Para elevar el debate sobre NapoleĆ³n

El interĆ©s en la discusiĆ³n sobre los errores histĆ³ricos en que incurre la pelĆ­cula de Ridley Scott ha abierto un espacio para abordar de forma seria la figura del general corso y las consecuencias de sus actos.
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Apenas comenzaron a circular los trailers de NapoleĆ³n, de Ridley Scott, se abrieron varias polĆ©micas. Diferentes analistas criticaron aspectos de aquellas escenas, desde el pelo largo de MarĆ­a Antonieta al momento de su ejecuciĆ³n (o la misma presencia de Bonaparte en el acto) hasta el bombardeo a las pirĆ”mides durante la campaƱa de Egipto. Esto se acentuĆ³ luego de su estreno. Cientos de comentarios en redes sociales, podcasts y programas de televisiĆ³n ofrecieron rĆ”pidamente un examen de los ā€œerrores histĆ³ricosā€ de la pelĆ­cula. El director respondiĆ³ de forma Ć”cida. ā€œBĆŗsquense una vidaā€, declarĆ³, sugiriendo que las crĆ­ticas provenĆ­an de un grupo hermĆ©tico de especialistas obsesionados con el detalle y celosos de su terruƱo. No bastĆ”ndole con ello, dĆ­as mĆ”s tarde agregĆ³ que poco pueden saber los historiadores si ā€œno estaban ahĆ­ā€ ā€“proyectando una sombra de duda sobre prĆ”cticamente todo lo que sabemos del pasado y sobre la profesiĆ³n en sĆ­. Lo fundamental, sentenciĆ³ Scott, no es la ā€œexactitud histĆ³ricaā€ sino transmitir un mensaje: no importa si los caƱones dispararon contra las pirĆ”mides, sino que la imagen condensa la idea de que NapoleĆ³n arrasĆ³ en Egipto. El propio actor protagĆ³nico, Joaquin Phoenix, buscĆ³ poner paƱos frĆ­os, recomendando que quienes pretendan conocer mejor la figura de Bonaparte lean una biografĆ­a.

Creo que los historiadores tenemos que cambiar la ruta de este debate. En efecto, la idea de Scott sobre nuestro oficio es desacertada. Los historiadores entendemos que una pelĆ­cula es una representaciĆ³n que puede tomar diversas formas. El cine no puede ser una ventana prĆ­stina al pasado y, mĆ”s importante todavĆ­a, no tiene por quĆ© serlo. MĆ”s aĆŗn, ha sido y es un recurso efectivo para generar discusiones en las cuales intervenimos los especialistas. Tan es asĆ­ que no somos pocos los que utilizamos producciones cinematogrĆ”ficas como herramientas pedagĆ³gicas. Muchos consumimos pelĆ­culas o series basadas en temas histĆ³ricos. Somos conscientes de lo que implican estas representaciones, pero las examinamos en funciĆ³n de cuĆ”nto pueden aportar a un anĆ”lisis sofisticado o a la perpetuaciĆ³n de imĆ”genes equĆ­vocas.

Llevar la discusiĆ³n exclusivamente al terreno de la evaluaciĆ³n de ā€œinexactitudesā€ es simplificar nuestro oficio, reducirlo a la tarea de hacer un reporte de ā€œsucediĆ³ā€/ā€œno sucediĆ³ā€, a narrar de forma ordenada y decorada de curiosidades una secuencia de eventos, estableciendo su grado de veracidad. Aquel peligro que residĆ­a en la ā€œhistoria de los acontecimientosā€ y del que Fernand Braudel advirtiĆ³ enĆ©rgicamente. El rol del historiador profesional no debe disminuirse a eso, no solo porque puede sugerir que no somos sensibles a la sutileza de la ā€œlicencias creativasā€, como parece plantear Scott, sino principalmente porque nos aleja del objetivo mĆ”s importante de comprender el proceso.

Hablando desde un punto de vista personal, debo decir que esperĆ© la pelĆ­cula con ansias y fui al estreno con altas expectativas. Sabiendo de los debates en curso en torno a ā€œlos detallesā€, me acerquĆ© con la idea de enfocarme principalmente en ā€œel temaā€, es decir, en la forma en que Scott estaba representando a NapoleĆ³n y al mundo napoleĆ³nico.

