, que el sexo no es real, que es una construcción social como el género. Pero Butler entiende que el poder siempre intenta imponerse. Y quiero decirle: ¿por qué permites que los cuerpos de los niños sean disciplinados por la profesión médica? Tienes a una criatura que, dirías, fue designada varón al nacer. ¿Por qué, en cuanto actúa de una manera estereotípicamente femenina, aceptas que su cuerpo sea disciplinado para que encaje con esas maneras femeninas? Parece lo contrario de lo que ella dice: que todo el mundo debería interpretar el género como quiera y que eso es subversivo y está bien. Bueno, pues si es subversivo y está bien, ¿por qué disciplinas al cuerpo? Esa es la gran contradicción para mí. Si es subversivo salir del binarismo de género, ¿por qué disciplinamos los cuerpos de los niños? A mí me parece bien que el niño quiera llevar un vestido. Ellos quieren cortarle la polla.

Al principio eran sobre todo chicos los que querían hacer la transición a mujeres, ahora hay más casos de chicas que quieren hacerla.

Otro aspecto en el que los hombres y las mujeres son muy distintos es que nuestras sexualidades son muy diferentes. No somos el reverso el uno del otro. Hice una investigación para The Economist sobre pornografía y ficción erótica. Nunca ves más claramente las diferencias entre las psiques de hombres y mujeres que cuando miras los productos eróticos. La pornografía masculina y la ficción erótica femenina no pueden ser más distintas. Los hombres se disfrazan de mujeres por motivos sexuales. Las mujeres no. Siempre ha habido un grupo de hombres que lo hacía. Y ahora eso se consideran objetivos de justicia social. Lo que un hombre hacía en casa los fines de semana, que a lo mejor obedecía a una razón sexual, ahora se hace como identidad. Es muy extraño. Y creo que parte de la razón por la que el activismo trans ha tenido tanto éxito es que para algunos hombres es un impulso erótico fuerte. Lo que no había era chicas que se identificaran. Es cierto que algunas mujeres se han disfrazado de hombres, lesbianas lo hacían porque tienes más libertad si eres un hombre.

Siempre ha habido hombres en distintos lugares a quienes se les ha permitido escaparse de ser hombres porque eran gais. En muchas culturas tradicionales no es aceptable que un hombre sea homosexual. Así que lo ponen en una tercera categoría. No siempre ocurre al revés. Las mujeres no pueden identificarse como hombres porque eso es identificarse con el privilegio. Puedes permitir que un hombre pierda el estatus de ser hombre a cambio de poder tener relaciones sexuales con hombres. Pero no puedes permitir que las mujeres se identifiquen como hombres porque entonces heredan. En las culturas tradicionales iba en una dirección. Pero ahora va en dos direcciones. Las chicas que se identifican con los chicos se identifican con el privilegio. Ocurre en la adolescencia porque ahí te conviertes en una mujer adulta. Y no es sorprendente que no quieras serlo. Antes no había escapatoria. Por supuesto, es una escapatoria falsa: no puedes dejar de ser una mujer. Pero les decimos que pueden, y algunas lo creen.

También habla de personas que hicieron la transición y se arrepintieron, y a las que no siempre se les escucha.

Hay un elemento de secta en la ideología transgénero, tiene un sabor muy religioso. Hay muchas cosas que no se pueden decir. Y eso también tiene que ver con la secta. Hay un relato dentro de la secta. Y cualquiera que hable fuera del relato debe ser silenciado. Si detransicionas eres como alguien que deja una secta, y esos son los que la gente de la secta odia más, más que a los que nunca estuvieron o a los que se oponen. Los tratan muy mal. Dicen que no existen, que son una creación de la derecha estadounidense.

Dice que es curioso que esto venga de Estados Unidos, un país sin sanidad pública universal, sin baja de maternidad, con una controversia sobre el aborto, que tiene como principal debate feminista el debate trans: un debate de hombres.

Eso es el poder. De nuevo, los teóricos queer no deberían sorprenderse. El poder se reafirma. No es sorprendente que, si no prestas atención, el feminismo se convierta en una cosa de hombres. Esto empezó en Estados Unidos, es una creación ideológica. Y la política estadounidense está tan polarizada que siempre le cuesta mucho arreglar los problemas. Pero para mí lo más llamativo de Estados Unidos, que es un gran país y ha logrado cosas asombrosas, es que hay dos o tres asuntos resueltos en todo el mundo rico que ellos no pueden resolver. Es el único lugar sin sanidad universal. El único lugar sin un verdadero control de las armas. Y ahora parece que van a destruir derechos sexuales con más determinación que en ningún otro lugar. Así que piensas: ¿por qué no pueden resolver problemas que otros sí? La polarización, por supuesto. El problema se vuelve tan grande que resulta imposible resolverlo. Esas cosas son como heridas abiertas. Todo gira en torno a ellas y la polarización empeora. Me preocupa que el país se rompa. Hasta en el mío, Irlanda, hay un acuerdo sobre el aborto. Y lo teníamos antes porque podías irte a Inglaterra. Siempre había una solución. Estados Unidos ha pasado cincuenta años con una mala solución y ahora no hay ninguna. Y en este caso es bastante fundamental. Porque trata de lo que significa ser humano. Eso es Estados Unidos. Y Canadá es como medio Estados Unidos: como unos Estados Unidos demócratas, sin los republicanos.

