El primer libro de Fabio Morábito, Lotes baldíos (1984), apareció en un momento en el que la poesía en México conocía un auge en la experimentación del lenguaje, del poema como ampliación de recursos prosódicos, como laboratorio en donde el yo exaltado o su negación resultaban de una mezcla de mitología, conocimientos y vivencias. Las obras que por aquellos años publicaron David Huerta, Coral Bracho y José Luis Rivas, por sólo mencionar tres ejemplos del arranque de aquella década, así lo dejaban constatar. Frente a la exuberancia verbal de estos tres fuertes exponentes, la poesía de Morábito revistió una mesura atractiva por sus recursos melódicos y rítmicos, así como por sus aproximaciones a lo cotidiano desde la perspectiva de quien busca la humildad de corazón.
Con De lunes todo el año (1992), la templanza lírica de los poemas de Morábito confirmó un estilo en el que el argumento es lo inmediato o lo cotidiano, cosa que le permite elaborar analogías imaginativas y elocuentes sobre la realidad u observar las metáforas que de ésta se desprenden. Sus poemas no son estampas o anécdotas urbanas, sino ahondamientos en el misterio a partir de lo tangible que, al ir de prisa, no vemos.
Si no es la culminación de aquel tono, Alguien de lava representa el mayor logro de su autor por ser el más ambicioso de sus libros de poemas. El concepto que lo anima es una crítica social (no en el sentido de poesía comprometida, ni en el sentido que se le dio en España a la poesía de la experiencia) y a la vez un canto mesurado a la identidad y la diferencia. No quiero decir con esto que lo crítico de su mirada esté ausente en sus libros anteriores, sino que lo crítico ahora toca otro asunto. En cuanto a la melodía prosódica, pienso que es una reiteración que confirma el uso que hace Morábito de las sílabas graves, en tanto que su periodicidad acentual conforma un ritmo endecasílabo suave y llano.
Poeta crítico de actitudes radicales frente al lenguaje, Morábito se propuso explotar una aptitud que dice desde lo más profundo cosas sobre los conflictos de la existencia, de la vida diaria, registrados y asimilados con humildad. Pero esta humildad no plantea una hermandad franciscana, sino la conciencia de una diversidad, una diferencia. En esto observo el acierto sutil de su malicia literaria, que radica en hacer de la apariencia una secreta complejidad (Borges dixit). Al atravesar lo aparente en Alguien de lava, nos hallamos frente a un hombre cuya visión del mundo radica en la tolerancia y en la identidad con los otros.
¿Qué es lo que lleva a Morábito a plantease en este libro el concepto de la diferencia y de la identidad? Desde Lotes baldíos está presente el canto a la procedencia; su yo poético, extranjero que pasaba, no busca una identidad nacionalista sino plenamente humana; su patria, declara, es el mar. En De lunes todo el año se niega al arraigo, prefiere la mudanza, ser dueño de una amplitud en vez de una casa, y escuchar cómo en los condominios y edificios se filtran los besos de los vecinos. Pero ahí todavía no está presente la crítica que en Alguien de lava es social, asumiendo que el término es ambiguo. No hay falla. La crítica social que Morábito hace en su poesía radica en que sus deducciones plantean que no es imposible tolerar la diferencia, que no es necesario endurecernos del todo. Alguien de lava es una metáfora de esa posibilidad en la vida. Su personaje hace una descripción de la escultura circular que está en Ciudad Universitaria: “Tengo la justa elevación / de los monólogos, / tal vez la justa elevación / de la locura, / y observo / el gris del fondo del cansancio / de las piedras / que es el secreto combustible de las aves, / el gris del fondo de su vuelo / y el gris que ayuda / a todas las acciones; / pero tal vez la lava no es de piedra / y ningún círculo la enfría, / sólo la enfrían / los vuelos de las aves / que van en el sentido de su fluido.” El círculo, la gente, las rocas y los pájaros son los elementos que en la composición adquieren una simetría secreta. La lírica de Morábito hace de la reflexión un canto que sugiere un orden subyacente. El lector encuentra ahí y en el último poema del libro el sentido metafórico del título: como la lava, al vivir nos vamos endureciendo. Cuando el poeta habla sobre la convivencia con los otros, no habla del amor sino de la tolerancia: en eso está su lección.
En el texto de la contraportada hay una apreciación que comparto. Se dice allí que los poemas de Morábito son una enseñanza. Claro, y lo son en el estricto sentido de la palabra: la transmisión de un conocimiento. ¿Cuál es este conocer que nos trasmite Morábito? Aunque hay que matizar, afirmo que ese conocimiento radica en la humildad, que resulta de reconocer nuestros propios límites, con lo que logramos acercarnos a la naturaleza metafórica de lo real. La realidad es dura como una piedra, pero la poesía interioriza en ella sin necesidad de romperla. Abrir no es romper sino saber ver y oír en lo más hondo. Saber ver la intimidad, escucharla, tiene por consecuencia el respeto a lo diferente, o aceptar que lo otro nos atrae o nos da miedo. En una y otra parte de Alguien de lava, Morábito nos muestra cómo ocurre la convivencia de su personaje poético con los otros. Morábito da un giro al sentimiento de soledad que anima a muchos de nuestros poetas desde el romanticismo hasta nuestros días, cuya conciencia de estar solos en medio de la muchedumbre se resuelve no pocas veces en un sentimiento trágico de la vida.
Pero Morábito no es un vitalista o un poeta solar. Aunque rehúye las oscuridades metalingüísticas, no busca la luz total. Su racionalidad es lúcida, y ahonda en el misterio que se genera en lo inmediato. En este sentido deduzco que sus procesos creativos radican en matizar o, mejor aún, en plasmar lo visto y escuchado y sentido y pensado como una amplia gama de grises. Relativismo, sí, pero por afán de levedad, no por evadir las cosas concretas. Como cuando observa que, junto a los condominios de los vivos, están los condominios de los muertos. Con humor y reverencia mezclados, Morábito describe un mausoleo que acondomina los restos de los muertos, de lo que resulta una paradoja, pues, nos dice, al estar apilados hacia arriba no se baja la vista a la tierra, que es la posición que nos lleva “a repensar al muerto”. La ausencia del muerto es algo que se concreta en el dolor que causa su memoria, pero la disposición de la realidad del muerto está en contradicción con sus deudos. ¿No es acaso ésta una crítica a la civilización acelerada y, por tanto, a la sociedad que la encarna? ~
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