Entrevista a David Wallace-Wells. “No solo necesitamos reducir nuestras emisiones, tenemos que eliminarlas por completo”

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En El planeta inhóspito (Debate), David Wallace-Wells –ensayista y periodista de la revista New York– habla de cómo puede afectar el cambio climático al planeta y, sobre todo, la vida de nuestra especie. Su libro es una descripción informativa y sobrecogedora de los efectos y a la vez una llamada a la acción, donde Wallace-Wells alerta del poco tiempo que queda para mitigar las peores consecuencias.

Cuando explica la magnitud del problema dice: no es un crimen, es una conspiración. Es mucho más amplio de lo que normalmente pensamos.

Tendemos a pensar en el calentamiento global como un solo asunto, pero es mucho más complejo. Es el teatro en el que sucede nuestra vida entera. Tiene un impacto sobre prácticamente cualquier cosa que mires o que te importe. Cada aspecto de la vida moderna cambiará si no hacemos ajustes importantes. Y todavía no lo entendemos. Pensamos que es un asunto entre otros muchos, y que produce desafíos discretos como el aumento del nivel del mar, el tiempo extremo o los incendios. Es mucho más importante verlo como el sistema que gobierna todo lo que hacemos en el planeta, y que dejará una marca muy profunda en todos los aspectos de la vida. No solo las cosas que asociamos con el clima, sino nuestra política y nuestra geopolítica, la cultura, la idea de nuestro lugar en la naturaleza y la relación con la historia.

En el libro es esencial la idea de la aceleración.

En cierta manera ayuda ver que el clima cambia más deprisa, porque durante mucho tiempo los científicos solo hablaban de que iba a ocurrir en el futuro. Mucha gente no entendía la urgencia. En los últimos años empezamos a ver los impactos en nuestra vida, en la televisión y en los periódicos. Ha tenido un impacto político muy poderoso. Pero viene con un aspecto grotesco y trágico. Esos fenómenos dañan a gente de todo el mundo. Hogares quemados o inundados; comunidades agrícolas devastadas; islas arrasadas por huracanes.

Pero no han cambiado nuestros patrones.

En 2018 establecimos un récord de emisiones de dióxido de carbono. Casi seguro que en 2019 veremos lo mismo. No solo no avanzamos en la dirección correcta. Vamos en dirección equivocada. En los últimos treinta años hemos entendido todo lo que hay que entender para actuar y no hemos hecho nada. Mucha gente asume tranquilamente que entender el problema es suficiente. Pero lo que sabemos del pasado sugiere que entender no vale de nada.

No se trata de salvar el planeta, explica. El planeta se salvará. Lo que peligran son las condiciones que hacen tolerable la vida humana.

La vida será terrible, muy difícil y muy dura en muchas partes del planeta. Por eso este libro da miedo.

¿Le preocupa desalentar? Uno puede pensar: entonces igual hay que adaptarse, porque no se sabe cuánto se puede mitigar…

Mucho. Es importante tener en la cabeza que la escala de los impactos, que puede parecer paralizante, es un reflejo del poder que tenemos sobre el clima. Si llegamos a, digamos, cuatro grados de calentamiento, eso será por lo que hemos hecho, por decisiones que hemos tomado colectivamente. Y eso significa que, al menos teóricamente, podemos tomar decisiones que produzcan resultados distintos. Hemos producido una cantidad inédita de calentamiento, y el planeta es más cálido ahora que en ningún momento de la historia humana. Todo lo que hemos dado por sentado como elementos permanentes de la vida humana son ahora proposiciones inciertas.

