La fotografía del “Guerrillero heroico”, como fue denominada mucho después de que fuera tomada en marzo de 1960, es una imagen muy extraña. En realidad, Guevara no estaba solo en ella. Antes de que fuera manipulada para dejar ver solamente el rostro del “héroe”, figuraban en el negativo dos elementos disonantes, en nada susceptibles de adornar los cuartos de adolescentes o las camisetas de los militantes: a la derecha, una rama de palmera, a la izquierda, el perfil de un hombre cuya identificación ha sido particularmente difícil y que ha permanecido durante mucho tiempo en el anonimato. La rama, típica de la vegetación cubana, ya no tenía razón de ser en una foto destinada a celebrar a un revolucionario internacionalista, al que se debía poder situar en cualquier teatro de operaciones del mundo. Por su parte, el perfil era el de un guerrillero argentino, quien antes había sido periodista, cuya loca aventura debía quedar en principio para siempre secreta: Jorge Ricardo Masetti.
(( El hombre fue identificado por el escritor y editor italiano Roberto Massari, uno de los biógrafos “oficiales” del guerrillero argentino, gracias a una observación de su amigo y colaborador Gianfranco Ginestri, en Quaderni della Fondazione “Ernesto Che Guevara” n° 4, 2001, y n° 5, 2002-2003, Massari Editore, Bolsena. ))
Masetti había sido el primer periodista extranjero en entrevistar al Che Guevara durante la guerrilla de la Sierra Maestra en 1958. El combatiente que hizo las presentaciones se llamaba Humberto Sorí Marín. Nombrado luego comandante y más tarde ministro, fue encarcelado y fusilado en abril de 1961 por el poder castrista, al comenzar los enfrentamientos en Bahía de Cochinos. El primer contacto entre el Che y Masetti fue bastante frío.
{{ Jorge Ricardo Masetti: Los que luchan y los que lloran [el Fidel Castro que yo vi]. Buenos Aires, primera edición: Jorge Álvarez, 1969; reedición: Buenos Aires, Nuestra América, 2008. }}
El Che, por aquel entonces, no impresionaba a nadie.
Pero, una vez en el poder, se encargó de impulsar movimientos armados por toda América latina. Para ello reclutó a algunos de los hombres con quienes había trabado amistad durante sus viajes anteriores, así como a varios de los que lo habían ido a visitar en Cuba. Entre ellos Masetti, quien ejerció primero de periodista en la agencia Prensa Latina, al lado del colombiano Gabriel García Márquez, futuro premio Nobel de literatura, luego como miembro de un tribunal encargado de juzgar a los presos anticastristas de Bahía de Cochinos, y por fin en tanto comandante de un foco guerrillero en el norte de la Argentina, entre 1963 y 1964. Mucho más tarde, algunos detalles de la lamentable expedición de Masetti, en la que estaba previsto que Guevara participara, serían dados a conocer. No eran muy favorables para ese “Comandante Segundo”, tan cruel en sus prácticas, las ejecuciones de sus propios compañeros, como el Che, de quien era una especie de alter ego. Era natural, pues, que Masetti estuviera en la foto al lado del Che.
Sin embargo fue borrado de esa imagen. La instantánea fue tomada el 5 de marzo de 1960, durante el funeral de algunas de las decenas de víctimas del barco francés La Coubre, que había explotado la víspera en el puerto de La Habana durante la descarga de las armas belgas destinadas a la revolución cubana. ¿A qué se debió la explosión? ¿Fue obra de la CIA, como lo afirmó enseguida Fidel Castro, o consecuencia de un accidente consecutivo a la inexperiencia de los estibadores y de los soldados cubanos, que no estaban para nada acostumbrados a ese tipo de manipulación? El misterio sigue intacto aún hoy.
