Una entrevista con Íkaro Valderrama, maestro del minicuento en Colombia

Cuentos de minicuentos, del escritor colombiano Íkaro Valderrama, publicado bajo el heterónimo de Tundama Ortiz es una de las obras de formato breve más singulares que se han publicado en Colombia en años recientes.
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En medio de tanta paja libresca es grato encontrar una aguja. Esto ocurre con el libro Cuentos de minicuentos, del escritor colombiano Íkaro Valderrama (Sogamoso, 1984), publicado bajo el heterónimo de Tundama Ortiz en calidad de antología póstuma. Desde la concepción misma de su ficticio autor, Cuentos de minicuentos es una obra singular. A medida que el lector se va adentrando en las escuetas 124 páginas del libro, publicado por primera vez, en edición de autor, como un libro chiquitico, en 2010, y reeditado en 2013, va descubriendo lo amenas que resultan estas historias protagonizadas por minicuentos. Para muestra, un pequeño botón:

El hijo

Empezó como todo y un día de verano, venciendo la timidez natural de su especie, cierto minicuento conoció a una poesía y la invitó a salir. Esa noche, a la luz de una vela pidieron dos botellas de vino tinta cosecha del 45. Horas más tarde, en éxtasis, tuvieron románticas y salvajes relaciones textuales… / Pasados nueve días, ella dio a luz un hermoso aforismo, que ahora, en plena adolescencia, tiene la extraña sensación de que nadie lo comprende: en especial sus padres.

A la originalidad de las historias en las que en muchos casos el autor juega con la composición tipográfica, se suma el juego del autor ficticio, muerto en Moscú por mano propia en 1984, así como la de las anotaciones de los supuestos editores, traductores y críticos literarios, que condimentan las breves tramas.

En 2010, año en que publicó el libro, Valderrama viajó a Rusia. Desde entonces ha pasado largas estancias en Siberia, de cuya música se ha impregnado como compositor e intérprete multi-instrumental que también es. Su vida nómada se ha convertido en un tránsito permanente entre ese inmenso país y América Latina, lo que explica que el autor no sea tan conocido en Colombia por un público masivo acostumbrado al bombardeo publicitario de las grandes maquinarias editoriales.

Entrevisté vía correo electrónico a Valderrama, invitado este año al 28 Festival Internacional de Poesía de Medellín.

 

¿Cómo surgió este libro?

Cuentos de minicuentos nació como un proyecto irreverente en el marco de una maestría en Escritura Creativa. En este tipo de programas debe haber cierta claridad sobre el género que vas a trabajar. Cuentos de minicuentos es un libro concebido para remarcar lo difusos que son esos límites y categorías genéricas. El minicuento, género híbrido y muy difícil de clasificar, me permitió atacar justamente los núcleos del canon literario: género definido, autor definido, contexto histórico, estructura, extensión, etc. Además, haber concebido al minicuento como personaje, como un ser autoconsciente en un mundo donde padece todo tipo de percances literarios, le dio un tono sarcástico y humorístico a dicha crítica, haciéndolo accesible no solo para los estudiosos de la literatura. Es interesante que tres años después de haberme retirado del programa yo publiqué mi libro de manera independiente, y luego otra editorial reimprimió 1000 ejemplares y me pagó los derechos de reedición, mientras que la mayoría de personas que terminaron la maestría no lograron editar sus obras.

 

¿Por qué atribuírselo como antología póstuma al autor ficticio Tundama Ortiz (y sus respectivos editores y críticos literarios)?

Quise llevar la ficción un paso más adelante al generar un autor imaginado, con una trágica e interesante biografía. Como sabes llegué a incorporar críticas ficticias en ruso a la obra de Tundama Ortiz; e incluso un escritor muy reconocido, Roberto Burgos Cantor, se prestó a este juego metaliterario escribiendo un prólogo donde dice que él efectivamente conoció a Tundama. En el fondo, esta movida también constituye una fuerte crítica a los prejuicios que muchas veces estimulan al lector a leer determinada obra. Un escritor que se suicida en Moscú y cuyos textos se encuentran póstumamente resulta de entrada atrayente, más aún cuando hay todo un aparataje crítico desarrollado por especialistas, quienes finalmente determinan qué es una obra literaria o no. Cuando ese aparataje crítico se ficcionaliza, se pone en evidencia lo frágil y hasta ridículo de semejantes esfuerzos analíticos.