Instalados en ese campo, cabe decir que los problemas de la pelĆ­cula son todavĆ­a mĆ”s profundos. En primer lugar, estamos ante una biografĆ­a exageradamente psicolĆ³gica. El crecimiento meteĆ³rico de NapoleĆ³n y su trayectoria son presentados como la bĆŗsqueda de un ascenso, en el que la RevoluciĆ³n francesa aparece como una oportunidad, casi un telĆ³n de fondo del que se vale un personaje irremediablemente ambicioso. La expresiĆ³n mĆ”s clara y repetida de este problema es el entrelazamiento de la adicciĆ³n al poder y al sexo. Se trata de un clichĆ© del que la pelĆ­cula abusa y que invita a relaciones nada evidentes entre las cualidades fĆ­sicas, en este caso la virilidad, y la obsesiĆ³n por el poder; o entre la estatura y las inclinaciones tirĆ”nicas a travĆ©s de un explosivo complejo de inferioridad (conocido como ā€œel sĆ­ndrome de NapoleĆ³nā€).

El desproporcionado foco en el protagonista tambiĆ©n lleva a un problema ya condensado en el tĆ­tulo. Es una pelĆ­cula centrada en NapoleĆ³n, no en el perĆ­odo napoleĆ³nico. En el personaje, no en el contexto. No es que la idea de una cinta biogrĆ”fica (biopic) sea invĆ”lida, pero tanto las circunstancias como otras figuras, aparte de Bonaparte, deberĆ­an importar. No en la pelĆ­cula de Scott. En ella, tiempo y espacio conforman escenarios que sirven para enfatizar aspectos del carĆ”cter de NapoleĆ³n. Salvo Josefina, los personajes sin los cuales serĆ­a imposible explicar el entramado de la polĆ­tica napoleĆ³nica aparecen como actores de reparto que desfilan con poquĆ­sima relevancia. NapoleĆ³n llega a la cĆŗspide de Europa solamente acompaƱado de su primera esposa y se quedarĆ” en soledad allĆ­ tras su divorcio (su nueva consorte, MarĆ­a Luisa, se presenta en una sola escena). El lugar de Talleyrand es menor. Los hermanos de NapoleĆ³n poco aportan. Murat ni aparece. Solo las extraordinarias capacidades de un hombre ā€“no su contexto, ni otras figurasā€“, nos muestra la pelĆ­cula, llevaron a grandes transformaciones histĆ³ricas.

AsĆ­, Scott sostiene una idea desmedida del lugar del individuo en la historia, patente en sus propias impresiones del mismo NapoleĆ³n al compararlo con Hitler y Stalin ā€“una equivalencia errada, por la multiplicidad de factores que separan actores y Ć©pocas. Se trata de una mirada bastante superada por la historiografĆ­a, incluso por el gĆ©nero biogrĆ”fico. Como muestra el trabajo de Patrice Gueniffey sobre Bonaparte o, por mencionar otro ejemplo tĆ­pico, el de Ian Kershaw sobre Hitler, es posible lograr un balance entre el estudio del protagonista, su cĆ­rculo y el contexto. Son biografĆ­as cargadas de contingencia, mientras que en NapolĆ©on la aproximaciĆ³n a la historia roza el determinismo.

Incluso aceptando el celoso foco en el personaje, el esbozo de la personalidad de Bonaparte es por momentos caprichosa e infantil. Cuando la inteligencia del protagonista aparece, se la destaca desde un punto de vista exclusivamente militar, dejando de lado sus capacidades polĆ­ticas, como si pudieran separarse de las militares. Por ende, se omite mencionar el rediseƱo de las fronteras de Europa, la reconfiguraciĆ³n del escenario dinĆ”stico del continente, las reformas administrativas o el cĆ³digo que introdujo un ordenamiento legislativo absolutamente novedoso y que nos acompaƱa en varios paĆ­ses hasta el presente, por solo mencionar algunos ejemplos. En otras palabras, la pelĆ­cula ofrece una mirada limitada de un experimento polĆ­tico mayĆŗsculo como el imperio, que, como bien ha demostrado Stuart Woolf, llevĆ³ a una ā€œintegraciĆ³nā€ jurĆ­dica e institucional de Europa.

