A finales de noviembre, cinco medios de comunicación empezaron a publicar noticias basadas en 251,067 documentos del Departamento de Estado norteamericano filtrados a través de WikiLeaks. Los textos eran e-mails de 250 embajadas y consulados de todo el mundo, además de unas 8,000 directivas. La mayoría son posteriores a 2007 y entre ellos hay documentos clasificados y secretos, pero no cables del nivel “top secret”. Meses atrás, WikiLeaks publicó un video que muestra cómo un helicóptero estadounidense mata a varias personas cerca de Bagdad y filtró decenas de miles de documentos militares sobre las guerras de Iraq y Afganistán. Estados Unidos atribuye las filtraciones al soldado Bradley Manning. Timothy Garton Ash definió el Cablegate como “el sueño del historiador y la pesadilla del diplomático”. Para algunos, se trata de una victoria de la transparencia y la libertad de prensa. Para otros, es una irresponsabilidad: Hillary Clinton dijo que era “un ataque a la comunidad internacional” y un congresista republicano pidió que se clasificara a WikiLeaks como organización terrorista.
Los periódicos y WikiLeaks han dosificado la información y solo conocemos una parte, pero los cables publicados y las noticias elaboradas a partir de ellos son fascinantes: enseñan la política internacional por el ojo de la cerradura. Sin embargo, una de las cosas más sorprendentes es que muchos son poco sorprendentes. Incluyen relatos de reuniones y evaluaciones de líderes. Algunos bordean el cotilleo: a Gadafi lo acompaña una enfermera voluptuosa, Berlusconi sale demasiado, Sarkozy es susceptible y puede que se equivocara al casarse con Carla Bruni. Otros documentos aportan datos de la política norteamericana: entre los más inquietantes está la petición de información sobre los números de cuenta y datos biométricos de personal de la onu. Otros muestran valoraciones y testimonios de terceros países, desde la corrupción en Nicaragua, donde el partido de Ortega recibiría dinero del narcotráfico y los funcionarios regresarían de Caracas cargados de “maletas llenas de dinero”, hasta los planes de China con respecto a Corea del Norte, pasando por las dificultades de la guerra contra la droga en México o las presiones sobre la justicia española por el caso Couso. Muchos cables dan detalles sobre asuntos conocidos: las armas nucleares de Pakistán podrían caer en manos de los terroristas, Corea del Norte vende misiles a Irán, que a su vez aprovisiona a Hezbolá. Sabíamos que el programa nuclear de Irán inquieta a sus vecinos árabes, pero las filtraciones han subrayado ese temor: el rey de Arabia Saudita instó a Estados Unidos a “cortar la cabeza de la serpiente”.
El Cablegate demuestra lo difícil que es guardar un secreto en la era de la información. Y la estrategia de WikiLeaks es hábil: los periodistas construyen las historias y la exclusividad permite que los medios se conviertan en parte de la noticia. Elegir publicaciones en inglés, en español, en alemán y en francés ha aumentado su impacto. No creo que la filtración cambie para siempre la diplomacia. Habrá un aumento de la seguridad y se han producido roces, pero los países se necesitan unos a otros y todos necesitan tratar con Estados Unidos. Tampoco hay que perder de vista que muchos son comentarios subjetivos: un funcionario cuenta a un superior lo que le han dicho. Los interlocutores intentan ser agradables. Y que algo sea secreto no significa que sea verdad.
La filtración ha avergonzado a la seguridad estadounidense. Hay evaluaciones incómodas y comportamientos discutibles. Pero de momento no hay nada ilícito. Salvo para quienes se escandalizan de que la diplomacia estadounidense defienda los intereses estadounidenses, los cables presentan una imagen relativamente buena del país. Muchos informes están bien escritos y las valoraciones son a menudo juiciosas. Los comentarios sobre el gobierno español parecen perspicaces: Rubalcaba es capaz, Blanco no es fiable y Zapatero piensa a corto plazo (ofrecen una visión inusualmente optimista de la competencia lingüística del presidente español: no habla inglés, pero quizá lo entienda). Y Estados Unidos defiende en privado lo que defiende en público. Las revelaciones ponen en peor situación a gobiernos que practican un doble juego, como España con los vuelos secretos de la CIA o los regímenes árabes con Irán.
Es bueno que los ciudadanos tengan más información. Pero hay aspectos dudosos en la actuación de WikiLeaks. Aunque The New York Times consultó al Departamento de Estado y se han borrado nombres, se puede rastrear alguna fuente (en otras ocasiones, WikiLeaks ha sido menos escrupulosa, como cuando publicó números de la Seguridad Social de soldados estadounidenses). La transparencia total es un ideal insostenible y pueril: los Estados necesitan tener secretos. La propia WikiLeaks tiene una estructura opaca, para protegerse pero también por inclinación. En 2006 declaró que su objetivo eran los regímenes opresores de Asia, el África subsahariana y Oriente Medio. En los últimos meses, se ha dedicado sobre todo a Estados Unidos, uno de los países más transparentes, y no ha revelado secretos de naciones menos democráticas. Sería interesante y más útil conocer los secretos de gobiernos que mantienen discursos distintos en privado y en público. Assange, el fundador de WikiLeaks, apartó de la filtración a The New York Times porque le había molestado un artículo. The Guardian pasó los cables al diario, pero extraña esa actitud en un adalid de la libertad de prensa. Sus anuncios megalómanos tampoco parecen coherentes: Assange ha declarado que planea una “megafiltración” sobre un gran banco estadounidense y su abogado ha dicho que si la organización necesita defenderse usaría información que equivale a un “artefacto termonuclear”.
Mientras políticos histéricos reclamaban la captura o el asesinato de Assange, el secretario de Defensa de Estados Unidos dijo que se exageraba la importancia del Cablegate. Pero Amazon, PayPal, Visa, Mastercard y el banco PostFinance dejaron de colaborar con WikiLeaks (lo que les costó ataques informáticos). Y, aunque Suecia lo niega, los defensores de Assange ven un motivo político en su arresto por dos presuntos delitos sexuales. Aparte de la ironía de que el director de WikiLeaks terminara detenido por una aparente aversión a los condones, el caso no está relacionado con su organización. Es probable que Estados Unidos intente juzgarlo para determinar si ha violado alguna ley, pero condenarlo puede ser difícil. Ya existen otros sitios inspirados en WikiLeaks y la organización hace algo que los periodistas llevan haciendo mucho tiempo: publicar información obtenida ilegalmente. Habría que exigirle lo que les pedimos a los periodistas: veracidad, rigor y responsabilidad. Los Estados tendrán que guardar mejor sus secretos, sin olvidar que la transparencia y la libertad de prensa son valores fundamentales, y que la vigilancia de los medios a los gobiernos hace a las democracias más vulnerables, pero también más hermosas y más fuertes. ~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).