En su novela El hombre que no fue Jueves, ganadora este año del primer premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, el escritor payanés Juan Esteban Constaín (Popayán, 1979) explora desde la ficción los laberintos más insospechados de los procesos de canonización en el Vaticano.
En la trama, poco antes de dimitir, el papa Benedicto XVI desempolva un viejo proceso para canonizar al polifacético escritor inglés Gilbert Keith Chesterton (1874-1936). La causa se sustenta en un extraño episodio ocurrido en 1929, cuando el escritor prestó un servicio a la Iglesia por solicitud de Pío XI y sobre el que se tendió un velo de silencio.
El expediente, guardado celosamente durante años, sale de nuevo a la luz en medio de las pugnas, los robos de documentos y escándalos que asedian a la Iglesia en este siglo. Es una buena causa, pero son muchos los misterios que contienen esos papeles y muchos sus detractores.
La novela es tanto un homenaje al creador del Padre Brown (su personaje más famoso, un sacerdote católico de apariencia ingenua cuya agudeza psicológica lo convierte en un formidable detective) como una demostración de que la historia, con sus intrigas políticas, religiosas y hasta literarias, está ahí para releerse como cualquier pieza de ficción.
El título de la novela de Constaín, muy afecto al tema histórico en sus obras de ficción, juega con el de una de las novelas más conocidas de Chesterton, El hombre que fue Jueves (The man who was Thursday: A nightmare), publicada en 1908.
El tema de la causa canónica de Chesterton persiguió a Constaín varios años.
Un amigo le contó desde Argentina que en el Vaticano cursaba una causa para santificar a Chesterton y que solo faltaba el milagro. En 2010, Constaín volcó el tema en una columna periodística en el diario bogotano El Tiempo. Pero el tema siguió rondando su cabeza hasta que lo convirtió en una novela, en la que con ayuda de la ficción dotó a la causa de canonización de Chesterton del milagro hereje que, como pieza de rompecabezas, le estaba faltando.
En entrevista, el historiador colombiano especializado en lenguas clásicas cuenta detalles sobre cómo se gestó su novela, así como lo que ha significado para él haber recibido, entre 112 libros publicados por 47 editoriales, el primer premio Biblioteca de Narrativa Colombiana.
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¿Cómo surgió la idea de este libro?
Un amigo me envió desde la Argentina el recorte de un periódico con una noticia delirante: la de la petición de la Sociedad Chestertoniana de Buenos Aires, que en ese año organizaba el Congreso Mundial Chestertoniano y al final pedía al Vaticano que hiciera santo a Chesterton. Mi amigo me dijo: “Esta noticia te va a encantar porque sé que adoras a Chesterton y que le rezas; solo falta el milagro…”. Le respondí: qué más milagro que sus libros. Así surgió, de alguna manera, la idea de escribir una novela sobre uno de mis ídolos literarios. Un homenaje a su humor, a su lucidez, a su fe. Un homenaje a la fe, quizás; la fe que es una herejía.
Más allá de la anécdota de tu profesora Cinzia Crivellari, ¿qué tanto de autobiográfica tiene la voz del narrador?
Hay mucho de autobiográfico en esta novela y yo diría que la voz del narrador es, en términos generales, la mía también. Sus intereses son los míos, su visión del mundo. No pensé que fuera a ser así —es decir: no pensé que fuera a escribir una novela así—, pero así fue.
¿En qué medida el Vatican Leaks facilitó la documentación?
Muy poco: mi novela es más bien una parodia —también— de esa obsesión conspirativa y esotérica que suele darse en el mundo de hoy, tan descreído y tan escéptico, con respecto a los temas de la Iglesia católica. La verdad es que me sirvieron más manuales canónicos del siglo XVIII que nada de los tales Vatican Leaks, aunque algunas de las noticias del papado de Benedicto XVI, empezando por el robo de documentos por parte de su mayordomo, 'Paoletto', sí están en mi novela. Pero siempre en clave de chiste; que es en el fondo lo que son.
En una obra tan documentada, ¿cuál fue la pieza del rompecabezas más difícil de encontrar?
La ficción, por supuesto.
La misión espiritista encomendada a Chesterton por la Iglesia, ¿es real o inventada?
Hay que tener fe, basta nacer. Chesterton fue espiritista en su juventud, así que tenía todas las credenciales.
¿Qué tanto has pensado en desarrollar literariamente la anécdota asombrosa de la epidemia de baile de 1518 en Estrasburgo, Francia?
Es increíble porque nadie se había fijado en esa anécdota del libro, que para mí es la mejor. Y lo cierto es que desde que la conozco sí me dan ganas de escribir algo más sobre ella. Cuando deje de bailar lo haré.
Hay momentos en que el libro se lee mejor como ensayo o como reportaje periodístico que como novela, pues pierde un poco de ritmo literario. ¿Qué lecciones te deja este libro al respecto?
Que siempre hay que barrer la hojarasca para que solo quede el cuento.
¿Qué ha significado para ti y para la difusión de la obra el primer Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana?
Significa un gran honor por los libros que estaban concursando; por el jurado; por el hecho de que sea un premio a libros publicados, lo que lo convierte también en un premio al acto heroico de editar libros, y no solo al acto terco de escribirlos. Así que para mí ha sido eso: un honor.
Periodista y escritor mexicano residente en Bogotá.