En El maestro de la fuga. El hombre que escapó de Auschwitz para alertar al mundo (Planeta), el periodista de The Guardian Jonathan Freedland cuenta la historia de Rudolf Vrba, el judío eslovaco que escapó de Auschwitz en 1944 y escribió un riguroso informe sobre cómo funcionaba el campo de concentración.
Hubo varios fugitivos de Auschwitz, pero Rudolf Vrba, el protagonista de su libro, fue el primero judío. ¿Por qué?
La mayoría de los que escaparon fueron polacos o prisioneros de guerra soviéticos. Era más fácil para ellos que para los judíos. Estaban bajo un régimen de restricciones distinto, en un régimen de máxima seguridad, aunque no me parece la palabra correcta. Me cuesta encontrar una palabra para describir la crueldad o severidad de su aislamiento. Todas nuestras palabras para prisiones son eufemismos: prisión de máxima seguridad, la prisión mejor protegida. La otra cuestión crucial es que los otros fugados, polacos o soviéticos, tenían redes de apoyo en el exterior, formaban parte de la Resistencia. O, por ejemplo, los presos polacos compartían la lengua con los vecinos de alrededor, que los podían ayudar.
Rudolf decía siempre que para un judío que escapara, los problemas empezaban en el exterior. En su autobiografía dice que salió “sin mapa, sin brújula y sin amigos”. Pero podríamos decir que Vrba no fue el primer judío en escapar sino uno de los primeros, porque hay disputa al respecto sobre qué significa escapar exactamente. Fue el primero en escapar sin ayuda, y sin ser capturado. Es decir, fue el primero en escapar hasta el final.
Vrba se dio cuenta de que el secretismo nazi con respecto a los campos no era para ocultar sus crímenes, sino que permitía que el exterminio fuera más eficiente. Escribe: “Necesitaban que la maquinaria de matar funcionara fluidamente y sin interrupciones, y eso requería que sus víctimas estuvieran tranquilas o, cuando menos, se mostraran dóciles.”
Pensaba que sus métodos de engaño formaban parte de una especie de broma macabra y enfermiza. En la cultura popular se sabía que a las víctimas se les decía que se “iban a dar una ducha”. Había duchas falsas en el techo. Pensaba que el secretismo era para evitar que los juzgaran por crímenes de guerra. Pero el gran descubrimiento de Vrba, y no sé si era porque era joven y lo vio todo con ojos nuevos o porque era un futuro científico muy racional, fue ver que el método de exterminio nazi dependía completamente de la docilidad de sus víctimas. Tenían que ser enviados ordenadamente y sin altercados. Él lo vio cuando trabajó en la Judenrampe, donde se seleccionaba a los judíos nada más llegar en tren. La selección era muy rápida. Llegaba un tren cada una o dos horas. Y esa eficiencia era solo posible porque los que llegaban estaban completamente engañados.
Ese engaño era un aspecto central del método nazi. Los recibían amigablemente, los SS les decían “¿Cómo es posible que os hayan tratado tan mal?”. No era una broma macabra, era para que nadie gritara o se pusiera histérico, para que mantuvieran la calma. Vrba pensaba que la única manera de romper ese sistema era contar la historia. No era ingenuo. No pensaba que el descubrimiento de lo que pasaba fuera a provocar una revuelta armada. Eran mujeres, ancianos, niños. No tenían armas ni acceso a ellas. Pero quizá habría algo de pánico, y ese pánico ralentizaría la maquinaria. Sus expectativas eran muy realistas. Estaba convencido de que si provocaba ese pánico en todas las etapas del transporte, algo cambiaría. Quería que, por ejemplo, se corriera la voz en Hungría, porque en miles de pueblos húngaros había judíos que se subían a los trenes pensando que se dirigían quizá a una mejor vida. Y no había nadie vigilándolos u obligándolos. Si hubieran sabido que se dirigían a la muerte, quizá habrían intentado escapar. Como dice Vrba, tenían que convertirse en ciervos, no en ovejas. Para los nazis era más fácil cazar ovejas que ciervos.
Esa ingenuidad me recuerda a las obras de Aharon Appelfeld, y a sus reflexiones en una entrevista con Philip Roth, donde dice: “¿No es fascinante ver lo fácil que fue engañar a los judíos? Con los trucos más simples, casi de manera infantil, los reunieron en guetos, los mataron de hambre durante meses, les dieron falsas esperanzas, y finalmente fueron enviados a la muerte en tren. En esa ingenuidad encontré un tipo de destilación de humanidad.”
