Supe de la existencia de Julio Popper hace unas semanas, al ver el anuncio en facebook de una exposición de las fotografías que se tomaron durante su expedición científica, en 1886, a Tierra del Fuego, la primera que se hacía en aquel territorio que él colonizaría para Argentina.
La exposición se celebró en una de las pocas sinagogas que Ceausescu dejó en pie en Bucarest, y estaba organizada por el Centro Filderman para el Estudio de la Historia de los Judíos de Rumanía. ¿Qué tenía que ver Tierra del Fuego con Rumanía? ¿Y con los judíos de Rumanía?
El nexo es, como habrán sospechado algunos lectores, el propio Popper, que nació en una prominente familia judía de la capital rumana en 1857 y exploró y civilizó –en el sentido estricto y por lo tanto neutro de la palabra– ese territorio que Argentina se disputó en su día con Chile.
Además de un carisma natural que cautivó a muchos, a Popper le recomendaba, pese a su juventud, una trayectoria profesional admirable. En 1883 hizo el mapa de las líneas de transporte de Nueva Orleans para la Bolsa Mercantil Mexicana. Ese mismo año cartografió el perímetro central de Ciudad de México, y en 1884 participó en la planificación urbanística de la ciudad de La Habana.
Más allá de las entradas –llenas de juicios de valor negativos– de la Wikipedia en español y en inglés, gran parte de lo que sé de Popper me lo contó en el bar del Bookfest de Bucarest la responsable de la exposición, la secretaria científica del Centro Filderman Anca Tudorancea, que, con su generosidad habitual, me habló de sus orígenes y de la etapa de su vida que pasó en Rumanía.
Hijo de un intelectual que tuvo una editorial con imprenta en una de las calles principales de la entonces vibrante judería de la capital rumana, Iuliu –como se le conocía en Rumanía– Popper estudió ingeniería en París y viajó por todo el mundo antes de llegar a Argentina, donde el Gobierno le encomendó la exploración de Tierra del Fuego.
Al mando de una expedición de diecisiete hombres, todos ellos armados para protegerse de la población indígena, Popper llegó a todos los rincones de un territorio hasta entonces desconocido para el hombre blanco del que elaboró mapas y a cuyos accidentes geográficos puso nombres que prueban su compromiso patriótico.
“De las cosas más hermosas que hizo fue la cartografía de Tierra del Fuego”, me dijo por teléfono días después de que se inaugurara la exposición de Bucarest Carlos Vairo, explorador, estudioso y admirador de Popper y director del Museo Marítimo de Ushuaia, en Tierra del Fuego. “Fue él el que inventó el nombre Mar Argentino; pudo ponerle Mar de Popper pero le puso Mar Argentino”, añadió.
“Hizo cosas muy importantes para la soberanía de Argentina”, dijo también Vairo, que destacó la mezcla de valor, carácter y competencias científicas que se requerían para hacer lo que hizo Popper en Tierra de Fuego, donde el explorador bucarestino llevó a cabo prospecciones auríferas y explotó unas reservas de oro que –comparadas con las de otras zonas del continente– resultaron ser más bien modestas.
Fuera de los círculos científicos, el prestigio de Popper está manchado por las acusaciones de genocidio. “Popper fue uno de los ‘cazadores de indios’ que formaron parte de la campaña de exterminio de la población selknam de Tierra del Fuego”, se lee en la entrada que se le dedica en español a Popper en Wikipedia. Muchos periodistas, de dentro y fuera de Argentina, se refieren a Popper en sus artículos con el calificativo de “genocida”, como si su condición de exterminador de indios fuera una verdad probada y fuera de toda duda.
Vairo considera los cargos injustos: “Es totalmente falso. Me canso de decirlo, de escribirlo”. El explorador y museólogo atribuye las acusaciones al indigenismo anti-europeo que domina desde hace décadas el debate público de Argentina y el resto de América.
