En 1969, Carol Hanisch escribió un ensayo que se convirtió en un eslogan de los años setenta: The personal is political. Hanisch, que formaba parte de los movimientos de liberación femenina, lo escribió como comentario interno para la sección feminista de la Southern Conference Educational Fund, donde trabajaba para establecer un movimiento feminista en el Sur de los Estados Unidos. El título no era suyo, sino que es mérito de los editores del librito Notes from the Second year: women’s liberation, donde se publicó posteriormente y se hizo famoso.
El texto era una respuesta a las críticas que había recibido el grupo feminista de Hanisch desde otros movimientos radicales. Se les acusaba de organizar eventos de “terapia personal” para hablar de cosas privadas. “Nos menospreciaban -escribía Hanisch en 2006- por traer nuestros ‘problemas personales’ al debate público, especialmente esos ‘problemas del cuerpo’ como el sexo, la apariencia y el aborto”. Los mayores críticos eran los marxistas, que supeditaban toda emancipación a las condiciones materiales y a la ruptura con el capitalismo. La pelea era entre los que hacían terapia y los que hacían política. Para Hanisch, el movimiento feminista debía combinar los dos enfoques, el identitario y el material.
La frase “Lo personal es político” fue esencial para la segunda ola del feminismo. Hay muchos aspectos personales que son políticos. A menudo son derechos fundamentales, que no dependen del interés general o del ciclo político: libertad sexual, libertad de culto, libertad de expresión, derecho a la intimidad… Para un homosexual en Irán, lo personal es muy político. Para una mujer que desea tener un hijo, lo personal es político: una decisión individual tiene muchos enfoques políticos (la brecha salarial, en buena medida, la causa la maternidad y la falta de medidas de conciliación). Pero a veces en las sociedades occidentales la idea de que lo personal es político es una excusa para la moralización o el narcisismo. Como explica Mark Lilla en El regreso liberal, hemos pasado de pensar que lo personal es político a que lo político es solo lo personal:
La Nueva Izquierda interpretó originalmente el eslogan Lo personal es político más o menos de una manera marxista para referirse a que todo lo que parece personal es de hecho político, que no hay esferas de la vida exentas de la lucha por el poder. Pero la frase podría también interpretarse desde su sentido opuesto: pensamos que la acción política es de hecho nada más que actividad personal, una expresión de mí y de cómo me defino a mí mismo.
Hay minorías que reivindican que su mirada o experiencia se tenga en cuenta: las políticas de la identidad pueden ser una buena estrategia para visibilizar colectivos que no formaban parte del mainstream. Pero esta posición se ha extendido y tergiversado. Lo que buscan muchos es que su vida privada sea norma pública. A menudo es una actitud que sigue la idea infantil de que lo que me funciona a mí ha de funcionar necesariamente a los demás. Es la idea de que si no está politizada mi privacidad e individualidad es que mis derechos no están bien defendidos. El “interés general” ha sido históricamente limitado: hay quienes afirman que, en cierto modo, era el interés de los hombres blancos heterosexuales. Pero la solución no debería ser caer en otro solipsismo.
Hay una idea adanista detrás de la politización del testimonio personal: soy el primero en experimentar esto, debe saberlo todo el mundo. Y no solo saberlo, sino que debe estar en el debate público. ¿Es necesario politizar las emociones individuales, difícilmente intercambiables? Esto no es un alegato contra el género autobiográfico o testimonial; es contra la idea de que el testimonio es válido per se, de que la sensación particular puede fácilmente extrapolarse. Hay una diferencia entre hablar desde la experiencia para apelar a lo universal y hablar desde la experiencia para imponerla como lo universal.
Esta visión ha afectado mucho al periodismo. En los medios cada vez son más frecuentes los análisis a partir de la experiencia personal. En un artículo muy polémico y muy pobre periodísticamente, una periodista narra la historia de Grace (el nombre real lo ocultó), que dice que pasó la peor noche de su vida con el actor Aziz Ansari. Aparentemente, Ansari no supo ver la incomodidad de Grace en mitad del sexo. Hubo muchas dudas en la prensa sobre la necesidad de publicar algo así. Pero siempre se justificaba diciendo que, si no era acoso o abuso sexual lo que sufrió Grace, al menos serviría de advertencia para los hombres (no seáis así) y para las mujeres (cuidado, es un aliado feminista pero le gusta follar delante del espejo y meter la mano en la boca). Un individuo deja de ser un individuo, su privacidad deja de importar, y se convierte en una abstracción y en un vehículo para la causa. Toda experiencia privada sirve para la moralización pública.
Lo personal es político, y la política es dogma. Esto convierte el diálogo en una sucesión de monólogos, y hace que el desacuerdo moral sea más frecuente. Y, si todo lo personal es político, es aceptable la invasión de la privacidad. Es la actitud clásica de vigilancia de la vida privada de los personajes públicos, en la que un famoso es antes famoso que individuo. Siempre ha existido en Estados Unidos. La prensa más seria está obsesionada con la personalidad de sus presidentes y políticos, con el carácter personal. En EEUU no se acepta un presidente soltero. ¡Y menos ateo! Lo personal siempre es político, y la política es personal, es el Hola! (Aunque en el caso de Trump, su vida privada importó poco).
A menudo esta actitud de moralidad pública recuerda a los conservadores cuya conciencia les impide aceptar determinados comportamientos privados. En un famoso monólogo, Louis CK se mofaba de los padres conservadores que dicen “¿Y cómo voy a explicarle a mi hijo que dos hombres se pueden casar?” Louis C.K. responde: “Yo qué sé. Es tu puto hijo. Díselo tú. ¿Por qué es un problema de los demás? ¿Dos tíos están enamorados y no pueden casarse porque tú no quieres hablar con tu horrible hijo durante cinco putos minutos?”
La política (institucional y no) lo inunda todo. Todos somos un poco activistas y comisarios políticos en nuestro día a día. Pero creo que es necesario reservar espacios libres de política. Uno de ellos es la vida privada, donde no somos siempre referentes morales universales.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).