La noche del 23 de agosto de 2021, noche de luna llena, la muerte se llevó la vida de Jean-Luc Nancy. Dejó inerte el cuerpo del filósofo, esa forma concreta y efectiva de la existencia humana que hasta entonces había sido el origen y centro de su reflexión.
Las nociones de “corporeidad”, “existencia”, “alteridad” y “comunidad” fueron objeto de disección y deconstrucción de este metafísico. Sus ensayos fueron numerosos, en general breves, versátiles por la abundante cantidad de fuentes de las que bebió, y muchas veces escritos a cuatro manos, o incluso llevados a las prácticas artística y fílmica.
Hay un hilo que atraviesa su pensamiento: la defensa de un sentido continuado de nacimiento, es decir, una invitación a inventar la vida en cada momento, a dar respuesta a por qué nos aferramos a ella.
Lúcido hasta su muerte, con 81 años, abordó el estudio del “Ser” y de “ser en el mundo” desde el cuerpo, especialmente desde que se sometiera a un trasplante de corazón. Esa experiencia la relata y analiza en uno de sus libros más leídos, Corpus (1992), y tiene una enorme influencia en sus obras inmediatas, Le Sens du monde (1993), The Birth to presence (1993) y en otros trabajos de referencia como es L’Intrus (2010), donde aborda la cuestión de la identidad, o su más reciente Un trop human virus (2020), donde demuestra la relación entre cuerpo humano y cuerpo social y deja en evidencia que, desde la modernidad, y de forma intensa con la globalización, la mayoría de las enfermedades proceden de nuestro modo de vida.
Nacido en julio de 1940, en plena guerra mundial, en un pueblecito cercano a Burdeos, su vida intelectual está ligada a Estrasburgo, capital de la Alsacia, de cuya universidad fue profesor durante décadas y a la cual se mantuvo fiel por más que recibió ofertas de otros centros.
Doctor en filosofía con una tesis sobre Kant supervisada por Paul Ricoeur, fue discípulo y amigo de Jacques Derrida, con quien mantuvo una relación intelectual decisiva, como también de Maurice Blanchot con quien cultivó un vivo debate epistolar. Sin embargo, su más cercano duetista fue el también filósofo y crítico literario Philippe Lacoue-Labarthe, con quien escribió a cuatro manos L’Absolu littéraire. Théorie de la littérature du romantisme allemand (1978) y Le Mythe nazi (1991), ambos influidos por el pensamiento de Derrida.
En los últimos meses de vida fue sonado su epistolario electrónico con Giorgio Agamben, para quien el coronavirus podría no diferir de una simple gripe. Jean-Luc Nancy, sin embargo, no dudó de la gravedad y alcance del fenómeno, que comprendió en el seno de una crisis climática y ambiental sin precedentes.
Tuve la inmensa fortuna de conocerlo y tratar con él en 2013. Había venido a Barcelona a impartir una conferencia titulada El alma y el cuerpo, a propósito de una muestra de la obra de Antoni Tàpies. Me invitó a visitar junto a él la exposición. Todavía no había nadie en la sala, abierta expresamente para nosotros. Yo le miraba a él observar las piezas artísticas –aquí una cabeza, allí un brazo, allá un pie–. Él se acercaba y se alejaba en silencio: “la verdad de un cuerpo no está en su unidad”, me explicaría después.
Estaba entonces convencido, y lo estuvo hasta el último de sus días, de que vivimos inmersos en un profundo proceso de cambio de civilización, cuyo comienzo, solo dubitativamente, situaba en torno a finales de los años sesenta del pasado siglo.
Gran conocedor de la tradición filosófica alemana y del pensamiento de Heidegger, tomó de él la noción de “mundo” como una “posibilidad de significación”, lo que trasladado a los tiempos que corren quiere decir que, ante el actual proceso de transformación en el que la humanidad se encuentra inmersa, las sociedades debemos preguntarnos qué queremos hacer con el mundo, con la Tierra, con la humanidad.
Para formular las respuestas vio necesario descubrir un nuevo lenguaje, una nueva manera de hablar sobre el significado de nuestras vidas: “Seamos niños. Recreemos un lenguaje. Tengamos este coraje”, escribió en uno de sus últimos artículos. En ese mismo artículo también resaltó: “debemos aprender a respirar de nuevo”. Sin embargo, a él, en el último momento, le falló el aliento.
Durante las últimas semanas, Jean-Luc Nancy tenía que hacer constantes y complicados viajes entre su casa y el hospital para aliviar su insuficiencia respiratoria, y el lunes por la noche, cuando la luna llena asomaba, dejó de respirar.