A veces se lee: el género binario es una distinción occidental. Y usted dice: es insultante.

Es racista. Imagina a los europeos que llegan a América y les tienen que explicar a los nativos cómo se hacen los bebés. La verdad es que no sé hasta qué punto hay alguien que se crea esos argumentos. Creo que empiezan por la conclusión. Cuando quieres la conclusión encuentras los argumentos que necesitas. Somos criaturas tribales. Nuestros cerebros evolucionaron para ayudarnos a sobrevivir en la tribu y a veces en la tribu no es útil tener razón. Es útil ser como los demás. Entonces la gente produce esas afirmaciones ridículas, como por ejemplo: el género es un constructo social y el sexo también. O, ya sabes, que el binarismo sexual es una invención colonialista moderna o que la intersexualidad es tan común como ser pelirrojo o esas cosas absolutamente estúpidas que no aguantan una reflexión de treinta segundos.

La posición de los padres es difícil.

Están en una posición imposible. Tu hijo ha aprendido un guion de los activistas en internet. El activismo trans tiene memes increíblemente exitosos. Por ejemplo, se dice: los hijos se suicidan si no les dejas transicionar. Es un chantaje emocional perfecto. Y todas esas cosas que hacen que sea increíblemente contagioso implican que cuando los hijos llegan y se lo cuentan a los padres, los padres creen que no tiene sentido, y piensan que solo es una fase, todas las defensas de los hijos están construidas. Saben qué deben decir para hacerles jaque mate a los padres. Y tienes que decidir si te arriesgas a lo que según tu hijo es el suicidio o a cometer un error catastrófico. Nunca he visto nada tan cruel. Jamás culparía a un padre por una decisión que tome cuando ocurre esto. Pero cuando lo hacen, apuestan todas sus fichas. No pueden ir por el camino de en medio. Y entonces el otro lado debe ser el enemigo. La gente más peligrosa y difícil para mí son los que han decidido la transición de su hijo, porque si hacen eso, prometen al niño que todo el mundo le aceptará como el sexo que son. Y cuando no todo el mundo quiere hacerlo, han roto esa promesa y es un desastre.

Dos lugares donde ese asunto difícil parece más claro son las prisiones y el deporte.

Eso pensaba yo. Pero a poca gente le importan las cárceles. Es lo que más me ha asombrado: que tanta gente esté dispuesta aceptar que se pueda encerrar a presas con delincuentes sexuales varones. He oído decir cosas como: bueno, ya hay violaciones en las prisiones. Pensaba que con una frase la gente entendería. Podía decir: si dividimos el mundo en gente por el género que declaran y no por el sexo, meteremos a violadores en cárceles de mujeres. Y decían: no ha ocurrido. Estamos evaluando riesgos, vemos caso por caso, mirarán las prisiones cuidadosamente y las cárceles son lugares violentos, ¿estás diciendo que todas las mujeres trans son violadores? Esto ha destruido mi fe en mucha gente que conocía. Las instituciones no están para permitir que esas cosas ocurran. La onu reconoce como tortura que las presas estén encerradas con hombres. Buscamos formas de racionalizar eso. No creía que fuera posible.

No somos hombres sin penes que pueden tener hijos. Somos diferentes. No mejores. Las mujeres hacen otras cosas malas, pero casi todos los delitos violentos los cometen hombres. Los hombres matan a muchos más hombres que mujeres. Pero las presas son un número pequeño y muy vulnerable. Cuando niegas el sexo es cuando ves el sexo más claramente. La gente más distinta en el mundo son las mujeres trans y los hombres trans. Más que los hombres y las mujeres que admiten su sexo. Solo hay diferencias más grandes en la planta de maternidad.

