Épica samurái

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Anónimo

Historia de los hermanos Soga

Traducción del japonés de Rumi Tani Moratalla y Carlos Rubio, Madrid, Trotta, 2012, 368 pp.

 

El tema fundamental de Historia de los hermanos Soga o Soga monogatari es la venganza de sangre. Transmitida oralmente hasta la elaboración del manuscrito del siglo XV –a partir del cual se realizó esta traducción–, la narración está basada en hechos reales ocurridos en el Japón del siglo XII, durante el fin de la era Heian –dominada por las élites cortesanas que gobernaban desde la capital Kioto y éticamente regulada por el confucianismo y otras influencias– y la apertura de la era Kamakura, marcada por el aumento de la autoridad de los samuráis y el dominio de las oligarquías militares y, en especial, del líder del clan Genji y primer sogún: Minamoto no Yoritomo, el hombre más poderoso de Japón a partir de 1185 y uno de los personajes principales de la obra.

Tras una introducción en la que se hace recuento de los antecedentes históricos del conflicto y los orígenes de los clanes Taira y Minamoto (Genji), gracias a los cuales “los bandidos han desaparecido, las revueltas se han sofocado y por todo el Imperio soplan vientos de paz”, arranca el conflicto de Soga monogatari, que no es otro que una desavenencia en torno a la herencia de unas tierras  en la provincia de Izu. Según el autor y narrador, el responsable inicial de la futura tragedia es el líder del clan Ito, Suketaka, por nombrar como heredero a su nieto adoptivo Suketsugu en lugar de a su nieto biológico Sukechika, personaje sin escrúpulos y abuelo de los hermanos Soga. Si a eso se añade que corría el rumor de que Suketsugu era, en realidad, el hijo de una relación ilícita entre Suketaka y una hija adoptiva y que, a la muerte de Suketsugu, Sukechika consigue la custodia del hijo de Suketsugu, Suketsune, al que casa con una de sus hijas, y le usurpa las tierras, la tragedia está servida. Al alcanzar la mayoría de edad, Suketsune reclama los derechos de propiedad ante las autoridades; como la sentencia (reparto más o menos equitativo) no es de su agrado, decide tomarse la justicia por su mano y, junto a dos criados, asalta a Sukechika en una cacería en la que este no muere, pero sí lo hace su hijo adulto, el padre de los hermanos Soga: Juro, de cinco años, y Goro, de tres. Sukechika es aliado de los Taira y Suketsune de los Minamoto, y cuando este clan emerge vencedor en 1185, Suketsune regresa triunfante a su Izu natal. Yoritomo, nuevo amo de Japón, despoja a Sukechika de todas sus tierras y se las concede a Suketsune. Dado que en el Japón de la época lealtades, filias y fobias se heredaban tanto como los apellidos, los hermanos Soga también estarán obligados a vengarse del señor Yoritomo.

El tema de la venganza de sangre, recurrente en la literatura japonesa, da sentido a todo el relato de Soga monogatari. Se presenta como algo ineludible: los descendientes están obligados a lavar con sangre la deshonra que sufrió el padre asesinado –“Cuando sea mayor, voy a cortar la cabeza del enemigo que mató a mi padre y se la mostraré a todo el mundo”, dice el pequeño Juro–, teje el enramado de relaciones entre los distintos personajes y justifica la reparación de la deshonra que cae sobre el clan de Sukechika y, por ende, de los Taira. A diferencia de  lo que ocurre con los personajes  de otras obras, cuando los hermanos Soga tienen que elegir entre el código Chu, de obediencia y lealtad al señor (sogún, emperador o jefe del clan) –“un guerrero no tiene deseo más ferviente que sacrificar la vida por su señor”–, y el código Ko, piedra angular del código confuciano, con todo el conjunto de las relaciones sociales, normas y ritos de lealtad filial que, como señala Carlos Rubio en la introducción, “exigía la reparación de la deshonra de la muerte de un padre o de una madre, a costa, incluso, del sacrificio de la propia vida”, los hermanos Soga optan por el segundo. A pesar de los consejos de la madre y, a gran distancia de la tradición japonesa, que prefería el código Chu, Juro y Goro optan por ser buenos hijos y malos súbditos y vengan a su padre. Quizás porque la autoridad del sogún todavía no estaba del todo establecida o porque la filiación del abuelo al clan Taira les impedía reconocer a un sogún de los Genji.

