Caricaturas de Porfirio Díaz

Las caricaturas más antiguas de Díaz aparecieron en La Orquesta, un semanario identificado con las causas liberales, aunque acaso las más feroces se publicaron en El Hijo del Ahuizote. Al mostrar los conflictos, simplificar la realidad y polarizar posiciones, las caricaturas de la época ayudan a entender la sociedad que las consumía.
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¿Cómo percibieron los mexicanos, sus contemporáneos, al general Porfirio Díaz? ¿Qué imagen suya trataron de proyectar sus partidarios y sus detractores? La caricatura es uno de los documentos más útiles para responder a estas preguntas, pues nos permite conocer, sin filtros, todas las visiones que fueron construidas alrededor de ese personaje.

Las caricaturas más antiguas de Porfirio aparecieron en La Orquesta, un semanario identificado con la causa de los liberales, fundado en 1861, tras su triunfo en la Reforma. Vicente Riva Palacio, su redactor en jefe, era contrario a Juárez y a Lerdo, y partidario de Díaz. Entre los dibujantes más talentosos del semanario estaba Santiago Hernández. Las caricaturas no suelen narrar los hechos; son la expresión de la opinión de un individuo. Pero las suyas parecen una especie de crónica. En ellas narra las elecciones de 1871, que enfrentaron a Díaz con el presidente Benito Juárez. En uno de sus dibujos, tras ser derrotado en la contienda, Díaz ataca con el Plan de La Noria a Juárez, quien le responde a golpes con la Declaración de Sitio. (Véase imagen 1.) La imagen no toma partido: describe. Tras el fracaso de la rebelión, Porfirio desapareció por completo durante meses (estaba, de hecho, en Nueva York). Su desaparición era un misterio en México. La Orquesta bromeó así:

Esto no equivale a un mientes,
decirlo fuera un delirio,
pero en fin, chicos, Porfirio
se encuentra en Aguascalientes.

Imagen 1. Cedida por Penguin Random House.

La Orquesta desapareció en 1873. Sebastián Lerdo de Tejada fue electo presidente tras la muerte de Juárez. El general Riva Palacio, distanciado de Lerdo, fue uno de sus enemigos más implacables, a partir de la publicación de un semanario de caricaturas que sería legendario: El Ahuizote. El semanario lo demolió con su sátira: le imputó la fama de glotón y sensual que lo perseguiría toda su vida; también lo criticó por agredir a los católicos y a los conservadores para buscar la cohesión del partido liberal, que no pudo lograr con un gobierno inteligente y justo.

El Ahuizote recogía la herencia política y gráfica de La Orquesta, uno de cuyos ilustradores fue su dibujante más destacado: José María Villasana. Su vida fue breve, dos años: surgió en 1874 y desapareció en 1876, al integrarse Riva Palacio a la revolución contra Lerdo que dirigió su compañero Porfirio Díaz. Los textos de Riva Palacio publicados en El Ahuizote sirvieron, de hecho, para articular el manifiesto que anunció al movimiento: el Plan de Tuxtepec.

La caricatura, como imagen que deforma los rasgos de su víctima, provoca risa y escarnio, es capaz de ser un instrumento demoledor en la política. Ella no sirve en este caso para comprender, sino para movilizar; no pretende reflejar la realidad, sino transformarla. Esta vocación suya nace con los periódicos de mediados de los setenta, El Ahuizote y El Padre Cobos –también porfirista, dirigido por Ireneo Paz– y La Carabina de Ambrosio, bisemanario subsidiado por el presidente Lerdo para combatir a Díaz, quien estaba en Texas por esas fechas en busca de recursos para financiar la revolución de Tuxtepec. La Carabina de Ambrosio captó con humor ese momento: Porfirio toca la puerta de Estados Unidos, y dice: “Vengo en busca de un ejército para defender la causa popular de mi presidencia.” (Véase imagen 2.)

Imagen 2. Cedida por Penguin Random House.

Las caricaturas expresan pasiones y convicciones, odios y temores. Explorarlas nos permite conocer mejor la sociedad que las produce y las consume. Las caricaturas, al tratar de influir en la opinión, movilizándola con certezas, silenciándole las dudas o los matices que pudieran hacerla titubear, tienden a simplificar la realidad con generalizaciones, a negar la complejidad de los fenómenos, a polarizar las posiciones en torno a ellos. Al mismo tiempo, sin embargo, las caricaturas son útiles porque desempeñan un papel importante en la visibilización de los conflictos, pues suelen expresarse en medios masivos de comunicación que buscan influir en la sociedad. Ese es el papel que desempeñaron las caricaturas (políticas y no políticas) durante el porfiriato.

La sátira es, por naturaleza, crítica del poder. El Hijo del Ahuizote fue el periódico de sátira política más importante del porfiriato. Apareció en 1885, con este encabezado: “Semanario feroz, aunque de nobles instintos, político y sin subvención, como su padre, y como su padre, matrero y calaverón.” Entre sus colaboradores, el más distinguido fue el caricaturista Daniel Cabrera, alias –“Fígaro”–, quien sufrió la represión del régimen de Díaz. Una de sus primeras caricaturas muestra a Porfirio en la disyuntiva de permitir la acción de la justicia o defender a su compadre, el general Manuel González. (Véase imagen 3.) En 1902, tras haber sufrido la cárcel de Belén, terrible, Cabrera arrendó El Hijo del Ahuizote a Ricardo Flores Magón, con quien las caricaturas del semanario subieron en virulencia, pero bajaron en calidad, hasta su desaparición en 1903.

Imagen 3.

No toda la sátira fue política durante el porfiriato. Uno de los mejores exponentes, grabador más que caricaturista, centró su talento en la crítica de la sociedad. José Guadalupe Posada, oriundo del Bajío, llegó a la capital a fines del siglo XIX. Trabajaba con Antonio Vanegas Arroyo para la Gaceta Callejera, una publicación que consagraba sus textos a criticar los excesos de los habitantes de la Ciudad de México. Posada produjo tres grabados alrededor del escándalo más sonado del momento. Uno de ellos está titulado Los 41 maricones (entre ellos, rumoraba la gente, estaba el yerno de don Porfirio) y dice así: “Aquí están los maricones, muy chulos y coquetones.” (Véase imagen 4.)

Imagen 4.

Posada trabajó después para El Diablito Rojo que en 1908, al comenzar el derrumbe, publicó estos versos sobre el presidente Díaz:

Dio a su Patria derrotero,
y viril la engrandeció;
pero el Gran Hombre murió
por su amor al extranjero.

Quizás el caricaturista del porfiriato de más renombre, fuera de México, fue Carlo de Fornaro, inglés por nacionalidad, italiano por ascendencia, que publicó en 1909, en Estados Unidos, su panfleto Diaz, czar of Mexico. (Véase imagen 5.) Con el buen ojo del caricaturista, Fornaro describió así a Porfirio Díaz: “Parece alto, gracias a la excelente proporción de sus miembros. Los pies y las manos son grandes; su gesticulación es mesurada y calmosa. La frente es baja, oblicua e inintelectual; los ojos como cuentas, penetrantes, algunas veces bondadosos y festivos, siempre observadores y suspicaces.” ~

Imagen 5.
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