Fernando Vallejo
Peroratas
México, Alfaguara, 2013, 320 pp.
Hay comienzos célebres (“En algún lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, “Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre”) y en las antípodas este, sincero y terrible, de Fernando Vallejo: “Alfaguara ha reunido aquí treinta y dos artículos míos.” ¿Cuál es la diferencia entre un autor que reúne los textos que quiere publicar y un autor que permite que sea su editorial la que buenamente recopile sus textos dispersos para que solo firme el volumen? En un caso el autor selecciona sus textos, los ordena para darles algún sentido, los depura para evitar repeticiones y contradicciones; en el otro, acepta la selección que la editorial le presenta, no revisa sus textos y estampa su nombre en la portada. Textos que nacieron en muy diferentes circunstancias –artículos para revistas, discursos, conferencias, ponencias, prólogos– son conjuntados en un volumen sin orden ni concierto, un volumen ruidoso, estentóreo, que muy poco agrega a la parte más significativa de la obra de Fernando Vallejo: su obra narrativa, poderosa, extraordinaria.
Los temas centrales de Peroratas los ha abordado antes Fernando Vallejo en otros libros: su odio a la maternidad quedó magistralmente expuesto en El desbarrancadero, su execración del cristianismo en La puta de Babilonia, su idolatría por el gramático Rufino José Cuervo en El cuervo blanco, su erudita descripción de la primera persona en Logoi. Poco o nada es lo que agrega este libro a sus títulos anteriores. Pese a que “por cuestión de principios yo no me repito. Lo que dije ya lo dije y se me borró el caset”, Peroratas está repleto de innecesarias reiteraciones. No solo repite aquí Vallejo lo que dijo en otros libros sino que repite conceptos y frases a lo largo del libro, lo que vuelve monótona la lectura.
Peroratas contiene algunas ideas, varias ocurrencias y muchas necedades. Por ejemplo, sobre la pederastia: “Hay que entrenar a los niños para que den atención sexual a los ancianos.” Sobre la antropofagia: “El problema de la carne humana es que si no es tiernita es muy dura, como de vaca vieja.” Sobre la Academia: “Regla para saber qué está bien: lo contrario de lo que diga la Academia.” Sobre los pobres: “Pobres ricos padeciendo la plaga de los pobres. Los pobres son una carga de los países y de la gente honrada.” Sobre el suicidio: “¡Si el acto más noble de un hombre es matarse!” Sobre el incesto: “El incesto es bueno, limpio, barato.” Sobre Cristo: “¿Y por qué hacerse colgar de una cruz? ¿Es que era masoquista o qué?” Para no hablar de su singular propuesta para reducir la presión demográfica: “¿No habrá forma de que sople una brisita de esperanza? Sí, con menos gente, poniéndonos a matar a bloque, más a conciencia, no de a veinte o treinta.” Sobre el lector: “El lector es voluble, novelero, traicionero. Siento un enorme desprecio por él.” Sobre las madres: “La maternidad es egoísmo disfrazado de altruismo, lujuria enmascarada de virtud.”
Y en medio de tanta necedad, varias virtudes. Cuando el verbo arrebatado de Vallejo parece conducirlo al callejón sin salida de un nihilismo sucio, su amor al lenguaje, las apasionadas remembranzas de su natal Colombia (de la que aprecia el paisaje recordado y lamenta el deterioro provocado por la guerra continua y la devastación ecológica), su panegírico sobre el Quijote, pero sobre todo su gran, inmenso amor por los animales (nuestros prójimos), lo rescata de dar un salto al vacío. “Lo que a mí me salva es que quiero a los animales.”
El asco que Fernando Vallejo siente por la humanidad queda perfectamente ejemplificado por su odio a la maternidad. No la muerte, para Vallejo “imponer la vida es un crimen máximo”. Cuenta que el papa envió un reconocimiento a su madre por haber parido veinticinco hijos, lo que de algún modo explicaría esa pasión negativa. Sin embargo, en otro lugar de su libro dice que fueron veintitrés, en otro dice que diez, en otro que nueve. En todo caso fueron muchos hermanos los que le disputaron el amor de su madre, a la que termina negando en lo personal –“solo reconozco a mi papá”– y en lo general: “no pasan de ser unas lujuriosas sexuales, unas paridoras universales”.
Perorata, discurso largo y aburrido. Perorata, libertad absoluta para soltar ocurrencias y necedades sin fin. Peroratas, un libro inútil, capricho de Alfaguara, que poco agrega a la larga, espléndida, volcánica y arrebatada obra del gran novelista que sin duda es Fernando Vallejo, odiador de los hombres y amante de los animales. ~