Lo ocurrido el 29 de diciembre de 1890 en Wounded Knee ha sido relatado en infinidad de ocasiones. Constituye, de hecho, una referencia ineludible en cualquier cronología o historia de los Estados Unidos. Aquel día, al menos ciento cincuenta sioux –algunos autores hablan de casi tres-
cientos–, hombres desarmados, mujeres y niños, fueron abatidos por un destacamento del Séptimo de Caballería en las cercanías del arroyo de Wounded Knee, en territorio de Dakota. Poco antes, no lejos de ahí, en Standing Rock, el jefe Toro Sentado había muerto de una bala en la cabeza cuando la policía india intentaba detenerle y poner fin a una manifestación de la misteriosa “danza de los espíritus”. El juego de espejos traía necesariamente al recuerdo otra masacre, la de Little Big Horn, en el vecino territorio de Montana, en 1876, que segó la vida del general Custer y muchos de sus hombres, pertenecientes a aquel mismo mítico regimiento. Entre una y otra fecha, la situación había dado un vuelco que se antojaba definitivo. Wounded Knee simboliza la conclusión de las denominadas “guerras indias”. La frontera del Oeste desapareció en 1890 y los indios, como los en otros tiempos abundantes búfalos de las praderas, fundamento de su economía y de su cosmología, se convirtieron entonces en una especie en real peligro de extinción. Solamente una pequeñísima parte sobreviviría en las reservas. El ganado vacuno y el hombre blanco pasarían a ocupar aquellas tierras.
Los hechos de Wounded Knee dan título y, asimismo, ponen punto y final al libro del estadounidense Dee Brown (1908-2002), Enterrad mi corazón en Wounded Knee. Historia india del Oeste americano, que la editorial Turner acaba de reeditar en España. La obra apareció por vez primera en inglés en 1970, convirtiéndose en un best-seller en Estados Unidos y en otros países, así como en una obra de “culto” en algunos sectores. La editorial Bruguera la tradujo y editó en español en 1971 e hizo varias reimpresiones. Un par de años antes de fallecer y tres décadas después de la publicación de la primera edición, Dee Brown escribió unas palabras –más formales que otra cosa– para prologar el libro. La edición actual de Turner, en la colección Armas y Letras, recupera la antigua traducción e incorpora el nuevo prefacio.
Dee Brown se propone contra-
restar la imagen transmitida, salvo contadísimas excepciones, por las populares películas, novelitas y cómics de indios y vaqueros, también denominados “del Oeste”. Se trata, a fin de cuentas, de una reacción contra el manido estereotipo del salvaje despiadado. Para ello había que otorgar, en especial, la palabra a los indios. Como decía Lobo Amarillo, un indio de la tribu de los nez percés, citado por el autor en el libro: “Los blancos contaron sólo una parte, la que les placía. Dijeron muchas cosas falsas. Sólo sus mejores proezas, sólo los peores actos de los indios; eso es cuanto ha contado el blanco”. Las pocas voces de los indios que habían llegado hasta nosotros lo habían hecho a través de las plumas de los blancos. Era imprescindible, por consiguiente, recuperar las voces indias del pasado, que todavía podían encontrarse en pictogramas, antiguos textos y, por encima de todo, en una fecunda historia oral, recopilada desde finales del siglo XIX. A partir de estas fuentes, inéditas en gran medida, Brown construye una narración de la conquista del Oeste “según fue vivida por sus víctimas y valiéndome de sus propias palabras en lo posible”. La segunda parte de la frase merece un pequeño comentario. Cada capítulo empieza con las palabras de uno o más protagonistas de esta historia, y muchas partes terminan con la letra de una canción. Asimismo se utiliza frecuentemente la manera india de nombrar a las personas y las cosas: el “hombre blanco”; el “gran padre”, esto es, el presidente de los Estados Unidos; “Cabellos Largos Custer” o “Chaqueta de Oso Miles”; o, en referencia a una fecha concreta, la “luna de la hierba seca” o “la luna que cambia la cornamenta del ciervo”. Las palabras construyen significados y transmiten siempre particulares y complejas visiones del mundo.
En el libro se relatan los aconte-
cimientos de la etapa 1860-1890; unas décadas, como escribe el autor, de “increíble violencia, codicia, astucia, riqueza de sentimientos y exhuberancia en todos los aspectos”. La guerra civil americana, los expolios de tierras, el incumplimiento de todos los tratados firmados con los indios, el confinamiento en míseras reservas, los éxodos, las batallas y la corrupción de las oficinas de asuntos indios desfilan a lo largo de las páginas de este volumen. Apaches, comanches, cheyenes, navajos y sioux, entre otros, y jefes como Caballo Loco, Toro Sentado, Cochise, Jerónimo, Joseph o Manuelito, constituyen los auténticos protagonistas. Brown construye un relato en el que la famosa frase atribuida al general Sheridan, identificando a los indios buenos con los indios muertos, constituye una buena síntesis de la actitud del “hombre blanco”. No resulta difícil pensar, en muchos pasajes, en la memorable escena de la gran película de John Ford, The Searchers (Centauros del desierto), de 1956, en la que Ethan Edwards, interpretado por John Wayne, dispara a los ojos de un comanche muerto y semi-enterrado.
El libro de Dee Brown es, más de tres décadas después de haber sido escrito, un clásico. Y como tal debe leerse. Su aparición causó un notable impacto por su reivindicación de una voz para los grandes olvidados de la historia norteamericana. Ponía en letras de molde el final del sueño del pueblo indio, para decirlo en palabras de Alce Negro. El toque de alerta y el tono reivindicativo fueron sus mayores virtudes, pero no conseguían esconder lagunas, inexactitudes y generalizaciones. De ahí que, por ejemplo, en The Limits of Liberty: American History, 1607-1992 (1995), Maldwyn A. Jones escriba que el libro de Brown es un relato popular claramente favorable a los indios, pero escasamente fiable. Enterrad mi corazón en Wounded Knee sigue siendo hoy una lectura agradable y recomendable, siempre teniendo en cuenta, está claro, que la historia de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX y, específicamente, la de los pueblos indios, se ha nutrido en los últimos tiempos de innovadores, profundos e interesantes estudios. La voluntad de comprender sustituye a los maniqueísmos. Al fin y al cabo, el libro de Dee Brown ha pasado a convertirse en integrante destacado de la historia, de una historia india.
Jordi Canal (Olot, Girona, 1964) es historiador. Es catedrático de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, de París. Su libro más reciente es '25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de España' (Taurus, 2021).