En “Caricias para afilar los ojos”, uno de los cuentos reunidos en Historia de las despedidas, un escritor al que le gusta dibujar acude a Florencia para, guiado por un viejo maestro, aprender a educar (afilar) la mirada y, como carta de presentación y en respuesta a la pregunta referida a los motivos que le conducen allí, afirma: “la escritura depende de la mirada casi más que de cualquier otra cosa. Como la pintura”. Palabras que al maestro le parecen suficientes para aceptarlo bajo su tutela.
Si comienzo destacando esta anécdota es para elevarla a categoría, puesto que la creencia o convicción del escritor ficticio constituye en realidad uno de los pilares que sustentan todo el volumen Historia de las despedidas (y en general la obra de Sorela, especialmente las últimas entregas), manteniendo así un rasgo que destaqué cuando el autor publicó 57 Paseos por la acera de sombra (1998), libro que en su día resumí como otros tantos paseos o miradas que, impregnados de humor, ternura, sarcasmo, rabia o melancolía, nos ayudan a vernos –a nosotros y a los demás– un poco más a fondo. Y no es casual que ahora, en el posfacio de esta Historia, Sorela revele la importancia que otro libro de aquel año, su primer volumen de cuentos, Ladrón de árboles, tiene en la concepción de los relatos que ahora nos entrega.
Pero no han pasado en vano los diez años que median entre aquellos paseos y esta Historia de las despedidas. Diez años que vieron la aparición de Trampas para estrellas (2001), quinta novela del autor y en la que los elementos característicos de la clásica novela de aventuras –viaje, exploración, peligros y adversidades, azar, metamorfosis, hallazgos y encuentros, y también fracasos y derrotas– llegan filtrados a través de una lente suprarreal de condición metafórico-poética.
A ella le seguiría Ya verás (2006), cuya segunda parte contiene un canto al arte de viajar, experiencia desde siempre vinculada a la obra de Sorela (y no es casual el guiño a Viajes de niebla [1997], con la referencia al poeta apócrifo Íñigo Gayán de Gádor), quien –creo que de manera deliberada y plenamente consciente– cada vez aproxima más ambas experiencias –viajar y escribir– para hacerles destilar cuanto tienen en común. Prolongaba así el autor la línea narrativa tanteada en Cuentos invisibles (2003), hermanos de estos nuevos cuentos.
Porque Historia de las despedidas arranca en el titulado “Donde comienzan los viajes”, un relato en el que “un hombre en el frágil equilibrio de los cuarenta, un poco mayor pero todavía joven, se dispone a tomar un avión de madrugada para viajar a Puerto Rico a conocer a su hijo”, al que no ha visto desde hace muchos años. Y al recordar, ese ejercicio de retrospectiva, a través del encadenamiento de varias historias coincidentes si bien muy dispares entre sí, se remonta hasta cien años atrás, vértigo que obliga al narrador a plantearse “la inacabable discusión de si estamos hechos de libertad o de destino”.
Este tipo de reflexiones de carácter existencial o metafísico son otro de los hilos y nexos que articulan y ligan los relatos del libro, todos ellos prendidos a la experiencia del viaje que es exploración de un espacio (París, Florencia, India, el desierto, Venecia, Waterloo…), y que requiere o propicia una meditación existencial, casi siempre en torno al tiempo (su naturaleza: si gira en curvas o en órbitas, si tiene eclipses, accidentes y grandes estallidos de estrellas; sus vínculos con la muerte; sus trampas: espléndido el relato “Cuando vivíamos en un Estherázy” y la feroz lectura de Viena), al par que una mirada crítica sobre las conductas y las maneras de los otros, especialmente ácida cuando recala en según qué tipos de viajeros, como sucede en el divertido relato “Dante bajo el agua” o en “3 14 16 (Desierto acercándose)”; o en “Ni siquiera sé cómo se miente”, donde un caballo al que llevan a un concurso hípico extiende su perpleja mirada por el mundo de los ricos.
El tercer rasgo que agavilla Historia de las despedidas es otro componente genuino del universo literario de Pedro Sorela, cuyas obras suelen portar breves y sugestivas cuñas de carácter metaficcional o metanarrativo, dada la fraternal alianza entre viaje y escritura. Así en “Prehistoria de la India”, donde se aborda el problema de cómo ir a la India y no vivir una historia ya escrita; en “Novela bajando de un taxi” o en “Trailer (Cuento teórico)”, que aborda la génesis y desarrollo del arte de contar.
Muy distintas en su forma y estructura, todas estas historias comparten entre sí otro rasgo destacable: servir de vacunas contra el embrutecimiento a que nos arrastran según qué tipo de productos culturales. ~