Amo de llaves, de José-Miguel Ullán

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Sucede que a los lectores impenitentes nos suceden cosas raras. Sucede que, por ejemplo, podemos estar recluidos en la casa bajo una gripe estrepitosa, razón por la cual se nos confunden las cosas hasta el punto de que, preparando un artículo sobre Amo de llaves, ese libro-rensaku, el último libro de José-Miguel Ullán, y entonces, escuchando (como si escucháramos la canción desprendida de un trencito compuesto por Marcel Duchamp) el buen enredijo que hay por todo ese libro, llegamos a interesarnos cuando el autor nos dice que: “Cuando al fin quedó encajado el rensaku, supe, importe luego lo que importe, que se trataba del diario de un ludópata compulsivo al que había que echarle una mano”. ¡Un ludópata compulsivo! Eso, dicho por el autor, como que exacerbó el delirio que me producía mi gripe. Y eso, a la vez, impulsado por el delirio, me llevó, no sabría bien decir por qué, a empatarlo con un ensayo que también estaba releyendo, un ensayo de José Ortega y Gasset donde, al tratar sobre Ruskin, “lo usadero y la belleza”, el filósofo español se puso a hablar sobre los vasos de agua y acabó diciendo lo siguiente:

Yo necesito beber el agua en un vaso limpio, pero no me deis un vaso bello. Juzgo, en primer lugar, muy difícil que un vaso de beber pueda, en todo rigor, ser bello; pero si lo fuera yo no podría llevarlo a mis labios. Me parecería que al beber su agua bebía la sangre de un semejante —no de un semejante, sino de un idéntico—. O atiendo a calmar la sed o atiendo a la Belleza: un término medio sería la falsificación de una cosa y otra cosa. Cuando tenga sed, por favor, dadme un vaso lleno, limpio y sin belleza. Hay gentes que no han sentido nunca sed, lo que se llama sed, verdadera sed. Y hay quien no ha sufrido nunca la experiencia esencial de la Belleza. Sólo así se explica que pueda alguien beber en vasos bellos.

Pero, entonces, debido a la gripe, ¿he estado disparatando hasta el grado de vincular el vaso de agua de Ortega y Gasset con el diario de un ludópata de José-Miguel Ullán? ¿Pudieran ser los vasos que no son bellos, los vasos de agua de Ortega —me he dicho en el colmo del delirio— como el saltimbanquismo ludópata de Ullán? ¿No estaría delirando al intentar esa comparación a que me había traído la gripe?
     Pero no, ahora y pensándolo bien, creo que, por suerte, la mezcla a que me ha conducido la gripe no se ha debido a un delirio idiota sino a la buena constatación de que el vaso de agua de verdad que he vuelto a encontrar en Ortega tiene relación con estas excelentes páginas de ludópata que nos ofrece Ullán, y donde encontramos, en haikus que ya son jaykúes (con jota), cosas como éstas: “Sin contorsiones, / de las cuencas se salen / como jabones”, dedicada a Baruj Salinas; o “Amoladura; / catarata en un ojo / de cerradura”, dedicada a Marcel Duchamp; o “Lágrimas negras. / En un tubo vertía / mosquitas muertas”, dedicada a Olga Guillot.
     José-Miguel Ullán nació en un lugar, se nos advierte, “tan admirado por Unamuno”: Villarino de los Aires (Salamanca, España), el 30 de octubre de 1944. Ha publicado Ullán numerosos libros, y entre ellos los más recientes: Ni mu (2002), Con todas las letras (2003) y este Amo de llaves. Las travesías de Ullán lo condujeron a estudiar en Salamanca y en Madrid. Y después de ello, en 1966, se fue para París, lugar donde estableció relación con Edmond Jabès, a quien tradujo al español, y con Marguerite Duras, que tradujo al francés su libro Adoración.
     Pero lo que siempre se ha de señalar en este poeta es su vinculación con los pintores, como lo muestran sus libros con los plásticos: Joan Miró, José Luis Cuevas, Antoni Tàpies, Eduardo Chillida, Antonio Saura y otros más; también, su publicación de ensayos sobre arte, y su labor de presentador de artistas mexicanos en España y de artistas españoles en México. Una vinculación con la plástica que mantiene al poeta como en buen bamboleo, tal como él mismo me lo ha explicado en un e-mail que me ha enviado respondiendo a mis preguntas:

Estaba y sigo estando a favor de una hibridez que, desde luego, incluya eso (la poesía visual o, mejor, la que Jirí Kolár llamaba poesía evidente), pero siempre que no se obceque en exprimirlo como fruto único ni lo convierta en tic, en un modo exclusivo de manifestarse. Incluso me parece más operativa (rara palabra, a fe) cuando aparece en un contexto contradictorio, minado, con lo discursivo ahí, al lado, y uno mismo pendiente de ese asedio mutuo. Por otra parte, siempre me ha interesado que hasta los poemas más tradicionales no se limiten a estar, sino que se dibujen de determinada manera sobre la página. Y mis largas pausas, sin escritura propiamente dicha, suelen engendrar objetos poéticos, libros mudos o simplemente manchas de difícil ubicación. Pero al propio canto nada de eso le es ajeno. De ahí que me importe sobremanera ese roce, pues de modo camaleónico (es decir, poético), transforma lo uno y lo otro, al tiempo que los relativiza y, de paso, nos pone en nuestro sitio, el que no se deja decir ni ver de ninguna de las maneras.

“De modo camaleónico”, me dice, pues, Ullán en su e-mail, y yo me sorprendo (siempre me sorprendo, a pesar de la edad que tengo, de encontrarme con un poeta), y recuerdo otro espléndido texto que el poeta me ha enviado, y donde me dice: “Las manos borran la prehistoria. El maniluvio mina las líneas de la usanza. Retablo sin autor. (No anónimo). Solo el actor; sus ademanes, el ajamiento de la palabra, el silencio. La poesía practica la destrucción”.
     Y aquí no hay nada más que comentar. A lo más, decir que, con Ullán, siempre nos encontramos con… ¿Con qué? Por lo pronto, con un salto que me lleva a respetarlo.
     Y, al llegar a aquí, no puedo dejar de mencionar lo señalado por Felipe Guevara: “Ullán demuestra en su Amo de llaves que es poeta, pero también su inclinación al chafarrinón, dejando a pequeños sorbos una estela caligrafiada con tinta china blanca, ‘hasta formar, a través de difuminadas espirales, un abundante o desproporcionado, según se mire, racimo o ristra de dudosos jaykúes o seguidillas truncas'”.

Ojos jaykúes:
     lamen lo que salpica
     desde las nubes.

Pero, ya para terminar, ¿qué cosa es un ludópata compulsivo? Muy sencillo; es quien, desaforadamente, juega con las palabras, con las estructuras, y con todo lo que se le ponga por delante, para así cumplir con un hermoso destino (el único destino que vale la pena para un creador): aquel que consiste en aferrarse a esa vocación que consiste en romper, continuamente, la Forma.
     ¿Ludópata compulsivo? Eso está bien: hay en la literatura demasiados bombines, o compulsivos testimoniales, o cejijuntos nonatos, o profesores aburridos. Hay demasiados. Y uno no sabe qué se va a hacer con tanta contraportada de libro supuestamente poético, donde las abrumadoras hipérboles sobre la supuesta “seriedad existencial” de un supuesto poeta nos abruman con su aplastante idiotez. Así que, por todo este horror, ya nos puede llegar el ludópata (¿y quién que es —podemos decir, parodiando a Darío— no es ludópata?) José-Miguel Ullán, el poeta del unamuniano paisaje de Villarino de los Aires, que no sólo denuncia diciéndonos: “Hay un predominio insufrible del poema acicalado, que apesta a sentido común y a conformismo. Y, para colmo, son centenares los que proclaman, a ver si cuela, que en España atravesamos por un nuevo Siglo de Oro”. Un buen salto de la tensión.
     Un salto donde sorprende y atrae ese como bamboleo entre lo sobrio —seco— del apotegma y lo saltarinesco, el brinco de la poesía visual.
     Así que yo admiro la tensión alcanzada por José-Miguel Ullán. –

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