Durante la madrugada del 1 de enero de 1984, el cadáver de un pandillero fue encontrado al final de un callejón en la avenida Saint Paul, en Chicago, junto con cuatro cartuchos de escopeta cargados y otro de diferente calibre. El culpable, según los testimonios de una mujer que vio los hechos desde la ventana de su casa y del supuesto cómplice, es Mario Chávez, un joven mexicano. Un año después del crimen, la policía irrumpió en la casa de Mario y se llevó a dos de sus hermanas a la jefatura para interrogarlas por separado. Poco después, Mario, con tan solo diecinueve años, fue encarcelado y condenado a la pena máxima.
Mario llegó al pabellón de la muerte por un crimen que no cometió. Sin embargo, sus antecedentes penales por robo de autos, tráfico de drogas e intento de homicidio lo convirtieron en el presunto culpable idóneo.
El canto del pájaro ciego es una novela basada en hechos y personas reales. En su libro Bibiana Rivera Mansi (Ciudad de México, 1961) cuenta la historia de Mario para exponer las fallas del sistema penal estadounidense y revela la trama de injusticias y corrupción que lleva a inocentes a la camilla donde serán inyectados con diversos fármacos que acabarán con sus vidas. Con una narración en tercera persona, Rivera Mansi adentra a los lectores al infierno carcelario sin tapujos: “dentro de la cárcel […] son tres los dioses que reinan, la pornografía, la droga y la violencia. La pornografía es la que enciende el deseo de la carne femenina o masculina, la que sea; puedes cerrar los ojos y tienes lo que deseas. La droga y los cigarros se convierten en moneda de cambio. La ley que rige el mundo del penal es la violencia, el más fuerte es el que manda”.
Mario llegó a Estados Unidos siendo un niño, sin saber inglés y sin documentos, pero al lado de su familia que anhelaba cumplir el sueño americano para tener una mejor calidad de vida. Antes de ser pandillero, Mario soñaba con ser el primer clavadista latino que representara a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos. La urgencia de dinero lo llevó a robar trajes de baño y ropa deportiva en centros comerciales. Después de la escuela y los entrenamientos, desvalijaba automóviles y vendía clandestinamente sus partes. Más adelante, su convivencia con otros pandilleros le hizo ver que era relativamente sencillo conseguir dinero robando autos y traficando drogas. Los pensamientos de Mario se intercalan con el relato. De esta manera los lectores podemos conocer los remordimientos y temores del protagonista: “Eran tiempos de vidas paralelas. Competencias de clavados. Venta de coca. Medios para un fin. Era un héroe, veía crecer mi negocio sin problemas. Era un sueño, una burbuja que pronto reventaría en mi cara.”
Sus actividades empezaron a llamar la atención del oficial puertorriqueño Rogelio Gutiérrez que lo siguió día y noche hasta que por fin pudo encarcelarlo. Más adelante, ya en prisión, Mario entendió que la justicia no existe y que la vida no es más que un juego de ajedrez donde solo algunos tienen la posibilidad de mover las fichas.
La vida en prisión no es sencilla. El aislamiento, el miedo, las amenazas de los compañeros de celda, las riñas y los abusos se suman a la incertidumbre de no saber si afuera los abogados han logrado evitar la pena capital. Mario encontró consuelo en la lectura del Corán. Su conversión al islam le permitió construir alianzas con otros reos y ser un guía espiritual para varios de los recién llegados.
Fue gracias a su interacción con otros prisioneros que Mario se enteró de la posibilidad de estudiar leyes por correspondencia para construir su defensa. Sin embargo, su familia no estaba convencida de pagarle el curso pues habían gastado todos sus ahorros en abogados que no habían conseguido su liberación. Los meses se volvieron años y Mario concluyó el diplomado. Gracias a esto no solo pudo identificar las omisiones que cometieron sus abogados en el pasado, sino los errores que hubo en los procesos de varios de sus compañeros: en unos casos se fabricaron pruebas y culpables y en otros los testigos confesaron bajo tortura. Fue tal el impacto de sus acciones que el estado de Illinois pospuso varias sentencias de muerte, incluida la suya, para revisar con atención los expedientes. Así, varios de sus compañeros se salvaron.
Durante las dos décadas que Mario pasó en prisión, no perdió la esperanza. El Corán, el estudio, el ejercicio y, después, la pintura lo ayudaron a conservar la cordura. Por su talento con la pintura y su buen comportamiento, el consulado mexicano en Chicago pidió su indulto. “Los hechos señalaban su inocencia mientras que el sistema mostraba tener equivocaciones.” Al final, el indulto no llegó, pero la sentencia de Mario se redujo y salió libre. Tras el sufrimiento y la desesperación, Mario consiguió la redención y fue capaz de iniciar un nuevo capítulo en su vida.
A lo largo de su novela, Rivera Mansi busca responder cómo enfrentan los reos sus sentencias, qué pensamientos cruzan por sus mentes, cuáles son las sensaciones que experimentan al saber que sus días están contados y de qué estrategias se valen para sobrevivir en un ambiente hostil. Sin hacer una apología del delito y sin juzgar a Mario y a sus compañeros, la escritora presta su pluma para pintar un retrato del desasosiego que implica estar en prisión.
La historia de Mario es solo una de tantas de personas que son encarceladas y condenadas a muerte de manera injusta. Lamentablemente, no todos corren con la misma suerte que el protagonista. El canto del pájaro ciego invita a reflexionar sobre la libertad y la esperanza. Dos virtudes que solemos dar por hecho, pero que podríamos perder en cualquier momento. ~
estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.