La fiesta ha terminado: el fin del consenso nacionalista

Hay que colocar en su lugar preciso la "tradición inventada" de los 131 presidentes de la Generalitat catalana: junto a las ficciones de Robert Howard o Tolkien.
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Ha causado cierto revuelo una intervención del diputado Guillermo Díaz en el Congreso, aludiendo con humor a la “tradición inventada” de los 131 presidentes de la Generalitat catalana y situándola en su lugar preciso: junto a las ficciones de Robert Howard o Tolkien. No vamos a perder tiempo aquí detallando lo obvio: que la Generalitat medieval era una diputación general, una institución estamental sin relación alguna con la actual administración autonómica ni con la del período republicano, y dedicada a la recaudación de impuestos para la corona de Aragón; que los supuestos “presidentes” anteriores a 1931, en realidad diputados eclesiásticos, no eran elegidos como tales ni tenían poderes ejecutivos; y que la tradición, en este caso, se inventó para dotar de legitimidad y de poso histórico a un administración de nuevo cuño, sin precedentes, inserta en y creada por un Estado moderno como era la España de principios del siglo veinte. Por cierto, a propuesta de un socialista, Fernando de los Ríos, y para contentar a Macià con una dosis de medievalismo. Todo esto se ha explicado hasta la saciedad, es obvio para cualquiera que tenga una noción básica de historia política, y solo puede ser objeto de controversia a causa del ambiente enrarecido en que nos movemos siempre que hablamos de legitimidades.

El interés del caso, por tanto, no reside para mí en un fondo que admite poca duda, sino en lo que representa este detalle. Durante tres décadas, los varios pactos tácitos y explícitos entre las élites nacionalistas catalanas y las élites políticas nacionales han permitido la definición de unos marcos discursivos, los del catalanismo, asumidos transversalmente. La fase turbo del Procés desde 2012 tan solo ha llevado a su conclusión lógica algunas de las potenciales derivaciones de ese discurso dominante.

En la prensa de la época se pueden encontrar los ordinales adjudicados a Tarradellas y Pujol (114º y 115º) en sus respectivas investiduras del 78 y el 80. La lista de presidents de la Generalitat (a)histórica circula al menos desde 2003, y no sorprenderá a nadie que su autor sea Agustí Alcoberro, actual vicepresidente de la ANC. Como señalaba Quim Coll en el artículo de 2015 enlazado arriba, Artur Mas se permitió blasonar de ser el 129º presidente en un viaje a EEUU frente a un pobre Obama que apenas llegaba a 44º. Y, en la actual fase populista-delirante del procés, que se apunten al medievalismo y las tradiciones atávicas de cartón piedra dos tipos como Puigdemont, con sus obsesiones carolingias, o esa mezcla de Enoch Powell y George Costanza que es Torra, es también cualquier cosa menos sorprendente.

Pero los equilibrios sobre los que se asentaba el pacto autonómico en Cataluña saltaron definitivamente por los aires el otoño pasado. Cuando se recupere la convivencia, y es previsible por desgracia que ese momento quede aún lejano, se asentará sobre un equilibrio distinto. Un equilibrio que aún no podemos vislumbrar, pero que sin duda incluirá una visibilidad inédita de los discursos ajenos al catalanismo anterior, y más acorde a su peso demográfico real.

Lo que hoy no puede ocultarse es que los significados y los símbolos van a ser, están siendo ya, objeto de un combate. Se va a pelear por cada marco, cada idea y cada palabra, porque ahora hay al otro lado quien está dispuesto a hacerlo. Los 131 presidentes fake de la Generalitat son un episodio, seguramente menor, o quizás no tanto, de esa disputa.

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Jorge San Miguel (Madrid, 1977) es politólogo y asesor político.


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