En un paรญs como Australia, a pesar de su historia colonial relativamente breve, existe ya todo un catรกlogo de gente olvidada: costureras, camelleros, niรฑos ahogados y poetas inรฉditos; los humildes, los tranquilos y los locos; algunos que llegaron a nuestro escenario colonial a mediados y finales del siglo XIX: aventureros y buscavidas a la deriva de las antiguas colonias espaรฑolas en el Pacรญfico. Por citar solo uno: un transportista espaรฑol, destinado a permanecer anรณnimo, se encontraba entre los detenidos en el casco de un barco amarrado frente al muelle de Normanton despuรฉs de โdisturbios racialesโ en el pueblo en el aรฑo 1888. Normanton, incluso hoy en dรญa, es un puerto remoto y solitario; poco despuรฉs de los โdisturbiosโ el espaรฑol anรณnimo fue โdeportadoโ, junto con malayos, franceses y โsujetos de color estadounidensesโ a Thursday Island donde, por casualidad, pronto llegarรญan mis bisabuelos paternos, รฉl para trabajar como farero, ella como partera. ยฟQuiรฉn era ese espaรฑol? Estรก completamente perdido para nosotros, al igual que los demรกs en esa embarcaciรณn que navegaba por la costa de Carpentaria hacia el estrecho de Torres. Como si Normanton no fuera lo suficientemente remoto, fueron borrados aรบn mรกs: esos malditos anรณnimos, subiendo por el golfo sudoroso hacia unas pequeรฑas islas al mรกs puro estilo conradiano. Sus nombres nunca han sido inscritos en nuestra historia.
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Tanto asesinato comienza con las mejores intenciones. Luego resulta que el plan para el cielo es un esquema para el infierno: no existen las iluminadas tierras altas en la historia humana. Tanto se destruye en cualquier intento de construir una nueva sociedad: โLa revoluciรณn es a menudo precipitada en su generosidadโ, observรณ Alexander Solzhenitsin. โTiene tanta prisa por repudiar tantoโ.
Como Australia, en mi segunda patria, Espaรฑa, se debate constantemente la forma y carรกcter de su historia: de cรณmo y dรณnde colocarla. Tales debates pueden parecer contemporรกneos a la luz de las recientes reformulaciones urgentes de historias nacionales, pero sus complejas redes y contornos son de hecho eternos: el orgullo y la culpa, el triunfo y la sangre derramada, la permanencia del monumento de granito y la fragilidad de lo actual. En ambos paรญses, hermosos paisajes rurales guardan a los muertos en sus tierras โlos muertos de los que no se sabe cรณmo hablar, o si es que hay que hablar ni siquiera. En ambos paรญses, las generaciones mรกs jรณvenes han exigido una explicaciรณn para las ausencias en la historia de la naciรณn; como era de esperar, tanto los delitos histรณricos como las ausencias son mรกs complejas que la opiniรณn popular โejemplificada en las rรญgidas bipolaridades de las redes socialesโ tiende a querer.
El proyecto de Amnesia Road consiste en una investigaciรณn comparativa de paisaje, violencia y memoria en dos escenarios: la frontera pastoral de mediados del siglo XIX del suroeste del estado de Queensland y una serie de masacres de civiles entre 1936 y 1937 en el sur de Espaรฑa. Ambos escenarios siguen vivos en el presente y nos permite observar, mรกs allรก de las disputadas cuentas, las formas en que se revisa e inspecciona la historia, a veces con fascinaciรณn, a veces con asco. Se pulen sus รกngulos para fines culturales y polรญticos muy especรญficos. Ambos escenarios estรกn en el centro de los debates contemporรกneos sobre la necesidad de contar, y los mรฉtodos aprobados para contar, difรญciles โquizรกs mejor dicho infamesโ episodios nacionales. En el caso de tantos pueblos indรญgenas del suroeste de Queensland, la muerte no fue mรกs que la primera etapa de un proceso mรกs largo de olvido. Al igual que con los asesinatos en Australia, tambiรฉn en los pueblos del sur de Espaรฑa las vรญctimas estaban en su mayor parte indefensas. Si prevaleciรณ un fuerte elemento racial en Australia, en Espaรฑa fueron cuestiones de clase y de polรญtica las que impulsaron las matanzas.
