Jóvenes que no pueden dejar de serlo

Los jóvenes españoles tienen dificultades para emanciparse y tardan mucho en tener hijos. Entre las causas se encuentran particularidades del mercado de trabajo y determinadas políticas.
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Es difícil definir la frontera final de la juventud. Hay una convención en las ciencias sociales en emplear la barrera de los 35 años. Una de las razones por las que se usa este punto como referencia es porque a partir de esta edad la mayoría de decisiones sobre la formación de un hogar (distinto al que vio nacer y crecer a la persona en cuestión) están tomadas. La juventud es un concepto multifacético, y la conformación de nuevas unidades familiares es una parte integral del mismo. Se trate de hogares unipersonales o familias monoparentales o biparentales con más o menos hijos, el paso a la edad adulta se caracteriza por asumir uno de estos roles, que no tiene por qué ser definitivo, pero que sí tiende a convertirse en estable.

Sin embargo, una particularidad (más) de la juventud española es hasta qué punto retrasa este tipo de decisiones en sus dos dimensiones principales: la emancipación del hogar paterno (y adquisición de un espacio propio, sea por compra o por alquiler) y la posibilidad de tener hijos.

Vivienda y emancipación en tiempos de recesión

En general, el primer paso para formar un hogar es emanciparse, o al menos intentarlo. En España, la vía más habitual era comprar una vivienda. Nuestro país tiene una de las tasas más altas de casas en propiedad del mundo desarrollado. Según los últimos datos de Eurostat, el 78,2 por ciento de los españoles posee un domicilio. El promedio de la Unión Europea está por debajo, en 69,5 por ciento. Aún más lejos quedan países como Alemania (51,9 por ciento), Austria (55,7) y Dinamarca (62,7). Por encima de nosotros se encuentra toda la Europa poscomunista, pero ninguna nación del ámbito occidental.

Pero comprar una vivienda no ha sido tarea fácil durante estos últimos años. Cuando los jóvenes españoles disponían de una situación laboral mejor que la actual, los precios del suelo estaban en máximos históricos a causa de la burbuja inmobiliaria. Y cuando esta reventó, la capacidad adquisitiva de la juventud se hundió. En aquel momento, el porcentaje de propiedad se acercaba al 85 por ciento. El descenso de más de cinco puntos porcentuales es sustancial. Es importante resaltar que desde el inicio de la Gran Recesión hasta ahora el ratio entre precios de compra y alquiler ha bajado. Según datos del portal inmobiliario Idealista, en el segundo trimestre de 2007 este ratio se encontraba en 3,2 para Madrid o Barcelona. Es decir: comprar salía 3,2 veces más caro que alquilar, aun teniendo en cuenta alquileres a largo plazo, y comparando siempre valores por metro cuadrado. En el mismo trimestre de 2016, el valor había bajado a 2,1. Aunque comprar sale todavía más caro que alquilar, la brecha se ha ido cerrando. Mientras, la demanda de la vivienda en alquiler (y, por desgracia, los precios) ha aumentado.

El aumento en popularidad del alquiler es algo relativamente nuevo. Antes del estallido de la burbuja, la falta de acceso de los jóvenes a una vivienda solía relacionarse con los altos precios del metro cuadrado en venta. El camino por defecto hacia la independencia económica y familiar pasaba por comprar una casa o un piso, mientras que el alquiler solía entrar en los cálculos a corto plazo más que en los de quien buscaba formar un hogar. Un efecto colateral del fin del boom del ladrillo ha sido una reconsideración generacional de la necesidad de comprar una vivienda, aun a pesar del descenso de precios que ha traído el cambio de ratio.

