Invitación al viaje
Antología de la poesía francesa del siglo XX, tomo 1: prefacio de Claude Roy, edición a cargo de Michel Décaudin; tomo 2: prefacio de Jorge Semprún, edición a cargo de Jean- Baptiste Para, Ediciones Gallimard, Colección Poesía, 2000.
No sólo existe la broma
También el arte
Raymond Queneausí como cada novela esgrime su propia teoría de la novela, así cada antología contiene una idea de lo que debe ser una colección de textos a partir de cierta coherencia. El papel que en el mejor de los casos debe reconocérsele es el de saber vencer las ideas preconcebidas. En ese sentido la antología de la poesía francesa del siglo XX finalmente realizada por las ediciones Gallimard es un ejemplo. En contra de la idea difundida de que la producción literaria francesa se agota, los autores de esta obra en dos tomos descubren una riqueza inédita. El lector encontrará en sus páginas con qué satisfacer su curiosidad al descubrir las obras de poetas desconocidos y confirmará la calidad de los ya conocidos. No falta en la antología ninguna de las grandes voces poéticas de ese siglo y los nombres nuevos revelados son, por fortuna, numerosos.
El primer tomo había aparecido ya en 1983, y esta reedición aumentada y corregida está prologada por Claude Roy y abarca la producción poética francesa (además de algunos poetas francófonos) desde Paul Claudel hasta René Char. 79 autores conforman un panorama completo de más de quinientas páginas que el amante de la poesía conoce en su mayoría. Así conviven textos de sonoridades "clásicas" como los de Claudel, Gide, Valéry, Péguy y la poco leída Catherine Pozzi. En el corte temporal el panorama modernista y de avant-garde es brillante: Appolinaire, Cendrars, Bretón, Péret, Desnos, Aragon y Michel Seuphor son los nombres más llamativos de esta revolución literaria.
A partir de una recopilación de autores tan conocidos el lector podría sentir que asiste a un ejercicio de recopilación previsible y bien realizado. Afortunadamente Michel Décaudin, el editor del primer tomo, hace justicia a otras formas poéticas menos conocidas de las que se extrae la vena popular y la expresión de un sentido del humor irreverente. Francis Carco o Pierre Marc Orlan son de esos autores que evocan a Prevert y a sus textos musicalizados. Esta poesía a menudo condenada al olvido debido, dicen algunos, a la dificultad de perdurar, trae consigo un cortejo de ambientes legendarios: "No es ni la noche ni el alba,/ Sino la hora en la que en París/ Los vagabundos y los perros magros/ Divagan en una niebla gris…" (Francis Carco). O "Era un cuchillo pérfido y glacial/ Un sucio cuchillo rojo de verdades/ Un sucio cuchillo roj… sin algo de especial" (Pierre Marc Orlan).
Estos textos en los que los mitos del París popular son rememorados con tanto acierto evocan un placer nostálgico: "El invierno nos devora/ Cigarrillo en polvo de oro/ El buen día de Gioconda/ Saluda a todo el mundo" (Tzara).
Más cerca de nosotros y en un registro menos popular, las voces de Tardieu o de Raymond Queneau se alzan hacia el juego y la risa: "un poema es bien poca cosa/ apenas más que un ciclón de las Antillas/ que un tifón en el mar de China […]"
El primer volumen deja a cada autor el espacio suficiente para que su obra encuentre un número de páginas representativo de su trabajo. Los poetas más influyentes, como Michaux, Char o Saint John Perse, gozan de un lugar privilegiado. Por otro lado, los textos del senegalés Senghor iluminan los primeros fuegos de la poesía francófona y predicen su futuro: "Dormiré al alba, mi muñeca rosa entre los brazos/ Muñeca mía de ojos verde y oro, de maravillosa lengua/ Lengua misma del poema."