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El exilio ha sido una experiencia humana tan comรบn que sus rigurosas injusticias yacen en el corazรณn de muchas historias fundacionales, en las leyendas culturales y en las mรกs actuales quejas polรญticos. Desde el humano solitario con la maleta de cartรณn en la mano, o sus bienes envueltos equilibrados en la cabeza, a pateras repletas en fuertes oleajes, a miles que fluyen hacia puertas, cercas, alambre de pรบas, rรญos y la vigilancia de los puestos fronterizos. En la segunda mitad del siglo XIX miles de australianos indรญgenas fueron forzosamente al exilio interno, una diรกspora nacional a lo largo de los viejos rรญos y nuevas carreteras de un continente que cambiaba radicalmente delante de sus ojos. Para muchos sus destinos, aunque todavรญa nominalmente โAustraliaโ, debe de haber parecido un paรญs extranjero. Detrรกs de ellos quedaban sus tierras ancestrales arruinadas y sus propiedades robadas, un rastro de masacres en gran parte sin registrar, una matanza de inocentes con armas y tรกcticas a menudo irreconocibles. A lo largo de los aรฑos 1936 a 1939 tuvieron lugar algunos de los exilios mรกs rรกpidamente olvidados de Europa, ya que cientos de miles de espaรฑoles huyeron de la persecuciรณn hacia algo sobre lo que no tenรญan certezas. Ellos tambiรฉn dejaron atrรกs sus patrias arruinadas y sus propiedades robadas, un rastro de masacres en gran parte sin registrar, una matanza de inocentes con armas y tรกcticas a menudo irreconocibles.
He viajado por las vastas llanuras del suroeste de Queensland, una parte de Australia, incluso hoy en dรญa, descuidada, desconocida, hasta cierto punto despreciada por la cortรฉs metrรณpolis. He viajado por los caminos del sur de Espaรฑa, por pueblos mรกs allรก de las rutas turรญsticas, por caminos de cabras y santuarios, a travรฉs del vasto mosaico de olivares e industria rural, desde las perspectivas azul-atlรกnticas de Cรกdiz hasta los tranquilos cementerios de las zonas rurales de Sevilla. He tratado de entender quรฉ hay debajo de la superficie del presente: ยฟquรฉ picazรณn no se ha rascado, quรฉ esqueletos no se han calmado? He encontrado pueblos y paisajes rurales en ambos extremos del mundo incรณmodos bajo un aparente brillo. Bajo sitios espectaculares de turismo moderno, junto con otros de abandono completo, yacen terribles recuentos de cuerpos. Miles, sin celebrar y sin documentar, bajo suelos extranjeros o nativos. Me he encontrado con crueldades indescriptibles enterradas en las esquinas de cementerios abandonados. Hay tumbas cubiertas de maleza y hormigรณn roto, otras con rosas frescas; algunas no llevan ningรบn reconocimiento en absoluto. Algunas estรกn seรฑalizadas por piedras o un marco de camita oxidado. Innumerables cuerpos yacen mรกs allรก de las puertas del cementerio, en barrancos y cunetas, en rรญos secos, en colinas de arena, debajo de รกrboles centenarios. En ambos extremos del mundo, he encontrado confusiรณn y un profundo desacuerdo sobre cรณmo leer la historia del pasado, sobre quiรฉn debe escribirla o hablarla, quiรฉn tiene el derecho de enseรฑarla, y cรณmo y quรฉ partes de ella deben siquiera escribirse o hablar de ellas. He encontrado, en ambos lugares, una acusaciรณn, aunque de ninguna manera universal, de genocidio a los pies de gobernadores, generales, soldados, mercenarios y colonos. Extraรฑos paralelos abundan en las historias de asesinatos y encarcelamientos, de tiranรญa polรญtica y, sobre todo, de olvido institucional. En ambos lugares, he encontrado personas de indudable buena fe para quienes estas consideraciones no tienen relevancia diaria en absoluto, mientras que otros han hecho que la resoluciรณn de estas preguntas sea su trabajo vital.
