Humor pródigo, de Pedro Zarraluki

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No está nada mal pensada la salida de este libro, Humor pródigo, en el que Pedro Zarraluki (al que quizá algunos lectores descubrieron en 2005, cuando obtuvo el Premio Nadal con la novela Un encargo difícil) se presenta como el excelente cuentista que siempre ha sido, no en vano el escritor barcelonés ha alternado en su trayectoria cuentos y novelas, y algunas de éstas, como El responsable de las ranas (1990) y La historia del silencio(1994), tratan respectivamente de cómo biografiar e historiar ciertos perfiles humanos o algunas situaciones y experiencias del silencio. Sin olvidar que Para amantes y ladrones (2000) cuenta la historia de un largo fin de semana durante el cual el editor Paco Masdeu, para celebrar su septuagésimo aniversario, reúne en su masía a un selecto y reducido grupo de “sus” autores, con un propósito muy especial: que cada uno de ellos escriba un cuento sobre el malentendido, con lo cual de nuevo tenemos la teoría y la praxis en torno al arte de contar.

En una breve nota a Humor pródigo, Pedro Zarraluki refiere la procedencia de estos cuentos que habían visto la luz en diferentes épocas y lugares; algunos, casi veinte años atrás, en Galería de enormidades y Retrato de familia con catástrofe, títulos en los que sin duda el lector percibirá ya anticipado el humor que agavilla unos relatos tan diversos entre sí y tan dispersos en el tiempo, pero que no obstante comparten unos rasgos muy peculiares.

“La inspiración caótica” abría Retrato de familia con catástrofe y ahora cierra brillantemente Humor pródigo. Trata de las posibilidades fabuladoras a partir de unos elementos dados (la creación de un escenario, el enigma que encierran personajes anodinos), articulando una reflexión sobre las distintas tipologías o modos del relato, así como abordando otros aspectos de la escritura. Este componente metanarrativo es muy característico de Zarraluki y reaparecerá en otros cuentos del libro.

No conocía yo “La tentación de la sal”, aparecido en una antología de delirios bíblicos publicada por la Editorial Montesinos. Detecto en él enseguida algún rasgo que este cuento comparte con otros del autor, en especial en lo que atañe al personaje de Esteban, un hombre dócil y obediente, resignado, propenso a disculpar a todo el mundo (en lugar de reírse de ellos), casi siempre a disgusto consigo mismo y muy proclive a sentirse despreciable, que había vivido las incisivas y viperinas acusaciones de “la hermana mayor de su padre” (y nótese lo significativo de eludir la palabra común que cualquiera usaría para referirse a tal pariente) –una solterona biliosa responsable de muchas maldades y en gran medida también del apocado y patético carácter de Esteban– “como una demostración palpable de todo lo que lamentablemente era y de todo lo que nunca llegaría a ser”. Pues bien, a la muerte de ella, este hombrecillo recibe en herencia el símbolo de aquella mujer que le había hecho la vida imposible –“sus absurdas gafas con montura de purpurina”–, acompañadas de una advertencia que le transmite el notario –el conocimiento es un pozo sin fondo– más una nota de puño y letra de la fallecida: “no se te ocurra mirarte en ellas al espejo, desgraciado”.

Naturalmente, no voy a desvelar lo que sucede. Pues bien, Esteban se parece bastante al protagonista de “Un ladrón neorrealista”, un oficinista apocado y pusilánime, a quien su mujer despierta a diario golpeándole con el despertador y cuyo día a día es una cadena de calamidades e infortunios, por no decir de pequeños suplicios debido a las deliberadas maldades con que algunos –no mucho más relevantes que él- le obsequian. De modo que aquí se cruza uno de los temas de “La tentación de la sal”, y que tiene que ver con la faz y el revés y otras duplicaciones. Sólo que este don Mariano consigue rebelarse y volar. “Un ladrón neorrealista” es un cuento que Zarraluki escribió tras encontrar la anécdota del robo del banco en una nota en la prensa, que recoge tal cual en su historia, con la particularidad de que el protagonista real lo leerá con gran entusiasmo: “Por desgracia lo hizo en la cárcel –nos informa el autor–, con lo que pone en entredicho los finales felices de la literatura”.

Asimismo, “De confusione personalitatum” está narrado por su protagonista, un librero no muy afortunado cuyas pequeñas maldades le llevan a sentir cierta culpa que explicaría esta pseudo-confesión. Este cuento tiene además el encanto de reflejar muy bien cierto sector contracultural de la Barcelona de la transición, “la época vertiginosa de las trastiendas”, espacio donde se traficaba con libros, hierbas, sexo y rock-and-roll, para entendernos. Pues bien, a manos de esta “nulidad nacida para ser el hombre más importante de la tierra”, cuya “carrera como librero escondía y amparaba una desmesurada vocación intelectual”, autor de un ensayo de título tan contundente y explícito que hacía innecesaria su lectura (El mal es la causa de todo), y de una “novela durísima. Sañuda diría, acerca de unos marinos negreros españoles del siglo XVII, que surcaban los mares de las Antillas convencidos de que los africanos que se hacinaban en las bodegas no eran otra cosa que una asquerosa plaga que era mejor exterminar”… A manos de este hombre llega un buen día un prodigioso artefacto que supuestamente le permitirá dejar de ser quien es y, además, vengarse. Un relato, próximo en trama y personaje a “La tentación de la sal”.

“El espectro galante” es una humorada que ridiculiza la beatería pacata en lo relativo a la moral sexual y, como algún otro relato de aquellos que pertenecían a los dos libros de Zarraluki, tiene algo de “ejercicio de estilo”, más patente en “El espejo del sátrapa”, que, enmarcado en el opulento ambiente de un exotismo erótico-oriental, trata igualmente del engañoso juego entre verdad y mentira (o si se prefiere, entre realidad y ficción). El escenario de “El blues del revólver” a mí me evoca el ambiente del famoso cuadro de Hopper “Nighthawks”, aquí poblado por personajes inspirados en el cine negro americano, con Chicago, la ley seca, un saxofonista rubio, policías, gángters y putas de lujo, entre otros ingredientes. También en “El asesor del alcalde” se aprecia ese ejercicio de estilo, ahora practicado desde la sátira y la parodia en torno a un viejo cacique de la España rural que, habiéndose perpetuado en el poder a lo largo del franquismo, la transición y la democracia, justo cuando en 1996 su partido –el PP– está a punto de alzarse victorioso él ve amenazado su feudo y decide ponerse en manos de un asesor de imagen. 

“Retrato de familia con catástrofe” es un impagable delirio que Zarraluki escribió asesorado por un matemático desequilibrado. Para mí es un cuento sencillamente inolvidable, con un sentido del humor que guarda cierto aire de familia con el de García Hortelano de Gramática parda (para entendernos), bastante atípico en nuestra tradición.

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