Kawabata y la ceguera del cuerpo

Dientes de león

Yasunari Kawabata

Traducción por Tana Oshima

Seix Barral

Ciudad de México, 2024, 176 pp.

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Japón perdió la guerra en 1945. Dos terribles bombas lo disuadieron de continuar. Lo que siguió fue la humillación de la derrota. Los militares, que habían dedicado su vida a servir al ejército imperial, perdieron sus grados. Los coroneles, los sargentos, dejaron de ser útiles y se convirtieron en jardineros, en maestros o se quitaron la vida.

Dientes de león (Seix Barral, 2024), la novela póstuma de Yasunari Kawabata, narra la historia de Kisaki Masayuki, teniente coronel de tierra del ejército japonés. El día que se anunció la derrota perdió por unos días la razón. Se internó en el bosque montado en su caballo: buscaba un lugar donde suicidarse. Grabó en un árbol su nombre, a manera de una lápida natural. Una joven mujer, elegante y hermosa, salida del fondo del bosque, lo persuadió de que no lo hiciera. Regresó Masayuki con su familia, vencido y sin una pierna. Se integró al Japón de la reconstrucción. ¿Quién le había salvado la vida? ¿Una joven noble, un duende del bosque? La frontera entre lo real y lo irreal es muy tenue en la literatura japonesa. Lo es acentuadamente en esta novela.

El militar se reincorpora a la vida civil. Consigue trabajo en un club hípico como maestro de equitación. Le da lecciones también a su hija, Ineko. Un día, mientras padre e hija pasean por el borde un acantilado, el caballo del padre se desbarranca y cae al mar. Ineko, quien atestiguó la caída, sufre una inmensa conmoción. Poco después de la pérdida de su padre, Ineko deja de percibir algunos objetos. Más tarde dejará de ver el cuerpo de su amante.

La historia del teniente coronel es un hilo secundario en este libro, que Kawabata dejó inconcluso, antes de quitarse la vida en 1972. La historia que cuenta es la de Ineko, a la que su madre y su novio acaban de ingresar a un hospital psiquiátrico. Ella padece “ceguera del cuerpo”, un extraño mal. Algunos de quienes la padecen ven distorsionado en el espejo su propio cuerpo. Creen ver, por ejemplo, que tienen una boca muy grande cuando en realidad su tamaño es normal. Ineko tiene una variedad de ese padecimiento. De pronto deja de ver el cuerpo de su novio. Más que un defecto óptico es un mal psicológico o psiquiátrico. La madre consulta a un especialista y este le cuenta la historia de una joven madre que sufrió ese mal. Dejó de ver al bebé que tenía en brazos. Sentía el cuerpo del niño, pero no lo veía. Comenzó a sacudir su cuerpo invisible hasta que terminó por estrangularlo. Esta terrible historia convence a la madre de Ineko de que debe de ingresar a su hija cuanto antes al manicomio. La madre de Ineko y Kuno, el novio de la muchacha, la internan en el hospital y ahí comienza la novela.

Dientes de león, una obra breve e inconclusa, registra el diálogo de la madre de Ineko y de Kuno luego de que salen del hospital. Una extensa conversación en la que repasan la enfermedad de la joven, intercambian recuerdos y reflexiones acerca de la vida, pero sobre todo hacen algo que no puede faltar en una buena novela japonesa: describen las flores del lugar, los árboles del bosque que rodea al hospital, las aves que vuelan sobre el sitio, el sonido de las campanas del templo contiguo al psiquiátrico –un sonido denso y antiguo–, que atraviesa el bosque y se pierde en el mar. La novela en forma de diálogo aborda muchos motivos y temas pero destaca sin duda este: el tañer de las campanas. Su profunda reverberación. El impacto que provoca en quienes las escuchan. Como si la “ceguera del cuerpo” de Ineko hubiera despertado, en compensación, una extraña sensibilidad a ese tañido melancólico y suave: la campana del templo contiguo al hospital donde reposa Ineko, que dejó de percibir el cuerpo de su novio cuando ambos yacen enlazados en el lecho amatorio.