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La lucha es constante entre la historia y la memoria; la primera a menudo estรก en desacuerdo con la segunda. Como disciplina acadรฉmica, la historiografรญa a menudo ha rechazado la historia oral por poco fiable: los estudiantes de historia australiana y del papel del testimonio oral indรญgena conocen bien este debate. Los hechos han sido los ladrillos y las piedras priorizadas en la construcciรณn de una narrativa: las batallas, estrategias, derrotas y los arcos de triunfo; los hechos han sido los nรบmeros, fechas y lugares; las pruebas fotogrรกficas y las afirmaciones de los archivos. Contra los relatos orales, expresados โโcon voces indignadas y temblorosas, se alzaban hechos de granito: fosas comunes, huesos, casquillos de bala. Entendemos la historia, sin embargo, a travรฉs de la evidencia y el afecto. La memoria nace de ese lugar mรกs subjetivo: el deseo. La memoria es amor y odio, fuego como calor y fuego como muerte. La memoria es sufrimiento e inocencia, el recuerdo es el gemido y el llanto y la risa repentina. La memoria trae de vuelta los olores y los sonidos del dolor, la angustia de los niรฑos hambrientos, las jรณvenes violadas, desamparadas; los viejos con su sabidurรญa, los soldados y granjeros, los fontaneros y herreros alineados y ejecutados. La memoria es la cuenta de su angustia; la memoria es lo que vieron los niรฑos mientras iban moviรฉndose por estos panoramas. La memoria adorna la historia, proporcionando otros รกngulos, agrandando el total de su conocimiento. La memoria va mรกs allรก de la construcciรณn burocrรกtica de la Historia, por quien haya construido y por quien haya administrado y controlado, en busca de una medida de justicia. En palabras de Manuel Reyes Mate, no se trata de una evocaciรณn sentimental del pasado, o simplemente una cuestiรณn de conocimiento, como la informaciรณn proporcionada por un testigo, sino de un โimperativo categรณricoโ que une la experiencia y el conocimiento. Es decir, saber, en lugar de olvidar, puede ser para muchos la mejor forma de justicia y terapia.
Al igual que en Australia, esta batalla con el pasado y su significado sigue principalmente lรญneas ideolรณgicas, comoquiera que se entiendan esas lรญneas, pero no siempre. Hay muchos del lado progresista de la polรญtica en Espaรฑa que han sido y son partidarios de dejar atrรกs el pasado dada las perspectivas de comodidad y riqueza que ofrece la democracia y sus puestos de poder: si el รฉxito material contemporรกneo tiene el precio de ignorar los pecados y sufrimientos de los abuelos, que asรญ sea. Cuarenta aรฑos de gobiernos progresistas en Andalucรญa hicieron poco por traer a la superficie los muertos, muchos de los cuales eran sus antepasados โโideolรณgicos: esa tarea recayรณ en las asociaciones de base. Tampoco los conservadores, por sus propias y diversas razones, deseaban abrir los fosos. Se decรญa que habรญa demasiadas culpas a repartir. Sin duda. Sin embargo, ยฟquiรฉn podrรญa pretender, en Australia, sin importar cuรกntos pastores fueron asesinados por indรญgenas, que la batalla fue igual, o de alguna manera justa? Del mismo modo, con el abrumador desequilibrio en los nรบmeros en Espaรฑa: la gran mayorรญa de los asesinatos civiles fueron llevados a cabo por las tropas y sus comandantes como parte de un golpe militar, primero, y luego durante los aรฑos de plomo y represalias de la dictadura. No importa cuรกntos asesinatos anticlericales, iglesias quemadas o monjas desenterradas se incorporen a la ecuaciรณn โy son lo suficientemente numerosas como para avergonzar a la izquierda republicanaโ sin embargo, no hay un โequilibrioโ opuesto. El tiempo da paso a la capacidad de perdonar; lo cual no quita que a veces la equidistancia sea una mentira grave.
