España desde México. Vida y testimonio de transterrados, de Ascensión Hernández de León Portilla

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Con la publicación en España –con algo más de un cuarto de siglo de retraso– del estudio de la Dra. Ascensión Hernández de León-Portilla sobre el exilio español en México, no faltará quien se haya preguntado si viene al caso presentar una obra tanto tiempo después de su edición original. Baste decir que se trata de uno de los trabajos pioneros sobre la materia; uno que, junto con los ambiciosos proyectos de Patricia Fagen (1973), José Luis Abellán (1976) o aquél concebido por Salvador Reyes Nevares (1982), constituyeron el corpus original de las investigaciones sobre el tema.

A esto debe añadirse que el alejamiento oficial que México y España vivieron durante cerca de cuatro décadas, ante la negativa de sucesivos gobiernos mexicanos a reconocer al régimen de Franco, dejó como fatal secuela un mutuo desdén por conocer lo que se hacía del otro lado del Atlántico, ya bien en literatura, arte o ciencia. Tal desinterés se mantendría algunos años después de la muerte del dictador de un modo inercial. No es exagerado considerar la obra que nos ocupa como una de las bajas más sensibles de tal indolencia. Se salda de este modo un notable vacío bibliográfico de este lado del Atlántico.

A setenta años del estallido de la Guerra Civil española y ahora que España busca afanosamente la recuperación de su memoria histórica, el libro de la Dra. Hernández de León-Portilla representa una importante contribución a ese esfuerzo, al rescatar del olvido los testimonios de una serie de destacados exiliados.

Para tales fines decidió “hurgar” en las vidas de un grupo de transterrados –término acuñado por José Gaos– y recoger sus impresiones acerca de su pasado español, su presente mexicano y sus impresiones sobre el rumbo que habría de tomar España en lo sucesivo.

El libro se divide en dos grandes apartados. En el primer capítulo se pasa revista a la experiencia republicana española y a lo que ésta significó en términos de acceso a la modernidad y de intento de superación de los prejuicios y los privilegios propios del atraso feudal que habían lastrado a España a lo largo de los siglos. De qué manera fue visto y vivido por sus protagonistas ese periodo en su momento histórico, cómo reflexionaron sobre el mismo los exiliados a la distancia en tiempo y espacio y las perspectivas que vislumbraban a partir del cambio político español iniciado en 1977.

En el segundo se abordan las diversas resonancias que tuvo en México
la Guerra Civil española, la ayuda que el gobierno de Lázaro Cárdenas brindó a la Republica; los posteriores rescate y acogida de los vencidos por ese país; la adaptación de los exiliados al país de llegada; la existencia en México de un nacionalismo con un fuerte componente anti-hispano; la esperanza, defraudada por la longevidad del dictador, de que el exilio fuera temporal y las divergencias ideológicas que siguieron dividiéndolos como colectivo, muchos años después de su derrota.

En el tercer capítulo, la Dra. Hernández de León Portilla plantea la llegada del exilio como un reencuentro entre España y México tras siglo y medio de distanciamiento provocado por el proceso de independencia y el consecuente desarrollo de estereotipos y prejuicios mutuos.

Otros trabajos han considerado, con hipérbole digna de mejor causa, el arribo del exilio como un momento fundacional, en el que una generación destacada llegó a una suerte de páramo y creó a partir de la nada la cultura mexicana contemporánea. Para la autora, en cambio, la llegada del exilio español a México representó “un momento de fusión entre dos épocas de oro en las ciencias, artes y humanidades” con el cual México termina de definir una ruta excepcional en estas disciplinas. No es ocioso recordar que el México al que hacen su arribo los transterrados españoles es aquel en el que Orozco emprende sus frescos en Guadalajara, en el que Octavio Paz funda la revista Taller, en el que Silvestre Revueltas compone su poema sinfónico Sensemaya, el mismo en el que Xavier Villaurrutia publica su Nostalgia de la Muerte, o Gorostiza su Muerte sin Fin. El arribo de José Moreno Villa, Emilio Prados, Juan Larrea, Rodolfo Halffter o Enrique Climent, entre muchos otros, significó la extraordinaria confluencia de explosiones creativas diversas y su amalgama en un auge cultural excepcional y acaso irrepetible.

La segunda mitad del libro recoge los testimonios de “dieciséis españoles prototípicos de su tiempo, que España perdió y México ganó, pero que, en realidad, hoy son parte de un pensamiento común de ambas orillas del Atlántico.” De entre estos cabe mencionar, sin demérito de los demás, a la pintora Elvira Gascón (1911-2000), el poeta Juan Rejano (1903-1976), el catedrático Wenceslao Roces (1897-1992), el militar republicano Vicente Guarner (1893-1981) o al pedagogo José De Tapia (1896-1989).

Los entrevistados forman además una muestra representativa del espectro ideológico del exilio republicano: anarquistas, liberal-republicanos, socialistas y comunistas. Pero sobre todo lo que trasluce a lo largo de los diálogos es la reflexión que estos republicanos hacen sobre la historia y la evolución de España desde fuera de ella. Esta es, quizás, la más notable aportación del libro: permitir que esas voces refieran sus reminiscencias y reflexiones y que éstas perduren.

Como en toda familia digna de ese nombre, entre España y México se han dado, en apretada sucesión, la coincidencia y el desencuentro, el apego mutuo y el rechazo igualmente recíproco, el trauma y la reconciliación. En ese sentido, la llegada de los exiliados ofreció a los mexicanos la oportunidad de conocer y familiarizarse con españoles de orientación liberal, muy distintos a aquellos del estereotipo superficial acuñado durante generaciones por una educación nacionalista a ultranza. De este modo, las imágenes trilladas del conquistador brutal y sanguinario o el gachupín avaricioso y explotador fueron desterradas para siempre de la imaginería popular mexicana. ~

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Profesor e Investigador de la UNAM.


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