Sin embargo, esto no quiere decir que las tasas de emancipación hayan crecido. Al contrario: desde que empezó la crisis el porcentaje de jóvenes que abandona el nido familiar no ha parado de disminuir. El economista Florentino Felgueroso calculaba que en 2016 menos de un 22 por ciento de los menores de treinta años había dejado el hogar paterno, frente al casi 31 por ciento de 2007. Esto no es de extrañar. Varios estudios muestran que las recesiones no son buenas para la emancipación. Kwan Ok Lee y Gary Painter han estimado que la probabilidad de que un menor de treinta años forme un hogar independiente desciende entre uno y nueve puntos porcentuales durante una crisis (la caída es más grande cuanto menor sea la persona considerada). Si además el individuo está en paro, dicha probabilidad llega a descender hasta once puntos porcentuales.

((Kwan Ok Lee y Gary Painter, “What happens to household formation in a recession?”, ires Working paper series, febrero de 2012. ))

Hay que tener en cuenta que este fenómeno no es igual para todos: Namkee Ahn y Virginia Sánchez-Marcos encuentran que si tenemos en cuenta a la población de entre 18 y 40 años el porcentaje de personas que ya no vive con sus padres habría aumentado ligeramente desde 2005.

((Namkee Ahn y Virginia Sánchez-Marcos, “Emancipation under the great recession in Spain”, Papers de trabajo de la Universidad de Cantabria, 2015. ))

Sin embargo, este incremento se debe sobre todo a los trabajadores a tiempo completo, no a los parados ni a aquellos con empleos a tiempo parcial. El mercado laboral, de nuevo, actúa como selector de oportunidades: en una crisis, aquellos que consiguen mantener su puesto de trabajo pueden aprovecharse de las oportunidades que surgen.

En cualquier caso, en España las tasas de emancipación son más bajas que las del resto de países de nuestro entorno. Si ponemos en común los datos de Eurostat, la oficina nacional de estadística del Reino Unido (ONS) y la de Estados Unidos (US Census Bureau) resulta que los únicos países que tienen tasas de emancipación menores a las nuestras están en Europa del este (Hungría, Eslovaquia, Rumanía) y del sur (Grecia, Italia, Portugal, Malta). Dentro de ese universo no estamos tan mal posicionados, pero el espacio que queda por cubrir hasta alcanzar a Alemania, Francia o Bélgica es muy grande: por ejemplo, entre nuestros vecinos del norte solo un 11,5 por ciento de las personas de entre 25 y 34 años vivía entonces con sus padres, frente a más de un 37 por ciento en nuestro caso.

(( Jason Karaian, “Who’s still living with their parents?”, en Quartz, 22 de enero de 2014. ))

En resumen: durante la crisis, los jóvenes españoles han formado hogares independientes a un ritmo cada vez más lento. Y parece que los problemas con los que se han topado en el mercado laboral ayudan a explicar por qué, a pesar del descenso en el precio del metro cuadrado y de la mayor propensión al alquiler.

Antes de continuar, conviene recordar que la relación entre mercado laboral y vivienda en propiedad es una calle de doble vía. De acuerdo con varios estudios,

((Por ejemplo, el trabajo del economista Markus Haavio, “Housing markets, borrowing constraints and labor mobility”, publicado en 2002 como parte de un programa de investigación del departamento de Economía de la Universidad de Helsinki, dentro de la Unidad de Investigación en Estructuras y Crecimiento Económico (RUESG). ))

 poseer casa propia en lugar de alquilar podría reducir la movilidad laboral, pues estar atado a una inversión tan grande como una vivienda tiene una serie de consecuencias. Primero, complica vender o alquilar a buen precio durante una recesión. Y segundo, reduce el espacio de búsqueda de empleo a lugares relativamente cercanos a la casa (porque reduce la probabilidad de mudarse de ciudad). De esta manera, es posible que los jóvenes que sí llegaron a emanciparse durante la burbuja, sobre todo aquellos que lo hicieron a precios elevados en particular (quedando con hipotecas altas que cubrir) y después perdieron su empleo, han visto más adelante limitada su capacidad de mudarse para encontrar un nuevo trabajo.

Políticas que no ayudan (y otras que sí)

Al ciclo de burbuja y explosión que ha caracterizado la incorporación a la vida adulta de la generación joven actual se han unido una serie de políticas públicas que no han ayudado a romper la relación entre emancipación y compra de vivienda. Al contrario, es posible que la hayan reforzado.

