Di su nombre

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Francisco Goldman

Di su nombre

Traducción de Roberto

Frías, México, Sexto

Piso, 2012, 430 pp.

En el verano de 2007, Aura Estrada, la joven escritora casada con Francisco Goldman, falleció de manera repentina en una playa de Oaxaca. Durante el largo periodo de luto y postrauma, el novelista estadounidense escribió una novela que retrata su relación amorosa, desde sus orígenes hasta esa trágica mañana, pero también la soledad y el horror de seguir viviendo sin ella.

Antes de que se publicara en inglés, antes incluso de que terminara de escribirse, ya se hablaba mucho de este libro. Se decía que su tema sería el luto y que constituiría una bitácora del dolor. Por esos rumores y por la avalancha de críticas elogiosas que Di su nombre suscitó una vez publicado, tanto en inglés como en sus múltiples traducciones, uno comienza la lectura con la sensación de conocer ya la trama o, como dice Italo Calvino en las primeras páginas de Si una noche de invierno un viajero, de estar ante uno de esos “libros que no hemos leído pero que de tanto oír hablar de ellos es como si ya lo hubiéramos hecho”. Sin embargo, muy pronto, esta impresión se revela equivocada. Desde las primeras páginas, nos damos cuenta de que la novela es mucho más de lo que se nos prometía y que esconde grandes sorpresas. La primera de ellas es la prosa de Goldman, una prosa bella y emotiva, muy adecuada para la historia que se propone contar pero que, además, es humorística, inteligente, incisiva, irónica, autosarcástica.

A pesar de que su autor tardó varios años en escribirlas, las páginas de Di su nombre tienen un ritmo apremiante, incluso frenético, y delatan una urgencia, especialmente en los párrafos dedicados a reconstruir la relación amorosa, los hábitos de la pareja, sus momentos clave, sus frases más recurrentes. Se trata de una carrera contra el tiempo en la que el lector también se ve involucrado: en nuestra memoria quedan impregnados los recuerdos que el novelista desea rescatar del olvido. Conforme avanza, la narración va alcanzando varios registros y niveles de profundidad que nos arrojan desde las cimas de la felicidad hasta los inframundos emocionales.

Lejos de caer en la tentación de hacer un homenaje plano y exaltado de su esposa, el escritor la describe en toda su dimensión humana, con sus defectos, manías, inseguridades, carencias. Nos habla de su físico y de sus diferentes virtudes pero también nos cuenta su historia familiar, sus aficiones, sus sueños, sus temores, incluso nos ofrece fragmentos de su diario o de relatos encontrados en su computadora. El retrato de Aura está construido con una destreza tal que consigue convertirla en un personaje tangible para los lectores, por el cual resulta imposible no sentir afecto. Al hablar de Aura y sus amigas, Goldman describe toda una generación de hijos de los intelectuales e izquierdistas de los años setenta que mandaban a su sirvientas a terapia, experimentaban con la pareja y la familia y que, en palabras de Aura, comprendían a medias la realidad.

La esposa del narrador era una mujer marcada por el abandono paterno, por el agradecimiento y la culpa que le inspiraba su sacrificada madre, cuyas expectativas se esforzaba en cumplir. Por su parte Frank, el personaje masculino, es un hombre que ha conocido la decepción y el rechazo a lo largo de su historia. Dañado también por la violencia familiar, se ríe constantemente de sí mismo, de su enamoramiento, de su inmadurez y nos detalla el ridículo que con frecuencia sentía por la diferencia de edades entre él y Aura. El idilio de ambos se finca en buena medida en el reconocimiento de estas taras y en la voluntad de proteger al otro. Un encuentro afortunado en el cual se dan una infinidad de pactos de apoyo mutuo –incluido el matrimonio– y la voluntad de llenar de alegría la vida del otro. Esta es una de las cosas que el narrador se empeña en hacernos entender.

Quizás la mayor cualidad de este libro radique en la honestidad que lo inspira. Más que intentar convencernos de algo, la intención de Goldman –como la de los grandes novelistas– es mostrarnos la vida con sus múltiples contradicciones y claroscuros, la carga de odio que muchas veces hay dentro del amor, las traiciones que inevitablemente cometen quienes más nos aman. Todo esto con un increíble sentido del humor, a veces realmente ácido, que contagia a sus lectores y los libera del peso de la tragedia. Más que un libro de luto y de pérdida, más  que un extenso lamento, Di su nombre es una novela luminosa que describe la felicidad y su naturaleza atemporal y consigue, con un despliegue impresionante de recursos literarios, hacérnosla sentir en su burbujeante euforia.

Francisco Goldman había escrito antes cuatro novelas –derivadas de su trabajo como periodista político y corresponsal de guerra– que él mismo ha descrito como “volcadas hacia el exterior”. Di su nombre, en cambio, no podría ser más introspectiva. Se trata de la primera vez que el autor decide hablar de su intimidad y de los meandros de su psique y lo hace con tal maestría que no podemos sino esperar que su obra continúe por esta línea. Su lectura hace pensar en  esta frase que escribió Nelson Mandela en su diario: “Las grietas y las fisuras que hay en nuestra personalidad tienen al menos la cualidad de hacer que la  luz penetre en nuestro interior.” Sin lugar a dudas, esta novela nacida del luto y el dolor ha abierto una brecha luminosa en el potencial de su autor. ~

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(ciudad de México, 1973) es escritora. En 2011 publicó en Anagrama El cuerpo en que nací.


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