“Todos saben que cualquier cultura superior, desde la época prerromana, se sobrepone a las demás culturas; eso pasó y va a seguir pasando, y hay que ser de mucha ignorancia y mente muy corta para negarlo”, afirma Vairo sobre la manera de ver el mundo de los historiadores “sometidos a la política” que le han colgado a Popper el sambenito de genocida.
Lo más parecido a una prueba incriminatoria que existe contra Popper son las fotografías –parte del álbum de la expedición pionera que ahora se expone en Bucarest y ha sido digitalizado por el Centro Filderman– donde se puede ver a indígenas abatidos por los expedicionarios. En una de las imágenes, Popper posa delante del cadáver de un indio.
Anca Tudorancea, la investigadora del Centro Filderman, explica que no hay ningún elemento para concluir que Popper dirigió una campaña de exterminio. “Como explica él mismo en uno de los pasajes de la conferencia sobre la expedición que pronunció en 1887 en la Sociedad Geográfica Argentina, los indios no tenían el concepto de propiedad privada y entraban a menudo en el campamento de los expedicionarios para comerse sus caballos”, cuenta la historiadora rumana. “Para los indios todos eran guanacos; un caballo era un guanaco grande, un perro un guanaco pequeño”, dice Tudorancea.
Los episodios en que los expedicionarios mataron a indígenas, pues, no eran fruto de la voluntad exterminadora que les imputan quienes condenan a Popper a posteriori, sino encontronazos entre dos grupos con acceso a armas desiguales que se disputaban la comida. “Popper explica que, al haberse quedado sin provisiones, los expedicionarios se vieron obligados a salir a cazar, y al salir del campamento y, de algún modo, quitarles la comida a los indios se producían enfrentamientos”, agrega Tudorancea.
En la conferencia –de la que se extraen los pies de foto en el álbum que ahora se expone en Bucarest– Popper cuenta cómo el grupo se topó con “ochenta indios” con el “cuerpo pintado y completamente desnudos” que descargaron “una lluvia de flechas” contra los expedicionarios. “Bajamos de los caballos y respondimos con el [rifle] Winchester al ataque de los indios”, escribe después el jefe de la expedición, que concluye: “Por desgracia, estos encuentros se producían a diario”.
Popper no solo lamentaba los episodios de violencia con los indios. Según Carlos Vairo, también pidió al Gobierno argentino que actuara para evitar que les masacraran los colonos que después se dedicaron a la ganadería de ovejas en Tierra del Fuego. “Esos sí se pusieron a cazar indios”, tal y como había advertido Popper. “Dijo que los iban a arrasar, y eso fue lo que pasó”, señala el director del Museo de Ushuaia, que subraya asimismo que Popper nunca esclavizó a los indios ni quiso confinarlos en reservas o evangelizarlos.
Desde su primera expedición, a la que debemos valiosas observaciones sobre el territorio y el estilo de vida de la población indígena, Popper civilizó Tierra del Fuego con un estilo personalista que trajo excelentes resultados. Gracias a su clarividencia e iniciativa, las autoridades argentinas “pusieron policía, pusieron correo, pusieron de todo”, explica Vairo, que recuerda cómo Popper acuñó su propia moneda de curso legal en las tierras fueguinas, el popper, e implantó un sistema funcional de correo que permitía la comunicación en todo el territorio.
Para Vairo, igual de importante para establecer el control argentino de Tierra del Fuego fue la firmeza que mostró en defender su soberanía de los buscadores extranjeros de oro. “Los chilenos pasaban a las tierras argentinas para sacar oro, y él los agarraba a tiros y advertía al Gobierno argentino de que debía mandar policías y soldados”, cuenta el museógrafo.
Según reseña Vairo, Popper se empleó con parecida firmeza con las tendencias corruptas de los gobernadores de la región, lo que le granjeó la enemistad intensa en algunos estratos de la clase dirigente argentina. Su muerte en 1893 en Buenos Aires cuando solo tenía 35 años ha sido relacionada con la rectitud con que se empleó al gestionar la concesión de todo el territorio fueguino para la explotación minera.