Finalmente, para que el paisaje sea completo, están algunos de los poetas aislados cuya obra es como un telón de fondo: el ambiente de una época. Su presencia da sentido a los otros textos y su redescubrimiento imprime un poco de pasión a la lectura. Citemos a dos de ellos: Claude Sernet, poeta de origen rumano, habla con palabras que: "…sabrán decirte/ por otros labios no los míos/ por otros juegos menos vacilantes/ el sentido ciego que me han matado". Y el solitario Paul Valet, amigo de Cioran y Michaux, cuya rebeldía no deja de evocar al mejor Artaud o a Daumal: "Claridad rebelde como una mujer extranjera al llamado…"
El lector no francés encontrará en esa primera parte de la antología el equilibrado panorama de una producción literaria sobresaliente, más o menos digerida: el tiempo ha llevado a cabo su trabajo eliminando aquellas obras prescindibles.
Con un prólogo de Jorge Semprún y preparado por Jean-Baptiste Para, el segundo tomo corre más riesgos. En primer lugar, el texto de Semprún manifiesta su enorme inteligencia pero no el tema a tratar: la poesía francesa de la segunda mitad del siglo XX. Por otro lado, el ritmo y la postura son diferentes. Jean-Baptiste Para propone un amplio espectro poético más que un trabajo profundo de cada una de las obras. La riqueza del material, así como la ausencia de prejuicios, dan como resultado una obra como esta: 187 autores en más de seiscientas páginas. La obra también incluye cuidadas notas biográficas y bibliográficas. Un gran número de escritores goza un espacio de dos páginas para presentar una obra todavía joven. Más que profunda, se trata de una antología vasta que se convierte en una colección de guiños al lector en donde la riqueza del panorama es el objetivo principal y la amplia variedad de estilos, la materia de placer de la lectura.
Ante un conjunto de discursos poéticos tan diversos y de connotaciones tan variadas son necesarios algunos puntos de orientación. La libertad expositiva del primer tomo pervive en el segundo, aunque su presencia sea menos evidente. La vena popular está presente en autores como Hardellet y Boris Vian, aunque en ellos sería más preciso señalar un regreso a la poesía oral. Estos poetas buscan la transparencia de la palabra, quizá en contra de una producción poética vanguardista alejada del público.
Si el humor sigue siendo un elemento central en autores como Boulanger y Roubaud, el espíritu de la seriedad habita en algunos poetas como Bouchet, Dupin y Bonnefoy. Roubaud escribió, parafraseando a Clausewitz: "La poesía es la continuación de la prosa por otros medios". Muchos escritores practican ambas formas literarias de manera indistinta. Figuran en la antología varios nombres célebres no por sus poemas sino por sus textos: Genet, Gracq, Mandiargues, Caillois, Des Forets, Thomas, Calaferte. En estos autores no siempre el acierto de la escritura poética puede compararse a sus otros textos, pero, a pesar de ello, sus versos tienen presencia: "El viento que hace rodar un corazón sobre el adoquín del patio/ Un ángel que solloza asido a un árbol,/ La columna azul que envuelve el mármol/ Abren en mis noches puertas de emergencia" (Genet). "Cada día el cielo desvanece/ El trazo de mis secretos/ Soy del espacio juguete/ Pleno de monstruos inquietos" (Thomas).
Como posado en la escritura narrativa, el teatro también impregnó la poesía francesa contemporánea. El gusto por la literatura oral, pero sobre todo las búsquedas formales que desembocaran en un resultado similar, hicieron que muchos dramaturgos jugaran con las palabras en un marco poético. Para muestra están desde Schéhadé, Gatti, Vitez, R. Dubillard hasta V. Novarina (el autor más joven antologado, nacido en 1947). Todos ellos practicaron el teatro y la poesía con igual acierto: "Entramos/ en un tiempo/ que es el nuestro/ pero/ cercan/ intenciones/ que/ no son las nuestras./ Signos,/ nosotros devenimos/ nuestro propio/ apocalipsis" (Gatti).