El hecho de que la reconciliaciรณn social en ambos paรญses haya avanzado y haya ayudado a muchos a aliviar el dolor del pasado โjunto con el recocido del tiempoโ no significa que los historiadores estรฉn obligados a ignorar los hechos y los datos que apuntan a tremendas injusticias y crueldades, violencia y discriminaciรณn. La historiografรญa tiene su propio camino, que a menudo puede estar separado de la evoluciรณn de la comprensiรณn social y el perdรณn; esto puede estar tambiรฉn bastante separado de los caminos forjados por polรญticos narcisistas. Hay cierto tipo de activismo polรญtico que serรก siempre desafectado con el presente cuyas raรญces se encuentran en un eternamente desafectado pasado. Tanto en Australia como en Espaรฑa, los discรญpulos de cada parte libran guerras culturales que, para una gran mayorรญa de los ciudadanos, son tediosas e irrelevantes. En Australia hay muchas esperanzas de entendimiento futuro mรกs amplio y profundo entre nuestra naciรณn moderna y nuestros pueblos indรญgenas que, obviamente, son una parte integral de esa naciรณn. Tanto a los extremistas racistas de la derecha, como a los perennemente desafectos de la izquierda es mejor ignorarlos en favor de esa otra Australia, mayoritaria, de personas que no tienen mรกs que buena voluntad para sus vecinos y no desean nada mรกs que llevar vidas plenas y productivas y vivir en familias mรกs o menos felices, independientemente de cรณmo se componga esa unidad familiar. La idea de que han sido engaรฑados, que su falsa conciencia no les permite ser consciente de las claves de las batallas culturales del dรญa, es a la vez absurda y condescendiente.
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Visto desde afuera, el โolvidoโ de la muy disputada transiciรณn espaรฑola ha sido muchas veces entendido como un dispositivo tranquilizador en una naciรณn aparentemente cainita, una idea que proviene de, y al mismo tiempo alimenta, la nociรณn popular de que Espaรฑa siempre corre el riesgo de caer en oscuros conflictos internos. Sin embargo, hay un elemento del olvido que era quizรกs mรกs prosaico y a la vez mรกs siniestro: la capacidad de recordar estaba impedida por varias tรกcticas: fรญsicas, morales, polรญticas y sociales. El estado desplegรณ mรบltiples tรฉcnicas para garantizar que los cuerpos de los muertos permanecieran invisibles durante aรฑos. En primera instancia, los muertos a menudo fueron enterrados lejos de sus aldeas; testigos de atrocidades fueron asesinados; las fosas comunes estaban cubiertas con otras tumbas convencionales; el suelo lleno de huesos fue desenterrado y utilizado para vertederos; miles de cuerpos ejecutados fueron desenterrados y llevados a llenar las cรกmaras huecas del Valle de los Caรญdos; los registros fueron alterados, falsificados o simplemente destruidos; se denegรณ el acceso a los archivos. Sin olvidar que la fosa comรบn, en sรญ misma, es la primera gran barrera para el conocimiento: funciona para despojar la identidad, haciendo invisible al individuo; borra la prueba de crรญmenes; cubre el cuerpo con indignidad y niega el ritual social del entierro y los rituales posteriores de duelo y celebraciรณn. A esto se debe agregar una gran variedad de tรฉcnicas emocionales, que incluyen presiรณn social, coerciรณn, amenazas, exclusiones, prejuicios y discriminaciรณn.
Ser retirado de la aldea o tierras ancestrales, ser enterrado por todo el paรญs, sin muchas veces identificaciรณn ninguna, fue una estrategia fundamental tanto en Espaรฑa como en la Australia colonial. Sabemos por la historia de Australia el efecto devastador en las personas y las familias de ser desposeรญdos de tierras ancestrales. El anonimato tanto de los asesinatos como de las vรญctimas alcanzรณ mรบltiples fines: โaniquilar fรญsicamente al adversario, destruir la estructura de la unidad familiar, difundir el miedo, evitar el duelo ancestral y los ritos funerarios, ocultar pruebas de los crรญmenes en sรญ mismos y consolidar un rรฉgimen basado en terrorโ. Esta descripciรณn de la prรกctica espaรฑola se aplica igualmente al efecto sobre los pueblos indรญgenas en el suroeste colonial de Queensland.
Era una cuestiรณn, tambiรฉn, de clase social. Muchos de los asesinados pertenecรญan a lo que no considerarรญamos, en tรฉrminos modernos, una sociedad โalfabetizadaโ. Los australianos indรญgenas naturalmente tenรญan sus propias formas de alfabetizaciรณn altamente evolucionadas, de leer y conocer su mundo, y transmitir ese conocimiento; muchos andaluces rurales en la dรฉcada de 1930, del mismo modo, tenรญan otros medios mรกs allรก de las prescripciones racionales de la alfabetizaciรณn moderna mediante las cuales se marcaban los rituales de la vida, se observaban las estaciones, se daba fe, se administraba la justicia, se transmitรญa el conocimiento y se respetaba y se reconocรญa a los antepasados. Estas personas, del todo humildes, estaban estrechamente vinculadas con tierras y lugares muy especรญficos, donde las raรญces familiares penetran profundamente en el suelo durante generaciones; entienden el deber de los muertos, los rituales de las tumbas y la conservaciรณn digna de la memoria. Cuando se interrumpe esta larga cadena de seres, cuando los cuerpos quedan sin enterrar, sin ubicar, sin celebrar, desechados mรกs allรก de la observancia ritual o, tal vez en el caso de Australia, cuando las personas fueron expulsadas de tierras ancestrales, el duelo es profundo. Los ritos funerarios son crรญticos para ambos grupos: su poder, su necesidad, la importancia de dar un entierro digno a los muertos.