De nuevo, en la mirada de Scott el imperio napoleĆ³nico se habrĆ­a forjado por la combinaciĆ³n de la ambiciĆ³n y la capacidad militar de ese hombre. La total ausencia del plebiscito que lo consagrĆ³ como emperador es una prueba cabal de la poca relevancia que se le otorga a la cuestiĆ³n polĆ­tica. Como seƱalĆ³ FranƧois Furet en uno de los trabajos canĆ³nicos sobre el tema, si NapoleĆ³n pudo ofrecer un cierre a la RevoluciĆ³n francesa fue precisamente porque logrĆ³ conjugar la tradiciĆ³n de una cabeza coronada con el nuevo principio de soberanĆ­a emergido de aquella, ā€œes decir, un rey de la revoluciĆ³n. La imagen antigua del poder ligada a una nueva legitimidadā€. Fue, entonces, mĆ”s que la simple bĆŗsqueda de un ascenso.

El espacio en que se desarrolla la pelĆ­cula no trae menos inconvenientes. El mapa que Scott diseĆ±Ć³ para NapoleĆ³n necesariamente implica una selecciĆ³n, pero sus decisiones dejan sabor a poco. En los Ćŗltimos aƱos, nuevos estudios como el de Alexander Mikaberidze han mostrado los efectos de las guerras napoleĆ³nicas mĆ”s allĆ” de los confines continentales europeos y del mundo mediterrĆ”neo. Del otro lado del AtlĆ”ntico contribuyeron a transformaciones profundĆ­simas, desde la independencia de HaitĆ­ hasta las revoluciones hispanoamericanas. Pero incluso comprendiendo que el director haya tenido razones de peso para circunscribir la trama al viejo continente, el despliegue del itinerario napoleĆ³nico sobre la geografĆ­a europea es igualmente discutible. La producciĆ³n destina varias escenas a las campaƱas de Egipto y Rusia. TambiĆ©n desarrolla las batallas de Toulon, las pirĆ”mides, Austerlitz, BorodinĆ³ y Waterloo. Pero la ausencia de la experiencia de NapoleĆ³n en Italia y de la ocupaciĆ³n de la penĆ­nsula ibĆ©rica son difĆ­ciles de comprender. Pese a sus Ć©xitos previos, puede afirmarse que fue la campaƱa italiana de 1796-1797 la que consagrĆ³ a Bonaparte como un lĆ­der militar sobresaliente. En 1807 y 1808, con NapoleĆ³n ya coronado emperador, el avance de la Grande armĆ©e sobre Portugal (aliado de Gran BretaƱa) provocĆ³ la extraordinaria mudanza de la corte de Lisboa a RĆ­o de Janeiro y abriĆ³ un frente de batalla en un terreno incĆ³modo para Francia. La intervenciĆ³n de Bonaparte en las tramas dinĆ”sticas de los Borbones espaƱoles llevĆ³ a una crisis polĆ­tica que, como se mencionĆ³, dio inicio al camino revolucionario del mundo hispĆ”nico en ambos hemisferios, pero ademĆ”s posicionĆ³ a EspaƱa como uno de los puntos estratĆ©gicamente mĆ”s problemĆ”ticos para ParĆ­s. La extensiĆ³n de la guerra en el extremo occidental de Europa y el consumo de recursos afectĆ³ el resto de su despliegue continental desde mucho antes de la incursiĆ³n a Rusia. Para 1813, Francia se encontrarĆ­a cercada no solo desde el este sino tambiĆ©n desde el oeste. La centralidad de la penĆ­nsula ibĆ©rica a partir de 1808 y sobre todo desde 1812 es difĆ­cil de exagerar. La ā€œĆŗlcera espaƱolaā€ presentĆ³ un desgaste prolongado para el imperio, tanto por las campaƱas defensivas de cuerpos regulares e irregulares contra la ocupaciĆ³n francesa como por la acciĆ³n militar directa de Gran BretaƱa en la zona.