De cualquier modo, pienso que siempre hay una magia inexplicable en el acto creativo. Así, en 2010, año en que publiqué el libro con el heterónimo de Tundama Ortiz, yo mismo gané una beca para viajar a Rusia, aprendí ruso, y mi formación artística tomó otros rumbos, sobre los cuales quizás habría que realizar una entrevista complementaria.

 

Hablas de romper las fronteras del género. ¿Qué tanto te has nutrido de autores de vanguardia o de la tradición microcuentística misma?

En cuanto a la importancia de la tradición microcuentística, el trabajo de investigación de algunos teóricos, como el mexicano Lauro Zavala, o Violeta Rojo, entre otros, fue muy enriquecedor durante la escritura de este libro, no tanto para tener una idea fija sobre lo que es un minicuento, sino precisamente para darme cuenta de las múltiples dificultades que tienen los críticos para determinar las características generales o particulares que harían que un texto breve se llame minicuento. La extensión misma de la obra es algo que se discute, algunos sostienen que debe tener un máximo de 300 palabras, otros dicen que no puede exceder una cuartilla y los infinitos concursos exigen una extensión que varía entre las 100 y las 1000 palabras. Por otra parte, han venido apareciendo diversos nombres para referirse a estos “cuentos breves”: microrrelatos, relatos hiperbreves, nanocuentos, microcuentos, minificciones, ficciones súbitas, cuentos ultracortos, cuentos brevísimos o, como los llamó el juguetón Julio Cortázar, textículos… Se registran más de 60 nombres sin que haya claridad sobre las diferencias o las taxonomías de este tipo de relatos.

Leí varias antologías de microficción; además siempre me he sentido atraído por movimientos como el surrealismo o la patafísica; pero creo que para la escritura de Cuentos de minicuentos fueron más importantes las lecturas que hice sobre el minicuento, ya que las aproximaciones críticas me permitieron observar la complejidad del género.

 

¿Y qué papel sientes que han jugado los aforistas y autores de máximas en el desarrollo de este género?

Es indudable que han aportado al minicuento, evidenciando las posibilidades y los alcances de la escritura breve para expresar una idea, un pensamiento. No es raro encontrar textos de filósofos en algunas antologías. Sin embargo, ese aporte es circunstancial, y nuevamente el papel protagónico lo tienen los críticos, editores y teóricos, quienes al final determinan que un aforismo de Nietzsche, por ejemplo, tiene las características de un minicuento. Lo mismo pasa con algunos poemas en prosa que se publican como minicuentos. Esto da cuenta del carácter híbrido de la microficción, pero también de las mencionadas dificultades para hacer taxonomías en este ámbito de la literatura. En este sentido debe entenderse la contundente frase atribuida a Tundama Ortiz: “un minicuento es aquello que yo llamo minicuento”.

 

Algo que las historias también traslucen es una crítica a esa burocracia editorial que tiende a relegar el cuento y el minicuento. ¿Por qué estos géneros tan literarios siguen siendo desairados por los editores tradicionales en aras de otros géneros más comerciales como la novela?

En efecto, una buena parte del problema corresponde a las editoriales y, como bien señalas, a sus tradicionales criterios comerciales. No solo se ven afectados el cuento y el minicuento, sino también la poesía, el teatro y el ensayo. Sin embargo, creo que también hay un problema de fondo que tiene que ver con la formación de los lectores, quienes al no contar con las mínimas herramientas interpretativas, simplemente no pueden determinar qué constituye un genuino relato, por ejemplo. Hay minicuentos que pueden demandar al lector mayores conocimientos e intrepidez intertextual que una novela histórica narrada en tercera persona de manera lineal.

Por otra parte, de forma paralela a mi trabajo musical-poético, he trabajado muchos años realizando distintos tipos de labores editoriales, lo cual también explica esas alusiones kafkianas (como las pesadillas de uno de mis minicuentos con “despiadados correctores de estilo”) en Cuentos de minicuentos.