Una de ellas es la deducción a la compra de vivienda en el IRPF, que existió hasta que el gobierno de Zapatero la eliminó del sistema impositivo. En principio, este tipo de ventajas fiscales favorecen la compra sobre el alquiler, pero también afectan al tipo de vivienda que compramos. Los economistas Jonathan Gruber, Amalie Jensen y Henrik Kleven aprovecharon una reforma fiscal aprobada en Dinamarca en 1987 que aumentaba la deducción en la compra de una casa para las rentas bajas para estudiar la cuestión. La intención era hacer más accesible la vivienda en propiedad para los ciudadanos con menos recursos. Sin embargo, tuvo un efecto distinto. No aumentó significativamente el número de familias o personas que se decidieron a comprar una casa, pero sí cambió el tipo de casas que compraban. Eran más caras, y conllevaban un mayor endeudamiento para los hogares. Es decir, la política se demostró contraproducente. Además de fracasar en su objetivo de facilitar la compra a un número mayor de hogares (aunque, como ya decíamos, la vivienda en propiedad tiene efectos negativos importantes), aumentaba el endeudamiento de quienes en cualquier caso ya iban a comprar una.

El gobierno de Zapatero eliminó la deducción en 2009 (salvo para las rentas más bajas, algo que no parece una gran idea a la luz del caso danés), y pese a que el gobierno de Rajoy la recuperó nada más llegar al poder en 2011, decidió volver a eliminarla en 2012. Sin embargo, el tema vuelve a asomar de vez en cuando en el debate público, demostrando que esta política no ha quedado fuera del mapa por completo.

Otra política con efectos dudosos en el campo de la emancipación es la de las viviendas de protección oficial o VPO (tal y como está diseñada en España; en otros países hay casos exitosos). El acceso a estas suele tener unos requisitos relativamente laxos, lo cual la hace poco redistributiva. Además, en muchos casos se entregan por sorteo entre todos aquellos que cumplan esos requisitos, sin priorizar a las familias más vulnerables. Por último, en muchas autonomías las VPO dejan de estar protegidas después de un cierto periodo de tiempo, cuando pasan a ser una vivienda libre. Barreras bajas, sorteo y posibilidad de una posterior venta libre convierten a las VPO en un objeto tentador para el pequeño, mediano y gran especulador. Además, refuerzan la tendencia de propiedad sobre alquiler ya bastante presente en España sin ayuda del Estado.

Existen, por el contrario, otras políticas más prometedoras. Por ejemplo, la aprobación de una renta básica de emancipación (RBE) destinada a los jóvenes dispuestos a emanciparse vía alquiler fue una iniciativa interesante. Esta medida se puso en marcha en 2008 por la entonces ministra de Vivienda Carme Chacón, y consistía en una ayuda de 210 euros al mes para jóvenes de entre 22 y 30 años. Sus efectos fueron en apariencia positivos. Las economistas Ainhoa Aparicio Fenoll y Veruska Oppedisano estimaron en 2014 que aumentó la probabilidad de emancipación de los jóvenes, sobre todo de aquellos que ganaban menos y vivían en zonas con alquileres altos (por ejemplo, grandes ciudades). A principios de 2017, el gobierno de Rajoy anunció nuevas ayudas como parte del Plan Estatal de Vivienda que quizá puedan cumplir una función similar. En este caso se ampliará el rango de edad hasta los 35 años, se mantendrán en un margen de alquiler concreto (600-900 euros) y no tendrán, en principio, dimensión progresiva alguna. Habrá que esperar a su diseño final para comprobar si los efectos son equiparables a los de la RBE.

En cualquier caso, resulta particularmente llamativo (y preocupante) que, aunque España lleve dos años creciendo y creando empleo, la dinámica de bajas tasas de emancipación no haya cambiado de forma sustancial.