Aunque las autopsias que se le hicieron descartaron el asesinato, algunos estudiosos de su vida apuntan a la posibilidad de que a Popper lo mataran los magnates ganaderos que, después de su muerte, se repartirían las tierras que él tenía concedidas.
Cuando murió, Popper trabajaba para ir a la Antártida a conquistar tierras para Argentina. Pese a su muerte prematura, este judío de nacimiento que acabó siendo masón tuvo tiempo de labrarse una trayectoria que sigue despertando admiración hoy.
“Desde el punto de vista de la ingeniería, tenía una formación excepcional y llevó a cabo proyectos de gran mérito”, me dijo durante la inauguración de la exposición de Bucarest el contraalmirante de flotilla rumano Marian Savulescu, otro admirador de Popper.
En la línea del militar, Vairo destaca de Popper su claridad de ideas y un “positivismo” radical que estaba de moda en aquella época y no admitía negociaciones para acomodarse a las debilidades humanas. “Su idea política básica era la producción”, dice el explorador argentino, que contrapone la manera de pensar de Popper con la de “los políticos de hoy que insisten en repartir sin producir nada”.
Popper ha inspirado en las últimas décadas libros y películas que transforman al bucarestino en una figura mítica siempre seductora y, en ocasiones, terrorífica. “Algunos de los libros que se han escrito sobre él le presentan como una especie de Drácula, con su vertiente erótica incluida”, dice Anca Tudorancea, que destaca novelas como El corazón a contraluz (1996), del chileno Patricio Manns.
Más recientemente, la historia de Popper se ha contado en el cómic El último rey de Tierra del Fuego (2017), de Léonard Chemineau y Alexis Martz, un libro avalado por historiadores como Tudorancea que ha sido traducido al español.
Hasta que las acusaciones de genocidio contra él se hicieron mainstream en Argentina, la idea del Popper implacable, inmoral y sin escrúpulos se cultivó sobre todo en Chile, consecuencia probable del tratamiento estricto que aplicó a los chilenos que buscaban oro en Tierra del Fuego. También en Chile, Popper da nombre a la banda de rock Julius Popper, creada en 2004 en la ciudad chilena de Concepción.
En Rumanía, la biografía del explorador sirvió de fundamento para la exitosa serie de finales de los setenta Toate pânzele sus (A toda vela), una serie basada en la novela homónima de Radu Tudoran cuya trama se inspiraba en la vida de Popper y en sus aventuras en Tierra del Fuego.
“La serie nos permitió evadirnos durante el período comunista”, recuerda Anca Tudorancea. “Con ella, pudimos viajar a Argentina y por el resto del mundo, como hizo Popper, aunque en realidad sabemos que el equipo de grabación nunca salió del bloque socialista, y que las escenas con los indios se filmaron en Bulgaria”, dice entre risas la investigadora del Centro Filderman.
Popper es menos conocido en Rumanía que en Argentina y Chile. A través de iniciativas como la exposición inaugurada hace unas semanas en Bucarest, el Centro Filderman aspira a dar a conocer a cada vez más gente esta figura excepcional a la que su país de nacimiento no hizo justicia en su momento.
Pese a la distancia y el ritmo trepidante que había tomado su vida, Popper nunca dejó de cartearse con sus amigos de la Sociedad de Geografía Rumana ni perdió el contacto con los familiares que dejó en Bucarest, y homenajeó al que consideraba su país poniendo nombres que hacía referencia a Rumanía y a su capital a algunos de los accidentes geográficos que descubrió en América.
Pero nada de esto fue suficiente para que se le concediera la nacionalidad rumana. “Vivió y murió como un no ciudadano rumano, porque era judío y en aquella época a los judíos se les prohibía naturalizarse debido a su religión”, explica Tudorancea, que cuenta también que Popper rechazó recibir cualquier otra nacionalidad que no fuera la rumana.
Marcel Gascón es periodista.