Y la temperatura va a subir; hagamos lo que hagamos, probablemente subirá considerablemente. Un aumento de las temperaturas que tú y yo consideraríamos insoportable es inevitable. La diferencia entre dos grados, que según los científicos sería catastrófico, y cuatro, que es mucho peor, es importante. La cuestión no es que si cruzamos el umbral de la catástrofe da igual dos o cuatro. Dos grados provocarán un sufrimiento que carece de precedentes en la historia humana. Los científicos dicen que morirían ciento cincuenta millones de personas por la contaminación atmosférica. Los daños de las tormentas se multiplicarían por cien, habría cientos de millones de refugiados del clima, ciudades del sur de Asia y de Oriente Medio serían prácticamente inhabitables. Pero con cuatro grados las cosas son mucho peores. Podemos tener las dos ideas en la cabeza a la vez: un nivel de sufrimiento horrible es inevitable, pero tenemos la capacidad de limitar el calentamiento y su efecto. En último término, deberíamos sentirnos imbuidos de fuerza por los hechos. Seguimos controlando la historia. Y si llegamos a un resultado que nos asquea o nos horroriza, probablemente solo podamos echarnos la culpa a nosotros mismos. Puede que eso no sea muy alentador, pero es preferible a la alternativa. Los escépticos dicen: igual el planeta se calienta, pero no por la actividad humana. Y, bueno, sabemos que es por ella. Pero si no fuera así, sería todavía peor, porque estaríamos en esta trampa suicida sin ningún control. Al menos sabemos que lo que causa el problema es lo que hacemos con el dióxido de carbono, y que va a ser así en un futuro próximo. En algún momento venidero, podemos pasar umbrales a partir de los cuales las emisiones naturales se impongan y contribuyan más al problema que las emisiones humanas, pero de momento somos los autores.

También habla de las ineficiencias, del desperdicio. El agua es un caso claro.

Es un ejemplo útil porque no es en sí un asunto del clima. Es una cuestión política, que empeorará a causa del clima. Hasta cierto punto es una buena forma de pensar en el asunto en general. Tenemos la capacidad de tomar el control de esta crisis, afrontarla en la escala necesaria y asegurar el sustento y bienestar de casi cualquiera en el planeta, si tenemos las prioridades políticas correctas. Pero no es lo que pasa. De manera similar, con la comida y la energía que desperdiciamos, si lográsemos desarrollar un sistema cultural, económico, político que redujera el desperdicio drásticamente, tendríamos un problema mucho menor entre manos. En Estados Unidos se desperdicia al menos la mitad, quizá dos tercios, de la comida que producimos. Dos tercios de la energía que generamos se pierde. No hay razón para que esas pérdidas sean tan significativas. Quizá no podamos llegar a no malgastar nada, pero podemos reducir de forma dramática ese desperdicio, y por tanto reducir el número de emisiones. Teóricamente podríamos tener un sector energético que produce la misma cantidad de electricidad, y tener un 30% o un 40% menos de emisiones de dióxido de carbono sin hacer una transición a las renovables, haciendo nuestro sistema más eficiente. Por otro lado, es importante entender que la eficiencia creciente y la reducción de emisiones solo es importante como forma de comprar tiempo. Porque no solo necesitamos reducir nuestras emisiones, tenemos que eliminarlas por completo. Aunque estemos produciendo una mínima fracción de las emisiones que producimos hoy, el 5 o el 10%, seguiremos calentando el pla- neta. Y si queremos estabilizar el clima y detener el calentamiento global hay que cambiar todo el sistema. No solo producir un 30% menos sino un 100% menos. Es un obstáculo conceptual. Mucha gente, incluso los que están implicados en el clima y preocupados, no se da cuenta de que no es una cuestión de bajar, sino de llegar a cero. Y necesitamos hacerlo tan rápido como sea posible. En último término, es más una cuestión de política y políticas públicas que de acción individual. Por eso es angustioso que en tantos países del mundo y a nivel internacional nuestra política esté tan rota, que parezca tan difícil imaginar la manera de alcanzar este tipo de transformación.

Países menos desarrollados que los occidentales dicen: tenemos derecho a ese proceso de desarrollo.

Durante mucho tiempo se veía así. Y en Occidente teníamos que decidir entre desarrollarnos más deprisa o de forma más responsable. La sabiduría económica convencional ha cambiado mucho en los últimos años, de manera que casi todos los economistas del mundo te dirán que ahora nos irá mejor si actuamos más deprisa que si actuamos más despacio. Han revisado las estimaciones del daño que va a causar el clima. Ven muchas más oportunidades en la acción rápida que hace unos años. Eso tiene que ver con el precio de las renovables, entre otros cambios. Ocurre en los países desarrollados pero también en países en vías de desarrollo. Indonesia es un caso representativo. En los últimos veinte años han doblado su renta per cápita, han reducido a la mitad su tasa de pobreza. Como en muchos países, ha sido a través de la industrialización, lo que significa que también han doblado sus emisiones. Han presentado un plan donde dicen que pueden reducirlas a la mitad en 2030, lo que los pondría por encima de los compromisos del Acuerdo de París, y seguir creciendo al 6% anual, más rápido que el 5% anual al que han crecido en los dos últimos decenios, en los que han doblado su renta. Hay muchos países que hacen declaraciones así y luego no las cumplen, o no funciona como pensaban. Pero que se planteen esa propuesta representa una enorme diferencia con respecto a lo que habría hecho cualquier otro país hace unos años. Hay una forma de pensar parecida en el mundo desarrollado. Ha habido compromisos de Gran Bretaña, Noruega, Dinamarca y Finlandia hacia objetivos de cero emisiones. No sé hasta qué punto son realistas. Pero es una señal de que entienden la dinámica económica de otro modo y que ven un beneficio en avanzar hacia allí rápidamente. La sabiduría económica convencional que durante mucho tiempo limitó la acción climática ahora pide una acción más agresiva. Empezamos a ver eso en términos de políticas públicas.