Según los expertos, Soga monogatari constituye un epígono de Heike monogatari, otro clásico japonés. Heike monogatari, de mayor aliento poético, evoca el antiguo régimen del periodo Heian dominado por el clan Taira anclado en la capital Kioto. Soga monogatari difunde los valores militares del nuevo periodo Genji o Minamoto –“El código de los samuráis dicta que la vida sea considerada menos importante que una mota de polvo; en cambio, el aprecio por el propio honor debe ser tenido en más peso que el mayor tesoro del mundo”– y tiene pretensiones didácticas. Pero, a pesar de las coincidencias –el tratamiento de los personajes femeninos, las referencias budistas y los motivos literarios–, ambas obras no constituyen una unidad.

El argumento de Soga monogatari se estructura en doce libros donde se intercalan relatos, cuentos didácticos, proverbios, refranes e historias literarias de distinta procedencia: china, principalmente, pero también india y de la historia antigua japonesa. En lugar de constituir una traba para el lector contemporáneo, “a veces desconcertante, a veces enojosa”, según afirma Carlos Rubio, aportan colorido y referencias éticas, literarias y culturales relacionadas con la historia de los hermanos Soga. Esas historias dentro de la historia eran parte sustancial de los relatos literarios del siglo XIII y estaban destinadas a deleitar a un público “oyente colectivo” y no a un lector individual. Se incrustan en el relato y en la vida de los personajes y dan noticia de estados de ánimo –“A Yoritomo, que había sido desposeído de su hijo, lo invadía el mismo pesar que a la emperatriz Wang Chao Chun…”–, modelos estéticos –“Cuando estaba con ella, no podía evitar el recuerdo de la sonrisa de Yang Kuei Fei y los  labios de Jen Shih”– o referencias filosóficas –“Su dominio de sí mismo lo ilustran muy bien las palabras del Lun Yu: ‘Cuando se tiene el propósito de realizar una gran acción, no hay que ser impetuoso ni dejarse ofender por un millar de insultos’”– y religiosas, dominadas por el culto budista amidista, que propagaba un sencillo mensaje de salvación según el cual, el Buda Amida, “que reina en el paraíso llamado Tierra Pura de la Perfecta Felicidad”, salvaría a todo aquel que le dedicara su vida.

El lector no debe amilanarse ante la profusión de nombres de lugares y personajes: históricos y no históricos, pasados y contemporáneos a la narración, de criados, de mujeres que los hermanos encuentran en su largo camino de venganza, de  regiones, monjes y monasterios,  de miembros de clanes rivales y de antepasados familiares. Porque, una vez vencido el primer susto, algo a lo que ayuda el árbol genealógico del clan Ito y el anexo de personajes principales que ha tenido a bien proporcionarnos el traductor, la historia de los hermanos Soga se vuelve trepidante. Por la dinámica del relato en sí mismo en el que se mezclan venganzas, intrigas, pasiones, engaños, secretos, verdades y mentiras, romances y vida monástica. Por la profusión de detalles descriptivos –de indumentaria, combates de sumo, cacerías, rituales y ejecuciones–, que pueden evocar algunos clásicos del cine oriental (léase Kurosawa) o las historias de samuráis de los cómics más contemporáneos. Por la tensión permanente, dado que, a pesar de conocer el final –la muerte de los hermanos Soga– hay sorpresas que aguardan en las últimas páginas, relacionadas con el destino de los criados y las mujeres que han tenido los hermanos Soga. Y, sobre todo, porque a  partir del tema central de Soga monogatari, el lector accederá a la comprensión de un código de conducta lejano y desconcertante. ¿Qué más se puede pedir? ~

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(Barcelona, 1969) es escritora. En 2011 publicó Enterrado mi corazón (Betania).


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