Dioses y letras

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Si, como afirmó Valéry, “la Grecia antigua es la más bella invención de los tiempos modernos”, tal hallazgo podría circunscribirse, en términos de historia literaria, a los cien años del siglo XIX. O, para ser más precisos, entre la fundación de Athenaeum en 1798 y la muerte de Mallarmé en 1898. En este periodo, los dioses de la antigüedad no sólo reaparecieron en los poemas y las narraciones, sino que lo hicieron bajo la luz del nuevo paradigma estético, despojados de su carácter más netamente teológico y redefinidos por la tendencia al esteticismo que daría pie a lo que Calasso llama “literatura absoluta”, una concepción de la obra literaria que no rinde tributo a nadie sino a la forma. En este proceso, auspiciado por Hölderlin y participado por Baudelaire, Flaubert, Lautréamont, Nietzsche, Mallarmé y otros, el arte se convierte en una expresión autorreferencial e inevitablemente paródica: el conocimiento “más inmediato y vibrante”. La forma —el metro del verso— no es solamente un camino hacia los dioses, sino que los dioses son metros.
     Esta es, grosso modo, la tesis que recorre las ocho conferencias que componen La literatura y los dioses, último libro traducido de Roberto Calasso y, sin lugar a dudas, tan deslumbrante como los anteriores. Estructurado alrededor de la columna vertebral de la modernidad literaria, pero con frecuentes referencias a la literatura india, este ensayo propone una posible explicación del cisma cultural provocado por Hegel y su numerosa prole. El tan trillado cambio de paradigma que inicia nuestra contemporaneidad, señala, es en realidad fruto del intento de creación de una nueva mitología que, después de muchas idas y venidas, sólo puede desembocar en la adoración de la forma, la identificación de la literatura como un “misterio” con leyes propias y ajenas al mundo de las cosas. Los escritores más solemnes —Mallarmé, inevitablemente— se despiden sin titubear del “canon de la retórica”. Los menos solemnes —por fuerza Lautréamont—, se retuercen de risa al imaginar cómo sus lectores buscarán correlatos no literarios de sus humoradas. Por vez primera en la historia, la literatura es autónoma.
     Este proceso —que mal se puede resumir en unos pocos párrafos— es analizado por Calasso con una profundidad admirable y mediante una estrategia sumamente arriesgada. Al proponer el concepto de “literatura absoluta” como epígrafe de la modernidad literaria, La literatura y los dioses deja de lado toda posible influencia de lo extraliterario en la ficción. A pesar de reconocer que “el siglo XIX quedará como el del triunfo de lo social”, Calasso trata de explicar los vaivenes estéticos de la época ignorando toda noción sociológica, toda vocación realista. Ignoro hasta qué punto es posible reconstruir la historia de la literatura sin contemplar el diálogo entre lo social y lo literario, pero en caso de que tal cosa sea posible, la apuesta de Calasso por el formalismo y la abstracción —que hereda de los autores que comenta— resulta muy persuasiva. Su discurso crítico se inserta en la gran tradición hermenéutica que rehuye la entrada de lo sociológico en el arte, que se niega a buscar razones políticas o ideológicas en la configuración de lo que llamamos literatura. Algo extremadamente difícil de postular si se carece del talento —y de la ironía subterránea— de Calasso.
     A pesar, pues, de esta apuesta tan poco probable en nuestros días, La literatura y los dioses consigue dar un significado coherente a un proceso histórico que con frecuencia parece incomprensible. Como ya hiciera en la sutil reflexión sobre el nacimiento del mundo moderno que es La ruina de Kasch, o en la osada divagación en torno a la mitología hindú de Ka, Calasso consigue crear la ilusión, jamás pedante, de que sus vastos conocimientos son solamente una ilustración plausible de su inteligencia. Finalmente, lo controvertido de sus opiniones queda matizado por la brillantez de sus ideas. El desarrollo de un pensamiento literario partidista, entregado a la recuperación de la literatura de las garras del sociologismo imperante, es un ejercicio de lucidez que, independientemente de su corrección académica, vuelve a poner sobre la mesa un debate antiguo y hoy tenido por anciano. Lo que Calasso trata de explicar es por qué ya no exigimos a lo que juzgamos Bello que además sea Verdadero. Un tema, digámoslo así, de rabiosa actualidad.
     Más allá, en definitiva, de la terrible dificultad del asunto, y del arriesgado punto de partida de la obra, nos encontramos ante una excelente reflexión crítica. Bordeando el academicismo pero sorteando sus más cansinos tics, La literatura y los dioses es un brillante ejemplo de cómo todavía se puede pensar sobre literatura sin hacer la menor concesión intelectual. Se esté de acuerdo o no con la tesis del libro, su explicación del proceso de nacimiento de la literatura moderna resulta fascinante, heterodoxa y, en el mejor sentido de la palabra, intempestiva. ~

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(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).


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