Otro problema es la ley internacional en sí. Se firman compromisos pero luego no se respetan.

Ahí hay menos espacio para el optimismo. Hablábamos del Acuerdo de París. Por supuesto, ningún país importante del mundo está en el camino de respetar esos compromisos. Entramos en un periodo en el que todo el mundo tiene que elevar sus compromisos con promesas más ambiciosas. Y veremos qué ocurre. Es difícil creerles cuando sabes que la última ronda fue totalmente ignorada. También es problemático que los ciudadanos de España no vivan en un clima determinado por la política del gobierno español, sino por las políticas de China, India, Estados Unidos y el resto del mundo. Esto hace que la acción política resulte bastante complicada. Los incentivos de cada país individualmente no están alineados con el bienestar del planeta en su conjunto. Aunque los líderes de, digamos, el gobierno español estén de acuerdo en que todos estaríamos mejor con menos calentamiento, eso no significa necesariamente que vean un incentivo a corto plazo y en su beneficio en el hecho de actuar más rápidamente; igual les parece lo contrario. Necesitamos un marco legal global que organice y coordine el movimiento de todos esos países. Estamos bastante lejos de eso. Vemos algunos movimientos en esa dirección, por ejemplo cuando vemos a Macron amenazando con cancelar el acuerdo con Mercosur a causa de los planes de Bolsonaro con el Amazonas. Y vemos al secretario general de la onu, Antonio Guterres, diciendo que ningún país que esté abriendo nuevas centrales de carbón puede hablar en la onu, al menos durante la cumbre del clima. Son ejemplos inéditos de líderes mundiales que hacen del clima una parte central de la diplomacia internacional. Y vamos a ver mucho más de eso. Del mismo modo que después de la Segunda Guerra Mundial desarrollamos un orden global internacional construido sobre el principio de los derechos humanos, y en menor medida el libre mercado y el comercio libre, y hubo conflictos internacionales sobre cómo se comportaban los países con respecto a esos principios y prioridades. A veces los derechos humanos eran la coartada de conflictos que los países querían tener por otras razones. Veremos lo mismo en el clima. Había algo de eso en la disputa entre Macron y Bolsonaro.

Con respecto al Amazonas, esos fuegos no eran especialmente importantes. Esa tierra ya había sido deforestada. La quemaban granjeros como parte de su ciclo agrícola regular. Tuvo algo de teatro político. Y Bolsonaro respondió del mismo modo, para enfrentarse a las fuerzas del globalismo. Vamos a ver muchos más conflictos de ese tipo, donde los líderes hacen gestos retóricos y tienen disputas sobre el cambio climático, sin modificaciones significativas en la política subyacente. Justin Trudeau declaró una emergencia climática y al día siguiente aprobó un nuevo oleoducto. Hace poco pensaba que los tratados de no proliferación nuclear pueden ser un modelo. Una iniciativa dirigida por Estados Unidos y China, las superpotencias del mundo en este caso, puede ser una forma más eficiente de organizar la acción global. Necesitaríamos un movimiento significativo para imaginar ese tipo de negociación sobre el clima, porque de momento las emisiones siguen creciendo. China ha invertido mucho en energías renovables, pero también abre centrales térmicas de carbón. Y en Estados Unidos tenemos en este momento a un presidente que se presenta como enemigo del medio ambiente, de forma tan extrema que incluso las industrias que deberían beneficiarse de sus políticas dicen que quizá sean demasiado extremas, lo que hace que te preguntes: ¿a quién se dirige? Quizá en unos años, con un presidente distinto y otro clima político en China, podamos ver avances en ese enfoque bilateral. Pero veremos.

