¿Hasta qué punto tiene base el cliché, consolidado en el imaginario social tanto en Euskadi como en el conjunto de España, de que el País Vasco sufrió en mayor grado que otras partes de España los rigores de la dictadura franquista y constituyó al mismo tiempo el principal foco de resistencia al régimen del dictador? ¿Cuál fue realmente la relación entre el franquismo y la sociedad vasca? A estas dos cuestiones pretendió responder el XXXI Simposio del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU) celebrado el mes pasado en Vitoria-Gasteiz dentro de los Cursos de Verano de dicha Universidad bajo el sugerente y provocador enunciado que encabeza este artículo.
Durante dos jornadas, y con motivo de los cincuenta años de la muerte de Franco, una quincena de destacados historiadores de toda España repasó lo mucho que se sabe y lo bastante que se desconoce todavía sobre la experiencia de la dictadura franquista en las tres provincias vascas y Navarra, poniendo el foco en “los mitos y tópicos” asentados ya antes de la Transición a la democracia. Una de sus principales conclusiones es que la idea, difundida por el nacionalismo, de que el franquismo fue algo ajeno al País Vasco, una violencia impuesta desde fuera, no se sostiene factualmente.
No hace falta demostrar, aunque sí recordar, como hicieron varios de los ponentes, que el llamado Alzamiento Nacional que dio lugar a la Guerra Civil tuvo uno de sus dos focos principales en Navarra y Álava, y que fueron estas dos provincias las que aportaron más voluntarios (carlistas fundamentalmente, pero también monárquicos y de otras ramas derechistas) a la contienda. Esto se tradujo, en parte, en el hecho de que el 11,2% de los oficiales del Ejército durante los años 60 del siglo pasado fueran vascos y navarros, un porcentaje que duplicaba el peso de su población en el conjunto de España, según aportó Roberto Muñoz Bolaños. Vascos y navarros fueron también ministros y presidentes de las Cortes, gobernadores civiles en otras provincias (26), altos cargos de la administración (173) y otros prohombres del régimen. Como el escritor y publicista Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de la Falange, y que, según Xosé M. Núñez Seixas, ideó la consigna del ¡Arriba España! inspirándose en el sabiniano grito de “¡Gora Euzkadi!
La Guerra Civil fue doblemente civil en el País Vasco y Navarra, puesto que dos de las provincias (Navarra y Álava) se sumaron desde primera hora a la sublevación militar frente a las otras dos (Vizcaya y Guipúzcoa), que se mantuvieron, no sin vacilaciones, al lado de la República. Pero también porque el enfrentamiento general entre derechas e izquierdas estuvo aquí mediatizado por la importante presencia en los dos últimos territorios del nacionalismo, íntimamente dividido a su vez a causa del catolicismo que compartía con los carlistas y derechistas del otro bando; lo que explica parte de la sinuosa conducta del PNV y el Gobierno del lehendakari Agirre mientras duraron las operaciones bélicas en el frente vascongado.
A consecuencia de estas y algunas otras peculiaridades analizadas en el simposio, el desarrollo de la guerra y la larga dictadura posterior tuvo también singularidades en estos territorios. Por ejemplo, que la destrucción de edificios e instalaciones fuera muy pequeña en comparación con la de otros frentes de la guerra y que tras la caída de Bilbao se produjera, como señaló el profesor Jordi Catalán, una rapidísima recuperación de la producción industrial, por más que esta se centrara en el material bélico. De modo que, pese a ser declaradas por los vencedores “provincias traidoras” y desposeídas del Concierto Económico, Guipúzcoa encabezó el PIB por habitante entre 1935 a 1950 y Vizcaya lo hizo en el periodo 1955-1961, en tanto que a partir de los 70 se asomaron a los primeros puestos Álava y Navarra.
En cuanto a la represión desatada contra los vencidos, los datos ratifican que su intensidad fue sustancialmente menor que en otras zonas de España. Mientras en el conjunto del País Vasco las personas fusiladas por los vencedores ascendieron a 1.300, tan solo en la provincia de Badajoz se contabilizaron 9.551. Lo mismo cabe decir de la entidad de los bombardeos aéreos contra poblaciones civiles. La cifra de 150-250 muertos en Guernica palidece frente a la de los 3.000-5.000 de la matanza de la Desbandada en la carretera Málaga-Almería o los 500 de Alcañiz; e incluso podría encontrar su contrapunto en los cerca de 300 presos derechistas fusilados-linchados en Bilbao en sendas jornadas de septiembre de 1936 y enero del año siguiente, en represalia por los bombardeos de la aviación fascista. Sin embargo, la fuerza icónica de la destrucción de la Villa Foral por los aviones de la Legión Cóndor alemana, potenciada por el renombre del cuadro de Picasso, resulta imbatible.
Esto no significa que los vencidos se libraran de la represión franquista. Esta golpeó con especial dureza a los vascos vinculados a las organizaciones de izquierda, mientras que, según expuso el profesor José Antonio Pérez, las represalias de carácter económico fueron más abundantes contra los nacionalistas. Sin embargo, el ensañamiento no llegó al punto de que pueda sostenerse la imagen del vasco como “pueblo víctima” por antonomasia y, en cualquier caso, por encima de las penalidades sufridas por otras zonas de España que no respaldaron la sublevación militar.