En el libro hay una escena de una mujer checa que llega a Auschwitz. Un prisionero que ya conocía la maquinaria de la muerte le avisa de que van a morir. La señora, alarmada, se queja a un guardia de las SS y pide que llame la atención al prisionero díscolo.
Appelfeld habla de ingenuidad, también había una especie de confianza, un deseo de creer que ocurrirá lo mejor. Esta es una cuestión que no pude abordar en el libro: muchos de los judíos que llegaron a Auschwitz, no todos pero muchos, habían vivido antes en unas condiciones tan terribles durante tanto tiempo, especialmente los judíos del Este, que la deportación era casi un alivio. Lo que les decían es que iban a vivir en una comunidad que, al fin, no sería acosada ni marginada. Parecía una mejora. Millones de judíos habían estado viviendo bajo leyes antisemitas durante años, excluidos, con privaciones económicos, en guetos. De pronto les decían que vivirían en el campo, podrían traerse a sus hijos y ancianos. Muchos pensaron: no puede ser peor de lo que vivimos ahora. Y claro que fue peor. Hay un alivio también al llegar al destino, tras días hacinados en trenes de ganado. También ese deseo de que algo mejor ocurrirá es consecuencia de siglos de persecución, pogromos. Los nazis jugaron con eso también.
Vrba no solo quería escapar de Auschwitz para salvarse, sino también para alertar al mundo, sobre todo a otros judíos, de lo que ocurría allí. Pero cuando contó esta historia a algunas organizaciones judías, se topó con escepticismo. El informe que redactó [el informe Vrba-Wetzler sobre Auschwitz] no tuvo el efecto que esperaba.
El principal objetivo de ese informe era avisar a los judíos. Avisar a los aliados y pedir que intervinieran era más algo que estaba en la mente de la gente que recibió ese informe. Especialmente los líderes judíos en Palestina. Pero hubo otros individuos, y los menciono en el libro, que al hacer traducciones del informe añadieron mensajes a los aliados, peticiones de que debían hacer algo, bombardear los trenes que iban a Auschwitz. Pero eso no estaba en el informe original, que era muy factual, no daba opiniones. Los líderes judíos en el exterior añadían un matiz diciendo “Querido Mr. Churchill, por favor intervenga”. El principal objetivo de Vrba era avisar a los judíos. Por eso en años posteriores estaba tan enfadado con Rudolf Kastner [un líder judío húngaro que fue acusado de colaboracionismo]: el objetivo principal de Vrba era avisar a los judíos de Hungría de que ellos iban a ser los siguientes. Y Kastner no lo hizo.
La segunda cuestión es que Vrba ya tenía algo de resentimiento hacia las organizaciones judías porque fueron las que administraron las primeras deportaciones. Vrba nunca dijo claramente lo que realmente ocurría: los líderes judíos simplemente hicieron lo que creían que tenían que hacer, no tenían alternativa. Vrba creía que tendrían que haberse negado totalmente a cualquier tipo de colaboración. Pero estaban ante un dilema moral. Se les dijo: o nosotros, los nazis, hacemos una redada del pueblo entero, brutalmente, o la hacéis vosotros, y quizá podéis suavizar el trato. ¿Existe una respuesta correcta o incorrecta a ese dilema? Es una decisión muy difícil moralmente. Me considero incapaz de juzgar a la gente que la tomó. El caso de Kastner es diferente. Pero no puedo juzgar a los líderes eslovacos judíos que tuvieron que tomar una decisión.
Esta cuestión es la que más obseisonó a Vrba. Pero creo que mezcló el caso de Kastner, y su rechazo a promocionar el informe Vrba sobre Auschwitz, con lo que hicieron otros líderes judíos que, con una pistola en la sien, tuvieron que tomar una decisión.
La viuda de Vrba, Robin, me dejó muy claro que Rudi hablaba mucho de este colaboracionismo de los judíos en Occidente y normalmente ante un público judío. Pero cuando iba a Alemania, su foco no era ese, sino los nazis, las SS, Hitler. Puede haber gente que piense que Vrba culpaba generalmente de la Shoah a esas organizaciones que critica. Pero tenía un mensaje diferente para cada audiencia.
El legado de Kastner es complicado. Es famoso por haber ayudado a judíos a escapar de Hungría, pero también por haber colaborado con nazis como Eichmann. Llegó incluso a testificar, después de la guerra, a favor de algunos líderes de las SS.