Al hacer un corte temporal en la poesía francesa del siglo XX dos hechos sorprenden. El primero es la introducción de la política (en primer lugar por la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, como en Pierre Seghers; luego, por la lucha comunista que impregnó la creación artística en Francia hasta los años sesenta) y el segundo es la calidad y la diversidad de la generación de poetas nacida en 1930.
Ya el primer tomo de la antología reúne algunos autores con claras intenciones políticas. En el segundo también está definida claramente la postura de los escritores al mostrar el abandono del tema político como fuente de inspiración poética.
La revolución de la poesía en lengua francesa se construye en gran medida fuera de Francia: el rasgo más sobresaliente de ese periodo es el estallido de la poesía francófona. Más de un tercio de los autores reunidos no nacieron en territorio francés. Su enorme presencia hace justicia a una brillante producción que está lejos de ser homogénea. ¡Qué diferentes registros los del quebequense Gaston Miron: "Voy a ti, dudo en ti, bebo/ en una cantimplora vacía de sentido" y el caribeño Aimé Césaire y los libaneses Naffah y Stétie! Detrás de la palabra francofonía se esconden distintos estilos y realidades.
También está presente la producción poética de Bélgica y de Suiza, vecinos cuyos textos se funden en el universo francés. No ocurre igual con los autores nacidos en las antiguas colonias. Esos poetas se adueñaron de la lengua del conquistador con el fin de expresar mejor sus sentimientos, sus angustias y su cólera. Los magrebinos Laâbi, Dib o Senac son, entre otros, los fieles representantes de una poesía asombrosa: "No esperas más de la noche/ el complemento del alma de su música/ y de la aurora/ sus promesas rara vez cumplidas" (Laâbi). O el aún menos conocido Jean Senac: "Intento retener una memoria verde./ Ahogo tus rumores, ¡oh monstruo! entre mis brazos,/ y me extravío al punto de desear perderte".
El África negra de Tchicaya U'Tam'si mira a través del Caribe, en donde la negritud encontró un territorio fértil para el estallido poético. Tras Césaire se alzaron las voces de Metellus y Depestre, de Damas y Glissant. Voces irónicas y rebeldes aún vivas: "Es la arena azul sembrada de negra arena, es la lágrima/ que ayer enterramos a la orilla, junto a las velas muertas" (Glissant).
Apenas si hay que subrayar la tradición francesa de nutrir su literatura de otros acentos. Los egipcios Mansour o Jabés conviven con el húngaro Gaspar o la argentina Silvia Baron Supervielle. Asimismo, hay autores franceses que han decidido vivir en el extranjero y desde sus países de adopción nos hacen escuchar sus voces poéticas, como en el caso de Pelieu o Sacre desde los Estados Unidos.
Oculto en medio de todos esos poetas francófonos, la obra del gran poeta occitano Berbard Manciet nos recuerda la riqueza idiomática de un país que suele negar sus diferencias regionales. Manciet es, probablemente, uno de los grandes poetas franceses vivos: "Errantes de la noche, perdidos en las ruinas/ Del cielo por el cielo errante al fulgor de tu sangre/ Todo tu cuerpo en cuerpo todo desear fulgura".
"Toda antología es una provocación", dice Claude Roy en el prólogo. Esta obra cumple muy bien con ese principio. Más que reunir de manera arbitraria a algunos poetas y así negar la existencia de muchos otros, los compiladores tomaron la decisión de mostrar a un total de 266 escritores, algunos de ellos con poca oportunidad de mostrar su obra. Esta antología puede verse como un diccionario: por una parte quiere acercar a los lectores a un amplio panorama de obras literarias según el gusto de cada uno (una especie de mostra que invita a profundizar la lectura de aquellos autores que despierten un mayor interés) y, por la otra, aspira a conformar una fotografía exacta de una vasta y rica producción poética. En sus más de mil páginas el lector descubrirá numerosas posturas posibles que se sirven de ese arte paradójico que grita el dolor de estar en el mundo y susurra el placer de decirlo. –