No obstante, las investigaciones que he podido llevar a cabo recientemente, respecto a la explosión del barco La Coubre el 4 de marzo de 1960 en La Habana, en los archivos de la French Lines del puerto de Le Havre que constituyen de hecho la memoria de la marina mercante francesa,
{{ Le agradezco a Florent Crayssac, bibliotecario y archivista de la French Lines, el haberme comunicado distintos informes relativos a la explosión de La Coubre. }}
permiten pensar que la hipótesis de un accidente es muy probable. No fue lo que proclamó Fidel Castro al día siguiente de la tragedia, corroborado por el segundo juez cubano encargado de la encuesta (un primer juez, no lo suficientemente dócil para las autoridades, había sido apartado de ella), quien declaraba, en julio de 1960, que la explosión de La Coubre había sido provocada por un complot. Esa afirmación le atribuía naturalmente la responsabilidad a la CIA y al gobierno del presidente Dwight Eisenhower. La administración americana rechazó enseguida con vigor esa acusación, convocando a un responsable diplomático cubano al Departamento de Estado, dirigido en aquella época por Christian Herter, considerando que la conclusión de Castro era “infundada” e “irresponsable”. Esa tesis, sin embargo, ha sido desarrollada hace poco por el periodista colombiano Hernando Calvo Ospina, uno de los más fervientes defensores en Francia del régimen castrista, en un artículo publicado en noviembre de 2020 por la revista Le Monde Diplomatique, que llevaba curiosamente como antetítulo “Fidel Castro, détective”.
(( Véase también Hernando Calvo Ospina : El enigma de La Coubre. Buenos Aires, Acercándonos Ediciones, 2021. ))
No tan curiosamente como se podría suponer, en realidad. Fue en efecto Fidel Castro, quien llegó rápidamente al lugar de los hechos junto con Raúl Castro y el Che Guevara, quien se encargó personalmente de interrogar a algunos de los sobrevivientes de los marineros del barco y de los estibadores –las dos explosiones, una en el barco, otra en los muelles, causaron la muerte de cerca de setenta y cinco trabajadores portuarios, mientras entre ciento cincuenta y doscientas personas resultaron heridas.
La primera explosión se produjo a las 15h10, según el horario de a bordo, la segunda media hora más tarde. El barco había atracado a las 9h30, después de una travesía que incluía Le Havre, Amberes, Hamburgo, y que debía llevarlo luego a las costas de México, de la Florida y de Haití. El cargamento de La Coubre, del que era el segundo transporte de armas a Cuba, después de un cargamento anterior transportado ya el año anterior, incluía 31 toneladas de armamento, repartidas en 967 cajas de pequeñas municiones y 525 cajas de granadas, así como diferentes vehículos y… quesos. Todas esas mercancías estaban distribuidas en distintas bodegas, cuyos contenidos no debían ser sometidos a las mismas condiciones de conservación. Una temperatura demasiado alta, provocada por una apertura imprudente de las puertas, podía ser peligrosa para la seguridad del cargamento de armas.
Los defensores de la teoría del atentado sugieren que un dispositivo de accionar a distancia podía haber sido colocado en las cajas de granadas en… Amberes, para explotar en La Habana, después de una travesía de dos semanas, con además dos días de retraso por el mal tiempo sufrido en el Atlántico. ¡Cuánta precisión para un mecanismo teleguiado desde Europa! En ese caso, la explosión habría podido producirse igualmente en Miami, en Veracruz o en Port-au-Prince. Otra posibilidad avanzada es el lanzamiento desde los aires de una granada encima del barco: pero ningún avión enemigo había sido detectado por los radares revolucionarios cubanos
A su llegada a París, el comandante Thoreux, delegado por la compañía marítima para llevar a cabo la investigación, al subrayar “el clima muy especial de La Habana” (no se refería al “clima” del trópico sino al de la revolución), declaraba: “Las autoridades cubanas quieren demostrar absolutamente que hubo un sabotaje provocado por el Gobierno americano.” Por ello, el comandante de La Coubre, que logró sobrevivir a la explosión, estaba vigilado en el hospital por “dos guardias armados de metralletas”. Los demás miembros de la tripulación, que no hablaban español, eran interrogados sin parar e inducidos a expresarse en ese sentido, a lo que se negaron.