Hay un libro, Kasztner’s train. The True Story of an Unknobwn Hero of the Holocaust, de Anna Porter. Es tratado como un héroe porque salvó a 1.684 judíos. Es un número muy elevado. Pero hay una gran cantidad de estudios académicos que demuestran que el precio que pagó por salvar a esos judíos fue su silencio, lo que permitió que 437.000 judíos acabaran en las cámaras de gas sin saber que se dirigían a su muerte. El aviso de lo que les ocurriría provenía del informe de Vrba y Wetzler. No quería entrar muy de lleno en esta cuestión, porque creo que la cuestión Kastner es lo que explica por qué Rudolf Vrba no es tan famoso. Sus opiniones sobre eso eran tan duras y llenas de ira, que los defensores de Kastner o aquellos que no querían entrar en ese debate pensaban que no merecía la pena hacerle caso. Allá donde lo invitaban hablaba de Kastner. Y creo que por eso es un personaje al que se le expulsaba constantemente del relato. Y no quería en este libro oscurecer de nuevo su historia. Al escribir este libro tuve claro que había gente que pensaba que Kastner tuvo buenas razones, otras que no. Vrba estaba convencido de que sus intenciones eran malvadas. Y las pruebas que he visto sobre Kastner son muy condenatorias. La más importante de ellas, creo, y que zanja la cuestión, es que después de la guerra, cuando ya no tenía una pistola en la cabeza que le obligaba a actuar, Kastner testificó a favor de tres o cuatro nazis. ¿Cómo es posible que hiciera algo así? Eran líderes nazis en Hungría. Testificó a favor de ellos y eso les ayudó. Es algo imposible de defender. Es algo que cambia mi perspectiva de todo el asunto. Sigue siendo un tema controvertido hoy. La nieta de Kastner es la líder de los laboristas en Israel. Ella lo defiende, por supuesto. Ochenta años después, creo que es más importante tener en cuenta a Vrba que perdernos en la polémica Kastner.
Su odio a Kastner también explica su crítica al sionismo, ya que Kastner tuvo importantes cargos en el gobierno de Israel. No podía separar un tema del otro.
Kastner formó parte del establishment laborista en Israel. Rudi estaba muy enfadado con los sionistas que protegieron a Kastner y a gente como él en la posguerra. Me llevó un tiempo entender que se refería a esto cuando atacaba a los sionistas, se refería a los sionistas que defendieron a Kastner. Esto es importante. Su segunda mujer, Robin, me insistió en que su marido apoyaba el Estado de Israel. Es importante subrayarlo porque la figura de Kastner ha sido usada por antisionistas ideológicos para criticar el sionismo. El problema de Vrba no era ese. Además, hubo muchos sionistas que fueron líderes de la resistencia y antisionistas que se comportaron como Kastner. Es confuso.
¿Por qué los aliados que recibieron el informe Vrba sobre Auschwitz se negaron a intervenir? Algunos incluso, como los británicos, ya tenían información parecida, por ejemplo de Jan Karski.
Hay muchas explicaciones. Había antisemitismo. Algunos recibían el informe y decían que eran “exageraciones judías”. En el caso de Churchill, hay historiadores que dicen que quería aparentar como que hacía algo, pero no llegó a hacer nada. Pero también hay pruebas de que la reacción de Churchill fue genuina, que se emocionó al conocer el informe. Lo más probable es que por una cuestión de opinión pública, tanto en Washington como en Londres, los aliados no quisieran que pareciera una guerra para salvar a los judíos; querían demostrar que era una guerra por sus propios motivos. Y hay documentos que prueban que esto era realmente una preocupación. Los estadounidenses entraron muy tarde en la guerra, y hubo mucha oposición a su intervención. Se decía “Roosevelt quiere que entremos en una guerra judía”, lo llamaban Rosenfeld. El movimiento antiguerra en EEUU era muy antisemita. Hay un podcast sobre el tema de Rachel Maddow, la presentadora de MSNBC, que se llama Ultra. Te das cuenta de que el antisemitismo existía hasta en el Senado. Para Roosevelt era vital no dar la impresión de que la intervención estadounidense tenía ese objetivo. Es la única explicación que me doy. Porque en términos militares, la destrucción de las vías de tren a Auschwitz implicaba un desvío muy pequeño de los objetivos militares originales de los aliados. Incluso bombardearon en lugares muy cercanos al campo. Creo que lo que dijeron fue: “No podemos arriesgarnos a que esto se parezca a una guerra en defensa de los judíos.” El historiador Michael Fleming dice que la propaganda británica quitó mucha importancia al aspecto judío de la contienda. Recibían informes de la resistencia polaca, de Jan Karski, Witold Pilecki, que entró voluntariamente a Auschwitz y consiguió escapar. Había pruebas de lo que estaba ocurriendo, pero al dar información sobre ello se diluía para que no pareciera la principal preocupación de los aliados.