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No hay resoluciรณn rรกpida, ya que los caminos hacia la redenciรณn son largos y tortuosos. Siempre habrรก voces que sostengan con determinaciรณn que no hace falta redenciรณn y que las injusticias del pasado no tienen relaciรณn con el presente; otras voces afirmarรกn que ni la redenciรณn es posible, ni el perdรณn. Todas se aferrarรกn a sus perspectivas sobre la historia. Pero la redenciรณn tiene lugar todos los dรญas, y estรก implรญcita en el paso del tiempo. Australia sigue adelante con su historia โbuena, mala o como se la interpreteโ y cada dรญa se hace una naciรณn mรกs resuelta. La vida continรบa. En un volumen de ensayos sobre identidad y capital cultural indรญgena, los autores Bamblett, Myers y Rowse sugieren que un paso importante puede ser comprender las guerras fronterizas, el despojo fรญsico y la destrucciรณn cultural del mundo indรญgena en tรฉrminos โque se basan menos en las categorรญas moralizadas de la polรญtica de identidad, y se centran mรกs en la universalidad del sufrimiento y el heroรญsmoโ.
Tal lectura requiere una gran generosidad de espรญritu. Al igual que con los asesinatos de civiles en el sur de Espaรฑa, subrayar la universalidad del sufrimiento no es ignorar, de ninguna manera, la disparidad entre los nรบmeros asesinados en un lado del conflicto y el otro. En el suroeste de Queensland โese rincรณn tan despreciado de la naciรณnโ existen datos bรกsicos y comprobados sobre el despojo y el asesinato que tuvieron lugar. Estos hechos, aunque poco conocidos por el pรบblico en general, no se pueden ignorar, negar, falsificar o simplemente enterrar bajo arena, piedras o al fondo de archivos oscuros. Tambiรฉn es cierto que en Australia, y en gran medida en Espaรฑa, una de las partes en conflicto, la que sufriรณ muchรญsimo mรกs, no habรญa iniciado el conflicto y en ese sentido debe considerarse libre de culpa. Las tierras indรญgenas, como los pueblos andaluces, fueron invadidas.
Quรฉ difรญcil es, en medio de la insistencia contemporรกnea en el agravio y la oposiciรณn, considerar tanto a las vรญctimas como a los perpetradores. En El eco de los disparos, su examen de la representaciรณn cultural de la violencia en el cine y la literatura vasca, Edurne Portela enfatiza la importancia de reconocer el sufrimiento de ambas partes para ayudar a comprender un conflicto y cรณmo viven los conflictos despuรฉs de su aparente conclusiรณn. Una designaciรณn fรกcil del bien y del mal โde consumo igualmente fรกcilโ no nos acerca a saber el porquรฉ de ciertos comportamientos humanos. El deseo de comprender no es el deseo de justificar, exculpar o aprobar de ninguna manera la violencia y el asesinato. El dolor, sin embargo, siempre se siente en ambos lados, porque el dolor se siente donde se encuentre el ser humano. El dolor y el luto han llenado a las familias indรญgenas australianas durante generaciones; el dolor tambiรฉn se sintiรณ en las familias de los colonos. El dolor es comรบn a fascistas y republicanos, o comoquiera uno divide el sentimiento pรบblico. Sabemos que tanto en el suroeste de Queensland como en el sur de Espaรฑa hubo un claro agresor, un partido que llevรณ a cabo una proporciรณn abrumadora de asesinatos. Podemos comprender las diferencias numรฉricas y la informaciรณn proporcionada por los datos cuantitativos (de organizaciรณn, de armamento, de los usos estructurales de la discriminaciรณn), pero para comprender el conflicto debemos saber que el dolor va en ambos sentidos: se propaga y se disemina indiscriminadamente. No se trata de โequidistanciaโ, ya que se tienen en cuenta las disparidades numรฉricas y tecnolรณgicas; sin embargo, el intento de comprender el dolor que se siente en ambos lados es precisamente el modo mรกs burlado y despreciado en la postura radical del espacio digital, donde la convicciรณn es todo, y la aceptaciรณn ciega del Bien y del Mal.
