Jaque perpetuo, de Gonzalo Lizardo

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Gonzalo Lizardo (Zacatecas, 1965) es autor de los libros de narrativa Azul venéreo (1989), Malsania (1994) y del extraño y múltiple Libro de los cadáveres exquisitos (1997), que lo perfiló definitivamente como un autor de talante inusual, cuyas lecturas abarcan desde la literatura fantástica hasta el surrealismo, de la historia a la ciencia, de la filosofía a la metafísica, de los clásicos al rock, y que habría de hacerlas converger tanto en aquel libro como en el más reciente, Jaque perpetuo, falsa novela, novela en cuentos, relatos que dibujan una novela, (otra vez) cadáver exquisito. Libro complejo que urde laberintos de tiempo y existencia —donde los vasos comunicantes son las expresiones del conocimiento humano— y cuya estructura adopta la fórmula musical del tema con variaciones: una misma historia contada desde diferentes voces en cada uno de los siete cuentos-capítulo que conforman el libro. Diferentes aproximaciones a la misma trama, que arrojan luz a distintos puntos de ella cada vez, ensayando alteraciones, transmutaciones que parecieran irreconciliables, pero que tienen tanto en común como las ilusiones ópticas que un calidoscopio crea al ser girado frente a nuestros ojos.
     Entre los temas (la imposibilidad del amor, la memoria, la música, la sabiduría del hombre o, aún mejor, su necesidad de comprender) resalta el de la vida sitiada por la muerte (ya sea encarnada en la entropía, la guerra, el tedio que todo lo cubre de ceniza, la soledad): la Nada que tiene entre sus infinitas garras al hombre. Otro polo que ordena la novela es el de la necesidad de conocimiento y las formas en que la realidad revela este último a los protagonistas: documentales televisivos, libros que contienen arcanos conocimientos, reveladores diarios de suicidas, ciencias que generan pensamientos híbridos, aforismos y teoremas que sirven de eje a cada variación; saberes que nos arrojan a los pies de la esfinge.
     Puede decirse que en Jaque perpetuo no hay personajes: los nombres Gaspar Morelli, Rael Leary, Helena, son máscaras griegas con que el autor distingue a quienes transitan su tiempo, piezas de ajedrez condenadas al jaque, al arrasamiento, la aniquilación. Un ejemplo: Rael Leary es el nombre de un viejo que sustituye su memoria por cintas videograbadas (“Jaque perpetuo”), un muchacho moderno de fiesta en la playa (“Alicuíjaros”), el amante de Helena (“Los chotacabras”), el prometido de Helena en la Zacatecas de mediados del siglo XIX (“La cicloide de Morelli”) y un músico alemán que huye de la Segunda Guerra Mundial (“Así calló Zaratustra”). Gaspar Morelli habrá de morir varias veces: suicidado, en un accidente automovilístico, ahogado, desaparecido. Los hombres nacen una y otra vez para encarnar destinos, para vivir porvenires trazados de antemano, para repetir por enésima vez una trama. Caballero, alfil, reina sitiada; no hay personajes, sino posiciones, arquetipos. Las vidas son limitadas por los movimientos de que son capaces sus protagonistas. Reencarnación, eterno retorno.
     Novela inabarcable. Cuentos que se potencian entre sí. Relatos que construyen el metarrelato. Artefacto literario.
     En Leviatán, Paul Auster afirma que los libros nacen de nuestra ignorancia, y que perdurarán en tanto no terminemos de abarcarlos. Algo semejante ocurre con Jaque perpetuo, rara avis de la narrativa mexicana contemporánea, intrincada, erudita, fantástica: seductora invitación a atravesar el laberinto.
     Si el tiempo es el método que utiliza la realidad para que las cosas no sucedan simultáneamente, el arte es la forma en que el ser humano ordena su experiencia del tiempo. Una novela sobre el caos y los ciclos vitales debe, por fuerza, terminar contagiada por estos términos a niveles quizá no sospechados por el autor. Sin embargo, la novela de Gonzalo Lizardo no nos arroja al vacío: “Sucede que una misteriosa clase de caos acecha detrás de una fachada de orden —dijo el matemático Douglas Hofstaedter— y que, sin embargo, en lo más profundo del caos acecha una clase de orden todavía más misterioso.” Jaque perpetuo ilustra magistralmente dicha paradoja. –

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