El secuestro en México, de José Antonio Ortega; 1988: El año que calló el sistema, de Martha Anaya y 1968-2008 / Los silencios de la democracia, de Eduardo Cruz Vázquez

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I

El secuestro en México documenta el origen y desarrollo de una floreciente industria. Su autor, José Antonio Ortega, dirige el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal. Ante la ausencia de cifras oficiales, Ortega realizó un amplio estudio para determinar cómo nace y se extiende este flagelo, y la dimensión actual del problema. Su investigación arranca en 1970 (antes de ese año el secuestro era prácticamente irrelevante) y se detiene en 2007, y sus conclusiones sorprenden.

El autor sitúa el origen de la industria del secuestro en México en los grupos guerrilleros que surgieron en los años setenta a raíz de la represión gubernamental de 1968, al introducir la modalidad de la desaparición forzada de personas y la solicitud de recompensas. Para combatir a esos grupos, el Estado creó cuerpos de seguridad que incluyeron en su lucha métodos usualmente ilegales, como la Dirección Federal de Seguridad. Luego de “ganar” esa lucha, muchos de sus miembros se incorporaron a la delincuencia, ya sea practicando ellos mismos los secuestros y asaltos o bajo la modalidad de prestar protección a los delincuentes. El autor es enfático: “nadie hizo tanto por la proliferación de la privación ilegal de la libertad como la policía”.

Esa incorporación de la policía a las tareas delincuenciales dio como resultado el gran estallido de violencia que ocurrió en los noventa: de unas cuantas decenas de plagios se pasó, en el régimen de Salinas de Gortari, a cientos de secuestros perpetrados cada año. Desde entonces esta modalidad ha ido al alza. Y lo más probable es que crezca aún más, a menos que se produzca un cambio radical en las políticas de combate al crimen, y eso, según el autor de este libro, se antoja muy remoto.

El secuestro en México es un libro útil porque trata de que la cifra negra de los secuestros deje de serlo, al ofrecer el primer estudio que dimensiona el problema y da una explicación sobre sus orígenes y desarrollo; útil también porque hace una comparación con las estrategias que en otros países se han empleado y porque brinda una serie de consejos de autoprotección.

La lucha no es ya sólo del Estado. Los ciudadanos debemos intervenir para erradicar este mal. Será un combate arduo. Pero, y con estas palabras finaliza Ortega su libro, “vivir en el terror no es una opción”.

 

II

1988: El año que calló el sistema, de Martha Anaya, está dividido en dos partes. La primera ofrece un pormenorizado recuento de una de las jornadas decisivas de nuestra historia reciente: el 6 de julio de 1988, el día en que “se cayó el sistema”.

La segunda parte expone una docena de reveladoras entrevistas con los actores de esa turbia jornada. Y, como en Rashomon, cada personaje entrevistado recuerda su propia versión de la historia.

El libro cuenta una historia que por sabida tiende a olvidarse: luego de esa elección tan difícil, el pan acuerda abstenerse el día que se califica la elección presidencial (en vez de hacer frente común con el frente agrupado en torno a Cárdenas) a cambio de que Salinas se comprometa a reformar el sistema electoral, a normalizar la relación con la Iglesia y a finiquitar la figura del ejido. Tres reformas trascendentales a cambio de permitir lo que en ese momento llamó Castillo Peraza la “legitimidad en funciones” de Salinas de Gortari.

1988: El año que calló el sistema despierta nuestro interés por la forma en que aclara varias incógnitas del pasado, pero sobre todo por la luz que arroja sobre la elección del 2006. A Cuauhtémoc Cárdenas, Martha Anaya le pregunta si ve semejanzas entre 1988 y el 2006, y este responde: “No veo semejanzas. En 1988 hubo un fraude sumamente primitivo, representantes nuestros expulsados a punta de pistola de las casillas, los costales con votos, ahí se dio cualquier cosa que a uno se le ocurriera.” Ante esa respuesta, Martha Anaya insiste: “Algunos piensan que en ambas se robaron la elección.” Y Cárdenas contesta: “Yo no podría afirmarlo en el caso del 2006.”

Este libro ofrece, también, el retrato de un país que ya cambió, y profundamente. Cambió decisivamente al ciudadanizar el instituto encargado de contar los votos, cambió al permitir la alternancia, pero sobre todo cambió en algo fundamental: la actitud hacia la democracia. En 1988 lo normal era el fraude. Organizarlo, ejecutarlo, justificarlo. Veinte años después Miguel de la Madrid puede afirmar, ante la inquisitiva Martha Anaya, que le pregunta si había que destruir a Cuauhtémoc y sus seguidores: “Sí, porque no representaban un beneficio para el país. Yo estoy convencido de que hice bien en no dejarlos llegar.” Ese espíritu antidemocrático es lo que ya no es posible en este país, veinte años después.

 

III

1968-2008 / Los silencios de la democracia reúne entrevistas de Eduardo Cruz Vázquez con una docena de reconocidos periodistas, sobre la forma en que ha evolucionado la prensa en México desde 1968 hasta nuestros días. Paradójicamente, esta historia tiene dos interpretaciones distintas y hasta encontradas.

La primera afirma que, bajo la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, el periodismo vivió una época de oscurantismo, en la que el poder político controlaba y manipulaba plenamente a la prensa, y que luego del 68 esa cerrazón fue cediendo hasta alcanzar, en nuestros días, un grado de libertad nunca antes visto así como una diversificación impresionante de los medios de comunicación. La segunda cuenta, por el contrario, una historia muy triste. Cuenta el tránsito de una prensa maniatada y vendida a una prensa libérrima que ha desperdiciado su libertad. ¿Existe hoy, por ejemplo, un periódico que esté a la altura –en cuanto a sus articulistas, reporteros y nivel profesional– del Excélsior que se hacía en la época de Luis Echeverría? Hoy lo que abunda en los medios es independencia política y pobreza profesional.

La cuestión importa, y mucho. ¿Es hoy la prensa en México un auténtico cuarto poder? La respuesta es no. ¿Cómo enfrenta la prensa de hoy la chambonería de nuestra clase política? Según Raúl Trejo Delarbre, lo hace “con acusaciones falsas, intromisiones en la vida privada de los personajes públicos, con notas llenas de animosidad y de versiones sin comprobar. En suma, con un quehacer limitado, provinciano y atrasado”. ¿Qué pasaría si en México ocurrieran sucesos como el escándalo del Watergate? ¿Estamos seguros de que un medio se enfrentaría contra el poder público, a favor de los ciudadanos, hasta sus últimas consecuencias?

Antes, el poder público controlaba los medios, con métodos que iban de la amenaza y el acoso directo al control que se ejercía sobre los periódicos a través de sus importaciones de papel. Hoy el poder público ya no tiene los instrumentos que le permitían ejercer ese control. Sin embargo, son los dueños de los medios los que hoy imponen sus propias agendas en función de sus intereses privados. ¿Los ciudadanos hemos ganado con ello? Es muy significativo que no existan medios de comunicación que sean propiedad de periodistas. Los medios de comunicación son expresiones públicas de grupos políticos y económicos.

La lectura de Los silencios de la democracia deja mucho que desear. El prólogo y la selección de entrevistados es muy pobre, absolutamente insuficientes. Los trabajos que componen este libro son, por estar basados en entrevistas, anecdóticos, superficiales y muy poco rigurosos. Con excepción del trabajo de Trejo Delarbre, el contenido es disparejo y flojo. ~

 

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