“La escritura es un medio singularmente apto para evocar a los muertos”, sostiene Emanuele Trevi (Roma, 1964). Eso es lo que hace en Dos vidas, libro ganador del Premio Strega en 2021: rememorar (y con ello homenajear) a dos amigos suyos ya fallecidos, Rocco Carbone y Pia Pera. Ambos eran escritores, como Trevi; ella, además, traductora y profesora de ruso.
El texto tiene una estructura circular: abre y cierra con sendas referencias a El origen del mundo de Courbet. Los tres amigos asistieron juntos al Museo de Orsay cuando esta pintura acababa de llegar a sus salas (curiosamente, entre su adquisición por parte del Estado francés y su colocación en la pinacoteca pasaron catorce años). La presencia en segundo plano de este cuadro –que simboliza “la fuente de todas las cosas, la puerta de la vida”– redimensiona la amargura inherente a cualquier texto que hable de la pérdida y la muerte. El lector a veces se olvida de que las personas de las que habla ya no están, y se concentra en aprehender a Rocco y a Pia a través de la mirada de su amigo. En este sentido, el autor consigue lo que se había propuesto: “sugerir lo máximo posible en la imaginación del lector con lo poco que el lenguaje ofrece. [Enciende] un gran fuego psicológico con algunas ramitas húmedas recogidas aquí y allá”. El libro tiene 140 páginas.
Trevi dibuja a Rocco Carbone y Pia Pera en breves capítulos alternos. Los tres aparecen juntos en pocas ocasiones. Hay una fotografía de Trevi y Pia, tomada por Rocco en su casa. Quizá solo hay una porque “nada nos recuerda más nuestra transitoriedad y futilidad que la fotografía”, y el objetivo es alargar la vida de los muertos. Explica el autor que vivimos dos vidas, una física y otra inmaterial, en los recuerdos de nuestros seres queridos. “Y cuando la última persona que nos conoció muera, nos disolveremos, nos evaporaremos para siempre.” Salvo que alguien escriba sobre nosotros, podría añadirse.
Tres apuntes sobre Carbone: era un “campeón del resentimiento cósmico”, convivía con una “horrible e inútil sanguijuela” (la infelicidad), y en sus novelas, “armado de un invisible plumero, […] quitaba de todos sus objetos el polvo de la experiencia”. Solo con esas pinceladas es posible hacerse una idea de cómo era Rocco: alguien atormentado, abocado a no encontrar ningún tipo de paz. No queda claro en el libro, pero parece que era bipolar.
Una de las virtudes de Dos vidas es que, a la orilla de los retratos de los amigos, germinan reflexiones personales de Trevi sobre la vida y la muerte, sobre la literatura (es también crítico literario) y sobre la relación entre las tres. Por ejemplo, dice que “una parte considerable del dolor que sentimos depende de la voluntad de remediar lo irremediable, de envenenar lo que somos con lo que podríamos ser”. Rocco Carbone era un sufridor impepinable, pues se empeñaba en podar la vida precisamente de la vida. Buscaba una asepsia imposible. En sus novelas huía de la concreción, de la particularidad. Dedicó muchos años a la semiología y al estructuralismo, “al férreo propósito de imponer un orden algebraico a esas turbulentas materias que son los mitos y las novelas”. Otra manifestación de su búsqueda enfermiza de una esencialidad que Trevi considera incomprensible, pues la subjetividad, lo irracional y lo imprevisible es lo que nos hace humanos. Visto así, la causa de su muerte, un accidente de tráfico, parece una broma pesada.
Pia Pera es más difícil de definir, por sus contradicciones y recovecos (tal vez por ello su amigo recurre también a descripciones de ella que hacen otras personas): parecía “una simpática señorita inglesa”, una anti-Mary Poppins, anticonformista, descarada, pero también tímida y susceptible, mediadora en los conflictos entre amigos, “tan seductora que no creo que echara nunca en falta la belleza que no tenía”. Sobre todo, dice Trevi, era una “inveterada masoquista”, demasiado dispuesta a dejarse herir. Y sorprendente: hizo la mejor traducción al italiano del Eugenio Oneguin de Pushkin, y al mismo tiempo escribía relatos eróticos. A raíz de ellos Trevi despliega una de sus teorías, quizá la más exquisita: “Como todas las personas inteligentes que se ocupan de la vieja cuestión de buscar un equivalente verbal creíble al sexo, [Pia] prefería expresiones que estaban más próximas a la pornografía que a ese erotismo barato e hipócrita de tantas novelas para damas que son el único lugar del mundo en el que las pollas son ‘miembros’ y ridiculeces por el estilo.”
La singularidad de Carbone y Pera está en su presencia post mortem en la vida de Trevi. El autor tuvo la sensación de que Carbone le acosaba en noches insomnes y angustiosas, hasta que se puso a terminar un libro de su difunto amigo que había quedado inacabado. Pera, sin embargo, es más escurridiza, porque era un “ser encantador”: “las personas encantadoras muchas veces se consumen y al final se disuelven en medio de un remolino de minúsculas luces”. Emanuele Trevi, en este conmovedor retrato de la amistad, los convoca a ambos para que no desaparezcan del todo. ~
Es editora y miembro de la redacción de Letras Libres.