Éric Vuillard o el encanto de reconstruir la Historia desde lo literario

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Surge un intenso gozo al sumergirse en la obra de Éric Vuillard, una adicción a sus párrafos generada por la desenvoltura con que emplea el lenguaje y por el ritmo frenético que imprime a su escritura, no exenta de una mordacidad con la que zurra indiscriminadamente en todas direcciones. En sus libros, el ganador del Premio Goncourt de 2017 con el excepcional El orden del día, se acerca a algunos de los más destacados eventos protagonizados por el ser humano en los últimos siglos, desde la Revolución Francesa hasta las dos guerras mundiales, y se adentra en aspectos más desconocidos para llevar a cabo una ficcionalización de lo histórico, sin caer en adoctrinamientos baratos ni lecciones de pega, por lo que el gran disfrute para el lector consiste en la propia experiencia literaria.

La guerra de los pobres (Tusquets, 2020) es la última de sus novelas traducida al castellano. En esta nos avisa de que la Historia es Filomela y que, “al parecer, la violaron y le cortaron la lengua, y silba por la noche en lo más profundo de los bosques”. Por este motivo se ha de revisitar el pasado desde otra óptica, poniendo el foco en otros protagonistas del discurrir del mundo, mucho menos conocidos. William Shakespeare, a finales del XVI, se basó en el referido personaje mítico de Ovidio para construir a Lavinia, que sufre similar destino que Filomela en Titus Andronicus, una de las más sangrientas tragedias del inglés. Pero la historia es una ficción, un juego de redes, como nos dice el francés, y medio siglo antes de que el Bardo naciera, el predicador Thomas Müntzer puso patas arriba el centro de Europa con sus incendiarios discursos y sus llamadas a la sublevación del campesinado.

El teólogo, conocido por las numerosas páginas que Ernst Bloch le ha dedicado, es el protagonista del breve relato de Vuillard, que no supera el centenar de páginas. Cuenta cómo Müntzer fue nombrado predicador en Zwickau, Sajonia, y expulsado poco después por sus proclamas hasta llegar a Bohemia, donde redactó su Manifiesto de Praga. Quería acabar con la Iglesia tal y como estaba concebida, llevó una vida errabunda y su vehemencia aterraba a los demás teólogos: “Afirma que la experiencia crucial es el dolor. Solo el dolor permite recibir la palabra de Dios” (43). La emprendió con el latín y ofreció sus misas en alemán, haciendo más accesible la oración, e instigó con decisión diferentes y valientes sublevaciones campesinas, desde Allstedt hasta Mühlhausen, pero el Sacro Imperio Germánico acabó con él en la final Batalla de Frankenhausen, en 1525, donde las tropas de Felipe I de Hesse aplastaron la revuelta con rotundidad. El capítulo final cuenta la decapitación de Müntzer, conectándose con el inicio del relato en el que se hablaba del ahorcamiento del padre y clausurándose, de este modo, la estructura circular de la novela.

El escritor lionés construye un artefacto literario de interés, pero si importa el qué, más relevancia aún tiene el cómo. Al episodio histórico narrado incorpora su particular dosis de ficción, las correspondientes libertades en la narración de lo acontecido que son ya características de su estilo, como se ha visto en novelas previas. En la citada El orden del día el francés se inmiscuía en el Berghof para narrar las conversaciones entre Hitler y el canciller austriaco Schuschnigg, en las reuniones previas a ejecutarse el Anschluss, que se materializará el 12 de enero de 1938. Se podría afirmar que la original operación que efectúa Vuillard consiste en torsionar la historia –no confundir con distorsionar–, lo que le permite introducir su propia imaginación sin enturbiar la dimensión histórica de lo relatado, narrando la realidad desde un planteamiento inconfundiblemente literario. Es este el gran rasgo de su quehacer creativo, y al convertir la ficción en una decidida aliada se distancia firmemente del tedio sin caer en la banalización de lo narrado.

Esta torsión de lo histórico le permite conceder protagonismo a personajes que no forman parte, habitualmente, del relato oficial. El caso más paradigmático se da en 14 de julio, la obra en la que cuenta la toma de la Bastilla de 1789, haciendo referencia a desconocidos que decidieron, aquel verano caluroso en París, tomar el bastión y convulsionar el antiguo régimen. También sucede en La guerra de los pobres, al acercar las hazañas de sublevados que precedieron a Müntzer siglos atrás.

Es importante aclarar que las obras de Vuillard no constituyen un panfleto político para trasladar al presente la retórica entre el pueblo oprimido y sus opresores, sino que pretende crear un producto artístico a partir de distintos relatos históricos. Más que una interpretación facilona y propagandística desde teorías marxistas, la literatura del francés invita a reflexiones de calado más singular e incluso, si se quiere, posmodernas: a releer la Historia –y las pequeñas historias– desde otro ángulo más periférico, entendiendo que no existe solo una única mirada posible para los acontecimientos, y que aún la escritura puede acercarse, de un modo original, a episodios históricos infinitamente narrados y conocidos como la Revolución Francesa o las dos contiendas universales del pasado siglo.

Todo ello lo lleva a cabo de un modo provocativo, con una afilada ironía. Desde los brochazos más sutiles –como muestra al desnudar el júbilo de Austria por pertenecer al Tercer Reich–: “La novia ha dado el sí, no es una violación, como se ha pretendido, es una boda”; hasta los párrafos más grotescos y gamberros, como el introducido al inicio de su obra contextualizada en la I Guerra Mundial, La batalla de Occidente, cuando relata los lazos familiares existentes entre las monarquías de dos países contendientes: “Los nietos de la reina Victoria ocupaban los tronos de Inglaterra y Alemania, un mismo trasero había plantado sus nalgas en dos sillas. Todas las coronas de Europa poseían ancestros que habían dormido en las mismas sábanas”.

La brevedad de sus crónicas, aunque beneficiosa para la precisión, puede emerger como obstáculo. Ocurre en La guerra de los pobres, donde la escasa longitud del relato impide profundizar en las ideas de Müntzer o en las intenciones de algunos de sus antecesores, como John Wyclif o Jan Hus. Su obra más aclamada hasta la fecha, con gran justicia, es El orden del día. Pocos tachones podrían hacerse a esta novela en la que también se narra el blanqueamiento del nacionalsocialismo llevado a cabo por tantos empresarios alemanes, imprescindibles en el crecimiento del Tercer Reich. Justamente, en esta obra, el escritor recuerda que la literatura puede seguir repensando el pasado: “La Historia está ahí, diosa sensata, estatua erguida en medio de cualquier Plaza Mayor”. Hacerlo de un modo desprejuiciado, divertido –sin ser trivial– y original está, como se constata hasta la fecha, al alcance de Éric Vuillard.

 

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Elios Mendieta es periodista. Es autor de 'Memoria y guerra civil en la obra de Jorge Semprún' (Escolar y Mayo).


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