La pasión del último libro

En agosto nos vemos

Gabriel García Márquez

Diana

México, 2024, 144 pp.

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Reseña de ‘En agosto nos vemos’, de Gabriel García Márquez

Kirvin Larios

El Gabriel García Márquez otoñal escribe con fervor; con la embrujadora prosa de todas sus páginas, pero apremiado por la inminente desaparición de la memoria, algo que podemos figurarnos como una especie de muerte o limbo antes de la muerte, un lugar del que nunca ha salido ni saldrá nadie con un libro. Como resulta difícil fiarse del que ha perdido parcial o totalmente su memoria, leímos con incredulidad las sinopsis sobre En agosto nos vemos, su novela póstuma; el aparato publicitario erigido en torno a una ficción promocionada como la más esperada de la década o el cierre perfecto de uno de los autores más grandes de la literatura universal. En un mercado editorial que desdibuja las cubiertas con fajas repletas de encomios gratuitos, no sorprenden estos gestos que tan solo parecen querer nivelarse con un escritor excepcional, del que, como ocurre con los clásicos o los más grandes, nunca está todo dicho, o bien lo dicho es repetitivo y cansa.

Ana Magdalena Bach, la protagonista de la historia, visita sola cada 16 de agosto la tumba de su madre, que está sepultada en una isla del Caribe a la que llega en transbordador y donde toma siempre el mismo taxi, se hospeda en el mismo hotel, cena lo mismo y le compra a la misma florista. El orden se desbarata tras una noche de tragos, flirteo y boleros, cuando decide a sus 46 años tener sexo con un hombre que no es su esposo y que al amanecer la deshonra con un billete de veinte dólares (“de carne y hueso”, dirá ella después). A partir de esa primera infidelidad, el viaje para visitar la tumba de su madre se convierte en una travesía malograda o feliz por encontrar un amante nuevo o pasado, en medio de las transformaciones de una isla asediada por el turismo que eleva cada año los precios de las cosas y vuelve incómoda las estancias. Ana Magdalena viene de una familia de músicos, está casada con uno y tiene una hija insomne que desea ser monja. Es una gran lectora (el libro en sí mismo es una bibliografía corta de sus lecturas), con oído atento para la música y buena bailarina. En la narración vemos cómo va mudando de hotel y de ropa, cómo escoge a unos hombres y es escogida por otros, y cómo su nueva situación crea un contrapunto revelador de su realidad conyugal.

No es original decir que a la luz de sus grandes obras esta sea menor, salvo que de un libro solo nos desvelen el regodeo de las influencias y todo lo que no constituya el libro per se. Aquí hay otra novela sobre el amor y la muerte (¿los dos únicos temas que existen?), pero asombrosamente escrita (otra vez), y no pocas veces sabia en su concepción del deseo y de la entrega. Los capítulos 1, 4 y 5 son quizá los más logrados, con diálogos enérgicos y descripciones de personajes que hacen que los miremos dos veces. Es difícil olvidar a la Ana Magdalena que se escruta frente al espejo (como para ella es difícil sacarse la imagen de la laguna de su primera ventana de hotel). Son frescos los pasajes humorísticos como del mejor, o del único, García Márquez, y es interesante cómo expone los poderes lábiles de la seducción masculina a través de lo que vive la protagonista (“lo dijo en el tono de los hombres cuando quieren que no les crean”). Esto, presumo, resultará discutible para muchos, que encontrarán en la decidida Ana Magdalena Bach otra víctima patriarcal.

Un aspecto central de la novela está en la relación –poco desarrollada– de la protagonista con su madre, a la que mantiene al tanto de lo transcurrido cada año en su vida (y que a través de un peluquero parece enviarle una señal de aprobación de sus infidelidades). El diálogo póstumo de Ana Magdalena con la tumba y memoria maternas evoca el que los lectores sostenemos con esta historia que a ratos, si nos evadimos de su lirismo, crece en la cabeza como un paisaje cinematográfico. Esto no constituye ninguna tara, pues García Márquez ha querido hacernos mirar y hacernos mirar una tumba: la de la madre de una hija que trata de conjurar una memoria heredada y se aventura a hacer lo que su madre y otras esposas casadas vírgenes tal vez quisieron y tal vez no pudieron (“A mi edad todas las mujeres estamos solas” es un leitmotiv de la narración).

Si cabe ver una lectura emancipadora o una aspiración feminista en la última heroína de García Márquez, no es en el modo en que ella asume su sexualidad –que vive de manera ambivalente y cínica–, sino en cómo dilucida que el lugar a donde su madre la guía cada agosto puede liberarla o sacarla de sí misma o de su personaje, y liberarse de él para seguir teniéndose en la muerte. Pero esto, repito, se profundiza muy poco, no tanto por descuido del narrador como por tratarse de un relato al que no le preocupa la espera anual de la protagonista ni los pormenores de su pasado, pero que se apasiona por el conflicto que experimenta en su presente –el tiempo de la pasión, según Ricardo Piglia.

Como advirtieron sus hijos y herederos, el libro trae alguna inconsistencia menor, y es llamativo comprobar –por fuera de los papeles del Harry Ransom Center que compró el archivo del genio– que algunos pasajes difundidos hace algunos años en medios de comunicación fueron modificados cotejando los que el autor dejó como más definitivos (los de la carpeta con la “versión 5” y el archivo digital que recuperaron su secretaria, Mónico Alonso, y Cristóbal Pera, el editor a cargo). El primero de los seis capítulos, por ejemplo, incluye una descripción de un pene que no figuraba en los extractos antes divulgados, y que no chirría en una obra salpicada de escenas e imágenes sexuales preñadas de poesía y –a veces– de ordinariez. (En agosto nos vemos es también un clímax y un suspiro de otras exploraciones eróticas que ya conocíamos del autor.) Hay, por otro lado, palabras corregidas que parecían fruto de los errores tipográficos de la mala prensa que en publicaciones de 2007 y 2014 impuso al inicio “libro intenso” en donde correspondía –y por el texto así se colegía– “libro intonso”.

El prurito por saber si cada palabra escrita es o no del autor (ya es indiscutible que lo es) ha convertido la edición en un dispositivo de especulación de enorme resonancia mediática. Pero una lectura de la obra y de la “argucia póstuma” de la madre de Ana Magdalena nos insinúa la argucia del propio escritor al no destruir el manuscrito y legarle a los hijos el deber de hacer con su herencia lo que quisieran (que lo traicionaran, como dicen en el prólogo). García Márquez intuyó, también en su última novela, que hablar con los muertos era hablar con el cuerpo vivo y caliente que somos –hablar con la memoria–, en una eterna interlocución y discusión póstuma como la que sostenemos con él, fantasma de carne en cada página. ~

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(Barranquilla, Colombia, 1993) es escritor y periodista cultural. Es autor del libro de relatos Por eso yo me quedo en mi casa. (Destiempo Libros, 2018).


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