El gran teรณrico Gyรถrgy Lukรกcs pertenecรญa al cรญrculo de Max Weber y por tanto conocรญa la cรฉlebre reflexiรณn del maestro: “Quien busca la salvaciรณn de su alma y la de los demรกs que no lo haga por el camino de la polรญtica, cuyas tareas, que son muy otras, solo pueden ser cumplidas mediante la fuerza”. Ese uso de la fuerza โsostenรญa Weberโ es consustancial a todo Estado racional, que lo ejerce de manera legรญtima en un territorio determinado. Sin ese pacto en el que los individuos ceden un margen de libertad para vivir con un margen de seguridad, se desatarรญa la situaciรณn hobbesiana de “la guerra de todos contra todos”. Pero si la acciรณn no tiene como marco la polรญtica racional (parlamentaria, democrรกtica) guiada por una “รฉtica de la responsabilidad” sino la pasiรณn revolucionaria guiada por una “รฉtica de la convicciรณn”, el pacto cambia de naturaleza: ya no es entre los hombres sino con el mal. Se vuelve, dice literalmente Weber, diabรณlico.
Lukรกcs siguiรณ el magisterio de Weber hasta que de una semana a otra, con el ascenso de la Revoluciรณn rusa y sus reverberaciones en Budapest, Berlรญn y Mรบnich, fue presa de una sรบbita conversiรณn al marxismo y escribiรณ un artรญculo de fe: “El bolchevismo como problema moral”. Allรญ explicaba su transformaciรณn aduciendo que en la “edad de la absoluta pecaminosidad” no habรญa escapatoria para los hombres que quieren preservar su pureza moral. “Todos los hombres debรญan elegir entre la violencia puntual y efรญmera de la revoluciรณn y la violencia permanente y sin sentido del viejo mundo corrupto”. Y para defender la primera opciรณn proponรญa un salto dialรฉctico:
El mรกs alto deber para la รฉtica comunista es aceptar la necesidad de actuar de manera inmoral. Es el mayor sacrificio que la revoluciรณn exige de nosotros. La convicciรณn del verdadero comunista de que el mal se transforma en bendiciรณn a travรฉs de la dialรฉctica de la evoluciรณn histรณrica.
Lukรกcs โintelectual al finโ no ignoraba el dolor que infligรญa la revoluciรณn. No sin remordimientos, lo asumรญa como un estadio ineludible en la gran marcha de la historia hacia la redenciรณn.
Lenin โpolรญtico al finโ no tenรญa remordimientos. En su conversaciรณn con รฉl (1920), Bertrand Russell se sorprendiรณ del desprecio con que el lรญder hablaba de los campesinos, prejuicio que heredaba de Marx, para quien la “imbecilidad campesina” serรญa superada, aplastada por la clase proletaria. Y como prueba de la “pureza” de sus convicciones, emitรญa estas instrucciones de cรณmo tratar a los “kulaks”, propietarios campesinos: “Tomen rehenes. Que a cientos de kilรณmetros a la redonda la gente pueda ver, temblar, saber, gritar: estรกn estrangulando y estrangularรกn a muerte a los kulaks chupasangres”. En 1921, no solo los kulaks enfrentarรญan la brutal represiรณn: tambiรฉn los marinos de Kronstadt, a quienes los bolcheviques debรญan buena parte de su victoria.
Ante el desastre econรณmico generalizado, en un acto de realismo, Lenin propuso antes de morir la famosa NEP, Nueva Polรญtica Econรณmica que liberalizรณ la economรญa y dio un breve respiro al rรฉgimen. Pero todos sus sucesores, comenzando por Trotski y culminando con Stalin, urgirรญan arrasar sin misericordia con todo aquello que se opusiera al gran designio histรณrico. El resultado fue la hambruna provocada por Stalin en Ucrania, que en el invierno de 1933 a 1934 matรณ a mรกs de tres millones de personas. Seguirรญan juicios, persecuciones, encarcelamientos, torturas, fusilamientos, confinamientos, campos de trabajo y concentraciรณn, con un saldo de diez millones de muertos.
Tengo la certeza de que el mandamiento de la รฉtica comunista estuvo en el centro de todos los movimientos revolucionarios del siglo XX (de China a Camboya, de Cuba a Nicaragua). Una vez firmado el “pacto con el diablo”, no hay marcha atrรกs. Aunque la violencia de la revoluciรณn no fuera tan “efรญmera” como el revolucionario esperaba, aunque durara aรฑos o dรฉcadas, aunque no fuera tan “puntual” como habรญa previsto, aunque llevara a la tumba a millones de seres humanos, siempre era preferible a “la violencia permanente y sin sentido del viejo mundo corrupto” al que el revolucionario podรญa culpar hasta la eternidad.
El comunismo solo sobrevive en los regรญmenes totalitarios como Corea del Norte y Cuba. Pero su pacto diabรณlico estรก vivo en ciertos populismos, al margen de su ideologรญa: no matan (directamente) a millones, pero destruyen la vida de mil maneras. Bendecidos por la “pureza” de sus fines, no tienen remordimientos con los medios. Hacen el mal a sabiendas.
Publicado en Reforma el 30/X/22.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.