Ortega y Gasset, periodismo y filosofía

Ignacio Blanco cuenta la evolución de la carrera periodística del Ortega al hilo de los grandes acontecimientos de su época.
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Se señala con frecuencia lo bien que vendría a los periodistas saber un poco más de filosofía, pero rara vez se dice lo que mejorarían muchos filósofos si se dedicasen al periodismo. 

Nací sobre una rotativa. Las empresas culturales de José Ortega y Gasset, el reciente estudio de Ignacio Blanco sobre el empeño periodístico de Ortega y Gasset, publicado en la editorial Tecnos, es una excelente demostración de la relación inseparable que se da entre la opinión y la reflexión, entre el género periodístico y el filosófico. El bien que se hacen mutuamente no se da exclusivamente en la persona de José Ortega y Gasset, sino que se puede predicar en general para toda la filosofía y el periodismo. Esta relación define además una de las características de la modernidad tardía. El periodismo es inseparable de la filosofía, y la filosofía es incomprensible sin el periodismo.

Ortega y Gasset es quizás el más egregio de los pensadores españoles dedicados al periodismo, con permiso de Jaume Balmes. En el “Prólogo para alemanes”, de La rebelión de las masas, parecía excusarse de ello cuando afirmaba que “en nuestro país, ni la cátedra ni el libro tenían eficiencia social. Nuestro pueblo no admite lo distanciado y solemne. Reina en él puramente lo cotidiano y vulgar. Quien quiera crear algo –y toda creación es aristocracia– tiene que aceptar ser aristócrata en la plazuela. He aquí por qué, dócil a la circunstancia, he hecho que mi obra brote en la plazuela intelectual que es el periódico”. Como si, asumiendo que la montaña no iba a ir al profeta, sería él quien fuese a ella. Pero el minucioso estudio de Ignacio Blanco da a entender algo más sutil y, sin embargo, capital, para entender el pensamiento del filósofo español. 

A lo largo de las páginas de este ensayo, que parecen hojas del calendario de un siglo, se aprecia el compromiso vital de Ortega. Los mimbres con los que se hace el cesto de la historia son las circunstancias. Por ello, de la lectura de este ensayo creo que se podría deducir que no fue Ortega un filósofo que rebajase sus ideas para llevarlas a la plazuela, sino que el andamiaje de su sistema se montó en una rotativa. El raciovitalismo orteguiano no sería como es si no fuese gracias al periodismo.

Ignacio Blanco narra de forma muy amena la evolución de la carrera periodística de Ortega al hilo de los grandes acontecimientos de su época, y empareja estos con las grandes empresas culturales con las que se fue comprometiendo el filósofo. Se refleja la necesidad vital que siempre tuvo de responder a las circunstancias, para salvarse él, y para salvarlas a ellas. Desde sus inicios en el diario El Imparcial, dirigido por su padre, la fundación de El Sol, la enorme influencia en América y sus aportaciones a La Nación, la creación de La Revista de Occidente, hasta los difíciles años de silencio forzoso, Ortega siempre estuvo presente en los acontecimientos más importantes para tratar de ofrecer una palabra clarificadora, y para que sus ideas se puliesen con la fricción de los hechos.

En el epílogo, de especial interés, se recoge el tratamiento que la censura impuso a la noticia de la muerte de Ortega, haciendo buena su frase de que “en España es difícil hasta morirse”. El Movimiento no podía ignorar la noticia, pero temía que algunas de sus ideas se revisasen con ocasión del fallecimiento. Por esta razón, como recoge Blanco, se distribuyó una circular entre todos los medios que imponía que la eventual noticia se diese “con una titulación máxima de dos columnas y la inclusión, si se quiere, de un solo artículo onomástico, sin olvidar en él los errores religiosos y políticos del mismo y, en todo caso, eliminando siempre la denominación de maestro”. Y de esta manera, su muerte puso de manifiesto la falta de libertad de expresión y la enorme maquinaria de propaganda al servicio del régimen, para la que la prensa era una herramienta más para “la propagación de los valores del Movimiento”.

Para Ortega, la claridad era la caridad del escritor, que, en su caso, se forjó en las rotativas de los medios más importantes de su época, y que comparte con el autor de este brillante ensayo, Ignacio Blanco, quien ha sabido acompañar con un estilo elegante y claro la erudición y el detalle que contienen las páginas de este libro importante para comprender nuestra historia más reciente.

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Es profesor de Filosofía del derecho y política y ensayista.


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