No hacen las cosas que hacemos para franquear el espacio entre hombres y mujeres. Los hombres no son iguales sin una mujer allí. Un hombre me decía: nunca sería tan grosero con una mujer como con otros hombres. Puedo enfadarme más, puedo bromear de otra manera. Los hombres se contienen un poco si hay una mujer, porque a las mujeres les incomoda más que los hombre sean desagradables mientras que otro hombre puede saber que es una broma o ponerse al mismo nivel. Los hombres decentes no hacen callar a las mujeres todo el tiempo o gritan, ni las insultan y dan órdenes, se frenan. Y las mujeres se comportan de otro modo cuando hay un hombre delante. Las mujeres y los hombres se ajustan para vivir en un mundo con el sexo opuesto. Pero cuando niegas lo que eres, no necesitas hacerlo. Una mujer trans puede ser dominante y decir a las mujeres lo que puede hacerse. Puede decir qué es el feminismo porque no tiene que contenerse. A veces esas mujeres trans son masculinas de la manera más desagradable posible. Creen que son las mejores mujeres. Y por otro lado, algunas de las personas más misóginas que he conocido son mujeres trans. La persona que impulsó en Escocia la política que permitía que los presos se identificaran como mujeres era un hombre trans. Se dedicaba a lograr que esos violadores pudieran ser trasladados a cárceles de mujeres. Me cuesta creer que una mujer hiciera eso. No tiene solidaridad con otras mujeres, o al menos niega tener algo en común con otras mujeres.

¿Y el deporte?

La gente no ve el interior de las cárceles y no es muy compasiva con los presos porque han cometido delitos. Hay cierta crudeza. Y el juego limpio no es el principio organizativo en las cárceles, pero sí en el deporte. Es uno de los terrenos en los que los hombres que creen que las mujeres trans son mujeres en todos los aspectos admiten una excepción. La otra excepción es irse a la cama con ellas. A las mujeres parece importarles menos, creo que porque si no las ha golpeado un hombre o no han hecho deporte con ellos no se dan cuenta de hasta qué punto son más fuertes los hombres. Y además es humillante admitir que lo son. Si tuviera una varita mágica y pudiera hacer a las mujeres tan fuertes como los hombres, lo haría, pero no puedo. No es que quiera que el mundo sea como es. Solo soy realista.

¿Le daba reparo entrar en un tema tan controvertido?

No me preocupaba que fueran a despedirme, porque The Economist es el último lugar valiente que queda en el periodismo. Lo que me hacía reacia a escribir era, primero, que no creía ser la persona adecuada. Era editora de finanzas. Me sentía una impostora. Pensaba que alguien mucho mejor podía hacerlo, alguien que conociera la historia del feminismo y de los derechos trans. No tengo una razón personal. No tengo disforia de género ni mis hijos la tienen. Tengo dos hijos, uno heterosexual y otro homosexual. Me alegro de haberlo escrito, pero ahora mi vida no puede ser otra cosa. Por eso los escritores no se acercan a este tema. Si escribes de este tema, cada vez que haces otra cosa insisten en preguntarte sobre él. Ya me preocupaban los derechos trans, y me preocupaba cuán diferente es crecer para los gais. Es un camino más duro. Conocí a un grupo de chicas, todas lesbianas, a quienes se les había hecho creer que eran chicos por las formas que tenían de ser distintas a otras chicas. La mayor tenía 23 años. A algunas las habían esterilizado. Todas habían sido formadas y marcadas por la experiencia. Habían sufrido una decepción tan grande, habían sido tan maltratadas por los adultos, los médicos, los maestros, todo el mundo. Y las miraba y me pregunté: “¿Qué tipo de periodismo haces tú, si te sientas, escuchas esto y no sabes escribir de esto?” Están esterilizando a niños gais. Es un caso asombroso de abuso de los derechos humanos y un escándalo médico. Eso estaba delante de mí y francamente no había elección.

Cita un estudio prospectivo donde muchos de los niños que tienen comportamientos no estereotípicamente masculinos luego son homosexuales.

Faltan buenos datos sobre este asunto, pero los hay sobre lo que les ocurre a los niños que piensan que son miembros del sexo opuesto. La mayoría son gais cuando son adultos. Lo sabemos desde hace cincuenta años. Ignorar ese hecho es ignorar el único dato claro de todo esto. Y hacerlo porque es una parte esencial de una ideología adulta es obsceno. Lo hacemos porque hay algunos adultos que quieren negar el hecho de que su motivación es sexual. Quieren que su motivación sea que tienen una mujer dentro. Que realmente son una mujer en un sentido espiritual o metafísico, no que la idea les pone. Pero si un hombre adulto puede ser realmente una mujer, debe haber niños que en realidad son niñas. Debes nacer así. Y así la idea del niño trans es un elemento esencial para legitimar lo que hacen los adultos. Están sacrificando a niños por el deseo adulto.