Dentro de los países hay problemas también. Francia no pudo poner un impuesto al dióxido de carbono el año pasado tras las protestas. Otra cosa que dice en el libro es que a veces damos importancia a iniciativas individuales que dan más autosatisfacción que resultados.

En Occidente, a lo largo de las últimas décadas, hemos llegado a creer, por lo que nos ha enseñado el neoliberalismo, que dejamos huella en el mundo a través de lo que compramos y consumimos, no a través de la política. Tendemos a pensar en asuntos como el cambio climático evaluando si nos comportamos responsablemente como individuos, si somos buena o mala gente, no en términos de lo que resulta más efectivo. Casi nada de lo que hagamos como individuos importa tanto. Volar es una especie de excepción. Si vives en España o Estados Unidos, aunque hagas los ajustes más drásticos a tu vida individual, todavía impones una huella de carbono significativa al planeta. No hay forma de vivir en una sociedad rica sin perjudicar al clima. Eso, para mí, significa que necesitamos algún tipo de renovación de la estructura de esas sociedades, para que gente como nosotros podamos elegir no entre grados de ser villano, sino entre un conjunto de opciones que nos permitan ser más responsables. Avanzamos en la buena dirección, pero demasiado despacio.

Me parece desafortunado habernos centrado en cuestiones de comportamiento individual, porque nos distrae del verdadero proyecto, que es el cambio político a gran escala. Si tenemos alguna esperanza de responder a la crisis, en la escala necesaria, hay que producir cambios a nivel político. Tú y yo podemos reducir nuestra huella de carbono un poco, si comemos menos carne, volamos menos, pero no podemos crear una nueva red eléctrica, no podemos rehacer por completo el sistema o inventar un nuevo tipo de avión. Se necesitan cambios transformativos. Lo más importante que puede hacer cada individuo es implicarse políticamente para producir esos cambios. Por la escala que se necesita, no podemos abordar el asunto con un movimiento de masas de estilo de vida individual. Debe dirigirse a través de la política y las políticas públicas.

Podemos comprar algo de tiempo si la huella de carbono se reduce, y para los líderes en el asunto del clima es políticamente útil decir que podemos vivir de forma responsable y cómoda, y vivir su vida de una manera que lo ilustre. Por otro lado, si te presentas como activista del clima y dices que debes ser vegano, que nunca debes viajar en avión, alienas a un gran número de gente preocupada por el asunto, pero que no está dispuesta a transformar por completo su vida, y quiere ver una nueva forma de política y de políticas públicas. Quiere vivir básicamente como hasta ahora pero sin destruir el mundo. Los cambios que necesitamos son tan grandes que no podemos alcanzarlos con el apoyo de solo el 10 o el 15% del público. Tenemos que abrir las puertas a tanta gente como sea posible, en vez de decir que son hipócritas.

De hecho, creo que esa acusación de hipocresía en la mayoría de los casos es un error, estratégico e intelectual. La política está diseñada para ayudarnos a vivir mejor y ser mejores, vivir de forma más responsable, mejor que si lo hiciéramos solos. Por eso recaudamos impuestos y pagamos colegios públicos y sanidad pública, y hasta cierto punto el gasto militar. Entendemos que son bienes sociales que nos benefician a todos. No pedimos a la gente: dona todos tus ingresos para el sistema escolar. Tenemos sistemas políticos que organizan estas prioridades y el cambio climático no debería ser diferente. No deberíamos pedirle a la gente que transforme radicalmente su vida como individuos, deberíamos intentar provocar un cambio en nuestra política y añadir las contribuciones de los individuos después. Y no decirle que es hipócrita. Hay acciones que pueden ser distracciones, especialmente cuando te llevan a centrarte en el consumo de plástico o reciclables, que tienen relación con el cambio climático, pero en sí no son asuntos centralmente climáticos. Me gustaría ver los océanos y los ríos limpios de plástico. Pero si para estabilizar la temperatura a 1,5 o 2 grados tengo que vivir con todo ese plástico, aceptaría el trato. Y creo que cualquiera que entienda la amenaza que representa el cambio climático debería aceptarlo, porque da mucho más miedo que el asunto de la contaminación del plástico, que es, creo yo, ante todo un problema estético. Tiene algunas consecuencias para la salud, afecta a los océanos. Hay que preocuparse. Pero el impacto es comparativamente limitado frente al aumento de la temperatura. Deberíamos esforzarnos más por entender la jerarquía de prioridades al abordar nuestra relación con el ambiente.