La representaciรณn cultural de la vรญctima, como sostiene Portela, estรก estrictamente controlada, al igual que todos los estรกndares del discurso, verbal y visual, establecidos alrededor de la figura de la vรญctima. En la Australia contemporรกnea, el sufrimiento se valora cada vez mรกs como un medio para obtener capital cultural y รฉtico. ยฟY quรฉ hay de la representaciรณn cultural del perpetrador? Eso tambiรฉn estรก controlado, pero ยฟbajo quรฉ pautas y siguiendo quรฉ criterios? Es precisamente la manera en que la vรญctima y la culpa se representan como condiciones absolutas que pueden conducir a una disoluciรณn del conocimiento histรณrico y sus matices. Una โeconomรญa de afectoโ determina cรณmo decidimos quiรฉn merece compasiรณn y quiรฉn no, quiรฉn una amenaza y quiรฉn un consuelo, quiรฉn requiere nuestra solidaridad y quiรฉn exige nuestro desprecio. La maquinaria del desafecto inspecciona la culpabilidad en todas sus facetas y disfraces. Como fenรณmeno social y cultural, la vรญctima ha asumido un estatus importantรญsimo en el Occidente contemporรกneo: esto tiene mucho que ver con nuestra negaciรณn patolรณgica del sufrimiento y el deseo de eliminar todas las formas de inconveniencia.
Hay un supuesto comรบn en las discusiones sobre la historia y las mรบltiples injusticias que quedan en su estela desordenada: que la amnesia es algo malo, tanto a nivel personal como colectivo. Podemos obligarnos a olvidar como un acto de coraje humano y asรญ colocar mejor el sufrimiento mรกs obvio fuera del alcance del presente o de la conciencia. Podemos olvidar como un acto de configuraciรณn polรญtica y cultural; el grado en que esto es deliberado o implรญcito cambia con las circunstancias, la persona y la instituciรณn. Sin embargo, es mรกs probable, en esta รฉpoca donde la โmarcaโ del ser puede realizarse a travรฉs de la confesiรณn del sufrimiento, que habrรก grandes esfuerzos dedicados a manejar el pasado, cambiar y organizar la forma en que ciertas versiones del mismo deben entenderse en el mundo contemporรกneo con tal de satisfacer una serie de reclamos pรณstumos. Esto constituye, por un lado, la definiciรณn misma del funcionamiento de la justicia; tambiรฉn es, por otro lado, una forma muy especรญfica de manipulaciรณn.
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Trabajar con la historia hacia una reconciliaciรณn con nosotros mismos, con nuestros vecinos, con nuestros compatriotas, es un proceso lento; no hay ni atajos ni victorias fรกciles. La digestiรณn del pasado es un asunto de generaciones. Es un proceso doloroso, pero a travรฉs del cual una sociedad puede emerger menos, mรกs que mรกs, dividida. Esto dependerรก en parte de la mentalidad abierta y de la generosidad de aquellos que se toman la molestia de examinar las entraรฑas humeantes de la historia. Debe primar el perdรณn: no vivimos esos aรฑos lejanos. A fin de cuentas, creo que, a pesar de sus evidentes deficiencias, el โolvidoโ de la transiciรณn espaรฑola fue un acto de gran generosidad; no obstante, Espaรฑa sigue, ochenta aรฑos despuรฉs, tratando de ubicar asuntos trรกgicos dentro de un contexto histรณrico para dar sentido a actos que parecen, bajo una luz actual, no tener sentido. No es sorprendente que los debates sobre la historia indรญgena estรฉn vivos en Australia dos siglos y medio despuรฉs de las audaces declaraciones del capitรกn Cook sobre la costa este del continente; de โโhecho, los debates son una indicaciรณn de cuรกn viva sigue siendo la cultura indรญgena. En ambos casos, el anรกlisis y la comprensiรณn demasiadas veces ocupan un segundo lugar en el reparto de la culpa; tal respuesta, por muy tรญpica que sea, asegura que los acuerdos son mรกs difรญciles de alcanzar. En la Espaรฑa actual, aรบn quedan aรฑos hasta que haya una visiรณn mรกs amplia y comprensiva de su mรกs reciente conflicto armado, las dรฉcadas de