¿Es una novela de la derrota de Japón, de duendes en el bosque, de los recuerdos de la madre de Ineko anteriores a la guerra, de un mal psiquiátrico, del amor incondicional de Kuno, de los árboles del bosque, de la profusión amarilla de los dientes de león, de la reverberación de las campanas? Se trata de la última novela de Yasunari Kawabata.

Este año vieron la luz dos novelas póstumas de dos premios Nobel: de García Márquez se publicó En agosto nos vemos y de Yasunari Kawabata Dientes de león. Se puede trazar un puente imaginario entre García Márquez y Kawabata. El novelista japonés escribió La casa de las bellas durmientes en 1961, y cuarenta y tres años después el narrador colombiano reescribió la novela de Kawabata adaptándola al ámbito del trópico: Memorias de mis putas tristes (2004). Ahora de nueva cuenta el destino –o el azar, dos caras de lo mismo– vuelve a unirlos con la publicación casi simultánea de estas novelas inconclusas que la familia de los novelistas decidió poner a circular. Kaori Kawabata, yerno del escritor, publicó la novela inmediatamente después de la muerte de su suegro, valiéndose para ello del manuscrito y de las múltiples notas que este había dejado. Tana Oshima traduce ahora al español esta novela, obra de una singular intensidad. Como todo Kawabata: una obra sutil y poderosa. Escrita en una prosa que apenas insinúa y que sin embargo deja huellas indelebles en sus lectores.

Recientemente tuve oportunidad de releer La llama doble, la extraordinaria reflexión que Octavio Paz en su vejez escribió sobre el amor, el erotismo y el sexo. Paz llama la atención en su libro sobre la gravedad que implica la desaparición de la persona, combinación de cuerpo y alma. El alma ha desaparecido del lenguaje moderno, sus atributos se han traspasado al cuerpo. La fe no es más que una serie de estímulos cerebrales. La atracción amorosa, una reacción bioquímica. El miedo, un impulso neuronal. Pasamos a ser solo cuerpo, una máquina pensante. La desaparición del alma, y con ella la desaparición del concepto de persona, lleva aparejada graves consecuencias en el ámbito del amor e incluso de la política. Ya no se escriben novelas de amor, se queja Octavio Paz en La llama doble. La novela de García Márquez, En agosto nos vemos, no es una novela de amor, sí lo es de erotismo y deseo sexual. La novela bordea la realidad y la fantasía. Dientes de león tampoco es una novela de amor, aunque el amor está presente a lo largo de la novela.

La madre de Ineko y Kuno, el novio de la joven, la internan en una clínica para intentar la cura de la “ceguera del cuerpo”. Kuno le ruega a la madre de Ineko que la saquen del hospital para casarse con ella. Él está convencido que más podrá hacer su amor por ella que la ciencia médica. Ineko por momentos, durante el abrazo amoroso, deja de percibir a Kuno, desaparece su cuerpo. Lo puede sentir, pero no lo ve. Cuando eso ocurre ella siente un profundo miedo. Por eso consiente en internarse en la clínica. No puede cumplir el amor de Kuno. Kuno tampoco puede cumplir el amor de Ineko, que está internada. Solo queda entre ellos el sonido de la campana del templo contiguo al hospital. Los sacerdotes del templo permiten a los enfermos del hospital que toquen las campanas a ciertas horas del día. El día en que Kuno deja en la clínica a Ineko, ella toca las campanas para él. El sonido triste de las campanas lo acompaña mientras camina con la madre de Ineko, con la cual sostiene un largo diálogo que da cuerpo a la novela. En el caso de la novela de García Márquez, el amor ha cedido el paso al sexo y en el otro, en el de Kawabata, el amor se interrumpe porque Ineko ha dejado de ver el cuerpo de Kuno.

Celos, locura, derrota, culpa, un amor desgarrado, y de fondo, durante toda la novela, el tañido de la campana que resuena en el bosque, suave e intenso. ~

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