Alfonso Reyes vuelve a Europa

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Muchos fueron los ámbitos en los que incursionó el regiomontano Alfonso Reyes (1889-1959): el ensayo, la poesía, la traducción, el periodismo, la diplomacia, la investigación, la edición… pero podría decirse que su pasión multifacética, su búsqueda ambiciosa de un sinfín de registros, era el resultado de una semilla que él mismo definió como “profesión general de hombre”, una especie de “reconquista del alma” a través de la amplitud del conocimiento, un infinito deseo enciclopedista sin divisiones ni límites, un hombre capaz de integrar y verse integrado en el mundo, un hombre, pues, hermanado en algún sentido con el concepto de raza cósmica que en 1948 bautizara José Vasconcelos.

No es gratuito, por tanto, que la exposición que le ha dedicado a manera de homenaje el Instituto Cervantes de Madrid con motivo del treinta aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y España (la primera en su tipo y magnitud que se dedica en la Península a un escritor mexicano, y que el 14 de este mes viajará en versión reducida a la sede del Cervantes de París, y más adelante, durante el segundo semestre de 2007 y en 2008, a la de Toulouse, Lisboa, Río de Janeiro, Sao Paulo, Brasilia, Chicago, Alburquerque, y finalmente a México), llevase por título “El sendero entre la vida y la ficción” y se centrara en el Reyes diplomático, coleccionista de arte, escritor y promotor cultural (la exposición consta de dieciocho documentos, cartas y manuscritos, veintiséis libros, 71 fotografías, 35 óleos, un documental y una película).

En pocos autores como en Alfonso Reyes, su vida y obra se fusionan para convertirse en una actividad única, en ese sendero cosmopolita que en el exilio en España como protegido y creador, primero; al frente de las representaciones diplomáticas de México en Madrid, París, Río de Janeiro y Buenos Aires, después; y finalmente como director de El Colegio de México (antes La Casa de España), en México, le permitieron ser un impulsor e integrador de dos mundos –España/Francia y América–, de intelectuales, de exiliados, de diplomáticos y ministros, enlace necesario de los hombres cultos que llegaron de América a Europa y, también, de los que después hicieron el viaje inverso del exilio, de España a México, o incluso, bajo la decadencia del peronismo, de Argentina hasta la capital mexicana.

Fue Reyes, el literato, el diplomático, quien –testigo privilegiado– supo entender los movimientos migratorios que producían en los intelectuales y artistas las revoluciones, las guerras civiles o los regímenes autoritarios, a través de la acción (la integración de los exiliados españoles en los círculos mexicanos) y de la letra impresa. Por eso las primeras palabras que dedicó la ministra de cultura, Carmen Calvo, el pasado 15 de marzo, en la inauguración de la exposición-homenaje a Reyes, comisariada por el escritor e investigador Héctor Perea, se refirieron a la “deuda que tenía España”, cumplida “con treinta años de retraso”, con la obra y el legado del autor de Visión de Anáhuac.

No obstante el inmenso puente que tendió Reyes como figura integradora de dos mundos, el europeo y el americano, amigo de Azorín, Francisco A. de Icaza, Amado Nervo, Gabriela Mistral, Juan Ramón Jiménez, Diego Rivera, José Ortega y Gasset, entre una infinidad de escritores, artistas y diplomáticos, sus libros se han dejado de editar en España.

Las ediciones que Bruguera, Espasa-Calpe y Alianza Editorial hicieron de la obra de Reyes (Retratos reales e imaginarios, La experiencia literaria, Trazos de historia literaria, Tertulia de Madrid, Cuatro ingenios, Medallones, Antología general) a finales de los años ochenta, principios de los noventa –y no se diga la que hizo Aguilar en los años cincuenta de Verdad y mentira–, se encuentran en la actualidad descatalogadas: apenas quedan impresas unas inencontrables ediciones de ayuntamientos y ministerios de La vida de la literatura y una que otra antología de Cátedra –sin contar alguna traducción de la obra de G. K. Chesterton y Laurence Sterne–, únicamente esto de una obra completa que consta de veintiséis volúmenes, poco más de 14.000 páginas.

Quizá sea esta la oportunidad para que la obra de Reyes –que “siempre ha estado presente en España” de la mano de su editor mexicano, el Fondo de Cultura Económica, de acuerdo a su director en Madrid, Marcelo Díaz–, encuentre de nuevo un hueco en los catálogos españoles y en las bibliotecas de los lectores de este lado del Atlántico.

Para Díaz, quien se refiere a la exposición como un “acto de justicia a un hombre que quiso tanto a España y escribió tanto sobre España”, hay en la generación de escritores y de lectores españoles que rondan los cuarenta años “una conciencia enorme y una recuperación objetiva del valor de la obra de Reyes”; hay, incluso, “verdaderos devotos” de su escritura.

Así al menos lo respaldan las casi 5.000 personas que durante los dos meses que duró, visitaron la exposición en Madrid, la cual estuvo acompañada de la edición de un amplio y cuidado catálogo, repaso exhaustivo de la figura de Reyes con material fotográfico, ensayos de Adolfo Castañón, Paulette Patout, Regina Crespo y Alfonso Rangel Guerra, entre otros, y una breve antología narrativa, ensayística y poética del autor mexicano.

Para la coordinadora tanto del catálogo como de la exposición, Luz Bejarano, el “homenaje modesto” que se ha hecho a Alfonso Reyes no sólo ha cubierto las expectativas del Instituto Cervantes, sino que abre, además, “un nuevo interés por una figura poco conocida en España”.

Allí queda, pues, este tributo europeo al hombre que Carlos Fuentes calificó como “el gran clásico mexicano del siglo xx”, el hombre cuya mirada llevaba marcada la palabra inteligencia, dueño de ese rostro que tan bien retrató su amigo José Moreno Villa (un retrato con tintes impresionistas que el propio Reyes admiró en vida, también expuesto en la muestra), de esos ojos que esculpió Maru Santos en una escultura de su busto (1994) que por sí sola habla del carácter de uno de los máximos escritores mexicanos: con una barba cuidada, detenido en el tiempo, parece que observa contemplativo; al hacerlo, simplemente ocupa el espacio infinito. ~

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Periodista y escritor, autor de la novela "La vida frágil de Annette Blanche", y del libro de relatos "Alguien se lo tiene que decir".


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