terrorismo vasco que comenzaron poco antes de la dictadura cuya desapariciรณn ha necesitado cuarenta aรฑos de sacrificio, lucha y democracia. No es sorprendente, dado que las heridas de ese conflicto aรบn son graves y la autorรญa de un alto nรบmero de asesinatos aรบn no se ha aclarado, que los intentos de aquellos previamente involucrados en la lucha armada para ingresar en el proceso democrรกtico se encuentran con resistencia y hasta repugnancia. Y el nacionalismo resurge: contra una tendencia unificadora de la globalizaciรณn que aplana las cosas, surge el nuevo localismo. A pesar de hacer una virtud de un sentido hogareรฑo, tal localismo conlleva un desprecio hacia lo ajeno. Mientras tanto, los gobiernos autรณnomos actualizan sus mandatos sobre quรฉ historia se debe enseรฑar y cรณmo adaptar mejor el pasado para servir a los intereses polรญticos del presente regional. Que esto cambie cada dรฉcada mรกs o menos da una idea de lo absurdo que es. David Rieff, en Against remembrance, se refiere a este triunfo de la versiรณn individualizada y parroquial del mundo โy por lo tanto de la historiaโ ante la cual las teorรญas unificadoras siguen el camino de todas las estructuras aparentemente opresivas. Todo es contextual, contingente, ambivalente y, por lo tanto, contradice la posibilidad de unificar un propรณsito nacional. No importa cuรกnto podamos tolerar la ambigรผedad a nivel intelectual, โla ambivalencia definitivamente no es un componente bรกsico de un propรณsito nacional comรบnโ, ni proporciona โningรบn sentido de identidad pรบblica compartidaโ. ยฟQuรฉ posibilidades hay de una comprensiรณn comรบn de la historia โy con ella una mejor capacidad de perdรณnโ cuando cualquier nociรณn de autoridad es cuestionada y luego degradada?
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Imperio, guerra civil, dictadura, colonialismo, represiรณn, genocidio: estos confederados sombrรญos, independientemente de su escala, arrastran no solo la miseria, sino miles de formas conflictivas de aceptar lo que se ha vivido, experimentado y recordado. Al desear comprender lo que sucediรณ y lo que se sintiรณ, podrรญamos desear la verdad, o el confort del socorro โo ambas cosasโ y esperar que lo primero implique lo รบltimo. O desear machacar un punto polรญtico. Es posible que deseemos la mejor aproximaciรณn a los hechos, o buscamos una forma de terapia. ยฟEstamos preparados para ver motivos complejos en gente malvada? ยฟEstamos preparados para aceptar, mรกs allรก de la atribuciรณn de la culpa o lo que nos cuentan implacablemente las estadรญsticas, que el sufrimiento puede ser universal, junto con el dolor y el duelo? ยฟEl surgimiento de nuevas historias, la diversificaciรณn y la multiplicaciรณn de perspectivas, en particular de voces nunca antes escuchadas, permite algรบn consenso pรบblico sobre la historia? Quizรกs, para el concepto de la gran narrativa, la unificadora, no hay camino de vuelta desde la tapia del cementerio.
Lo prosaico: cuando se cambian los nombres de las calles y se eliminan los monumentos pรบblicos, el pasado vuelve brevemente, muchas veces para despuรฉs desaparecer para siempre. O tal vez, para muchas personas ni siquiera llega. Hay miles que no tendrรกn idea de por quiรฉn se nombran ciertas plazas o calles. Mientras las placas de identificaciรณn se caen y se reemplazan, la mayorรญa de la gente suele encogerse de hombros y preocuparse por cosas mรกs importantes. Las personas pueden estar aรฑos usando un monumento pรบblico como un lugar conveniente para reunirse con amigos, sin molestarse en mirar, ni mucho menos preocuparse, quiรฉn estรก en alto, quรฉ reclamos se hacen o quรฉ nombres estรกn tallados en la piedra.
Este es un extracto adaptado de Amnesia Road: Landscape, Violence and Memory de Luke Stegemann (New South Publishing, Sydney, 2021).
Traducciรณn al espaรฑol de Luke Stegemann