El comandante Thoreux proseguía: “Todas las encuestas están orientadas para aportar la prueba de un sabotaje americano; todos los periódicos se desatan contra el Gobierno americano; en las calles hay colectas de dinero para la compra de armas por el Gobierno cubano.”
A la vez, apuntaba hacia una de las posibles causas, dejando abierta la eventualidad de “otras múltiples hipótesis”: “que un soldado cubano en armas, entre los innumerables que subieron a bordo, haya cometido una imprudencia”.
Por su parte, los expertos británicos de las compañías de seguros escribían: “Varios artículos de prensa han sido publicados sobre la posibilidad de un sabotaje, y nos esforzaremos por seguir y averiguar todo lo que esté relacionado con tal sabotaje, aunque esos artículos de prensa están a menudo inspirados por conjeturas más que por hechos.” Como aquel artículo del escritor, exiliado en Londres a partir de 1965, Guillermo Cabrera Infante, entonces redactor del diario oficial castrista Revolución y director de su suplemento cultural Lunes de Revolución, titulado “Un día de ira”,
{{ Guillermo Cabrera Infante : “Un día de ira”, en Todo está escrito con espejos, Alfaguara, 1999, pp. 105-111. }}
en el que escribía: “(…) que de alguna manera fuera también una queja por la muerte de aquellos hombres pobres, humildes, anónimos, un saludo al heroísmo, al valor probado frente a la muerte del pueblo y una denuncia contra la mano criminal -cualquiera que fuera, dondequiera que esté, como se llame- que había desatado el horror, la náusea, el infierno.”
La acusación contra la “mano criminal” era la única pista a seguir por la prensa a las órdenes del Gobierno.
Sin embargo, para los expertos británicos, a pesar de cierta prudencia diplomática, no se trataba sino de pura propaganda.
Esta se ha ido desarrollando durante más de seis décadas. ¿Cuántas instituciones oficiales o escuelas han sido denominadas “Mártires de La Coubre”, cuando decenas de pobres víctimas cubanas encontraron la muerte o fueron heridas por las explosiones debidas a la incompetencia de un Gobierno que quería adquirir a toda velocidad una enorme cantidad de armas para defenderse contra el “imperialismo” y contra su propia población, sin tomar las precauciones debidas para descargar municiones y granadas, esas armas de muerte?
Las personalidades que rodeaban el día del sepelio en la tribuna a Castro eran numerosas, cerca de cincuenta. Ni el Che ni Masetti eran las más relevantes. Las estrellas del acto eran los filósofos franceses Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, quienes habían llegado recientemente a Cuba para una estancia de varias semanas. Pero resultaban menos fotogénicos, y sobre todo, más viejos, que el comandante argentino. Fue al final de su discurso que Fidel Castro pronunció la consigna que se iba a transformar en el leitmotiv de la revolución cubana: “¡Patria o muerte! ¡Venceremos!” En efecto, era un ambiente de muerte el que reinaba en La Habana. Y en las imágenes tomadas aquel día.
La foto del Che y de su compatriota argentino fue fruto del azar. Alberto Díaz, alias “Korda”, quien reivindicó su autoría mucho más tarde, contó su génesis en innumerables ocasiones. “Korda”, uno de los fotógrafos oficiales de la revolución a partir de 1959, había ejercido anteriormente su oficio con las bailarinas de cabaret y las modelos de revistas de moda. No tenía por costumbre de fotografiar ceremonias fúnebres. No obstante, es un rostro de muerte –y de odio– el que marca los rasgos del revolucionario argentino.
