George Steiner
Fragmentos
Traducción de Laura Emilia Pacheco
Madrid, Siruela, 2016, 88 pp.
Como en otras de sus obras –Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, Los libros que nunca he escrito–, George Steiner busca no pretextos sino motivos de conversación. En su libro más reciente propone un juego literario: un manuscrito antiguo que requiere interpretación. Para que la prueba represente un reto, del manuscrito solo han sobrevivido algunas palabras, unos cuantos fragmentos “un poco carbonizados”. Los fragmentos forman parte de un pergamino encontrado en la biblioteca privada de una villa en Herculano. El autor: Epicarno de Agra. La época: siglo ii d. C. El juego está listo: unas cuantas palabras de un mundo que desconocemos. Y su intérprete: el sabio octogenario, docto en varias lenguas, erudito y provocador. Tira los dados, en vez de puntos emite palabras. Los dados bailan y caen, formando una frase o un fragmento de ella. El juego se repite ocho veces. Ocho frases carbonizadas (“Cuando el rayo habla, dice oscuridad”, “Amistad, homicida del amor”, “Hay leones, hay ratones”, “El mal es”, “Canta dinero a la diosa”, “Desmiente al Olimpo si puedes”, “¿Por qué lloro cuando canta Arión?” y “Amiga muerte”), ocho fragmentos como reto para intentar darle sentido al mundo, que no lo tiene. Ocho motivos para el pensamiento.
No se trata de aforismos sino de trozos de pensamiento. El primero –“Cuando el rayo habla, dice oscuridad”– da la pauta de todo lo que encontraremos a lo largo de este breve y denso volumen. En medio de la noche oscura, el rayo habla, pero su decir no dice. O dice cosas que no entendemos. Todo decir implica el silencio en el cual se generó, del mismo modo que la luz necesita la oscuridad para ser. Las cosas que dicen y las que se mantienen mudas hablan, significan. La existencia es entonces “una lectura constante del mundo”, un ejercicio de desciframiento. Vivimos en la oscuridad y estamos condenados a buscarle sentido, aun cuando este sea terrible: “La historia de la humanidad –dice Steiner– es de una desolación y un sufrimiento inconmensurables”, sin dejar de ser “una bendición ambivalente”. Ser y no ser, lenguaje y silencio; existimos, sí, pero “para la oscuridad”.
Acerca de la “amistad, homicida del amor”, concluye que la amistad “es la compensación de la existencia” y que un hombre sin amigos es “un caminante en la noche”. La amistad, dice Steiner con Montaigne: “es aquello que apasiona dentro de la razón”. Y, dado que “el amor es la cúspide, la corona, el regalo supremo de la existencia”, la amistad puede interpretarse como una crítica del amor. Para el matrimonio “la amistad puede ser fatal. Los amantes no son amigos”. La transformación del eros en philia, propone Steiner ya como agudo crítico literario, es un tema “ignorado por la ficción clásica y moderna”.
En el fondo creemos que la educación mejorará, que la asistencia médica de algún modo se expandirá. Creemos incluso que “el fundamentalismo y el oscurantismo ignorantes tendrán que llegar a un acuerdo con los derechos y aspiraciones de las mujeres”. Pero también en lo profundo sabemos que se trata de una ilusión. La educación, previene Steiner, no es infinitamente elástica. Se mejorarán “las estadísticas de recepción pasiva”, pero no más allá. La quiebra del sueño ilustrado. Puestos a elegir, “una mayoría incalculable de la humanidad elegirá ver telenovelas en vez de leer a Esquilo”. Después de todo, “¿qué obra de arte, qué poema ha logrado mantener el hambre a raya, hacer que la injusticia sea más llevadera?”. El contexto políticamente correcto dicta que, respecto a estos temas, ya no sea posible hablar de factores de herencia y genética, económicos y sociales, en relación a las capacidades humanas. “¿Cómo debemos hallar sentido –se pregunta Steiner– a la abierta injusticia de la distribución de talento entre los seres humanos?” Y si Epicarno de Agra dice “hay leones, hay ratones”, Steiner corrige: “hay pocos leones y muchos ratones”. En tanto la creatividad de primer orden “es algo que escapa al entendimiento”.
Epicarno/Steiner habla del mal. “No hay mal. No existe per se.” No tiene sustancia, es una ausencia, la privación del bien. Y sin embargo el mal existe. “La crueldad y la rapacidad son orgánicos en la neurobiología de la especie.” Lo sabemos: hombres y mujeres, comunes y corrientes, “pueden, de manera voluntaria y autosatisfactoria, causar dolor a víctimas inocentes”. El mal nos viene de origen. Distintas religiones piensan que hubo un error o una transgresión en el inicio cuya catástrofe “trajo el mal y la ruina a nuestro mundo”. Es la forma que tenemos de racionalizar tanta crueldad, “la interminable secuencia de desastres, sufrimiento gratuito, desolación pública y privada que caracteriza a la condición humana”. Decir que el hombre es el lobo del hombre, concluye Steiner, es “insultar a los lobos”.
En estas piezas mentales de un rompecabezas imposible, se habla también del dinero (“el dinero sí despide un olor. Casi siempre huele a muerte”), el ateísmo (“Concediendo que hasta ahora ninguna prueba de la existencia de Dios ha resultado satisfactoria –no digamos ya concluyente–, ¿qué prueba tenemos de su no existencia?”), la música (“es arrolladoramente significante, pero no tiene, no hace ningún sentido”) y la muerte (“¿por qué someterse a las pruebas de la vida cuando no hay escapatoria de la muerte?”). Se habla del silencio, la amistad, el talento y el mal.
George Steiner –lenguas y culturas cifradas en un autor que afirma y niega, que cree y blasfema– nos ofrece en Fragmentos un magnífico atisbo de su compleja y fascinante obra. ~