Emiliano Monge
El cielo árido
Barcelona, Mondadori,
2012, 224 pp.
Quizás debamos a Miguel de Una-muno (es decir, a Hippolyte Taine) la idea de que el paisaje condiciona el carácter, así como tantas novelas que vinculan a la geografía el temperamento de sus personajes, que son solitarios, exuberantes o rocosos según se tercie. Un buen ejemplo de este planteamiento es El cielo árido, la segunda novela de Emiliano Monge (ciudad de México, 1978), cuyo protagonista nace en una choza de la meseta central de una madre sordomuda y de un padre inmovilizado por la obesidad y la diabetes, de los que escapa (no sin haber matado al segundo) para unirse a una banda de criminales adolescentes a los que acaba traicionando para huir a los Estados Unidos y regresar de allí cuando vuelve a matar, como si el paisaje en el que ha nacido le hubiera contagiado su esterilidad y su violencia.
Germán Alcántara Carnero tortura y asesina impulsado por un rencor que no tiene comienzo y carece de fin; un puro continuo de odio y violencia en el que solo sobresalen algunas fechas que el narrador (él mismo un personaje de la historia) escoge para contar, no su totalidad, sino los momentos más importantes de la vida de Alcántara Carnero, que la explican: el 13 de mayo de 1956, cuando abandona el despacho desde el que ha impartido una justicia parcial y feroz sobre los habitantes del pequeño pueblo de Lago Seco y se promete no volver a matar; el 17 de febrero de 1934, en el que quema una iglesia con sus feligreses dentro; el 8 de agosto de 1901, día en que es concebido; el 14 de junio de 1957, cuando conoce accidentalmente a la mujer que le dará un hijo; el 4 de enero de 1950, cuando muere una mujer a la que ha amado brevemente; el 28 de septiembre de 1960, día en que le nace un hijo deforme; el primero de enero de 1948, cuando asesina a un líder religioso local; el 27 de mayo de 1911, el día que Alcántara Carnero inspecciona al primer muerto de su vida y mata a su padre; el 24 de julio de 1917, en el que traiciona a sus protectores juveniles y huye por segunda vez; el 12 de octubre de 1968, cuando muere el hijo deforme; el 18 de noviembre de 1944 en que cae herido mientras desbarata una huelga; el 17 de febrero de 1934, cuando es promovido al cargo de jefe de los violentos locales; el 6 de abril de 1928, cuando regresa a Lago Seco; el 18 de febrero de 1975, cuando se suicida su mujer y él echa a sus hijos y sobrinos de su casa y se recluye; el 11 de abril de 1937, en que se suicida el único amigo que ha tenido; el 17 de noviembre de 1981, el día que abandona su reclusión para anunciar “la hora de la gran misericordia de los hombres con los hombres” y es asesinado.
Se trata de una forma excepcionalmente eficaz de contar una vida cuya violencia carece de comienzo y de final: cuando Germán Alcántara Carnero nace, esa violencia ya parece estar en el aire y seguirá allí cuando el personaje muera, como el sol o las montañas, de allí que su historia solo adquiera sentido (si lo adquiere) porque la voz que la narra se lo otorga; una voz inusualmente poética y con un excelente dominio del discurso indirecto libre que, sin embargo, a veces juega malas pasadas a su autor: ¿cómo puede conocer la madre del protagonista la historia de sus padres, siendo sordomuda y analfabeta? ¿Cómo es posible que se nos diga que la puerta de la casa del protagonista no ha sido abierta durante años y que, a su vez, este viva en el interior de la casa con varios perros, adoptados, además, después de su reclusión?
Emiliano Monge parece venir a decir que toda historia (en particular, la historia de la violencia mexicana) solo puede adquirir sentido si se la cuenta, de manera que, por una parte, el narrador aparece una y otra vez a lo largo del relato para reivindicar su dominio absoluto sobre él, y, por otra, no duda en cambiar los nombres de los personajes cuando estos se encuentran en una situación particular, de tal modo que Germán Alcántara Carnero es alternativamente “Nuestrombre”, “Quienasciende”, “Elquetiembla”, etcétera: las cosas son lo que se nos dice que son, y las personas lo que hacen durante el breve momento en que lo llevan a cabo; y palabras y expresiones como “sufragio efectivo”, “independencia”, “primera patria” y “reforma” son solo los nombres de unas calles desoladas por las que transitan los asesinos.
Una y otra vez a lo largo de este libro, Germán Alcántara Carnero intenta dejar atrás la violencia y redimirse, y una y otra vez fracasa: su énfasis poético y el hecho de que buena parte de las fechas que aparecen en esta obra sean relevantes para la historia de México pueden hacer pensar que Lago Seco (“un imperio en el que viven 30 mil 234 habitantes, todos los cuales son hijos y nietos y bisnietos del incesto, hombres y mujeres cuyas venas yacen rebosantes […] de coraje, asco, miedo, servilismo, odio y engaño”) es una metáfora de México, al igual que el destino trágico de su protagonista, pero (yendo más allá) quizás la apuesta del libro consista en desarticular la oposición entre lo individual y lo colectivo. De hecho, el tránsito de la violencia colectiva a la individual es realizado por el protagonista casi de forma involuntaria, de la misma forma en que, tras haber sido institucionalizada, esa violencia cambia de signo pero no cambian sus formas y sus consecuencias. Al igual que tantas otras novelas recientes, en particular aquellas que tienen como escenario el norte de México, El cielo árido infiere el carácter de sus personajes de la geografía en la que se desplazan y convierte a la violencia en parte del paisaje y en su consecuencia directa e inevitable, lo que tiene como resultado unos textos que no cuestionan esa violencia ni creen en la posibilidad de que algún día tenga un final. Sin embargo, la novela de Emiliano Monge se distingue de ese conjunto por la plasticidad de su prosa, la inteligencia de su planteamiento y la capacidad de su autor para revisar ciertos tópicos. No ofrece ningún consuelo, pero (de alguna forma) reconforta al lector saber que estos personajes, que no tienen nada, sí tienen a un escritor de una voz potente y original para que los narre. ~
Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor. En 2019 publicó 'Mañana tendremos otros nombres', que ha obtenido el Premio Alfaguara.