Un libro depende de su lector (en cierta forma). Me explico. Hay poetas que se ponen de moda, hay poe-mas que surgen a partir de un momento histórico y que dialogan con su realidad inmediata y hay de pronto libros y/o poetas que desvinculados de un contexto determinado no encuentran o no encontrarán el eco que podrían tener en otra lectura.
A partir de una cotidianidad donde lo extraordinario y el horror es lo “normal”, cabe preguntarse: ¿cómo se debe escribir ahora? ¿Qué género es el adecuado para representar lo que vemos y escuchamos? ¿Qué forma? ¿Qué voz? ¿Qué lectura? ¿Qué función juega o qué postura debe, debemos, se debe tener?
Si bien hay poemas que nacen en el momento oportuno y cimbran (pienso en Los muertos de María Rivera), hay paralelos, solitarios textos que también conmueven aunque pertenezcan a una experiencia más lejana a la nuestra o que estén escritos desde un universo más íntimo y cifrado. Y desde otra realidad. Del otro lado.
Drâstel provoca esa sensación incómoda ante lo desconocido y lo ajeno. Es un libro cuyo título de entrada irrita; por esa desvinculación con lo propio (idioma, contexto, referente), con lo cotidiano, por la misma razón, es también un golpe de aire fresco. “Words will come to interfere”, apunta el epígrafe del poema que lleva el título del libro, y cito: “Si digo esto no pienses en aquello, / no importa cuán remota o vieja amiga / mi voz aún te parezca.”
En esta confusión y desconfianza que propicia el acto de comunicar, a la mitad del lenguaje, entre lo que recrea y lo que apunta, a la mitad de la interpretación entre la lengua materna y la lengua adquirida, para sobrevivir en otro idioma, se encuentra Román Luján (Monclova, 1975).
El poeta –que actualmente reside California– escribe a partir de su experiencia con lo otro, llámese inglés, tierra ignota, página en blanco, signos de puntuación, búsqueda de sentido; obra.
Desde distintos ángulos, sumergido en las sutilezas de la creación y de la traducción, Luján juega a representar una realidad de la que se está apropiando, mientras se burla de sí mismo y observa cómo se desenvuelve en espacios físicos e imaginarios donde desconoce los códigos y los significados. Lo extranjero en toda la amplitud de la palabra es el principal tema de este, su cuarto libro que, desde la portada, sitúa al lector abismado en ese mismo rincón desde el cual el yo poético se estructura: desde lo extraño y desde la distancia que impone una lengua y una cultura distinta a la propia.
Hay en el libro un dinamismo característico de quien va y viene entre uno y otro idioma, de quien tiene que pensar en dos lenguas y continuamente buscar el paralelo o el equivalente para comprender o para explicar. Esa postura ambigua, distante, nunca definitiva y muchas veces irónica, evita que los textos caigan en un tono solemne o retórico. Luján sorprende y fuerza al lector a salirse, desde el inicio, de la lectura cómoda. Basta echarle un ojo al texto que abre, “Racimos”, constituido de preguntas de principio a fin:
¿Extrañas más el clima o la comida?
¿Desde dónde comienzan a grabar [conversaciones? ¿Quién las oye?
¿Qué imbécil lo tradujo como
[Violadores Serán Perseguidos
[sin mirar siquiera el diccionario?
¿Por qué usan guantes blancos para [hojear los pasaportes?
¿Cuáles son las armas o blasones
[del escudo en tu apellido?
Esta retahíla de preguntas simula con gracia el aturdimiento y angustia de un extranjero, en un universo del que por momentos se burla y al que por momentos padece.
El monólogo aparentemente desordenado funciona como un recuento de la memoria o como una forma de interpelar al otro:
¿De veras falta mucho?
¿Me estás dando el avión? ¿Me
[estás cortando?
¿Es posible ordenar diez veces una [taza de café en diez formas
distintas antes de que la empleada [nos ignore?
¿No es eso de code switching una [manera demasiado
elegante de llamarle?
Desde una voz casi infantil, con una falsa ingenuidad, Román Luján hace un retrato con muy pocos trazos de la sociedad norteamericana. Llama la atención el tono contenido que mantiene a lo largo de su libro. Si bien critica sutilmente y pone en duda, es siempre desde una postura templada y sin exaltaciones.
cruzar hasta quedarse
ahí donde la rabia no parte el
[aire en dos al fin
para olvidar después de haber
[cruzado que es
menos respirable que este azul [no es el mismo
jamás en otra lengua
¿Cuál es entonces la función del poeta? A la vez integrado y marginal, el escritor se sirve del lenguaje como un escudo para preservar su identidad. Una identidad “impura” hecha de la relectura de poetas latinoamericanos, europeos, americanos, de la experiencia y del dolor (también) de quien emigra. El resultado es una poesía ya muy mezclada que ha digerido lo leído y lo vivido, y muy mexicana, hecha con un lenguaje directo y coloquial.
¿Qué sentido tiene ahora la lectura de un libro no tan directamente ligado con nuestra realidad inmediata? Compartir las imágenes de quien “cruza hasta partirse” en uno, en varios y añora el cielo que dejó atrás. El sentido de respirar otro espacio y poderlo habitar. ~
es académica y crítica literaria, autora de Les émigrants / Los emigrantes (UAM-Écrits des Forges, 2015).