“Yo a tu edad ya tenía tres hijos”: cada vez se tienen menos (y más tarde)

Los que nacieron en los años ochenta crecieron en familias muy diferentes a las que están formando (o formarán). Ahora se tienen menos hijos y a una edad mayor. Pero que nazcan pocos niños hoy es un problema para todos mañana. Pone en riesgo el mantenimiento de los sistemas de bienestar, sobre todo las pensiones y la sanidad. Debería preocuparnos a todos, y en especial a los que ahora están en edad de trabajar. Es algo de lo que hablaremos en capítulos siguientes.

Que nazcan menos niños sucede en casi todos los países desde hace décadas. En esto nuestro país es uno más. Pero lo que no todo el mundo sabe es que España e Italia son los países de Europa –y tal vez del mundo– donde más tarde se tienen hijos. En 2016 las madres españolas dieron a luz su primer hijo a los 32 años.

También somos los europeos con menos hijos, algo muy distinto a lo que sucedía hace décadas. En los años setenta España era uno de los países con más hijos por mujer, 2,9 de media, solo por detrás de Irlanda y Portugal. Desde entonces la caída de la natalidad dentro de nuestras fronteras ha sido fuerte, de las más abruptas de Europa. De esos 2,9 hijos por mujer en 1975 hemos pasado a 1,3 en solo cuarenta años. Hemos pasado de ser la excepción en un sentido a serlo en el otro.

En estos años ha aumentado la edad de las madres, ha caído la fecundidad y los niños tienen cada vez menos hermanos. Sin una “política de hijo único” como la de China nos hemos convertido en uno de los países europeos con un mayor número de hijos únicos. En los años setenta un tercio de los nacimientos eran del tercer hijo. Ahora esa cifra no llega siquiera al 10 por ciento. El cambio demográfico es tremendo.

La baja fecundidad también es preocupante. Las proyecciones de Naciones Unidas estiman que en el año 2050 habrá en el mundo un 40 por ciento más de personas de las que había en 1950, pero la población entre 20 y 64 años será solo un 25 por ciento mayor.

((Naciones Unidas, departamento de Asuntos Económicos y Sociales, división de Población, “World population prospects. The 2017 revision, key findings and advanced tables”, working paper núm. ESA/P/WP/248, 2017. ))

 El mundo envejece. Esto quiere decir que la población en edad de trabajar será cada vez menor en comparación con la de los jubilados.

Es normal escuchar eso de: “Yo a tu edad tenía tres hijos”. Pero ¿por qué no tienen hijos los jóvenes? Es difícil saberlo. Pero lo que sí sabemos es que muchos de ellos quieren tener hijos. No es una cuestión de actitudes o de egoísmo. Los principales causantes de ello son los sospechosos habituales: el mercado laboral y los fallos de las políticas públicas.

¿De veras no queremos tener hijos?

Hay muchas razones por las que ahora se tienen menos hijos o se tienen más tarde. La democratización de los métodos de planificación familiar, el retraso en la entrada al mercado laboral por la extensión de la formación o el cambio cultural son quizá las explicaciones más sencillas. Pero hay otras más convincentes de por qué hemos llegado a estos niveles de fecundidad.

No hay evidencia de que las mujeres jóvenes no quieran tener hijos, o al menos esto es lo que reflejan las Encuestas de Fecundidad. En 2005 la mayoría de las mujeres españolas sin hijos querían ser madres algún día, en concreto el 83,8 por ciento de las menores de cincuenta años. Entre las más jóvenes la cifra era aún mayor, nada menos un 92,2 por ciento de las menores de 24 años y un 88 de las que contaban entre 25 y 34 años. Diez años antes la cifra de mujeres sin hijos que querían tenerlos era tan solo tres puntos porcentuales mayor. En definitiva, en los años noventa y la primera década de este siglo solo una de cada diez mujeres sin hijos no querría tenerlos. El resto asegura que sí.