La instantánea, sin firma, amputada de la rama y del perfil, entonces anónimo, salió publicada por primera vez en octubre de 1960 y luego en abril de 1961 para anunciar conferencias de Guevara en La Habana. Por culpa de los combates de Bahía de Cochinos, la segunda conferencia debió ser aplazada, ya que el Che tenía que ocupar un puesto de mando en la provincia occidental de Pinar del Río, lejos del teatro de operaciones. Se volvió a programar y anunciar más tarde del mismo modo. Varios años después, en 1967, poco antes de la muerte del Che en Bolivia, la foto apareció en la revista francesa Paris Match, para ilustrar un artículo del periodista y escritor Jean Lartéguy titulado “Les guérilleros”, que mostraba muy poca simpatía hacia Guevara y sus semejantes. El retrato de un Che iracundo, mirando hacia lo lejos, no podía atraer gran empatía.
Su muerte, meses más tarde, modificó su percepción. La fotografía se propagó alrededor del mundo por obra y gracia del editor italiano Giangiacomo Feltrinelli. La anécdota es bastante conocida: Feltrinelli había ido antes a Cuba, acompañado por su colaborador Valerio Riva, para lanzar una campaña a favor de la guerrilla del Che. Ambos visitaron el estudio de Alberto Díaz “Korda”, quien les mostró el negativo de la foto del guerrillero con la boina estrellada, vestido con una extraña chaqueta cerrada hasta el cuello, no muy adaptada a la temperatura correspondiente al clima de Cuba, en contraste con los uniformes verde olivo de los demás comandantes, incluyendo a Castro, presentes en la tribuna erguida frente al cementerio, con su acompañante a su costado y la rama de palmera. Feltrinelli regresó nuevamente a Cuba para publicar, poco después de la muerte del Che, el Diario de Bolivia en italiano, simultáneamente con las ediciones en francés, en inglés y, por supuesto, en español, y encontrar una imagen de cubierta. Decidió entonces utilizar el negativo en que figuraban los dos argentinos y procedió al igual que las publicaciones cubanas anteriores y Paris Match: realizó un trabajo de perfeccionamiento de la foto y recortó todo lo que podía perturbar el retrato del héroe, la rama de palmera y el perfil de Masetti.
(( El procedimiento recuerda el que fue utilizado a lo largo del siglo XX por los regímenes comunistas, principalmente soviético y maoísta. Fue incluido en 1986 en una gran exposición en el Museo de arte moderno de París, titulada, bajo la inspiración de 1984 de George Orwell, “Le Commissariat aux archives”. Véase Alain Jaubert: Le Commissariat aux archives. Les photos qui falsifient l’histoire. París, Bernard Barrault, 1986, p. 160. ))
Feltrinelli conoció un terrible destino. El editor de extrema izquierda, se había atrevido a publicar anteriormente, cuando era aún miembro del Partido comunista italiano, la novela del premio Nobel de literatura anticomunista Boris Pasternak, El doctor Zhivago. A su regreso de Cuba, adoptó una postura más próxima al castrismo. Pretendía organizar una guerrilla en Cerdeña basada en el modelo de la Sierra Maestra, una empresa condenada al fracaso, como la de Masetti en la Argentina o la del Che en Bolivia. El editor pensaba que los libros y los carteles, que vendía sin ninguna voluntad de realizar beneficios, eran insuficientes: tenía que tomar las armas. Murió en 1972, víctima de la explosión inesperada de una bomba destinada a volar postes eléctricos cerca de Milán. Su fin recuerda el de Jorge Ricardo Masetti, quien había sido borrado de la foto inicial. Su colaborador Valerio Riva se volcó, hasta su muerte en 2004, hacia una crítica despiadada de la revolución cubana, a la que tanto había contribuido anteriormente a mitificar.
Extracto del libro La face cachée du Che (La cara oculta del Che).
(La Habana, 1954) es catedrático en la universidad de Aviñón, crítico literario y periodista. Ha publicado libros como La cara oculta del Che (2008), El libro negro del castrismo (2009), El terror “humanista” (2011) y El sueño de la barbarie. La complicidad de los intelectuales con la dictadura castrista (2012).