También habla de fallos en la sociedad civil y el periodismo.

Todas nuestras instituciones están fallando de muchas maneras distintas. No digo que el Brexit y Trump sean lo mismo: son casos de fracaso institucional donde realizas una gran ruptura sin un plan. Ahora, que hago más trabajo de activista, veo una captura institucional por parte de la ideología. Hay decenas o cientos de miles de personas cuyo trabajo es proteger las instituciones modernas de una forma u otra, mantener la ley, encargarse de que se respeten los derechos, de que no haya discriminación. Y cuando se trata del sexo y el género, fracasan. Hacen exactamente lo contrario de aquello por lo que les pagan. Las escuelas adoctrinan a niños y los ponen en peligro al no reconocer que los niños vienen en dos sexos y que es importante reconocerlo. En el Reino Unido, supuestamente tienes que evaluar los impactos cuando introduces una nueva política. Y estamos introduciendo políticas que empeoran la situación de la mitad femenina de la población. Veo un fracaso institucional a gran escala, docenas de voluntarios frente al poder de instituciones que intentan arrebatar a la gente sus derechos. Dicen que introducen nuevos derechos, pero en realidad los quitan.

Puede ser distinto en otros países, pero en Estados Unidos, con dos partidos, hay una división izquierda-derecha en este asunto. Usted escribe: hay gente que no habla porque no quiere parecer de derechas, y luego se dice que solo la derecha habla de eso.

Ese es el círculo. En el Reino Unido hay una fuerte oposición de izquierdas y feminista. Y, por supuesto, a esa oposición de izquierdas la llaman fascista, como los activistas trans que llaman fascistas a esas socialistas feministas. Como si solo los fascistas creyeran que hay dos sexos.

El movimiento cobró intensidad en Estados Unidos y tiene más fuerza en países que están más cerca cultural y políticamente de Estados Unidos.

Estados Unidos es la zona cero. Se extiende sobre todo por los países de habla inglesa, también por los escandinavos. Tiene que ver con que la izquierda es internacionalista y con que se expande en la universidad, que también lo es. Hablo de Irlanda porque soy irlandesa, porque es el ejemplo perfecto de una captura institucional a un nivel internacional. En los últimos cincuenta años o así esta transferencia de ideas por todo el mundo ha sido institucionalizada por grupos de presión. Hablan de las mejores prácticas internacionales todo el tiempo. Por supuesto, eligen los ejemplos. Hay una desagradable relación simbiótica entre políticos y activistas, donde los activistas presentan medidas a los políticos, y los políticos pueden aceptarlas por razones que no están vinculadas con la bondad de esas ideas. Esos grupos son también muy internacionales: se encuentran, intercambian, tienen patrocinios, grandes ongs, que pagan por investigaciones para producir una ley modelo. Es lo que pasó en Irlanda. Hubo una sucesión de referendos: el aborto, el matrimonio homosexual. Sobre esto no se votó, lo puso el gobierno. Pero parecía también un progreso. Nos hemos librado del catolicismo y ahora saltamos a esta religión. Irlanda también cayó bajo ese esfuerzo de presión, y luego se convirtió en parte de ese grupo de presión internacional.

Hay una idea de progresión en la lucha por la emancipación: las mujeres, los homosexuales, los derechos trans. Parece una extensión natural.

Ese relato es muy poderoso, da forma al mundo moderno: dejar de pensar en los negros como esclavos infrahumanos, en las mujeres como infrahumanas sin derecho a votar, en los gais como infrahumanos. Pero decir que los hombres pueden ser mujeres no es lo mismo. Yo llegué con esa idea y luego vi que no. Entre otras cosas, me asombró la homofobia del movimiento. Es curioso que mucha gente no lo vea. Aunque esas mujeres crean que son hombres, la presión está en las lesbianas. No conocía la política LGTB, pero desde que escribí el libro tengo muchas amigas lesbianas. Muchas lesbianas han sido marginadas dentro del movimiento LGTB. Siempre ha tratado más de lo que quieren los hombres y menos de lo que quieren las lesbianas. Así que esta ideología no turba a los hombres gais. Por supuesto, no digo que todos los hombres lo vean así, pero algunos sí. Les enfadan mucho las mujeres que dicen no a los hombres. Algunos hombres, gais y heteros, no creen que las mujeres sean totalmente humanas. Creen que son actrices de reparto, que el mundo gira en torno a los hombres y sus deseos. Creo –pensando en personas concretas– que la prueba más clara de que tanta gente miente cuando dice que las mujeres trans son mujeres es lo mucho que les interesa lo que desean las mujeres trans. Si pensaran que son mujeres, no les importaría una mierda. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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