EL MENSAJE SIN CÓDIGOJenaro Talens, El sujeto vacío: cultura y poesía en territorio Babel, Cátedra-Universitat de València, Colección Frónesis, Madrid, 2000, 429 pp.Jenaro Talens, Profundidad de campo, Hiperión, Colección Poesía, Madrid, 2001, 109 pp.Profesor universitario, historiador y lector del cine, traductor de Beckett, Pound, Rilke, Hölderlin y los expresionistas alemanes, Jenaro Talens (Tarifa, España, 1946) es antes que nada un admirable poeta y un prosista crítico de rara lucidez. La edición prácticamente simultánea de un par de libros suyos, Profundidad de campo y El sujeto vacío, puede interpretarse como algo más que una mera coincidencia o, en todo caso, como algo mejor que una coincidencia, tomando en cuenta el enriquecimiento mutuo que ambos títulos representan para sí, cada uno por lo que tiene, a su manera, de rigor, de comprensión activa, de apertura.
Talens presenta El sujeto vacío como una serie de artículos agrupados por el "azar objetivo" al tiempo que "atravesados […] por una misma posición", por una misma "radicalidad" que hace del yo emisor y el yo receptor, de la instancia productora y la instancia receptora del objeto artístico, más que dos entidades plenas y consistentes, dos lugares inhabitados o al menos imprecisos, tan sólo concebibles por y desde una relación que los excede (la red o relación mayor a la que damos el nombre de cultura) y que no existe sin embargo al margen de contactos básicos y materiales entre un "autor", una "obra" y un "lector". Componentes prioritarios pero al fin hipotéticos de la experiencia cultural, dichas figuras autor, obra y lector funcionan como tales al verificarse la operación del sentido, que no la menos rica del significado. La distinción estriba, para Talens, en la presencia de un código al tratarse del significado (un texto significa de modo literal por cuanto las normas de una lengua deben ser compartidas por dos o más hablantes) y en su ausencia cuando se trata del sentido: el mismo texto puede suscitar diferentes aproximaciones en razón del saber y del creer, también diferentes, que su estudio convoque. La identidad sustantiva del autor y el lector sólo ha de postularse al considerar el trabajo incidental, adjetivo, que ambos realicen: escritura o lectura, y lo que representen esas tareas en sociedad.
Luego, el concepto de sociedad al que se alude no puede reducirse a las adquisiciones de una disciplina en particular, ya que sus claves nocionales radican de verdad en la interacción, en las coyunturas, no tanto en el afán de sistema y acumulación propio de un modelo científico positivista como en la ignorancia que aprende a reconocerse y en la duda consciente de sí misma. Tomando esta segunda vía, el ejercicio interpretativo de Jenaro Talens puede abarcar un amplio abanico temático la conflictiva relación de Artaud con el arte del cinematógrafo, las primeras películas de Buñuel, las canciones de Santiago Auserón, la poesía de Cervantes, García Lorca, Jiménez, Espronceda o, más cerca de nosotros, Leopoldo María Panero, Antonio Martínez Sarrión o Andrés Sánchez Robayna sin dejar por ello de aspirar a una condensación teórica más amplia todavía. De ahí que resulte pertinente aquella frase de Beckett, citada con otros motivos por Jenaro Talens en el centro mismo de su libro: "La individualidad es la concreción de la universalidad, y cada acción individual es al mismo tiempo supraindividual".
De los diecinueve artículos de El sujeto vacío, tres han sido escritos en colaboración. En el caso de los poemas de Profundidad de campo, la figura del autor parece más claramente unitaria. Ordenado sobre un esquema de irreprochable simetría, el libro se nos ofrece desde un principio como eso: un libro, con sus buenos epígrafes, su envío, su desarrollo y su epílogo, y suponemos por ello que un mensaje lo informa. Pero se trata de un error de apreciación, como va revelando la lectura: en el transcurso complejo de un invierno, de un sencillo invierno, el yo enunciador se vuelve otro al manifestarse las diferentes necesidades o caracterizaciones de la experiencia cotidiana, los roles del amante y del amigo, del padre de familia y del paseante anónimo, del escritor y del lector. Dos versos de San Juan de la Cruz vienen de pronto a concluir un soneto; los nombres de un par de ciudades, Florencia y Ginebra, son evocados en sus lenguas "originales": Firenze, Genève; el verbo "demoler" se hace, como acercándose al francés, demolir; los poemas de una sección llevan títulos como "Teoría del conocimiento", "Semiótica de la cultura" o "Lecciones de Gramática Histórica". Todo ello, en suma, va sugiriéndonos el funcionamiento de una mecánica sin leyes, una dinámica de la transformación: "el sonido no ofrece ya conocimiento,sino / incertidumbre y orfandad". Convergen así el cuerpo de Valente y la rosa ("oh pura contradicción") de Rilke:
Nunca olvidar al otro en el que fui (¿lo he sido?) huésped y sueño de una sombra. No es un problema de melancolía, ni un homenaje a la fidelidad, sino de dar posada al peregrino, de exorcizar su deterioro. En la sonrisa interminable de las olas, bajo el ardiente sol del mediodía, ¿me reconoces, cuerpo, tú, pura contradicción, memoria y huella bajo tantos párpados?
Los textos críticos de El sujeto vacío toman su punto de partida en esta valiosa convicción: la de "saber que lo que nos constituye como sujeto no es una plenitud sino un vacío", y con ello queda explicado el título del conjunto por añadidura. Más abajo se agrega: "No se trata de apuntalar datos sino de rastrear huecos: las huellas de una ausencia que, sólo por serlo, nos permite reconstruir una hipótesis de persona, que es, a su vez, una hipótesis de lectura". Esos huecos y ausencias corren paralelamente a la "precariedad" que hace de las obras de arte "mensajes sin código", esto es: proposiciones cuyo sentido está más allá de cualquier fórmula previa de interpretación. Más allá: más cerca de nosotros, como los poemas de Profundidad de campo dichos por una voz y desde una garganta que han sabido ser otras, y ser las de otros, y estar en todas partes, y no ser. –