 

¿Qué debería entender el lector por “genuino relato” al que te refieres? Dale algunas pistas para saber valorarlo más…

La crítica y la teoría se están encargando de crear un sistema tan complejo y diverso para tratar de comprender los cuentos breves, que una cantidad innumerable de textos pueden ser justificados con ese mismo aparataje teórico; es decir, que desde una lectura académica todo podría llegar a ser un minicuento. Incluso empiezan a aparecer obras inéditas de escritores famosos bajo el rótulo de minicuentos o microrrelatos. Así, una observación marginal en un cuaderno de Andrés Caicedo o en una servilleta de Hemingway de repente se convierte, en manos del teórico, en una muestra de la microficción colombiana de los años 70 o en el primer minicuento moderno. Esto lleva a que algunos críticos defiendan que los chistes son buenos microrrelatos. Por otra parte, las nuevas tecnologías, el flujo acelerado de la información y el tiempo limitado para procesarla hacen que las valoraciones o los juicios sobre la obra sean parciales o superficiales. El lector empieza a perder una capacidad de discernimiento estético en el ámbito literario. Aparecen minicuentos y minicuentistas a la velocidad de la luz. En este sentido, cuando hablo de la importancia de saber reconocer un “genuino” relato, estoy diciendo que es vital tener una conciencia sobre todas estas posibilidades y dificultades del género; aunque estemos ante un género difícil de clasificar, no podemos asumir que cualquier texto, por ser breve, ya es un microrrelato.

Reconocer minicuentos es todo un arte, de ahí que Tundama Ortiz escribiera con su estilo paradójico que “todo puede ser un minicuento, pero un minicuento no necesariamente es un minicuento”.

 

Te imagino en Siberia, contemplando esos inmensos paisajes y haciendo a la vez un gran trabajo introspectivo. ¿Estos cuentos obedecen a ese doble movimiento del espíritu (contemplar hacia afuera para mirar hacia adentro) o tuvieron otra dinámica en su gestación?

Cuentos de minicuentos es un libro muy analítico; si bien hay un tono divertido, juguetón y hasta ingenuo en dicha obra, sus alcances evidencian una serie de lecturas y estudios sobre la literatura propiamente, sobre la microficción, sobre el relato. Es un ejercicio filosófico, de cierto modo, en la medida en que se trata de una reflexión literaria sobre la literatura. Eso yo lo veo como un contemplar hacia adentro, pero de un modo muy intelectual. Si te fijas allí la realidad es textual, está hecha de letras más que de experiencias.

Mi primer viaje a Siberia, que fue posterior a la escritura de Cuentos de minicuentos, significó para mí una renuncia a ese academicismo literario: fue el encuentro con la música y las tradiciones de los pueblos nómadas de Asia Central y, más importante, el descubrimiento de las posibilidades de mi propia voz. Estudié kotodama (término japonés que alude al poder de la palabra) y también fui a India a aprender canto clásico. Por eso, en este punto me considero más cantante que escritor, y a Cuentos de minicuentos la veo como una obra de juventud.

 

En ese tránsito de la literatura a la música. ¿Cómo los retroalimentas, es decir qué aprovechas del uno en el otro?

Ese tránsito ha tomado varios años, y se ha dado particularmente entre la música y la poesía. La palabra que usas, “retroalimentación”, es acertada en principio, pero en mi caso ya veo una fusión, una integración, la cual creo que es connatural a la poesía, a su musicalidad intrínseca, al ritmo. En cuanto al proceso creativo, ya no veo una diferencia sustancial al momento de escribir un poema o una canción, pues en ambos casos me orienta un sentido del ritmo, de la sonoridad, de la pronunciación, de la métrica. De cualquier modo, esa simbiosis entre música y literatura es algo que sigo explorando y aún no tengo —afortunadamente— una última palabra al respecto.

 

Octavio Paz decía que el oficio de escritor entraña aislamiento y es también una promesa de comunión. ¿Qué tanto disfrutas el reencuentro con los lectores o más bien prefieres mantenerlos a una sana distancia?

Disfruto mucho el encuentro con los lectores. En particular con cierto tipo de lectores que en su momento creyeron la historia de Tundama, el autor ficticio. Años después de haber escrito el libro, explorando la red, he visto que en un par de tesis de pregrado se menciona a Tundama Ortiz como un autor del canon literario colombiano. También encontré en internet un programa de radio de cierta universidad donde se discute la obra del misterioso escritor colombiano Tundama Ortiz. Me gusta que Cuentos de minicuentos siga haciendo de las suyas, totalmente por fuera de mi control. Es así que ocurren cosas especiales, como esta entrevista.

Sé que es prematuro decirlo, pero de algún modo siento que dicha obra, la cual se ha movido en círculos underground, ya se perfila como un libro de culto.

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Periodista y escritor mexicano residente en Bogotá.


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