((Para un análisis detallado de las Encuestas de Fecundidad realizadas en España por el CIS en 1999 y 2005, véanse Margarita Delgado, Inés Alberdi, Francisco Zamora y Laura Barrios, Familia y reproducción en España a partir de la Encuesta de Fecundidad de 1999, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2006; y Margarita Delgado, ed., Encuesta de fecundidad, familia y valores 2006, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2007. ))

El panorama es el mismo cuando nos fijamos en jóvenes en general, hombres y mujeres, y utilizamos datos aún más recientes. La postura más frecuente entre ellos es querer tener hijos, en la mayoría de los casos dos. Este “ideal de fertilidad” de dos hijos está cada vez más extendido. Un estudio comparado de Sobotka y Beaujouan con datos de 37 países muestra precisamente esta tendencia.

((T. Sobotka y É. Beaujouan, “Two is best? The persistence of a two-child family ideal in Europe”, Population and development review, núm. 40, vol. 3 (2014), pp. 391-419. ))

Aunque hay ligeras variaciones entre países, ese ideal es la pauta más generalizada, al margen de los niveles de fertilidad de cada lugar. Es interesante que desde los años ochenta se haya ido produciendo una convergencia entre países hacia la idea de que dos es el número ideal de hijos. En promedio un 70 por ciento de las mujeres europeas así lo cree. Sin embargo, en la mayoría de los países este ideal está por encima de los niveles reales de fertilidad.

Apenas un 10% de los jóvenes menores de 29 años decía que no querrían tener ningún hijo. Las mujeres parecen ligeramente más inclinadas hacia la maternidad. Pero las diferencias entre ellos y ellas son pequeñas: no quieren tener hijos solo el 8,6 por ciento de las mujeres por el 9,9 de los hombres, según las cifras de la Encuesta de Juventud en España 2016.

((Jorge Benedicto, ed., Informe Juventud en España, Madrid, Instituto de la Juventud, 2017. ))

El nivel educativo, la situación laboral o el tipo de contrato no hacen que la imagen general cambie demasiado. Existe algo más de rechazo a la paternidad entre los universitarios, los parados y los que se encuentran bajo contratos eventuales. Pero las diferencias son mínimas, de menos de cinco puntos porcentuales entre colectivos. En ninguno de ellos la proporción de jóvenes que no quieren tener hijos supera el 15 por ciento. Es decir, los diferentes grupos de jóvenes son bastante parecidos entre sí por lo que respecta a querer tener hijos o no, o al menos en las expectativas subjetivas. No obstante, al pasar de los deseos a la realidad la imagen cambia. El nivel de estudios y sobre todo la situación laboral determinan en gran medida los hijos que se tienen y a qué edad. Es lógico pensar que las crisis económicas van asociadas a caídas en la fertilidad. Esta intuición se confirma con la realidad. Esto es lo que ha ocurrido en diversos países europeos en la crisis más reciente. Desde 2008 se ha registrado una ligera caída en el número medio de hijos por mujer en muchos países, sobre todo en España.

Sin embargo, medir el efecto de la crisis sobre la fertilidad es una tarea complicada. Hay varias maneras por las que una recesión puede influir en la caída de la natalidad. Por un lado, es de esperar que la crisis empeore la situación económica de los individuos, rebaje sus expectativas y por tanto reduzca la fertilidad. Pero por otro lado podríamos pensar que durante la crisis hay más tiempo para cuidar a los hijos. La evidencia apunta a que el efecto de la recesión es diferente para distintos grupos de mujeres y varía por países. Pero en términos generales aquí parece que ha ocurrido más bien lo primero: la crisis ha contribuido a la reducción de la natalidad, en especial como consecuencia del desempleo. Entre 2007 y 2011 en Alemania aumentó la fecundidad entre las mujeres que no estaban trabajando, pero se redujo para las mujeres trabajadoras. En España en ese mismo periodo de crisis sucedió exactamente lo contrario: aumentó la natalidad entre las mujeres trabajadoras y descendió para las desempleadas e inactivas.

