Hay dos tipos de críticas al capitalismo. En primer lugar, hay una crítica moral o espiritual que rechaza el Homo economicus como el heurístico que explica los asuntos humanos. Los seres humanos, según esta crítica, necesitan algo más que bienes materiales para prosperar. El poder de cálculo es solo una pequeña parte de lo que nos hace ser como somos. Las relaciones espirituales y morales deberían ser preocupaciones de primer orden. Los arreglos materiales, como una renta básica universal, no cambian nada en sociedades donde las relaciones más básicas se perciben como injustas.
En segundo lugar está la crítica material del capitalismo. Los economistas que lideran las discusiones sobre la desigualdad son sus exponentes principales. La idea del Homo economicus es un punto de partida adecuado para el análisis social. Somos testarudos y malos calculadores, y no somos capaces de aprovechar nuestra ventaja en la distribución racional de la prosperidad a través de las sociedades. De ahí la desigualdad, los salarios de un crecimiento sin control. Pero somos de todas formas calculadores, y lo que necesitamos por encima de todo es abundancia material, y por eso el foco de atención está en corregir la desigualdad material. Si hay abundancia material, lo demás se resuelve solo.
El primer tipo de argumento para la reforma del capitalismo parece recesivo ahora. La crítica material predomina. Las ideas emergen en números y cifras. No existe el debate sobre valores no materiales en la economía política. Los cristianos y marxistas que hicieron suya la crítica moral del capitalismo son minoritarios. El utilitarismo se ha hecho omnipresente y obligatorio.
Pero luego está Amartya Sen.
Casi cualquier estudio prestigioso sobre la desigualdad material en el siglo XXI está en deuda con Sen. Y sin embargo en sus textos sobre la desigualdad material tiene en cuenta los marcos morales y las relaciones sociales que median en los intercambios económicos. La hambruna es el punto más bajo de la privación material. Pero raramente ocurre, según Sen, por falta de alimento. Para comprender por qué hay gente que pasa hambre, no hay que buscar fallos catastróficos en las cosechas, sino más bien disfuncionalidades en la economía moral que regulan la competencia por bienes esenciales escasos. Aquí el problema tiene que ver con la desigualdad material más atroz. Pero las modificaciones graduales en los mecanismos de producción y distribución no acabarán con ella. Hay que arreglar las relaciones entre los diferentes miembros de la economía. Solo entonces habrá suficiente para que convivan todos.
En la obra de Sen, las dos críticas al capitalismo se entrelazan. Nos movemos desde preocupaciones morales hacia resultados materiales y viceversa sin la sensación de que estemos atravesando un umbral constantemente. Sen distingue los asuntos morales y materiales sin favorecer unos u otros, mantiene el foco en ambos.
La separación entre las dos críticas del capitalismo es real, pero es posible a la vez trascender esa división, y no solo desde un punto de vista esotérico.
La mente de Sen es única, y su trabajo tiene muchos seguidores, no solo en los sectores donde predomina el pensamiento utilitario. En los planes de estudio económicos y en las escuelas de políticas públicas, en secretariados internacionales y ONGs humanitarias, Sen ha creado también un nicho de pensamiento que atraviesa unas fronteras tradicionalmente rígidas.
No se trata del logro de un genio solitario ni surge de un carisma extravagante. Sen simplemente utiliza viejas ideas y las combina de manera nueva para resolver problemas emergentes. Su formación en economía, matemáticas y filosofía moral le proporcionó las herramientas necesarias para construir su sistema crítico. Pero la influencia de Rabindranath Tagore le hizo comprender la correlación sutil que existe entre nuestra vida moral y nuestras necesidades materiales. Y una profunda sensibilidad histórica le permitió comprobar que la separación radical entre los dos enfoques es algo temporal.
La escuela de Tagore en Santiniketan, Bengala Occidental, fue el lugar de nacimiento de Sen. La pedagogía de Tagore hacía hincapié en las relaciones articuladas entre la existencia material y espiritual de una persona. Ambas eran esenciales –necesidad biológica, libertad creativa–, pero las sociedades modernas solían confundir la relación exacta entre ellas. En Santiniketan, los alumnos jugaban a explorar de manera desestructurada el mundo natural mientras hacían pequeños excursos en las artes, aprendiendo a comprender sus yoes sensoriales y espirituales como distintos y al mismo tiempo unidos.
Sen era ya un joven adulto cuando dejó Santiniketan a finales de 1940 para estudiar economía en Calcuta y en Cambridge. La gran polémica económica de entonces era la teoría del bienestar, y el debate se vio afectado por la contienda de la Guerra Fría entre mercado y Estado. Sen sentía simpatías por la socialdemocracia pero era un antiautoritario. Los economistas del bienestar de los años treinta y cuarenta buscaban acabar con esas diferencias, e insistían en que los Estados podían legitimar programas de redistribución apelando a principios estrictamente utilitarios: una libra en el bolsillo de un pobre aporta más a la utilidad general que la misma libra en la pila del rico. Aquí estaba la crítica material del capitalismo en pañales, y aquí la respuesta de Sen: maximizar la utilidad no es una preocupación apremiante para nadie –decir eso y luego hacer políticas en consecuencia es una forma de tiranía–, y en cualquier caso usar al gobierno para mover el dinero de un lado a otro en busca de una supuesta condición óptima es una estrategia defectuosa.
La racionalidad económica alberga un tipo de política oculta cuya implementación dañó las economías morales que grupos de gente construyeron para gobernar sus propias vidas, y frustró sus objetivos. En sociedades comerciales, los individuos persiguen fines económicos dentro de determinadas estructuras sociales y morales. Estos marcos morales y sociales no son ni superfluos ni inhibidores. Son, como dicen Sen, “coeficientes de un crecimiento duradero”.
Las economías morales no son neutrales ni no nos vienen dadas, y tampoco son invariables o universales. Cada individuo es más que una fría calculadora de utilidad racional. Las sociedades no son simplemente máquinas de prosperidad. El desafío es entender y hacer legibles las normas no económicas que afectan al comportamiento del mercado, poner en el foco las economías morales sobre las cuales las economías de mercado y los Estados administrativos funcionan.
Pensar que lo material no tiene que ver con lo moral es un planteamiento muy limitado. Pero este modo de pensar no es natural e inevitable, es mutable y contingente: lo hemos aprendido y podemos desaprenderlo.
Sen no era el único que veía esto así. El economista estadounidense Kenneth Arrow fue su interlocutor más importante. Conectó a Sen con la tradición de la crítica moral asociada a R. H. Tawney y Karl Polanyi, que reintegraron la economía en marcos de análisis que tenían en cuenta las relaciones morales y la elección social. Pero Sen veía más claro que ninguno de ellos cómo podría conseguirse esto. Se dio cuenta de que en los inicios de la economía política moderna esta separación entre nuestras vidas morales y nuestras preocupaciones materiales habría sido inconcebible. El Utilitarismo irrumpió como un huracán alrededor de 1800 y arrasó con los fervores morales e instaló un clima de euforia calculadora. Sen estudió este cambio de clima de opinión, y se propuso cultivar ideas de progreso y enfoques que habían sido erradicados.
Ha habido dos críticas al capitalismo, pero debería haber solo una. Amartya Sen es el primer gran crítico del capitalismo del nuevo siglo porque él mismo lo ha dejado claro.
Traducción de Ricardo Dudda.
Publicado originalmente en Aeon. Creative Commons.
Tim Rogan es profesor de historia en St Catharine's College, en la Universidad de Cambridge, y autor de The Moral Economists: R H Tawney, Karl Polanyi, E P Thompson and the Critique of Capitalism (2017).