En Rusia, la cultura es cosa de chicas

En 'Chicas e instituciones' Daria Serenko reúne episodios de su etapa como trabajadora en galerías y bibliotecas de la Rusia de Putin.
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Retrato de un régimen. Fingir que se ha celebrado un acto que no se ha celebrado, obligar a una viuda a que continúe con la exposición dedicada a su marido con el cadáver aún caliente, no poder salir a por una compresa porque “los empleados no deben marcharse, sino disfrutar”, aunque eso implique “dejar una mancha roja de sangre en la butaca de terciopelo estatal”, son algunas de las cosas que le pasaron a Daria Serenko siendo trabajadora cultural en Rusia y que cuenta en Chicas e instituciones (Errata naturae). Serenko (Jabárovsk, 1993) es poeta y activista; lleva fuera de Rusia desde marzo de 2022. Entre otras cosas, se le ocurrió la idea del “piquete silencioso” en 2016, es la única manera de protestar sin exponerse demasiado a una detención, y fue el método seguido por la población para mostrar su rechazo a la guerra de Putin en Ucrania de la que está a punto de cumplirse un año. 

Chicas e instituciones cuenta diferentes situaciones en diferentes instituciones, la acumulación construye una especie de crónica novelada que retrata el funcionamiento del régimen. Serenko es muy inteligente y fina, no dirige ni editorializa, cuenta lo que hay y deja que el retrato se haga solo. Otra cosa que hace muy bien es manejar el tono, que por resumirlo sería algo así como “me reiría si no supiera que es horrible”. Se publicó en 2021 y recoge la experiencia de Serenko que fue despedida tras las protestas de 2019 en las que “los ciudadanos salieron a la calle para reclamar unas elecciones municipales justas”, escribe en el epílogo Alexandra Rybalko Tokarenko, que es también la traductora del libro.  

Método soviético. Sorprende lo enraizadas que están algunas prácticas que asociamos a la era soviética. Algunas de las cosas que cuenta crean una especie de espejismo en tu cerebro y te hacen pensar que estás leyendo una novela de Milan Kundera, o un testimonio de hace cincuenta años, entonces aparece un teléfono móvil o suena una canción de las t.A.t.U., que estaban de moda cuando Serenko era niña, y te das cuenta de que lo que cuenta Serenko pasa ahora mismo. Los disparates son variados: “En una ocasión nos pidieron que cancelásemos un evento programado y fingiésemos que nunca había existido, que borrásemos el texto de la presentación y no volviésemos a hablar del tema”; “Una vez nos tocó fingir que habíamos celebrado un acto multitudinario que no había tenido lugar. El Departamento de Cultura nos exigía que ese mismo día les enviáramos fotografías de los visitantes interesados, por lo que llamamos a transeúntes de la calle y les prometimos té con azúcar y galletas. Ellos se pensaron que aquello era un velatorio, de modo que se quedaron sentados a la mesa sin hacer nada de ruido, llenando discretamente sus servilletas de migas”. 

Sororidad. Serenko escribe acerca de la extraña relación entre las chicas, no reflexiona demasiado sobre eso, en su estilo impresionista lo que hace es mostrarlo, contar algunas cosas que suceden de manera que la cosa caiga por su propio peso. Lo que hay entre las chicas de las instituciones es una hermandad falsa, funcionan como un todo, son las desgracias cotidianas (muerte de un padre, divorcio, etc.) lo que las individualiza. “A decir verdad, a las chicas no nos gustaba mentir”; “¿En qué se diferencian las chicas de las instituciones?”; “A las chicas no solían distinguirlas”; “Al cabo de unos meses las chicas petamos, se nos acabó la paciencia y, hechas una única bola humana, nos fuimos rodando a una nueva institución”, “Un día las chicas me traicionaron. No las culpo: a veces en una institución se dan circunstancias que te impiden actuar de otro modo. En esos casos, puestos a traicionar, al menos que sea a una sola persona”. Es bonito cómo cambia la manera de hablar de eso a lo largo del libro: pasa del grupo a incluirse y poco a poco ofrecer pinceladas de alguna. 

Exilio. Daria Serenko escribió: “Me da miedo ser migrante. Veo lo que significa ser migrante. Lo perderé todo, aunque tampoco es que tenga nada. Nadie comprenderá cómo hablo en realidad, qué complejos y maravillosos pensamientos habitan en mi cabeza. Nunca sabré hacerlo así en otro idioma. Me volveré invisible… ”. Es una suerte que este libro se haya traducido y publicado y que accedamos a esos maravillosos y complejos pensamientos de Serenko, pero también de las que fueron sus compañeras de trabajo. 

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