((Giampaolo Lanzieri, “Towards a ‘baby recession’ in Europe?”, Eurostat statistics in focus, núm. 13, 2013. ))

En definitiva, la crisis importa, sí. Si la situación económica para los jóvenes no es adecuada, esperar que tengan hijos es quizá pedir demasiado. Pero hay otras causas que ya estaban presentes antes de la recesión, y de nuevo apuntan al mercado de trabajo. Si a la mala situación económica se le suma además inestabilidad laboral e incertidumbre respecto al futuro, el proyecto de ser padres y madres es tan solo misión imposible.

El retraso de la maternidad está muy asociado a la inestabilidad laboral. En España esto nos resulta muy familiar. De hecho, España e Italia se cuentan entre los países con más jóvenes con trabajos inestables, y al mismo tiempo son los países donde más tarde se tienen hijos. En el informe anual de la Comisión Europea sobre la Evolución Social y el Empleo en Europa de 2017 se explora precisamente esta relación.

((Comisión Europea, Employment and social developments in Europe 2017, Luxemburgo, Oficina de publicaciones de la Unión Europea, 2017. ))

 En él se muestra cómo la edad media de maternidad está altamente correlacionada con la proporción de trabajadores jóvenes en empleos inseguros y atípicos, que la Organización Internacional del Trabajo define como non-standard. Es decir, situaciones laboralmente inestables o inciertas como el trabajo temporal, a tiempo parcial, a través de agencias de empleo y otros acuerdos con terceros, o las relaciones laborales encubiertas como los “falsos autónomos”.

((Organización Internacional del Trabajo, Non-standard employment around the world: understanding challenges, Génova, Shaping prospects, 2016. ))

Sin embargo, es cierto que correlación no implica causalidad. El hecho de que allí donde el trabajo es más inseguro para los jóvenes sea donde más tarde se tienen hijos no quiere decir necesariamente que una cosa resulte ser la causa de la otra. Pero lo cierto es que todas las evidencias apuntan en la misma dirección: un empleo inestable atrasa la decisión de ser padres.

Además, en este atraso tiene mucho que ver el cambio de roles de la mujer en las últimas décadas. A nadie le sorprenderá que las mujeres con mayor nivel educativo y una más intensa orientación hacia la carrera profesional retrasan el momento de la maternidad.

((Pau Baizan, Francesca Michielin y Francesco C. Billari, “Political economy and lifecourse patterns. The heterogeneity of occupational, family and household trajectories of young Spaniards”, Demographic Research, núm. 6, 2002, pp. 189-240. Para un análisis comparado sobre las pautas de fecundidad y nivel educativo, véase Teresa Castro, “Women’s education and fertility. Results from 26 demographic and health surveys”, Studies in family planning, 1995, pp. 187-202. ))

 Y esas mujeres son ahora mayoría entre las jóvenes españolas.

Pero la situación laboral no solo es importante para las mujeres. En un estudio centrado en el caso español se analizaba precisamente el impacto en la situación laboral de los hombres.

((Namkee Ahn y Pedro Mira, “Job bust, baby bust? Evidence from Spain”, Journal of population economics, núm. 14, vol. 3 (2001), pp. 505-521. ))

 La conclusión es que el desempleo tiene efectos sobre la formación de parejas y la paternidad. Y aunque la falta de empleo no sea la única causa de la caída de la fertilidad, sí es muy relevante: contribuye al retraso en la formación de parejas y en la decisión de tener hijos. Este hecho, que servía para explicar la crisis de empleo y de fertilidad de los años noventa, sigue teniendo vigencia hoy. Desde entonces el mercado laboral para los jóvenes solo ha cambiado para peor.

Ante tal dificultad de configurar una trayectoria vital (profesional y personal) sólida y con expectativas dentro de España, no es de extrañar que muchos jóvenes hayan optado por buscarla fuera. ~

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Este texto es un fragmento adaptado de El muro invisible. Las dificultades de ser joven en España, que Debate lleva este mes a las librerías.

 

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