Este libro es un recuento entusiasta del papel que las nuevas tecnologías han tenido en la política estadounidense, con énfasis en la campaña presidencial de Barack Obama en 2008. En su exposición, didáctica y amena, el autor enhebra con frecuencia comentarios de participantes directos y expertos que analizan la función cada vez mayor de estos avances con relación, en primer lugar, a las campañas electorales y, en segundo término, para efectos de gobierno.
La hipótesis central es que los nuevos modos de comunicación tecnológica comienzan a desestabilizar el rígido balance impuesto por la relación entre medios masivos de comunicación y estructuras partidistas. El espot televisivo de treinta segundos y los canales establecidos para financiarlo se habían convertido en la piedra angular del sistema. La hegemonía de la televisión comienza a verse minada cuando se resquebraja su monopolio sobre la intermediación entre gobernantes, aspirantes a serlo y ciudadanos, sobre todo entre las nuevas generaciones, un segmento del electorado difícil de conquistar y que sin embargo puede definir el resultado de las elecciones. A través de los modos que la información tiene para circular por internet, tanto el candidato como las audiencias adquieren posibilidades de participar en la comunicación política. Esto fue un factor decisivo en las elecciones de 2008 en Estados Unidos.
Obama, según propone Beas, desarrolló una relación cercana tanto con la tecnología como con distintas comunidades tecnológicas, lo mismo Google que pequeñas consultorías como Blue State Digital, lo que fortaleció inesperadamente su capacidad de alcance y proyección. Beas hace equivalencias elocuentes sobre cómo tecnologías específicas que habían trastocado el consumo de música, el periodismo o las finanzas se expandieron entonces a la política y le dieron la victoria al candidato demócrata. Por ejemplo, el uso estratégico de correos electrónicos durante la campaña resultó esencial. Esto incluía la segmentación detallada de una base de datos con trece millones de direcciones. Cada vez que se enviaba un correo se estudiaba su recepción (sobre qué se hacía clic, qué información atraía más donaciones) para mejorar el siguiente, lo cual asemeja bastante la manera en que iTunes de Apple recolecta información sobre la música que escuchan los usuarios para ofrecer nuevas sugerencias.
Algo semejante sucedió con la recaudación de fondos. La relación entre partidos políticos y captación de recursos establecía en buena medida las reglas de la competencia y hasta cierto punto determinaba los resultados, tanto de la elección como del margen de maniobra posterior a ella. Los intereses económicos de grandes donadores como corporaciones y lobbies podían decidir la contienda electoral mucho antes de que se emitieran los votos. Lo que logró la campaña de Obama fue asemejar su estrategia de re-caudación al sistema de micropagos mediante el cual trabajan los anuncios de Google cada vez que alguien da clic en un enlace patrocinado. Las pequeñas donaciones de los ciudadanos se convirtieron en la principal fuente de capital para la campaña. De los setecientos cincuenta millones que consiguió Obama, quinientos fueron mediante más de seis millones de donativos de cien dólares o menos. Hay otros beneficios, ya que las donaciones no tienen que utilizarse para sufragar el aparato que las recauda y la horizontalidad del modelo permite adquirir menos compromisos.
En cuanto a la campaña, el uso de nuevas tecnologías permitió devolver a las bases un papel más protagónico en la justa electoral. Desde el sitio my.barackobama.com se transmitían cápsulas de video que ponían a disposición de los voluntarios información e instrucciones precisas para apoyar la campaña. Los simpatizantes sentían así el peso de su participación y una conexión más cercana con el candidato.
Hay dos puntos que se pueden criticar al libro de Beas. Uno es que dentro de su visión optimista no aborda la parte negativa de las nuevas tecnologías, su lado oscuro con relación a la política. Tal vez el primer impacto a gran escala que internet tuvo sobre esta esfera fue el affaire Monica Lewinsky. El escándalo que estuvo a punto de costarle el cargo a Bill Clinton se difundió desde un blog. Así como la propaganda y el proselitismo, el debate y la calumnia también se llevan a cabo en línea. Discusiones que antes pertenecían a sobremesas acaloradas ahora se dan en redes sociales o por correo electrónico, añadiendo enlaces, fotos, artículos y videos. Las campañas de descrédito por internet también van en aumento.
El segundo punto es que la estructura del libro propone la campaña presidencial de Obama como el punto decisivo de una relación positiva entre las nuevas tecnologías y la política. Aunque el libro se aboca a Estados Unidos se sugiere que la implicación es mundial, lo cual resulta excesivo. Para dar algunos ejemplos, YouTube almacena los videos que usaron seguidores de los distintos partidos para tratar de desprestigiar al candidato de la competencia durante las elecciones presidenciales de 2006 en México. En cuanto a lo que se puede hacer desde la administración pública mediante la tecnología, también en México la ley de acceso a la información pública y los quioscos de e-gobierno llevan varios años funcionando. La primera ha sido fundamental para promover la transparencia con el gobierno y los segundos benefician incluso a quienes ni siquiera tienen una cuenta de correo electrónico. Nada de esto guarda relación con la campaña de Obama.
Finalmente hay un último aspecto que surge con relación a eventos acaecidos en 2010. Beas dedica el primer capítulo del libro al discurso que Obama dio en las instalaciones de Google en otoño de 2007, durante el cual declaró que se debería “garantizar el flujo total y libre de la información” y “usar la tecnología para abrir nuestra democracia”. Una vez en el gobierno varios de sus funcionarios siguieron esta línea retórica. Macon Phillips, director de Nuevos Medios de la Casa Blanca, aseguró que “el presidente Obama está comprometido a hacer de su gobierno el más abierto y transparente de la historia”. Hillary Clinton a principios de 2010 todavía “realizó una enfática llamada a hacer del acceso libre a internet una prioridad de la política exterior de Estados Unidos”, y declaró: “creemos que es vital asegurar la libertad de expresión”.
Todo lo anterior sin embargo adquiere tonos de ironía involuntaria en contraste con las filtraciones de documentos clasificados por parte de WikiLeaks a lo largo del año pasado: primero sobre el conflicto en Afganistán, luego en Iraq y finalmente sobre el modus operandi de Estados Unidos en el extranjero tras bambalinas diplomáticas. El discurso de Obama y su equipo insistía en que una vez en el poder toda la producción documental del gobierno se pondría en la red, lo cual es una descripción acertada de lo que WikiLeaks llevó a cabo. Solo que, tan pronto lo hizo, la Casa Blanca dejó de cantar a la transparencia en internet. La contradicción entre este discurso y los procesos judiciales contra Julian Assange y Bradley Manning pone en evidencia el doble filo de la relación entre política, poder y nuevas tecnologías. ~
(Ciudad de México, 1973) es autor de cinco libros de narrativa. Su libro más reciente es la novela Nada me falta (Textofilia, 2014).