Fuentes o la caricatura del guerrillero

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Carlos Fuentes

Aquiles o el guerrillero y el asesino

Ciudad de México, Alfaguara/FCE, 2016, 192 pp.

El señor Julio Ortega ha publicado su edición de la novela póstuma de Carlos Fuentes. A la novela le faltan episodios esenciales, está incompleto también el desarrollo psicológico de los personajes. Algunos capítulos anunciados por Fuentes en sus esquemas de trabajo, como el dedicado a la toma del Palacio de Justicia, simplemente desaparecieron. El manuscrito que Fuentes dejó (“sin revisar una última versión”) era un rompecabezas. Detalla Ortega: “un puzzle que carecía de una imagen matriz, cuyas partes se supone que arman una figura”.

Fuentes había prometido que no publicaría esta novela hasta que hubiera paz en Colombia. Como se sabe, las negociaciones entre guerrilla y gobierno van firmes en La Habana, pero no se ha firmado la paz*, ¿por qué entonces la prisa de la editorial por publicar esta novela? Revela Ortega en el prólogo “el drama textual del manuscrito: sus varias etapas eran sustituidas unas por otras sin acabar de definir un diseño final”. Ortega le metió mano al original, incorporó “al cuerpo del relato algunas notas que dejó Fuentes”, reconstruyó como pudo el rompecabezas, con resultados muy dudosos y con toda razón, ya que, admite el crítico-editor, “Fuentes rehusó que sus capitulillos sumaran una pintura reconocible”.

El manuscrito de Aquiles o el guerrillero y el asesino merecía una suerte mejor, un editor sin tanta prisa comercial, una edición crítica que señalara los agregados y los parches, los esquemas y las notas. No ocurrió así. Ante este desorden editorial, Ortega confía en que no él sino el lector “sería el editor de esa interpolación […] de secuencias”, que cada lector “armaría, postulando su propio documento, una figura refundadora propia”. No sé si debemos agradecerle al señor Ortega que delegue en el lector esa labor editorial.

La novela aborda la vida del guerrillero Carlos Pizarro, que depuso las armas y abrazó la ruta democrática, se convirtió en candidato a la presidencia de Colombia y fue asesinado durante su campaña. “Pocos libros –afirma Ortega en el prólogo– le costaron a Carlos Fuentes tantos años, borradores y recomienzos.” Según el editor, Fuentes no encontraba el lenguaje adecuado para narrar la historia de Pizarro, no encontraba Fuentes el “registro del habla”. Fuentes, interpreta Ortega, “buscaba largamente a Pizarro en el lenguaje mismo”. Tal vez tenga razón, a mí no me lo parece. En Aquiles los personajes de Fuentes hablan igual que todos los personajes de sus novelas. Verbo torrencial, parrafadas retóricas. Cualquiera podría adivinar quién escribió un párrafo como el siguiente: “Debes seguir, quienquiera que seas, como sea que te llames, no te detengas, no me preguntes por qué, pero yo sé que te necesitamos. Todos te necesitamos. No te detengas. Sigue.” Este tipo de letanías aparecen en las novelas y cuentos de Fuentes desde La región más transparente. No fue la búsqueda del lenguaje lo que atoró a Fuentes tantos años.

Fuentes fue toda su vida un fervoroso admirador de la revolución. Esa pasión aparece muy bien reflejada en su novela. Lo que Fuentes no pudo narrar fue el proceso mediante el cual Pizarro se convirtió en demócrata. Esa es la parte que no aparece en su novela. A Fuentes le interesaban Villa y Zapata, no Madero. Las ilusiones de las revoluciones, no las razones de la democracia. No pudo narrar el tránsito virtuoso de Pizarro. Fuentes requería un héroe para su novela (Aquiles es un “guerrero hermoso”, noble y honesto), no un tedioso político en funciones.

La novela expone un orden maniqueo. De un lado la guerrilla refulgente, del otro la oligarquía mendaz. La vida no es así. Pero esto no es la vida, es una ficción que el novelista inventa para dar orden y sentido a la realidad. Hay detalles incómodos que no tienen cabida en una ficción maniquea. Un ejemplo: el padre de Carlos Pizarro era militar y conservador. Asistió a cursos de entrenamiento en Estados Unidos de lucha antiguerrillera en la infausta Escuela de las Américas. Ese pasado represivo del padre le estorbaba a Fuentes. Encontró según él la solución. El padre militar fue a Washington, sí, “pero se negó a recibir viáticos del gobierno”; aprendió a torturar “pero no aceptó las razones anticomunistas”. Al fin y al cabo, para Fuentes su novela “lo sería menos por la veracidad biográfica que por la emoción de los hechos narrados”. No la verosimilitud, la emoción. La emoción revolucionaria. El guerrillero, bajo esta óptica, es un ser superior que rechaza las condiciones de la moral burguesa. Un guerrillero, señala Fuentes, está a medio camino entre el artista y el político. Un “guerrero mortal”, propone el novelista, es un ser hermoso, aunque asalte, secuestre y asesine. Sus razones justicieras lo justifican todo. Para Fuentes la revolución era una fiesta, una pachanga universal que nos regresaría al paraíso en la tierra, sin importar los muertos que costara esa empresa idealista.

Diez años antes de que Fuentes comenzara con la redacción de Aquiles, Mario Vargas Llosa escribió la gran novela de la guerrilla latinoamericana: Historia de Mayta (1984). En ella indagó a fondo las razones sociales, psicológicas, políticas de un revolucionario peruano. El guerrillero de Fuentes no pasa de ser una caricatura: el guerrillero guapo que seduce a todas las muchachas, lector de Borges y Cortázar, el rebelde noble que sacrifica la vida por sus ideales. Hijo de un militar conservador de alto rango, Pizarro reproduce el patrón de los revolucionarios de su tiempo: hijo de la alta burguesía, universitario con formación jesuita. Hijo renegado de la élite que lucha contra los miembros establecidos de su clase. Una lucha en la cumbre por el poder en la que el pueblo lleva la peor parte. Los revolucionarios ponen las ideas, los revolucionados los muertos. Esa historia no nos la contó Fuentes. También nos quedó a deber, como apunté antes, la historia de la conversión democrática de Pizarro.

No alcanzó Carlos Fuentes a ver en vida que la lucha militar del socialismo viene a ser, en los hechos, la transformación del ideario socialista en una práctica fascista. No alcanzó a verlo, y su novela lo resiente. ~

 

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 La reseña de este libro se redactó poco antes de que se anunciara el cese al fuego en Colombia. La decisión de publicarla se tomó seis meses antes, según señala J. Ortega en su prólogo, fechado el 16 de diciembre de 2015.

 

 

 

 

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