La calle de la Guardia Prusiana, de Pere Gimferrer

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Las damas del talernoPere Gimferrer, La calle de la Guardia Prusiana, Ediciones del Bronce, Barcelona, 90 pp.La publicación de la novela La calle de la Guardia Prusiana, de Pere Gimferrer, coincide con la noticia de la próxima publicación de dos novelas inéditas del poeta inglés Philip Larkin escritas en su juventud, Trouble at Willow Glove y Michaelmas Term at St. Bride's. La coincidencia invita a una serie de especulaciones literarias no exentas de morbosidad. Larkin escribió las novelas en su época de estudiante en la universidad de Oxford. Virgen hasta la edad de 23 años, las biografías y la correspondencia publicadas después de su muerte revelan una compleja y nada convencional vida amorosa. Tras una etapa de homosexualidad en su juventud, en la correspondencia del poeta con su amigo el novelista Kingsley Amis expresa sus fantasías sexuales en torno a las colegialas y el lesbianismo, y en las novelas trata precisamente de las actividades lesbianas en un internado. Con una peculiaridad: es difícil decidir el sexo del narrador, dificultad que condiciona aquí el carácter voyeurístico de la escritura.
     Las dos novelas son parodia de un género en boga en la época en que las escribió, y un pastiche, con una descarada intervención por parte del narrador, algo que se señala como típico de la escritura posmodernista. Para el biógrafo de Larkin, el poeta Andrew Motion, no se trata más que de textos ligeramente pornográficos. La paradoja es que, con todo, la única clave en la que pueden leerse para que tengan sentido es la literaria. Y que casi todos los admiradores de Larkin coinciden en que la publicación de estas dos novelas sólo servirá para dañar el prestigio del poeta y de la editorial Faber.
     En la nota introductoria a La calle de la Guardia Prusiana Pere Gimferrer señala que en mayo o junio de 1969 escribió el poema "Dido y Eneas", que cierra la recopilación de su poesía en castellano, aunque su etapa literaria de creación en castellano termina en realidad con esta novela breve, escrita en los ratos libres de su servicio militar, en julio y agosto de 1969. De entre los amigos que leyeron el manuscrito, "recuerdo que Sergio Pitol lo apreció particularmente", aunque el único testimonio escrito que conserva es el de Vicente Aleixandre, dos cartas de discreto valor crítico incluidas en el libro. La novela, por obvias razones de censura, no se podía publicar en España, y en todo caso el poeta iniciaba su trayectoria como poeta en catalán y el manuscrito quedó traspapelado.
     A diferencia de las de Larkin, esta novela breve se publica por decisión del propio Gimferrer, para quien dos cosas de este texto de 1969 parecen indudables: que "participa del divertimento, aunque no de modo exclusivo, y que su estética es, en parte no desdeñable, si bien tampoco exclusiva, la del pastiche". Y concluye: "Es un adiós al escritor joven que era en 1969 —¿es él, o soy yo quien publica este libro?— y un adiós a mi etapa de entonces".
     Hablar de etapas es un concepto tan discutible como atribuirle etapas al fluir de un río. Sin embargo, el hecho mismo de que abandone una lengua y, por lo tanto, toda una tradición, para incorporarse a otra tradición, le da cierto derecho a mirar su obra en castellano desde otra perspectiva, aunque para quien lea "Arde el mar" o "La muerte en Beverly Hills" la palabra juventud no puede identificarse con "aprendizaje". Recuérdese el comentario de Octavio Paz en una carta de 1968: "Yo no sabía que usted andaba apenas por los 23 años. Cuando lo supe dije: ¡Es extraordinario! Y Cortázar agregó: Y casi inmoral". Y añade: "dentro de diez años será usted un hombre joven y dentro de cuarenta un viejo, pero siempre será, estoy seguro, un poeta joven".
     El reciente libro de poemas de Gimferrer, El diamant dins l'aigua, todavía no traducido al castellano, confirma estas palabras de Paz. Sin embargo, La calle de la Guardia Prusiana sí puede considerarse como una obra de juventud en el sentido más convencional de la palabra, y a mi juicio es lo que le da un especial interés. Por un lado, si el Gimferrer poeta es demasiado único como para poder identificarlo con una generación, su novela es claramente generacional y se identifica con la estética de los novísimos: cosmopolitismo, decadentismo paródico —aquí a través de la estética modernista—, cultura contemporánea (música y, sobre todo, cine), cierto carácter lúdico, ruptura de la linealidad y cierta oscuridad muy cercana a Vicente Molina Foix. A diferencia de lo que ocurre en su poesía, el narrador rechaza la trascendencia artística y la incorporación de una poética como tema del texto. En efecto, se trata de un divertimento y de un pastiche.
     Pero también de algo más o de mucho más. La calle de la Guardia Prusiana es un interesante ejemplo de textualidad, de la invención de la vida a través de la visión, subrayo la palabra, del cuerpo: el voyeurismo como forma sublime del encuentro amoroso a través de la presencia y de la memoria que, fundidas, sustituyen y superan a la imaginación.
     La novela representa, además, una audaz ruptura con la convención del género: es una verdadera aventura en el sentido cortazariano y vanguardista de la palabra, dentro de la estética de los novísimos. Y es, en muchos sentidos, una novela posmodernista. Con ello quiero decir que, siendo una novela "de época" es, al mismo tiempo, una novela muy actual en la que el yo del narrador se impone no como persona sino como voz. O, en este caso, como voces. Voces que hablan de experiencias que, al confundirse, dejan de ser exclusivas. El lector ha de abandonar todo intento de interpretar el libro, puesto que el argumento, la identidad misma de los personajes, la relación entre el "yo" y el "él" o "ella" se le escapa.
     La única estrategia de lectura es el abandono: a la magia de una pequeña ciudad y de sus fascinantes personajes. Todo más visualizado que hablado. En una extraña mezcla de épocas o de decorados, literarios o cinematográficos, con curiosos guiños, como ese Chrysler amarillo y negro salido de un poema de Gil de Biedma, las novelas de Merimée o de Henry James, Tánger, las referencias a María Schell o a Natalie Wood, al ángel exterminador y a José Antonio Primo de Rivera, dentro del dominante marco modernista o de los felices veinte. Y por encima de todo dominan los espléndidos retratos de las mujeres, los espléndidos desnudos en el mágico escenario de "un país a punto de desaparecer", "memoria de una época y unas gentes abolidas, toda aquella confusa dinastía", y la presencia eterna "de las damas errantes del Talerno: aquellas mujeres misteriosas, pelirrojas teñidas […] y que estaban destinadas (eternamente, pues eran inmortales y vivían en los claros de los bosques ribereños) a errar por el azul y lúgubre Talerno", "el silencio azul y el viento sobre los chopos —en el Talerno— con toda la memoria y las voces de los vivos y los muertos". –

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