Pedro Ángel Palou
Varón de deseos. UNa novela sobre el barroco mexicano y su gran mecenas: Juan de Palafox
México, Planeta, 2011, 176 pp.
Frente a la historiografía académica aún levanta su cabeza otro género que hubiéramos pensado olvidado: la hagiografía. Desde el título, la biografía del obispo de Puebla Juan de Palafox, de Pedro Ángel Palou, declara un estilo que no sé si llamar de cursilería beata. Varón de deseos es el título de una obra del obispo, pero –en fin– era el siglo XVII; hoy en día se presta a un doble sentido y no quedan explicados cuáles eran esos “deseos”, salvo, claro, por “la divina Raquel”, que era su obispado, y por la cual habría de “renovar sus votos de amor infinito”. El propio autor se otorga a sí mismo ese trato meloso e impenitentemente vanidoso. En el apartado final, “Nota íntima del autor”, llama a su modesta y breve biografía “este extenuante trabajo” que “fui redactando con mi propia vida”. Declara: “Había leído durante más de veinte años un centenar de libros sobre Palafox”, y termina refiriéndose a la reciente beatificación del obispo: “Que esta mirada irreverente y literaria sea otra forma, más mundana pero no menos profunda, de homenajearlo.”
En la “mínima bibliografía” no figura la excelente biografía de Cayetana Álvarez de Toledo, de 2004.[1]Y que no busque el lector una explicación del proyecto reformador y la filiación intelectual y política del que fuera obispo de Puebla, visitador general y por unos meses virrey de la Nueva España, o del terrible pleito que enfrentó al obispo reformador con la Compañía de Jesús y con la orden franciscana. El libro oscila entre una biografía convencional y sin originalidad, novelada a ratos, y una hagiografía penosa, que, ya sin perder el tiempo en dar los elementos de los diferendos, cae directamente en afirmaciones de este estilo –en este caso refiriéndose a los jesuitas–:
Las denuncias detalladas, explícitas, del obispo sobre sus fechorías, cultos paganos, abusos de poder, faltas a la moral y demás cargos y pruebas que les era conocido tenía en su poder.
En los veinte años y centenar de libros, Palou no halló una palabra de explicación concreta de la pelea con los franciscanos, salvo la mención acostumbrada de que no querían someterse a la autoridad eclesiástica y “desobedecían”, que adereza atribuyéndoles “artimañas” y otras descalificaciones vacías. No menciona la secularización de las doctrinas del inmenso obispado de Puebla –treinta y seis parroquias de las cabeceras de Tlaxcala, Cholula, Tepeaca, Huexotzingo y Tehuacán–, ordenada por Palafox. El paso de las parroquias o doctrinas de manos de los frailes a la iglesia episcopal, que en el resto de la Nueva España tomó siglos, ahí fue dado por el obispo Palafox en un par de días –el 27 de diciembre de 1640, dicen fuentes indígenas tlaxcaltecas–.[2]Los indios del obispado, que habían perdido su religión antigua pero habían aceptado a cambio la guía de los padres franciscanos, perdieron ese apoyo de forma abrupta. Sus reacciones fueron dramáticas en Cholula y Tlaxcala. Palou perdió la oportunidad de mencionar siquiera ese grave acontecimiento.
Otra generalidad que Palou ensalza mucho pero no sustenta es la idea de que el obispo hizo mucho por “amparar a los indios”. Es cierto que escribió De la naturaleza del indio, obra de la cual David Brading observaba lo genérica que resultaba, desconocedora radical de toda especificidad de los indios novohispanos, en una época en que abundaban los tratados etnográficos sobre el tema. ¿Por qué fue así? Probablemente Palafox no quiso rendirse a lo específico de la tierra, él que quiso sustituir la efigie del águila, el nopal y la serpiente por una Virgen María. Probablemente era también una forma de negar la obra de las órdenes religiosas con los pueblos indios novohispanos, y apostar por un borrón y cuenta nueva regalista y bajo control exclusivo de la iglesia diocesana. Temas interesantes, sí, que Palou ni siquiera roza.
Otro tema ausente en el libro es la reforma universitaria que llevó a cabo Palafox. Tras su visita a la universidad declaró inconveniente que el rector fuese al mismo tiempo, como era el caso, oidor (de la Audiencia de México). Dictó que el rector fuese elegido entre los doctores de la universidad y que tampoco perteneciera a ninguna orden religiosa. Palafox daba así autonomía a la universidad respecto al poder virreinal y alejaba de ella a las órdenes monásticas.
Y tampoco figuran las principales obras del prolífico Palafox, ni intento alguno de dar cuenta de ellas. Álvarez de Toledo observaba que para Palafox su obra más importante, escrita en la Nueva España y que hizo figurar en uno de sus grandes retratos, es la Historia real sagrada, luz de príncipes y súbditos.[3]En ella, dice la autora, Palafox, deslindado en particular del valido conde duque de Olivares, desarrolló la noción de un contrato político, y de un reinado con límites. La autora considera que las acciones de Palafox en la Nueva España, y en particular las obras que publicaba en ese mismo tiempo, levantaron en la reducida opinión pública novohispana vientos de cambio, de cuestionamientos, que serían un componente más de esos años tumultuosos y complejos.
En cuanto al aspecto “literario” de la biografía, su primera parte –infancia y juventud, hasta la llegada a la Nueva España– es pasable en su convencionalidad. Ya en la Nueva España la complejidad de las circunstancias y acontecimientos enredan al autor y sus intentos de novelización quedan reducidos a un mínimo. Al final de la vida de Palafox, Palou le atribuye horribles ensoñaciones mortuorias. Si eso es la “mirada literaria”, no sé si preferir las vidas ejemplares. Pero como dijo Palou, “la vida de Palafox –hagiografía que mi memoria ensanchaba–”… ~
[1] Cayetana Álvarez de Toledo, Politics and reform in Spain and Viceregal Mexico. The life and thought of Juan de Palafox, 1600-1659, Oxford, Oxford Historical Monographs, Clarendon Press, 2004.
[2] La secularización ocurrió, dice Sor Cristina de la Cruz Arteaga y Falguera (Una mitra sobre dos mundos. La de don Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Puebla de los Ángeles y de Osma, Puebla, Gobierno del Estado de Puebla, 1992), el 26 de enero de 1641 o justo después. La fecha que doy figura en un recuento indígena contemporáneo a los hechos, la Historia cronológica de la Noble Ciudad de Tlaxcala, del gobernador indio don Juan Buenaventura Zapata y Mendoza.
[3] Primera edición, Puebla, Francisco Robledo, 1643.
(ciudad de México, 1956) es historiadora.