Personas preocupadas por el calentamiento defienden la energía nuclear, pero también genera muchas prevenciones.

No deberíamos jubilar las centrales nucleares, en este momento son la fuente más grande y fiable de energía que no genera dióxido de carbono. Y cerrarlas antes de tiempo en muchos casos significa que tenemos que recurrir a fuentes más sucias. Quizá en el futuro las re- novables crezcan lo bastante para absorber parte de esa capacidad. Pero de momento hacen que el desafío de llegar a las cero emisiones sea más difícil.

La cuestión de las nuevas nucleares es más complicada, porque de momento la energía nuclear es más cara. Y hay quien dice: bueno, es necesario tener nuclear porque las renovables no son fiables y hay partes del mundo que no tienen mucho acceso a ellas. Hay una especie de techo, diría que el 80% de lo que necesitamos. Y tenemos que llenar el resto, ese 20%. Soy ambivalente. No sé del todo cómo pensar en este asunto. Tiene más sentido invertir en renovables que en nucleares. También creo que podemos resolver esos problemas sobre las renovables. Y si vamos a invertir en innovación para desarrollar una nueva forma de tecnología más barata que las existentes, puede tener más sentido invertir en extender la capacidad de la nueva energía renovable. Pero también tenemos, culturalmente, una resistencia hacia la energía nuclear que no es merecida. A mucha gente le incomodan las plantas nucleares. Piensan en accidentes, hay una relación psicológica con la guerra nuclear. Pero, si miras los datos, no se sostiene. Más gente muere cada día a causa de la contaminación por la quema de combustibles fósiles que en la historia entera de los accidentes nucleares. Aunque consideres el peor caso, los desastres, la tasa de muertes es bastante pequeña. Hay unos márgenes. Pero si Chernóbil está en los miles, Fukushima es mucho menor. Y creo que sería mejor tener una valoración más realista de los riesgos y entender que, en general, la energía nuclear es muy segura. E incluso aunque haya un desastre, no es tan malo. Pero aunque pensemos más racionalmente so- bre la energía nuclear, tiene más sentido el progreso con las renovables (igual es una suerte, dada la resistencia). Si realmente dependemos de lo nuclear, habrá que superar esa resistencia. Así que podría ser más fácil centrarnos por ahora en las renovables.

El cambio climático afecta a muchas cosas: conflictos, guerras. La desigualdad tiene unas consecuencias devastadoras. También dice en el libro que nos cuesta pensar en el colapso de las civilizaciones, pero es algo que ocurre.

Nada de lo que está mal o roto mejorará gracias al cambio climático. Al contrario, empeorará. Y el otro lado es que todo lo que es bueno puede mejorar si lo frenamos.

Es importante tener una idea amplia de esto como la fuerza que define las décadas que tenemos por delante. Ni siquiera podremos hablar de desigualdad global sin hablar de impactos climáticos, ni de hambre o conflicto sin asociarlo también con el clima. Estas transformaciones que los científicos dicen que son inevitables también son impensables para nosotros. Una de las razones por las que no hemos podido actuar hasta ahora es que incluso a nivel individual es difícil imaginar cómo sería tener trescientos millones de refugiados, o el doble de guerra y la mitad de comida. Son impactos que exceden nuestra imaginación. Es un desafío para nuestra psicología individual, es un desafío para la política nacional, para la geopolítica. Hay obstáculos y es casi seguro que no seremos lo bastante rápidos como para evitar algunos resultados aterradores.

El problema obliga a pensar cómo cambiamos nuestra política, nuestra tecnología, nuestra economía, y también pienso en cuánta empatía podemos generar y cuánto foco podemos darle desde las partes ricas o poderosas a los que sufren en otro lado. Lo más probable es que normalicemos, compartimentemos y deshumanicemos a los que viven en el sur global, y escojamos vivir en burbujas donde no pensemos mucho en eso. El cambio climático probablemente aumentará el problema. Si revela que somos incapaces de tener verdadera empatía humana, que nos mueve sobre todo un sentido muy limitado del interés propio, quizá esa sea la mayor tragedia de todas. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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