Y algo que reafirmaba ese relato es que la información de la resistencia polaca contenía aspectos antisemitas y ultranacionalistas; los polacos también tenían sus propias razones para no hablar de los judíos. Al final, en lo que se resume todo esto es en un odio histórico hacia los judíos. “No es nuestro problema”, decían. O bien quienes recibían los informes eran un poco antisemitas o bien asumían que la opinión pública de sus países lo era.
El argumento a favor de Churchill dice que él realmente quería hacer algo pero se vio frustrado por sus subordinados y la gente que controlaba la estrategia militar, que eran los EEUU. Pero claro, la pregunta es si Churchill no era suficientemente poderoso como para poder hacer algo. A mí me parece que lo era.
Esa idea de que la guerra no tenía nada que ver con salvar a los judíos no es muy diferente a lo que se decía en la URSS en los años cuarenta: Vasili Grossman, por ejemplo, se quejaba de que en los relatos sobre la Gran Guerra Patriótica nunca aparecía el Holocausto o la cuestión judía.
Esa es una de las razones por las que Rudi huye de la Checoslovaquia comunista. Y quizá por eso no hablamos tanto de su compañero Wetzler, que se quedó y murió en Checoslovaquia un año antes de la caída del muro de Berlín. Vivió en una sociedad en la que no se podía hablar del componente judío que tenía el nazismo; se decía que los nazis persiguieron a antifascistas o a comunistas o a ciudadanos soviéticos. A Rudi le horrorizó volver a Checoslovaquia tras la guerra y comprobar que no se podía hablar de los checos que acabaron en los campos.
Al final del libro dice que la huida de Vrba se basaban en tres supuestos. 1) El mundo desconocía los horrores de la Solución Final, 2) La razón por la que los aliados no habían intervenido para frenar esa Solución Final fue su ignorancia ante lo que estaba ocurriendo y 3) Una vez que los judíos conocieran lo que pasaba en Auschwitz, no se subirían a los trenes. Parece que se equivocó en los tres.
Es verdad que los aliados sí que sabían sobre la Solución Final, pero sabían muy poco sobre Auschwitz. El informe Vrba aportó bastante información nueva, por eso llegó a los escritorios de Churchill y demás. Era un repaso riguroso; hasta entonces los aliados solo tenían fragmentos, como los que recibió de Pilecki, pero no una información sistemática de lo que ocurría ahí. En cuanto a los otros supuestos, bueno, existe la historia de Georg Klein, de Hungría, que lo visita en Vancouver para agradecerle que gracias a él y a su informe sobre Auschwitz, pudo sobrevivir. Y lo intenta persuadir de que había hecho algo extraordinario y que su informe fue un “éxito”. Pero Vrba no le hace caso. Sentía que había fracasado. Klein le dice “200.000 personas vivieron gracias a ti”. Pero Vrba se centra en todos aquellos que no pudo salvar, 437.000 judíos húngaros de las provincias. Esto es algo muy común en aquellos que ayudaron a rescatar a judíos del Holocausto, Oskar Schindler, Nicholas Winton. En vez de enorgullecerse de aquellos a los que salvaron, piensan obsesivamente en aquellos que no pudieron salvar.
Es como la culpa del superviviente. La culpa del salvador.
Es una palabra extraña para definir a Rudi, la culpa. Porque no es una culpa dirigida hacia sí mismo; es una rabia hacia los que no hicieron nada con su información. Por eso creo que fue capaz de tener una vida más o menos feliz. No dirigió esa culpa hacia el interior, como hicieron muchos supervivientes, que incluso se quitaron la vida. Su culpa era una ira dirigida hacia el exterior. Después de sacar el libro, Esther Gilbert, la viuda del historiador británico Martin Gilbert, me escribió para decirme que ella piensa que a Rudolf le pareció muy importante que su marido escribiera sobre los movimientos diplomáticos que llevaron a la salvación de 200.000 judíos tras su informe. El concepto que más encaja con Rudi no es el de héroe sino el de profeta judío. En el Antiguo Testamento hay muchos profetas que envía Dios para avisar a los humanos. Y ese aviso a menudo es ignorado.