Finalmente, la cronologĆ­a es quizĆ” el problema mĆ”s evidente de NapoleĆ³n. Si bien se ha anunciado que se estrenarĆ” una versiĆ³n mĆ”s larga de la pelĆ­cula, los cortes en la proyectada en cines son demasiado abruptos, y los saltos temporales abren huecos que el guiĆ³n no completa. Se basa en mojones poco o nada conectados entre sĆ­. Varios de ellos se enfocan en batallas o campaƱas, trazando un itinerario que reproduce una idea simplista y errada: NapoleĆ³n ganĆ³ y ganĆ³ hasta que fracasĆ³ en Rusia, se vio obligado a abdicar en 1814, para luego regresar y ser definitivamente derrotado en 1815 en Waterloo.

Antes de 1812, no hay muestras de los reveses que sufrieron las fuerzas napoleĆ³nicas, como el de Trafalgar, en las costas espaƱolas, que apenas cuarenta dĆ­as antes de Austerlitz redefiniĆ³ su estrategia y sus posibilidades en el espacio atlĆ”ntico, consagrando la preeminencia de la armada britĆ”nica en los mares. Tampoco aparece menciĆ³n alguna a BailĆ©n (de una importancia simbĆ³lica notable en 1808), a la retirada de su hermano JosĆ© Bonaparte de Madrid, o al enfrentamiento de Leipzig en octubre de 1813, conocida como la ā€œbatalla de las nacionesā€. Incluso considerando el problema del concepto de ā€œbatallas decisivasā€, como han mostrado atinadamente varios historiadores y ha resaltado recientemente Franz-Stefan Gady en un artĆ­culo a propĆ³sito de la pelĆ­cula, son omisiones notables. Ninguna de estas derrotas, ni la avanzada de la coaliciĆ³n antinapoleĆ³nica sobre el centro de Europa en 1813 y 1814, son siquiera mencionadas en NapoleĆ³n, que presenta su abdicaciĆ³n casi como una consecuencia automĆ”tica e inmediata de la malograda campaƱa a Rusia.

No obstante todo lo anterior, creo que esta producciĆ³n abre oportunidades. La mezcla de altas expectativas y recepciĆ³n frĆ­a que vemos entre los espectadores prueba que existe un interĆ©s que experimentos futuros que aborden el perĆ­odo napoleĆ³nico pueden explotar. Si bien es cierto que la pelĆ­cula nunca fue planteada como un ejercicio didĆ”ctico, tambiĆ©n parece claro que el pĆŗblico esperaba cierta sofisticaciĆ³n en una propuesta que se anunciĆ³ como una ā€œobra maestraā€.

Creo que las preguntas sin responder son tantas y el campo abierto que deja es tan vasto que pueden aspirar a cubrirse, al menos en parte, con cierto acercamiento a la historiografĆ­a de ā€œalta divulgaciĆ³nā€. En otras palabras, que el acto de volver a ubicar a NapoleĆ³n Bonaparte en el centro de la conversaciĆ³n pĆŗblica sobre el pasado funcione como un puente hacia la curiosidad, y que esa curiosidad sea bien encausada. Napoleon: A concise biography, de David A. Bell, y Napoleonā€™s wars: an international history, 1803-1815, de Charles Esdaile, son tĆ­tulos que cubren esa necesidad.

La decepciĆ³n puede llevar a que la discusiĆ³n sobre la figura de NapoleĆ³n y el perĆ­odo napoleĆ³nico supere a la ejecuciĆ³n de la pelĆ­cula. A travĆ©s de un repaso serio de los problemas de mayor profundidad historiogrĆ”fica que NapoleĆ³n trajo consigo, la oportunidad desperdiciada puede llevar a otra que eleve el debate. ~

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(Buenos Aires, 1995) es un historiador especializado en el mundo atlƔntico durante la primera mitad del siglo XIX. Cuenta con una licenciatura y una maestrƭa en historia por la Universidad Torcuato Di Tella (Argentina). Actualmente cursa el doctorado en historia en la Universidad de Georgetown (Estados Unidos).


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