Carmelo Durán, el protagonista de La tienda de la felicidad (Alfaguara), la última novela de Rodrigo Muñoz Avia, es un hombre gruñón cuyo único contacto con el mundo exterior es el correo electrónico. Un día, después de mandarse correos electrónicos con la mujer de atención al cliente de Carrefour Online por unos fallos en los envíos, le llegará un mensaje que desbaratará toda su vida.
Con formato epistolar actualizado al email, la nueva obra del escritor madrileño habla de la soledad, de la inadaptación y de la lucha contra esas adversidades. Todo ello acompañado del humor y la ironía clásicos del autor, que toman especial relevancia con ese protagonista impopular al que es imposible no acabar apreciando.
¿De dónde parte una historia tan delirante?
Como siempre ocurre en mis obras, está relacionada conmigo mismo. Parte de mi experiencia vital porque, como escritor, la mayor parte del tiempo estoy delante del ordenador y relacionándome con el mundo a través de él. Eso es un poso que hay en mí, por lo que me ha salido un protagonista que bebe mucho de mi propia experiencia y carácter.
A nivel anecdótico, yo tuve una mala experiencia con el servicio de venta online de Carrefour, con quienes hacía la compra. Había unas gambas, que salen en la novela, que aunque se me cobraban, nunca me llegaban a casa. Eso me hizo escribirles una serie de correos, intempestivos e irónicos, en los que yo me lo pasaba muy bien, pero que a los del servicio de atención al cliente de Carrefour les debía entrar por un oído y salir por otro.
Esta anécdota me dio la idea de si estaría bien escribir una novela con un personaje que se dedicara a mandar contestaciones excesivas, a hacer desplantes de todo tipo y a ser ese gran gruñón que todos conocemos. El reto era escribir una novela con su bandeja de entrada y salida únicamente.
Dices que es un tipo muy gruñón, pero también muy quijotesco. Lucha continuamente contra sus adversidades, contra su soledad, contra esa vida que parece que le ha tocado.
En su soledad hay mucho de voluntario, pero también de involuntario. Eso queda bastante claro a medida que uno avanza en la novela. Él reivindica el derecho a la soledad, pero a la vez notas que está más solo de lo que desearía y que muchas de las cosas que dice no son más que mecanismos de defensa.
Creo que son bonitos sus esfuerzos de comunicación. Su manera de mandar emails y contestar a todo, incluso al spam, demuestra un gran afán de comunicación. Cabe entender que su sentido del humor tiene algo de estrategia. Al final usar ese humor significa que le importa el otro.
El personaje es una persona inadaptada socialmente, pero esa personalidad suya hace que se vuelva muy humorístico.
Esa parte de inadaptado, de excesivo, de poco convencional, le da mucho encanto y singularidad. Algo que le hace más humano y querible. Eso está basado en que es mi relación con el personaje: parto de ese estereotipo de gruñón, ruidoso para los vecinos, desordenado, impertinente, sabiendo también todas las virtudes que hay debajo y que voy a ir mostrando poco a poco.
La historia ocurre a través del correo. ¿Por qué usar este medio? ¿Para mostrar que es una persona inadaptada que no usa teléfono o móvil?
Eso lo hace más atípico, un hombre de otro tiempo. Por el correo nadie manda cosas personales. No es normal escribir correos a tu madre o a tu hermano. En ese sentido funcionaba muy bien.
Pero la auténtica verdad es que, como empecé a escribir la novela hace unos años, sí que era creíble que utilizara el correo de esa manera, porque no existía el WhatsApp. Cuando decidí retomarla en 2019 tuve que cambiar esas cosas y justificar por qué este tío utilizaba el correo en esta era. Le metí esos rasgos de odio al móvil que al final funcionan muy bien para demostrar que es un ser inadaptado.
El uso del correo hace que muchos momentos se le escapen al lector, que tenga que reconstruirlos.
A mí eso es algo que me encanta de las novelas epistolares. Todo lo que queda en la sombra que el lector tiene que ir reconstruyendo. De este tipo de novelas me gusta lo que tiene de homenaje al acto de escritura, porque al final son los propios protagonistas los que escriben. Y porque es un mundo de máscaras, nunca sabes lo que hay detrás, solo lo que te cuentan en ese relato. Esto a Carmelo le gusta mucho y defiende que el ocultamiento es el encanto de una relación. Y por último lo que tú decías, que hay muchos puntos que se le escapan al lector. Si dos personajes quedan, tú lo tienes que deducir por los correos.
Es curioso el juego que haces con el spam, que molesta durante la lectura igual que en la vida real.
Totalmente. A mí me daba mucho miedo al principio, pero poco a poco vi que funcionaba muy bien. Me recuerda a la concepción que hay en la música cuando hay pasajes que son puro ruido, pero que son necesarios para que otras partes más líricas funcionen mejor. Esa parte de contrapunto me sirve mucho.
Pero también todo lo que tiene de retrato del mundo en el que vivimos. Una amiga me decía que la novela cuenta como ninguna otra la cutrez y el ruido de nuestro mundo. Ella me lo decía en general, pero aquí el spam juega un papel fundamental. En muchos casos son traducciones automáticas, con faltas de concordancia gramaticales… todo eso creo que construye algo divertido y que es un retrato de la vida nuestra detrás de la pantalla.
Por último, juega un papel muy importante porque potencia la soledad del protagonista. Momentos en los que espera que alguien le escriba y lo único que se encuentra es spam. Cuando estos correos pesan tanto es muy terrible.
Después de leer el libro, uno se da cuenta de que el título es bastante irónico.
Me costó darme cuenta de eso. Como “La tienda de la felicidad” es un nombre que me lleva acompañando desde el principio del libro, porque es el primer correo que recibe el protagonista, me costó verlo. Además, me daba miedo que se entendiera como algo ñoño. La felicidad no se puede comprar ni vender, y si algo lo pretende, es que te está engañando.
Y aunque utilices la ironía para darle el título al libro, lo plagas de humor.
Sin duda. Eso es algo que va un poco conmigo y me sale natural. Como lector, cuando encuentro humor en los libros me encanta. Y, aunque tengo la impresión que a las novelas con humor no se las estima igual que a otras, me sale y lo defiendo.
No sabría decir por qué. Con la gente que tengo confianza me gusta reírme y escribiendo más. En esta novela además era especialmente necesario, ya que tiene algo de estrategia de comunicación. El personaje, gracias a su ternura y su humor, consigue tejer una red a su alrededor. A pesar de todo.
El humor también es una manera de contar y conocer la realidad diferente y que llega a cosas distintas. A veces, la mejor forma de decir una verdad es una broma. Todas las bromas encierran una gran verdad dentro. Tratas de afrontar un tema de una manera frontal y no eres capaz de entenderlo, pero si lo atacas desde el humor, puedes llegar a lugares nuevos. Es algo que me gusta. Es un arma de la ironía como forma de conocimiento.
Carlos Madrid es periodista.