Juan Pablo Fusi definió la experiencia del franquismo en el País Vasco con el binomio “represión política y cultural, y desarrollo económico e industrial”. En el imaginario nacionalista, el mayor agravio lo constituye la coerción contra la enseñanza y uso el euskera, identificado como la lengua de los separatistas, en la primera fase de la dictadura; una españolización ejecutada sobre todo por maestros procedentes del ejército desmovilizado y por gobernadores civiles venidos de fuera del territorio. Esto no impidió, sin embargo, que el euskera encontrara cobijo en el ámbito de la iglesia y por parte de algunos mandatarios tradicionalistas, de modo que en una fecha tan temprana como 1947 Euskaltzaindia, la academia de la lengua vasca, publicó en euskera un suplemento sobre literatura y a partir de la década siguiente hubo cierta tolerancia hacia las ikastolas clandestinas y resurgió con fuerza la cultura vasca en la literatura, la música y las artes plásticas. La identidad vasca que sí aceptaba el régimen era el tipismo etnográfico del caserío y el zortziko, pues es sabido, como indicó Xosé M. Núñez Seixas, que “las dictaduras suelen utilizar el folclore, modernizándolo, para crear adhesiones”.
En cuanto al mito de la resistencia contra el franquismo, lo cierto es que en el País Vasco y Navarra no hubo tras la guerra focos de guerrilla y que, en aquel clima de miedo y miseria, la oposición se limitó al testimonialismo del Gobierno vasco en el exilio y a las modestas actividades clandestinas de algunas estructuras peneuvistas, comunistas y socialistas. En cualquier caso, como el resto de España, la prolongada duración del franquismo no se puede explicar solo por su naturaleza violenta, ejercida hasta el último momento de su existencia. En Euskadi abundan los estudios sobre el exilio y la oposición, pero escasean, apuntó Virginia López de Maturana, los que exponen el funcionamiento cotidiano del régimen y sus apoyos locales, que no se circunscribieron a la oligarquía de Neguri, a tradicionalistas y monárquicos, falangistas oportunistas y parte de la iglesia. Las multitudes que aclamaban a Franco en sus veraneos en San Sebastián durante 37 años consecutivos y en sus visitas a Vitoria y Bilbao no salían a la calle encañonados con un fusil. Como sucede en gran parte de las dictaduras, señaló José Antonio Pérez, la mayoría de la población que “no se metía en política”, siguiendo la conseja del dictador, vivió esa etapa “con gran placidez”, según la nada irónica descripción hecha por Jaime Mayor Oreja de aquel periodo.
El elefante en la habitación cuando se analiza el franquismo, que fue una dictadura pero también “un tiempo”, en expresión de Antonio Rivera, es explicar cómo pudo prolongarse durante casi cuarenta años. Las causas de su duración, según los historiadores, son la coacción que ejerció, el apoyo explícito o tácito de importantes sectores sociales, su instinto para situarse en el escenario internacional de la guerra fría y su capacidad de adaptarse a los cambios de la economía. Paradójicamente, el éxito económico del régimen, expresado en el acceso generalizado de la población a una vivienda, al aparato de televisión y al Seat 600, sería, para Jesús María Valdaliso, la causa de su crisis a partir del desarrollismo de los años sesenta. Esta se concreta en la separación creciente entre una sociedad modernizada, con acceso al consumo y a la educación superior, y un régimen fosilizado, incapaz de evolucionar en su retórica y en su práctica política. Un distanciamiento visible en la ruptura con él de las organizaciones católicas de base y parte de la jerarquía, una fuerte conflictividad en los centros de trabajo y una abierta contestación en las universidades y en el mundo cultural.
El factor diferencial a esta pauta lo aporta en el País Vasco el surgimiento de la organización ETA como réplica de otros movimientos armados de la época y como reacción a la inactividad del PNV frente a la dictadura, la represión de la cultura vasca y la masiva llegada de inmigrantes de otras regiones españolas. De alguna forma, es la desmedida respuesta del régimen a sus primeros asesinatos en 1968, con los estados de excepción, las condenas a muerte del Proceso de Burgos y la represión indiscriminada, lo que acelera el distanciamiento entre la sociedad vasca y el franquismo, contribuyendo a asentar el mito del pueblo vasco víctima, por encima de los demás territorios de España. En paralelo, la irrupción de una organización que cuestiona al régimen mediante la violencia y llega a asesinar al posible sucesor de Franco, el almirante Carrero Blanco, afianza el mito parejo del País Vasco combativo y resistente. A estas circunstancias y a su uso ideológico por parte del nacionalismo se debe la visión distorsionada que buena parte de la sociedad vasca actual tiene de la experiencia del franquismo en su territorio, como si hubiera sido algo ajeno a ella y hubiera carecido de apoyos.
Se trata de una imagen hecha de olvidos interesados, omisiones deliberadas y puras tergiversaciones, como pusieron de manifiesto los historiadores reunidos en el campus de la UPV-EHU de Vitoria-Gasteiz. El calendario hizo que el simposio que conmemoraba los treinta años de existencia del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda se celebrara los días 17 y 18 de julio, sobre los terrenos que ocupó el cuartel de Flandes, desde donde, ochenta y nueve años atrás, el teniente coronel Camilo Alonso Vega aseguró la adhesión de Álava a la sublevación militar que dio origen a la Guerra Civil y al franquismo.