Memoria sentimental de España

Castigado sin dibujos

Julio José Ordovás

Xordica

Zaragoza, 2023, 136 pp.

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Julio José Ordovás (Zaragoza, 1976) ha contado que quería escribir un libro sobre España y su generación en el que los dibujos animados cumplieran el papel que desempeñaban las canciones para Manuel Vázquez Montalbán. Castigado sin dibujos es el resultado: una memoria de infancia en un pueblo de la España interior donde el adulto rememora al niño que fue, cuenta el pueblo en el que se crio y los personajes que poblaron sus días. En el pueblo donde todo transcurre, cerca de Belchite, aún resuenan los ecos de la Guerra Civil. El narrador, nacido poco después de la muerte de Franco, es el hijo mayor de la familia, que regenta la panadería del pueblo –el trabajo de cara al público les obliga a inhibir muchas de sus opiniones para estar a buenas con todos y no ser señalados–. La vida rural no es ajena a la apertura del país, al deseo de cambio y a la llegada de la democracia. El retrato del cambio social, la historia rural de la Transición, es uno de los pilares del libro. Están además los dibujos animados, la llegada de un aparato de televisión más grande, que el protagonista ignora porque anda con la cabeza metida entre libros, lee “con los ojos afiebrados”, para terror de la madre.

“Todo el mundo debería nacer en un pueblo para saber lo que significa poder escapar de él. Sí, de acuerdo, pero todo el mundo debería nacer en un pueblo para saber también lo que significa poder volver a él”, escribe Ordovás: no hay nostalgia en su relato, tampoco tremendismo, se mira de frente, se rinden los homenajes necesarios sin sentimentalismos. Hay excursiones a la ciudad, Zaragoza, en las que el narrador descubre la vida urbana; la distancia entre la vida rural y la vida anónima en las ciudades aparece también a través de otras historias, como la de Vicky, cuya desaparición queda sin resolver. La primera vocación del narrador era la de ser detective privado: se hace unas tarjetas con su nombre mecanografiado –ha ido a Zaragoza a recibir un curso de mecanografía, se ha alojado con sus tíos– y se fabrica una gorra diy que es lo más cerca que puede estar de la de Sherlock Holmes. También se hace con una Polaroid colgada del cuello y se pasea por el pueblo tratando de descubrir delitos que resolver. Así conoce a personajes como el Indio, que parece salido de un western.

Castigado sin dibujos se relaciona con libros anteriores de Ordovás: podría ser la precuela de El peatón sentimental (Xordica, 2022), un libro-retrato de Zaragoza de noche; comparte escenario con El anticuerpo y se nota también el aliento poético de Ordovás, que aquí lleva la enumeración a las cotas más altas de su expresividad; también se muestra en las descripciones del paisaje, que condicionan más de lo que puede parecer y que están aquí casi deslizadas.

La memoria es la materia prima de este libro emocionante impregnado de literatura: están los cinco de Enid Blyton –el narrador lee las aventuras de los amigos y también el personaje de Luis (Luisa) es un homenaje a Jorge/Jorgina– pero también guiños a Valle-Inclán o Pavese, entre otros muchos. Hay historias conmovedoras: cuando el narrador descubre que su madre es adoptada, corre a casa de los abuelos a decirles que les quiere; otras son trágicas: la muerte del abuelo, atropellado; y hay episodios más cómicos: la chavalería pasa semanas preparando una gran batalla, el día señalado para el enfrentamiento, el protagonista decide quedarse en casa leyendo.

Castigado sin dibujos es una rendición de cuentas al niño que fue: el narrador le pide perdón por no haberse convertido en detective. “Ser escritor es una manera de ser detective. Y este libro que me gustaría poner en tus manos para que lo leas cuando todos duermen, metido en la cama, bajo las sábanas, con tu pequeña linterna, es una novela de aventuras en la que tú eres el protagonista. Un héroe de pacotilla, sí, pero un héroe al fin y al cabo. Creo que es el mejor regalo que podía hacerte. ¿No lo crees tú también?”, escribe casi al final, justo antes de ese cierre absolutamente felliniano aunque en versión española: lo que suena no es música de Nino Rota, sino Paquito el Chocolatero. Quizá tenga más mérito hacer literatura con materiales menos nobles. Ordovás puede estar tranquilo: el niño que fue seguro que está orgulloso de él. ~

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